Escrito por José María Zavala
Viernes, 29 de noviembre
de 2013
¿De
casta le viene al galgo? La pregunta es inevitable cuando uno se entera de
que el monarca que salió por patas en 1931 había montado una trama que
recuerda en mucho a otra más actual.
Hace
ya ocho años, en septiembre de 2005 para ser exactos, que investigué las
triquiñuelas empresariales de Iñaki Urdangarín en la revista Época, recogidas
en un amplio reportaje titulado de forma explícita Borbones S.A.
Aludía
ya entonces al Instituto Nóos, sustantivo griego que significa curiosamente
"intelecto". Y digo curiosamente, porque el ex-jugador de balonmano
no ha demostrado para los negocios un talento especial sino más bien una mano
demasiado larga, según se desprende de la investigación judicial.
Casi
todo el mundo se extraña hoy de que el juez instructor del caso, José Castro,
no haya citado a declarar aún, ni siquiera como testigo, a la infanta
Cristina, por más que el sindicato Manos Limpias insista en que lo haga como
imputada para evitar agravios comparativos con su propio marido y con el
socio de éste, Diego Torres, y la esposa.
Recordemos,
si no, que Urdangarín constituyó la inmobiliaria Aizoon al cincuenta por
ciento con la infanta Cristina, en febrero de 2003; y que previamente, en
octubre de 2001, había creado Nóos Consultoría Estratégica S.L., denominada
antes Araujuzon S.L.
El
Instituto Nóos, concebido sin ánimo de lucro, sirvió luego para desviar
fondos públicos, principalmente. La artimaña societaria es casi un calco de
la empleada en su día nada menos que por el rey Alfonso XIII, bisabuelo de la
infanta Cristina.
A los
Borbones, en este caso, encaja como anillo al dedo el célebre adagio "de
casta le viene al galgo". Todo empezó con una denuncia de la que tuve
conocimiento al leer el Heraldo de Madrid del 8 de abril de 1932. El
periódico titulaba así su editorial: "Una gravísima denuncia ante la
Comisión de Responsabilidades".
A
continuación, el rotativo informaba también en gruesos caracteres: "La
camarilla regia ha explotado en España fraudulentamente, con el apoyo de don
Alfonso de Borbón, el fabuloso negocio de las carreras de galgos en pista con
apuestas mutuas".
Aludía
el periódico al fabuloso negocio que esta actividad suponía entonces. Tras el
crack bursátil de 1929 en Nueva York, un individuo llamado Charles Munn
inventó en Estados Unidos una liebre artificial que denominó "liebre
mecánica", y más tarde "liebre eléctrica", tras la cual
corrían como locos los galgos en un canódromo, creyendo que era auténtica.
Surgieron así las carreras de galgos en pista, mediante las cuales
pretendieron lucrarse Alfonso XIII y su camarilla regia de forma ilegal.
El
monarca no era precisamente un ejemplo de honradez; no lo era, al menos, para
quienes decidieron llevarle a los tribunales. Y si no, ¿quién iba a decirme a
mí que hallaría por fin el extenso sumario judicial donde se involucraba al
rey y a destacados miembros de su camarilla en delitos de asociación ilícita,
juego prohibido, malversación, estafa, prevaricación y falsedad?
Entre
todos urdieron, según el juez, una asociación benéfica y filantrópica (tan
parecida al Instituto Nóos), denominada Club Deportivo Galguero Español, que
surgiera al amparo de las disposiciones legales en España para las razas
caninas.
El
nuevo club pidió al Estado una concesión oficial de exclusiva de carreras y
apuestas destinada (sólo en apariencia, claro) al fomento del galgo español y
de la Beneficencia. Pero luego, esa concesión se transfirió subrepticiamente
a la sociedad Liebre Mecánica (especie de Aizoon) que, en connivencia con
Stadium Metropolitano, absorbió los fabulosos beneficios al margen del Club
Deportivo Galguero.
Entre los accionistas de Liebre Mecánica figuraban, según consta en el informe judicial: Alfonso XIII, representado por Carlos de Mendoza, con 40 acciones, las mismas que el marqués de Villabrágima y que José Otamendi; el conde de la Dehesa de Velayos, con 30; y el duque de Alba, Domingo Rueda y Carlos Eizaguirre, cada uno con 20.
El
titular del Juzgado de Instrucción número 10 de Madrid, Mariano Luján,
implicó finalmente al rey Alfonso XIII y a su camarilla en graves delitos. El
lector hallará el informe completo y los entresijos de este turbio y
desconocido asunto en mi último libro La pasión de Pilar Primo de Rivera
(Plaza y Janés).
Y
entre tanto, la infanta Cristina sigue caminando hoy peligrosamente, como una
equilibrista, sobre el alambre…
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