martes, 8 de julio de 2014

NOTAS SOBRE LA SITUACIÓN POLÍTICA


nuevatribuna.es | 07 Julio 2014 - 10:23 h.
1.- Las elecciones europeas han trastocado en profundidad el marco de correlaciones del espacio político de la izquierda y el centro izquierda que conocíamos desde 1977. A un despliegue inesperado del populismo se une la caída espectacular del partido que hegemonizaba los valores con los que la mayoría de la ciudadanía progresista se venía implicando en los procesos políticos.
El precipitado que surge con el resultado electoral es de difícil comprensión y asimilación no solo por los actores principales del escenario político-institucional, sino también por los nuevos protagonistas que aparecen como sus directos beneficiarios e incluso por los que se atribuyen la cualidad taumatúrgica de “saber lo que iba a pasar”.

Todavía queda bastante camino por recorrer para caracterizar plena y certeramente el fenómeno, pero nos atrevemos a señalar en primera aproximación algunos de los caminos que, a nuestro modo de ver, podrían contribuir a explicarlo e interpretarlo, para de este modo plantear parte de las tareas necesarias a fin de resituar objetivos y planes de acción desde la izquierda transformadora.
Se advierte, en todo caso, que siendo claramente conscientes de las muchas cuestiones que se van a dejar de abordar, nos inclinamos por manifestar las reflexiones que, por el momento, entendemos más necesarias, dentro de un cierto hilo conductor.
Comencemos recordando que para un sector de las opiniones vertidas en el último mes la evolución generacional del país, junto con la fosilización de sus estructuras formales e institucionales, serían las causas directas tanto de la caída electoral de los dos grandes partidos como de la eclosión de otras fuerzas políticas, sobre todo en el espacio de la izquierda, y del reforzamiento de las particularidades de los subsistemas políticos vasco, catalán y, en menor medida, gallego. Las grietas abiertas en los últimos años en nuestro sistema constitucional y en el modelo diseñado en los años de transición de la dictadura a la democracia habrían pasado así al primer plano de las preocupaciones de un amplio segmento del electorado.
Sin embargo, creemos que el recorrido a transitar para encontrar una explicación plausible a lo sucedido, y especialmente para desarrollar acciones consistentes con vistas a un futuro posible de mayor consolidación y avance de la izquierda transformadora, tiene más estaciones de paso.
En este sentido, si ciertamente el poder económico no fue profundamente modificado en los años de la transición, también lo es que se crearon condiciones político-institucionales para una reconducción en el plano económico-social de la relación de fuerzas operante en la dictadura. Así ocurrió en un primer momento, en el que los poderes económicos cedieron terreno fundamentalmente como consecuencia de la intensa presión ejercida por el mundo del trabajo, en el marco del movimiento sociopolítico que en su configuración inicial pilotaron las Comisiones Obreras. Con logros de primer orden para beneficio de las clases subalternas, como la creación de un incipiente Estado de Bienestar y la elevación del peso específico de la tributación progresiva en la financiación de ese Estado.
No es sólida, en nuestra opinión, la tesis según la cual hay un pecado original de la transición, que hoy de nuevo pondrían de manifiesto las jóvenes generaciones, por haber dejado intactos a los grupos dominantes de la Dictadura, y del cual hoy el agotamiento constitucional y la crisis política serían meras derivaciones.
Será un poco más tarde, con y durante los gobiernos del PSOE, cuando las fracciones financieras del capitalismo español recuperen sustancialmente posiciones en una doble dirección: por un lado, en la reconversión del capitalismo industrial español en un modelo económico basado preferentemente en el sector servicios de baja productividad, con una importante pérdida de posiciones de los salarios en la renta nacional, y, por otro, en el despliegue de una política favorecedora de la captación de inversiones basada en altos tipos de interés, con clara preponderancia de los grandes bancos en la definición de las estrategias de política económica.
Se crean así, en los años ochenta, las bases estructurales para la creación de la burbuja inmobiliario-financiera que, apareciendo ya en una primera fase en aquellos años, se multiplica a partir de la llegada al Gobierno del PP de Aznar. Las condiciones de entrada de España en la entonces llamada Comunidad Europea, y el posterior ingreso en la moneda única, creemos que se explican también bajo estas claves.
Paralela y paradójicamente, se desarrollan en ese periodo de gobiernos del PSOE avances notables en las políticas del bienestar, de las cuales, a los efectos que aquí interesa destacar, cobran un especial significado la consolidación de la enseñanza primaria y secundaria gratuita y el acceso masivo de los y las jóvenes a los estudios universitarios. Si bien, igualmente conviene subrayarlo, este paso adelante se complementa, en sentido contrario, con el gran respaldo concedido a la enseñanza concertada.
Las consecuencias sociales que se derivaron del cruce de estas diferentes orientaciones fueron muchas y profundas.  Pero entendemos que una de ellas es en la que hunde sus raíces, esencialmente, el proceso político que se pone de manifiesto con el resultado de las europeas, pero que habría dado comienzo con bastante anterioridad.
