96 ANIVERSARIO DE LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA
DE 1917
Juan Andrade
26 de noviembre de 2013
La revolución dinamitó la
piedra angular del modelo civilizatorio imperante, la propiedad privada, y...
desplegó a través de los soviets la democracia más intensa hasta entonces
conocida.
Cuando en 2002 Eric
Hobsbawn publicó su autobiografía a la edad de 85 años hubo quienes se
extrañaron al leer que el gran historiador británico se refería a la Revolución
de Octubre como “un sueño que todavía vive en mí”. Que ese sueño sobreviviera
en la conciencia de una persona longeva bien conocedora de la contemporaneidad,
que apenas tenía tres meses cuando se produjo la toma del Palacio de Invierno,
da fe de la onda expansiva de un acontecimiento que dio forma a las
aspiraciones políticas y personales de varias generaciones a lo largo de sus
vidas. La Revolución Rusa es por eso y por mucho más el acontecimiento más
importante del Siglo XX, un golpe de timón que cambió el curso de la historia
instituyendo una nueva temporalidad. La grandeza de semejante acontecimiento
radica en su originalidad y en sus repercusiones.
La originalidad es
manifiesta. La Revolución de Octubre trajo consigo la construcción del primer
Estado Obrero de la historia. En sus contenidos la revolución dinamitó la
piedra angular del modelo civilizatorio imperante, la propiedad privada, y
durante un tiempo desplegó a través de los soviets la democracia más intensa
hasta entonces conocida. El sujeto de semejante cambio lo conformó una alianza
de sectores subalternos entre los que se encontraban campesinos depauperados,
intelligentsia desclasada y soldados rasos a punto de convertirse en carne de
cañón, al frente de los cuales estuvo el proletariado industrial políticamente
organizado. Aunque sus procedimientos entroncaron con la tradición jacobina y
la experiencia insurreccional de la Comuna de París, los bolcheviques
introdujeron novedades fundamentales que evitaron el destino de esas
experiencias de emancipación: la derrota inmediata que siguió a la conquista
del poder. Entre esas novedades estaba la alianza tejida con el campesinado a
partir de una lectura ajustada de sus anhelos, la apropiación del vigor de algunas
reivindicaciones nacionalistas y la puesta a punto de un instrumento
centralizado y formado por cuadros entregados a la causa en cuerpo y alma: un
instrumento llamado partido que supo sortear el aparato represivo de la
dictadura zarista, frenar a la reacción en medio del caos revolucionario y
constituirse en el embrión del nuevo Estado cuando el viejo Leviatán se vino
abajo.
La Revolución fue, como la
calificó Antonio Gramsci, una revolución contra El Capital, una revolución
socialista que no aconteció en el epicentro del capitalismo occidental, sino en
una de sus periferias más vastas y subdesarrolladas. Que fuera allí lo explica
en parte la teoría que el arquitecto de la revolución, Lenin, elaboró
precisamente para incentivarla, en uno de los mejores ejemplos de la
performatividad del pensamiento revolucionario, que crea con su inspiración el
mundo que enuncia. En la teoría del eslabón más débil Lenin planteaba que las
cadenas del capitalismo no se romperían allí donde el desarrollo material había
narcotizado con sus concesiones a una parte de la clase obrera y cooptado para
la gestión a su vanguardia política y sindical, sino en los países de la
periferia donde a la rabia por la explotación económica se le podría sumar la
rebeldía frente a la dominación extranjera. La conclusión de que en su fase de
desarrollo imperialista el capitalismo canalizaba la competitividad
intranacional hacia afuera, lanzando a los países a confrontar militarmente por
la apropiación de recursos y la apertura de mercados, fue vista por Lenin como
una oportunidad para apelar al malestar de los comunes y convertir esa guerra
de intereses económicos entre Estados en una guerra nacional entre clases.
