JULIO ANGUITA: “HAY QUE SUSTITUIR EL GRITO POR LA REFLEXIÓN”
Julio Anguita: “Hay
que sustituir el grito por la reflexión”
Luis del Palacio
30 de
noviembre de 2013
A Julio Anguita no le gusta el elogio. Lo rehúye, entre otras cosas,
porque para él “la admiración boba” suele significar que quien la expresa
delega todo o parte de lo que podría hacer en “el otro”. Es una postura cómoda
y estéril; sobre todo cuando lo que se necesita es pensar y actuar. Una versión
del “que inventen ellos” que podría adaptarse a un “invéntalo tú, que yo te admiro”.
Sabiduría antigua, sin alharacas, y una personalidad compleja, humana
(profundamente humana) es el resumen apresurado de una serie de impresiones
sobre Julio Anguita. Y esas impresiones, que pasan a veces a ser percepciones,
son en parte debidas a su proyección pública a lo largo de los años, pero,
sobre todo, a algo parecido a lo que les ocurre a las cuerdas de ciertos
instrumentos musicales que no son tocadas y, sin embargo, suenan porque vibran
por simpatía.
Recién publicado su libro 'Contra la ceguera' (memorias políticas, fruto
de largas conversaciones con el periodista Julio Flor) el político, maestro y
escritor, nos habla de muchas cosas en poco tiempo; un tiempo que administra
con eficacia y generosidad.
En la página 132 de su libro 'Contra la ceguera' afirma: “Yo no sé vivir
sin apostar” ¿Por qué apuesta Julio Anguita en las postrimerías del año 2013?
Para mí apostar es una manera de vivir. Es la consecución de un
objetivo, de dar un sentido a la vida de cada uno; una especie de recreación o
de realización. Como he dicho muchas veces –y me defino como comunista- mi
meta, mi objetivo inmediato es que algún día la Humanidad pueda ver y pueda
beneficiarse de la aplicación, en sentido estricto, de la solemne Declaración
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas; pero además, que pueda beneficiarse
de una política de medio ambiente que haga posible la sostenibilidad en el
Planeta. Y el documento más cercano al ideal al que aspiro lo he encontrado en
la Carta de la Tierra. Mi programa, mi trabajo, mis esfuerzos, mi ilusión,
sería la consecución de algo que, por otra parte, la mayoría de las naciones de
la Tierra han reconocido y han aprobado como el objetivo al cual deben
entregarse los gobiernos.
Tuvo usted en su adolescencia una suerte de mentor –Rafael Balsera- a
quien recuerda en su libro. Él le orientó en muchas cosas que luego pasarían a
formar parte de su vida; fomentó un interés, una curiosidad intelectual. Y uste
a su vez ha sido maestro durante muchos años ¿Qué piensa de la enseñanza actual
en España? ¿Puede existir todavía aquel maestro o maestra de referencia, al que
se recordará a lo largo de la vida como alguien que te abrió los ojos a muchas
cosas que son fundamentales?
Esa figura del maestro a la que alude la pregunta es típica o, por lo
menos, arquetípica de una determinada situación de desarrollo de la sociedad;
una sociedad que está a mitad de camino entre la era industrial y la etapa
agraria. Más bien es hija de una sociedad agraria en la que el tiempo abunda,
en la que las referencias de vida inmediatas están en el paseo, en lo más
sencillo que pueda tener el pueblo o la localidad en la que se vive. En la
sociedad desarrollada, industrial, en las macro urbes, eso es mucho más
difícil. Sin embargo, ello no quiere decir que no sea posible. Y es posible en
la medida en que aquel maestro al que le gusta leer y que sus alumnos lean, les
anime a hacerlo. Soy partidario de la enseñanza de los instrumentales, porque
estamos ante un problema gravísimo, tanto en la escuela primaria, como en la
secundaria y la universidad: las carencias tremendas de los estudiantes en el
dominio de la lectura y la escritura. Es pavoroso. Me encuentro con alumnos
universitarios que, por esos defectos que vienen de atrás, al primer folio que
tengan que leer, está ya abrumados. Con la vuelta a aquella escuela primaria
que cultivaba el dominio de esos instrumentales –también el cálculo mental- me
conformaría.
¿Qué es la “política de imagen”?
Cuando a algún político se le hace una pregunta, multitud de asesores,
compañeros e incluso personas de los medios de comunicación, aconsejan no
referirse a ciertas cuestiones porque o bien están mal vistas o porque pueden
distorsionar su imagen. Es decir, se trata de ofrecer una imagen preparada de
antemano en una suerte de laboratorio, desplegando una serie de
convencionalismos que edulcoran el mensaje y que tiende a que se consuma como
un producto acabado. Estoy en contra de eso. Creo que le político debe decir
las cosas con claridad y, naturalmente, con corrección en los términos y
maneras que se utilicen; pero con claridad; mostrando las preferencias que
tiene y señalando determinados puntos con el énfasis necesario. Es decir,
empleando todo lo que confiera autenticidad al mensaje.