Las transformaciones de clase van configurando, en ese ciclo de gobiernos socialistas, un cuadro bastante más complejo en los valores y actitudes de los españoles que el que le era propio a  la estructuración social anterior a los ochenta.
Todo ello gracias a una economía gradual y tendencialmente más basada en el sector servicios que en el industrial, como se ha dicho, y una sociedad de capas medias con jóvenes universitarios muy cualificados que, también gradual y tendencialmente, van poco a poco siendo absorbidos por un marco laboral que no se compadece con el valor que las titulaciones obtenían en las etapas anteriores. Siempre con importantes bolsas de paro, y también de paro juvenil. La temporalidad y precarización del trabajo asalariado va alcanzando ya entonces con singular intensidad a la juventud que encuentra trabajo.
En este contexto de cambio en las relaciones de producción y en el desarrollo de las fuerzas productivas, como diría el clásico, se lleva a cabo una evolución de la base material sobre la que se asientan estilos de vida y formas de socialización que progresivamente van modificando las pautas de comportamiento político, aun cuando el sistema de partidos permanezca formal y superestructuralmente inalterado.
Las generaciones activas políticamente en el franquismo y en la transición apoyan el tipo de evolución descrito, si bien ahora de forma pasiva, votando en general al PSOE, sin participar masivamente en la militancia política. Por su parte, las nuevas generaciones, los hijos y las hijas de aquéllos, muchos con estudios universitarios, se van incorporando a ese voto de forma más discontinua y su interés empieza a radicar más en los movimientos sociales y en la acción colectiva por la paz, el medio ambiente, la solidaridad y la cooperación, o en el movimiento antiglobalización y los foros sociales, que en la actividad de partido.
La izquierda transformadora, extraordinariamente debilitada en el ciclo post-soviético, que reacciona a su vez tarde y mal a la reestructuración post-fordista de la sociedad industrial, y, por lo tanto, a la desaparición del voto de clase, sufre en toda Europa un fuerte impacto. En España mantiene un sujeto político, Izquierda Unida, que, dejando aparte otros elementos, avanza electoralmente en función del peso específico que en esa etapa aportan una triple rama de factores, la política exterior en materia de paz y seguridad, el conflicto social, y la corrupción en el aparato del Estado. 
2.- La era de Aznar supone una intensificación del modelo productivo terciarizado y de la sociedad de consumo de masas basada en el endeudamiento. La financiarización y la facilidad del acceso al crédito con las que las familias compensan la caída del valor de sus salarios, la burbuja inmobiliaria que genera una renta patrimonial ficticia pero funcional para el objetivo de la activación de la demanda de bienes de consumo, y la absorción de mano de obra en el sector de la construcción, con la consiguiente caída de la tasa de paro, generan una sensación de estabilidad en las capas medias y en las clases trabajadoras, y unos hábitos de consumo que, junto con la tendencia cada vez más aguda de temporalidad y rotación en los empleos, desdibuja al trabajo como vínculo de identidad social y fuente de compromiso sociopolítico.
La juventud continuó perdiendo posiciones respecto a las generaciones anteriores, pero tanto el crecimiento económico como el retraso en la edad de emancipación actúan en esa época como elementos compensatorios y sujetan el activismo juvenil en el campo ya citado de los movimientos sociales. La socialización política de la juventud, cuando existe, se inscribe en este ámbito, siendo la sindicalización juvenil muy baja por las transformaciones en la sociedad del trabajo y en la producción que se apuntan más arriba, las cuales inciden a su vez en la evolución del sindicalismo de clase.
La llegada al gobierno de Rodríguez Zapatero viene determinada por una movilización de valores que opera no tanto en la reivindicación fuerte de la política social o la regulación del trabajo y la defensa y promoción de los derechos de los trabajadores y trabajadoras, o en el cambio de la política económica, cuanto en la apropiación de un vector siempre altamente sensible en la sociedad española: la intervención militar.
A ello se une un imaginario centrado en los derechos civiles y en la visibilización de minorías sociales desfavorecidas que proporciona un eje muy atractivo sobre el que pivotan intergeneracionalmente nuevos sectores de votantes jóvenes y otros grupos de edad que aun disfrutando de unas relativas buenas condiciones en sus niveles de vida, gracias a la fase del crecimiento económico, no se identifican sin embargo con el Partido Popular de Aznar y especialmente rechazan su giro hacia el belicismo y la orientación pro-estadounidense de la política exterior.
El sustrato social sobre el que se produce el despegue que hace posible la primera victoria electoral del PSOE de Zapatero es, por lo tanto, la reactivación del voto progresista y la participación juvenil en las elecciones generales en torno a los valores de la paz, la cooperación, y los derechos civiles. La huelga general, la cuestión del Prestige, etc son coadyuvantes, pero no los elementos esenciales que explican que Zapatero gane las elecciones en 2004. Siendo evidente que los atentados del 15M y la gestión de la tragedia por el Gobierno juegan un papel clave en la derrota del PP, no lo es menos que son factores que concuerdan con ese imaginario axiológico fijado en la ciudadanía progresista por el PSOE de Zapatero y que, como se ha dicho, actuaba en el campo del progresismo en torno a unos procesos de socialización política cuyo núcleo esencial había dejado de ser en buena medida el conflicto socioeconómico.
