ESTA
DEMOCRACIA AUTORITARIA Y LOS SINDICATOS
nuevatribuna.es | 29 Noviembre 2013 -
08:26 h.
A la memoria de Carme Casas,
histórica sindicalista y comunista
Parece
evidente que hay una estrecha relación entre el tipo de políticas económicas y
sociales y las medidas que se están tomando en el terreno de las libertades. El
caso es que ambas están conformando lo que podríamos calificar, sin empacho,
como una «democracia autoritaria». Este vínculo entre lo uno y lo otro no se
refiere a la crisis económica; se trata de utilizar, sin embargo, esta
situación angustiosa de amplias capas de la sociedad, especialmente las menos protegidas,
para cercenar bienes democráticos desde el centro de trabajo hasta los
derechos civiles, cuya expresión más sangrante es el telón de cuchillas,
llamadas concertinas para no infundir sospechas o el proyecto de ley de
seguridad ciudadana que atenta gravísimamente contra el ejercicio del conflicto
social. Unos bienes democráticos que, no pocos de ellos, son llamados,
desde esa democracia autoritaria, privilegios. Es una contrarreforma en toda la
regla que está distorsionando la lengua a partir de una sociolingüística
impuesta desde arriba. Ya habló e ella el maestro de sindicalistas Vittorio Foa
en su bello libro Las palabras de la política (1). Claro que sí:
palabras de la política que se van trasladando a un garrulo sentido común. Algo
de eso dejó escrito Andrea Greppi: «… están teniendo lugar intensos
desplazamientos semánticos que vacían de contenido las categorías elementales
del léxico político» (2). Unos desplazamientos impuestos, naturalmente, desde
arriba. O que acaban dando pie al transformismo de la flexiseguridad en
flexiprecariedad, como apunta agudamente Rafael Borrás en un artículo reciente
en el Diario de Mallorca (3)
Digamos,
pues, que la reforma laboral no fue una operación que se orientaba solamente a
demoler bienes democráticos del universo del trabajo sino el inicio de un
itinerario de más calado: el cuaderno de bitácora de la democracia autoritaria.
¿Habrá que seguir insistiendo en que la potente ofensiva contra el sindicalismo
confederal (y el Derecho del trabajo, no se olvide) es la punta más visible de
un iceberg que se orienta a la deforestación del mayor caudal posible derechos?
A
mi entender, la estrategia es la siguiente. De un lado, romper la conexión
entre el sindicalismo confederal y el conjunto asalariado y, de otro lado,
convertir el sindicalismo en una «agencia técnica» que acompañe acríticamente
–y, por lo tanto, de manera subsidiaria— las políticas actuales, llamadas
impropiamente de austeridad. Pues, según los autoritarios, derechos, poderes y
controles desde abajo estorban, interfieren ese dogma tridentino del «no hay
alternativa». O sea, en esta gran fase de reestructuración capitalista y de
revolución industrial se tiende, desde arriba, a la desertificación de los
sujetos críticos. En otras palabras, hay que destruir la relación con los
trabajadores como elemento distintivo de la constitución material del
sindicalismo de matriz confederal. Porque ese «elemento distintivo» es la
garantía aproximada de la independencia y autonomía del sujeto social, y como
la forma básica de representación de los asalariados es su organización
sindical en el centro de trabajo es ahí donde hay que poner el hacha. Pero ese
hacha apunto al conjunto de elementos del cuadro democrático. Y ya no se trata
sólo de impedir el avance hacía una mayor democracia sino a descuartizar una
buena parte de lo conseguido.
La
democracia no es imparcial o, al menos, no debe serlo. Es ante todo un
contenido cualificante. No es simplemente una forma sino, en esencia, un
contenido. Y hacia ese contenido es donde se apunta. Insisto: desde el centro
de trabajo. En ese sentido, vale la pena situar en qué momento parece iniciarse
el nuevo rumbo hacia otro modelo de democracia («modelo» en el sentido como lo
entiende C.B. Macpherson en su celebrado estudio sobre La democracia liberal y
su época). Sugiero que revisitemos el libro de un joven Antonio Baylos Derecho
del trabajo: modelo para armar (Trotta, 1991) donde el autor centra su
reflexión en lo que denomina el proceso de «autolegitimación de la empresa
capitalista», de un lado, y el inicio del «destronamiento» del contrato de
trabajo y la relación comunitaria de trabajo, de otro lado. Es la praxis neo
autoritaria de la centralidad de la empresa capitalista que intenta imponer sus
condiciones (y, en no pocas ocasiones, lo consigue) provocando negociaciones
fantasma bajo el lema de «lo tomas o lo dejas». Pongamos que hablo de los diez
últimos años de la dirección de Panrico y la solución último del conflicto
reciente.
En
apretada síntesis: estamos ante una situación que se va exasperando hasta el
día de hoy donde «triunfa una economía que mata», según el Papa Francisco: una
frase inquietante que habrá provocado más de un retortijón en curias y
covachuelas institucionales, en palacios del management y casinos de alto alterne
(4). Aunque, tal vez, en vez de sentirse aludidos se han sentido adulados.
Ahora bien, una economía «que mata» necesita un eje de coordenadas adecuado a
tal objetivo: la democracia autoritaria. Este es el problema central que
tenemos en no pocos países, y en lo que a nosotros nos afecta el carácter de
Mariano Rajoy, el Aznar Chico. También en Europa. Pues bien, contra esa
reducción del perímetro democrático se está movilizando el sindicalismo
confederal y ese movimiento de movimientos al que hemos hecho alusión en otras
ocasiones.
Querida
Carme Casas, Espérame en el cielo:
(1)
En el blog
(2) Andrea Greppi. Concepciones de la democracia en el pensamiento político contemporáneo. (Trotta, 2006)
(3) Rafael Borrás, en Diario de Mallorca
(4) Papa Francisco Evangelii Gaudium, en versión castellana
(2) Andrea Greppi. Concepciones de la democracia en el pensamiento político contemporáneo. (Trotta, 2006)
(3) Rafael Borrás, en Diario de Mallorca
(4) Papa Francisco Evangelii Gaudium, en versión castellana
Fuente: http://www.nuevatribuna.es/
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