Afirma en el libro “Yo me siento integrante del 15-M, porque me siento
parte de él, me he identificado con sus fines aunque no he compartido alguno de
sus métodos”. ¿Cómo lo vincula con los propósitos de FRENTE CÍVICO-SOMOS
MAYORÍA?
La creación de Frente Cívico está en esa onda y no tengo reparo en
confesar que soy deudor del 15-M ¿Por qué? Pues por la razón de que el 15-M
irrumpió con una frescura extraordinaria, con una garra tremenda. Hizo creer
que era posible cambiar las cosas, con la toma de conciencia colectiva y otras
maneras de entender lo que es la actividad política. Lo que pasa es que aquello
quedó ahí, porque en el 15-M había un cierto miedo a la organización. La
asamblea permanente no se puede mantener. La asamblea permanente es imposible,
no sólo por el número de habitantes de determinadas localidades sino porque no
se puede estar discutiendo sobre todas las cuestiones hasta el más mínimo
detalle. Después hubo ciertas cosas que censuré, como ese mensaje que decía,
refiriéndose a concejales y otros cargos, “No nos representan” No estoy de
acuerdo. Por supuesto que nos representan, nos guste o no. Otra cosas es que
todos sean dignos de la confianza que se ha depositado en ellos. Con esa
actitud se está echando fuera de la legitimidad de las instituciones a multitud
de personas que son muy honestas, muy correctas y que además están ejerciendo
su responsabilidad con toda decencia. Aquella diversificación del mensaje ni me
gustó ni me gusta.
¿Qué significa hoy “ser comunista”?
Para mí el comunismo es un impulso, una meta donde llegar. Un comunista
debe en cada momento proponer cosas que interesen y beneficien a la mayoría de
la sociedad. Eso de una “sociedad comunista”, francamente, creo que es como
tratar de determinar el número de patas que tienen los caballos en el planeta
Marte. Entre el comunismo como sociedad arquetípica o el comunismo como
impulso, me apunto a este último.
“El español se pone delante de un toro –otra frase que entresaco de su
libro- pero no tiene el valor de enfrentarse al pensamiento” (pg. 330) ¿Nos
falta verdadero sentido crítico? Y de ser así ¿a qué puede deberse?
Es una generalización y tengo que excluir de ella a una parte muy
importante de la población española. Una vez aclarado esto, añado que somos
hijos de la Contrarreforma, porque la Historia siempre va con pasos lentos. Y
la Contrarreforma significó un pensamiento único en aquella época, no sólo en
cuanto a unas “verdades” de tipo religioso que surge de Trento, sino también en
torno a una sociedad totalmente estática. Una casta de nobles, de eclesiásticos,
de propietarios de la tierra con una tremenda aversión al estudio, como no
fuera el que se centraba en cuestiones teológicas. Entrar en el cuestionamiento
de lo que subyacía bajo esa estructura era considerado pecado. Por otra parte,
se gozaba de los dulzores del perdón social y del perdón de Dios, gracias al
sacramento de la confesión. Era cómodo estar ahí. Y eso ha venido
desarrollándose a través del siglo XVIII, con excepciones, como los pequeños
núcleos de ilustrados, y durante el siglo XIX, especialmente con la involución
que supuso el reinado de Fernando VII, cuando los catedráticos de Figueras
dicen al rey: “Señor: lejos de nosotros la funesta manía de pensar” Ha habido
un miedo a pensar, un miedo a señalarse, un miedo a discutir, un tremendo horror
a saltar al vacío elucubrando y buscando por uno mismo la verdad o, por lo
menos, las consecuencias del pensamiento. Ese miedo existe aún en la sociedad
española. Lo encuentro cada dos por tres: “Yo no quiero saber nada” Todo lo que
perturba la modorra y potencia el miedo que anida en cada español ante
situaciones difíciles se resume en el miedo a pensar. Da miedo pensar.
¿Existe aún una especie de “franquismo sociológico”? Y me gustaría ligar
esta pregunta con otra, porque creo que están bastante relacionadas: ¿Queda
algo del “nacionalcatolicismo” que imperó en España durante generaciones?
Queda muchísimo. Porque el nacionalcatolicismo no era una posición
religiosa profundamente sentida ¡Qué va! Se trataba de un conjunto de ritos y
de normas que daban cohesión social a la sociedad; una cohesión muy
superficial. En este abigarrado conjunto de normas, tradiciones etc., la
sociedad se reconocía y eso, en cierto modo, ha pervivido. Fíjese: cada vez
menos gente va a misa pero la mayoría de los matrimonios se celebran en la
iglesia. Lo mismo ocurre con bautizos, entierros etc. Es decir, aquellos actos
sociales que se potencian, por ejemplo, con la eclosión del ceremonial de las
procesiones, de los ritos religiosos que no tienen, en realidad, trasfondo
religioso; que son cosas puramente superficiales: las Vírgenes, el Rocío, esta
y la otra, amenizados con bailes, fino y demás; son ritos, insisto, que
intentan cohesionar a la gente. Lo que pasa es que el Poder, con todo su
aparato de planificación económica, institucional y religiosa (que en el fondo
son lo mismo) trata de simplificar afirmando que somos una sociedad católica.