La Revolución de Octubre
rompió la lógica de los tiempos y quebró los esquemas interpretativos y
propositivos de la Segunda Internacional. Los bolcheviques no se resignaron a
esa concepción del tiempo lineal, progresiva y teleológica que exigía pasar
previamente por un largo estadio de desarrollo liberal burgués para construir
más tarde el socialismo. Tampoco se sometieron a la tiranía de las condiciones
objetivas, ni anduvieron a la espera de que el desarrollo mecánico de las
fuerzas productivas les diera luz verde para la subversión. Los bolcheviques
supieron leer las condiciones materiales como condiciones de posibilidad,
acelerando a voluntad el tiempo histórico y dilatando los límites de la
realidad por medio de la acción subjetiva. La acción política de los
bolcheviques se movió entre la urgencia y el sentido de la oportunidad, entre
su negativa a concebir el socialismo como advenimiento fatal y el olfato que
les llevó a lanzarse a la toma del poder justo en el momento en el que poder
estuvo al alcance de sus manos y cuando realmente hubo un empuje popular
autónomo que pudiera elevarles a esa posición. Para conservarlo en condiciones
de tanta pobreza y ante la brutal ofensiva blanca, de dentro y fuera del país,
tuvieron que recurrir también a la política del terror, con la brutalidad que
supone para quien la sufre y la degeneración que entraña para quien la ejecuta.
De ese subdesarrollo, de ese terror, de la frustración de la expansión de la
revolución por Europa y sobre todo de la reacción termidoriana del estalinismo
surgieron no pocos engendros y también algunos de los límites que varias
décadas después la colapsarían.
Si esta fue su
originalidad, las repercusiones fueron tremendas. De esta revolución surgió
URSS, una potencia que irrumpió en el ámbito de las relaciones internacionales
para disputar la hegemonía a las potencias capitalistas. Pero además de la
amenaza externa, la revolución de octubre penetró en el interior de esas
grandes potencias a través del caballo de Troya de los partidos comunistas. La
Revolución Rusa, más que rusa, fue concebida como el detonante de una revolución
mundial, que, si bien se vio frustrada inicialmente y no tuvo réplica en
occidente, desató varias oleadas revolucionarias tras las cuales un tercio del
mundo estuvo regido por sistemas políticos inspirados en ella. La Revolución de
Octubre supuso una sacudida universal en las conciencias de los trabajadores
que desató sus esperanzas y les dio una seguridad que estuvo en la base de los
grandes cambios que promovieron durante medio siglo. Igualmente azuzó el miedo
de los de arriba, que para hacerla frente en muchos sitios tuvieron que echar
mano del fascismo. También la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial
hubiera sido impensable sin la entrada en combate de los hijos de la
revolución.
De todo aquello todavía
puede sacarse mucho para dar impulso a una política emancipadora, por lo menos
la fuerza de una memoria irreverente que, como nos recuerda Slavoj Zizek,
resulta inasimilable para cualquier propuesta progresista conciliadora. De
aquellos revolucionarios cabe rescatar la voluntad obstinada de impulsar un
proceso de transformación radical y la supeditación de toda práctica a esa
finalidad: la idea de la revolución como horizonte y su afirmación como
principio regulativo de la práctica cotidiana, incluso en los momentos donde
obviamente no resulta posible. También la necesidad de modificar los análisis y
las estrategias a las condiciones siempre cambiantes de la realidad. También la
consideración de que la acción política sólo es revolucionaria cuando forma
parte de las aspiraciones del movimiento real de los comunes. También la
importancia de la lealtad a las propuestas programáticas, aunque eso tenga como
coste asumir ignominias como en Brest Litovsk.
En cualquier caso la Revolución de Octubre ofrece
algunas respuestas - pero sobre todo mantiene abierto el interrogante - a la
cuestión central que atañe a cualquier movimiento que se pretenda
revolucionario: cómo procurar la conquista del poder por parte de los de abajo
y cómo hacerlo sin reproducir con ello la propia lógica del poder. Mientras
respondemos a ese interrogante no viene mal vivir el sueño de la Revolución de
Octubre.
Fuente: www.mundoobrero.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario