Ignacio Muro | Economista. Profesor
Universidad Carlos III
nuevatribuna.es | 29 Noviembre 2013 -
08:28 h.
Una
izquierda necesitada de utopías observaría con sorpresa que una persona de la
entidad humana y coherencia política de Vázquez Montalban, del que celebramos
los 10 años de su defunción, se presentara en vida como "socialista
científico" una denominación que Engels, en 1876, la utilizara en
oposición a la del "socialista utópico".
El
rechazo a lo utópico no era entonces ni ahora rechazo a la transformación
social, sino todo lo contrario. Era la oposición a un idealismo buenista
que pensaba que basta con desear la verdad, la razón y la justicia
"para que por su propia virtud conquiste el mundo". También es
idealismo creer "que el PSOE ha vuelto" como una alternativa sólida
por el mero hecho de consensuar algunas medidas reformistas, por muy adecuadas
que sean, en un documento. Se necesita algo más para evitar lo que empieza a
ser habitual: las sucesivas frustraciones que genera la izquierda cuando accede
al gobierno en Francia, Grecia, Italia o España en una coyuntura como la
actual.
Felipe
dijo en 1993 que "he tomado nota de los mensajes de los electores"
pero no las tomó, Zapatero se presentó en 2004 con un "no os
defraudaré" pero defraudó. Elena Valenciano, acaba de decir en la
Conferencia Política que “entendimos el mensaje, nunca podrá volver a tocarse a
los más débiles”. Demasiadas disculpas.
Decía
Soledad Gallego que era necesario convertir las 385 páginas del texto debatido
en la Conferencia Política del PSOE en un "dificilísimo discurso de 10
minutos en el que llegue a un diagnóstico radical de lo ocurrido y a una
propuesta sustancial de compromisos políticos". Efectivamente: una
declaración extensa "que recoja todo" puede hacer las veces de dibujo
utópico de la realidad. Tiene de atractivo que permite modelizar el armazón de
las políticas públicas de izquierda, anticipar la coherencia interna de las
diversas propuestas. Pero a la vez, no deja de ser progresismo de
salón. Los documentos programáticos siempre cuidaron un lenguaje y un
tono adecuado pero pocas veces sirvieron de referencia de gobierno cuando
tocaba medir los apoyos reales y enfrentarse a las resistencias existentes en
la sociedad. Ocurre que esas circunstancias eran perfectamente previsibles
cuando se realizaron los programas, que alejados de la realidad, acabaron
convertidos en un ejercicio de simulación.
Cuanto
mayor sea la debilidad de las fuerzas progresistas más necesario es una
jerarquía en el diagnóstico y en los objetivos si se desea evitar la
frustración temprana y mantener el poder. Hay elementos centrales que reúnen un
amplio consenso entre las bases sociales de la izquierda, sean cuales sean las
resistencias que generen, y otras que son más discutibles socialmente y recaban
menos apoyos. Entre las primeras, existe unanimidad en dar un giro completo a
la política enérgetica para fomentar las renovables; también en impulsar
una fiscalidad que grave a las grandes corporaciones como a cualquier
otra empresa y que aumente la operatividad y los recursos de la lucha contra el
fraude. Solo esas dos medidas concitarían amplísimas resistencias en lobbys muy
poderosos con amplias conexiones mediaticas. Y hay que saber vencerlas.
Lo
que Engels denominaba "socialismo científico" partía del
reconocimiento que las leyes económicas acaban configurando la realidad social.
Hoy hay que saber, por ejemplo, que no es posible confiar todo a la capacidad
de redistribución del Estado para hacer frente a las inequidades que
provoca el sistema productivo. La globalización hace que la capacidad de
redistribuir sea menor mientras las injusticias son mayores. No queda más
remedio que cuestionarse las entrañas del sistema desde planteamientos
predistributivos.