Pero no es cierto (y lo digo también generalizando) No es católica en el
sentido de los contenidos, de la estructura noética de los contenidos de lo que
es la religión católica. Esto es para mí el “franquismo sociológico”. Franco no
inventó nada nuevo. Siempre he mantenido que el franquismo inventó a Franco. Él
sistematizó la España de Fernando VII y la convirtió en Movimiento Nacional, a
través de una serie de ceremonias y actos, de giros y palabrería. El
“franquismo sociológico” está muy vivo.
La república ¿podría finalmente venir por la derecha?
Sí, si se trata de una “republiquita” en la que simplemente tendremos un
Jefe del Estado elegido, bien directamente por sufragio universal o
indirectamente. Este es uno de los problemas más preocupantes de nuestro país.
Habrá observado cómo proliferan los ateneos, asociaciones y colectivos
republicanos y cómo abundan las banderas tricolor en cualquier acto o
manifestación. Pero a mí me inquieta que el republicanismo que yo veo (y sigo
generalizando) quede simplemente en eso. Cuando pregunto a la gente joven sobre
qué es para ellos la república, no suelen saber responderme. La consideran como
una respuesta a la situación presente. Generalmente hay que informarles sobre
el pensamiento republicano y sus orígenes, cómo cuajó y se materializó aquí a
través de dos repúblicas, qué cosas hizo bien y cuáles hizo mal. También sobre
los contenidos económicos, sociales y políticos del sistema republicano y cómo
podría materializarse una III República. Antes de publicar “Contra la ceguera”,
presenté en abril de este año otro libro, “Conversaciones sobre la III
República”, en el que, por primera vez en España, alguien se atreve a plantear
un modelo para una nueva república, con contenidos y explicaciones concretas;
porque si no, la república es una especie de alusión verbal o con algún que
otro símbolo, a un estado ideal o, todo lo más, a un recuerdo del pasado totalmente
idealizado, algo inane. Ése podría ser el portillo que utilice la derecha para
colarse en la idea y hacer que todo cambie para que todo siga igual.
¿Cree usted que aún puede tener sentido el concepto de “desobediencia
civil”, a lo Gandhi, para provocar una especie de reacción en cadena que haga
tambalear a los pilares de injusticia – me refiero, entre otros, al de la
sumisión a los mercados y a la banca- sobre los que parece asentarse la
sociedad actual?
La desobediencia civil que yo preconizo es la contestación en nombre de
un proyecto alternativo. Muchas veces he dicho que a mí no me gustan los
“rebeldes sin causa”. Me parecen que son una inutilidad. La rebeldía debe
presentar un proyecto que no se enseña en una pizarra, sino que se va expresando
poco a poco en el vivir, en la propuesta diaria; es decir, se lucha contra un
modelo de sociedad introduciendo poco a poco aspectos del modelo alternativo.
En este sentido es como yo planteo está cuestión. La desobediencia civil es
algo que sólo puede hacerlo con eficacia la mayoría social, que ya es
consciente, primero, de lo que es y, segundo, de que cuenta con un proyecto
alternativo. Cuando se ejerce esa desobediencia civil es que la legalidad
oficial ya ha muerto; es cuestión de desalojarla.
Y esa desobediencia civil es lo que contribuyó a derribar a un imperio
que parecía tan sólido como el británico…
Efectivamente. Lo que pasa es que hace falta mucho valor para ejercer
esa desobediencia. Hay que sustituir el grito por la reflexión. Hay que
erradicar la violencia callejera porque, además, es estúpida; es simplemente
darle armas al contrario. Es decir, a todos aquellos que creen que van a
derribar al sistema quemando contenedores, los considero, en primer lugar, unos
imbéciles ya que, quieran o no, están colaborando con el sistema. Por eso es
tan difícil. Al crear el Frente Cívico-Somos Mayoría, hemos apostado porque la
gente se vaya apuntando a objetivos muy concretos (el salario mínimo, la
transparencia en los canales de comercialización etc.) Medidas muy determinadas
que afectan a la inmensa mayoría y que disuelven, para empezar, planteamientos
ideológicos antagónicos. Es una labor de trenzado, de ganchillo, diría yo. Pero
creo que es la única manera directa de ir acabando con esto; porque si no podría
pasar que ganara las elecciones un partido opuesto al actual sistema, pero el
elector no es militante; te vota y se va a su casa a esperar que tú resuelvas
eso, porque él tiene bastante con sus problemas o con la última eliminatoria de
no sé qué copa de fútbol. Ahí estaría el cambio: transformar al elector en
militante, no de un partido sino de un proyecto.
Fuente: diariosigloxxi.com
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