Por
eso, es de agradecer que el PSOE se plantee dar un giro a las relaciones
laborales, pero habrá que ver si se dispone realmente a acabar con las raíces
de las políticas de devaluación que residen en la unilateralidad del
poder del primer ejecutivo y se recupera hasta sus últimas consecuencias el
principio de la negociación colectiva. Es ahí, venciendo todas las resistencias
y favoreciendo los consensos internos y la participación de los
trabajadores en el gobierno de las empresas y en sus beneficios, en el
sentido de Alemania (Consejos de Vigilancia), Suecia (Fondos de Asalariados),
Austria (Cámaras de Trabajadores), donde nos jugamos realmente el principio de
la predistribucion y el éxito de las políticas progresistas. Solo desde
esa posición será posible ganar simultáneamente en competitividad y equidad.
Saber
qué fuerza material se dispone (medida en la capacidad de movilización en
la calle pero también en apoyos sociales e institucionales, votos, dineros,
recursos mediáticos, poderes territoriales) es determinante para definir los
objetivos reales de gobierno. Mucho más si, como repite Josep Ramoneda, “las
élites económicas no ven necesidad alguna de hacer concesiones" porque
"las clases populares han perdido capacidad de intimidación".
Parte de la debilidad de la izquierda procede de que no quiere reconocerse en
ese reto.
Lo
esencial no son los programas coherentes sino la construcción de una nueva energía
política suficiente para vencer las resistencias de un poder compacto y
agresivo al que hay que disputar, como reclamaba Gramsci, “la hegemonía, los
consensos, el sentido común” en religión, justicia, educación o medios de
comunicación. Si la disputa del poder es necesaria en todos esos ámbitos
lo es, especialmente, en economía que es la asignatura pendiente de la
socialdemocracia como nos recuerda el hecho de que el 50% de los ciudanos no
aprecian apenas diferencias entre los discursos del PP y el PSOE en materia
económica.
¿Cómo
se construye esa energía política? Recuperar credibilidad es esencial y, en ese
sentido, los pasos dados por el PSOE para la democratización de los candidatos
son muy importantes. Pero la experiencia de Italia y Francia demuestra que una
amplia participación en primarias no es un activo duradero. Un debate
interno entre los miembros del colectivo Economistas Frente a la Crisis
nos llevaba a reclamar que cada candidato a primarias hiciera visible su equipo
económico, que el debate político incluyera los acentos y matices sobre
determinadas medidas económicas. Se trata, en mi opinión, de un paso
imprescindible para hacer más dificil que, en el último momento, los grupos de
presión coloquen determinadas personas en el gobierno, menos dañinas o más
cercanas a determinados planteamientos. La transparencia en ese paso es
fundamental para evitar los efectos de las puertas giratorias.
No
olvidemos tampoco que si las primarias democratizan el acceso de los nuevos
lideres, no modifican el control posterior sobre sus actuaciones. ¿Puede
un presidente de gobierno, con el apoyo incluso de los órganos ejecutivos de su
partido, poner en marcha medidas que confrontan radicalmente con su programa
electoral? En ese sentido, Odon Elorza y el grupo Foro Ético, reclamaban que,
para evitar giros como el realizado por Zapatero en mayo del 2010, o la
sinrazón del comportamiento de Rajoy, haciendo desde el primer momento lo
contrario de su programa, se debe instaurar un procedimiento de consulta
urgente a sus militantes/ simpatizantes.
La
energía política requiere también la cohesión de los cuadros partidarios
de una idea. En ese sentido nadie puede ignorar que la claridad de mensajes es
el sustento de una mayor fuerza material, y que la Conferencia Política ha
contribuido a elevar la moral del PSOE. Compartir emociones es también
hacer política: es estúpida la izquierda que se limita al discurso frío y
racional olvidando que sentir el calor de verse juntos y unidos, gritar contras
las mismas injusticias, es también un requisito para convertir en fuerza
colectiva positiva las posiciones individuales dispersas. Debatir francamente
con otros colectivos, abrirse a los discursos e interrogantes de otras fuerzas
de izquierda es también una condición para hacer converger diversas energías.
Señala
Soledad Gallego citando a Jorge Guillén, que, al final, todo se resume en saber
si la injusticia se traga o no se traga. Casi sí. Pero habría que añadir que se
necesita también habilidad y energía para ganar batallas y no sólo sinceridad
para pedir disculpas por perderlas.
Fuente: http://www.nuevatribuna.es/
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