Las elecciones del 2008 mantienen básicamente el perfil del PSOE de Zapatero ahora centrado en la utilidad del voto para frenar al PP. La negación de la crisis económica ya iniciada y las medidas de corte populista como la devolución de 400 euros en la declaración de la renta, siendo importantes para movilizar el electorado que le diera su apoyo en los anteriores comicios, lo es menos que los sufragios obtenidos en Cataluña y Comunidad Autónoma Vasca, donde la deriva recentralizadora y neoespañolista del PP era especialmente rechazada por la ciudadanía de esos territorios.
En cualquier caso, la base social de apoyo seguía siendo la misma y los valores e incentivos de los votantes progresistas del PSOE que le dieron la victoria en 2008 no descansaban en la consideración de los efectos sociales devastadores que la crisis capitalista más intensa desde el año 1929 vendría a producir en el Estado español. Todavía en ese momento no se perciben los efectos electorales de la crisis.
3.- Todo cambia a partir de mayo de 2010. En esa fecha se materializa la subordinación del gobierno del PSOE de Zapatero a las exigencias del Directorio europeo y de los poderes globales. Es el reconocimiento de la realidad de una crisis de efectos devastadores. La burbuja revienta y con ella el Gobierno. Las primeras medidas de las posteriormente mal llamadas políticas de austeridad se llevan por delante el tímido impulso de las políticas sociales que se pusieron en marcha en ese periodo. El progresismo de los derechos civiles y el republicanismo cívico se quedan por el camino. De nuevo en esta etapa los poderes económicos habían sido amparados en un modelo productivo que no era sino continuidad del largo proceso iniciado con los primeros gobiernos socialistas de los ochenta. Es un hecho que el gobierno socialista ni siquiera intentó reconducir el modelo de capitalismo inmobiliario español que había consolidado el PP en su periodo de gobierno.
Así las cosas, las generaciones jóvenes y universitarias se lanzan a la calle, desde la misma cultura política que capitalizó sus valores, para pedir más y mejor democracia. La política convencional se percibe definitivamente como un instrumento poco útil para cambiar la realidad material en una sociedad en el que la participación limitada a las reivindicaciones post-materialistas se contradice con la ausencia de expectativas profesionales. La mitad de los jóvenes en el paro. Las clases medias en proceso de empobrecimiento.
Todo ello en un contexto en el que los medios de comunicación privados y el nuevo uso de las tecnologías de la información, las llamadas redes sociales, reproducen y amplían la transformación en la comunicación que ya se había producido en la televisión y componen e imponen una constelación de cauces de formación de opinión mucho más diversificado, pero al mismo tiempo también mucho más simplificador en cuanto a sus contenidos.
Las elecciones del 2011 dan la victoria al PP de Rajoy. La movilización juvenil que impugnaba la crisis a partir de unos presupuestos de insuficiencia democrática y de agotamiento del sistema establecido de los partidos como cauce de formación de la auténtica voluntad popular, que perciben secuestrada por las instituciones internacionales al servicio del capitalismo financiero global, no se va a canalizar electoralmente.
Una parte de esa ciudadanía desencantada pasa a IU y a partidos nacionalistas de izquierda. El crecimiento de UPyD cabalga sobre el descrédito de la política. Sin embargo, el PP consigue generar una gran participación electoral para desalojar del Gobierno a un PSOE tremendamente desgastado por la gestión de la crisis. El miedo a la llamada intervención por parte de la Unión Europea, como en Grecia e Italia, planea sobre el Estado Español.
La desafección al PSOE se sitúa en cierta medida en la interpretación de la falta de arrojo de este partido ante la crisis, pero para un sector social en la perspectiva de la falta de calidad de la democracia, desde la frustración de quienes en mayor o menor medida habían creído en el republicanismo cívico del PSOE de Zapatero como marco determinante de una etapa de progreso, o de la reorientación de su voto por parte de quienes en las dos elecciones anteriores preferían aglutinar en torno a ese concepto el deseo de freno al PP. 
Así las cosas, la crisis avanza en España, el PP de Rajoy impone las políticas de retroceso social que la Troika decide, y ello coloca en el centro de la conflictividad social a miles de jóvenes precarios, trabajadoras y trabajadores despedidos, maestros, pensionistas, personas hipotecadas e inquilinos expuestos al desahucio, artistas, migrantes, periodistas e internautas, vecinos afectados por la privatización o el deterioro de la sanidad, la educación, el agua o el transporte. 
Pero en todo ello se impone un tipo de discurso que arranca del republicanismo cívico del PSOE de Zapatero, pero que ahora se torna fracasado, y coloca en el centro del debate la polarización entre un enunciado regeneracionista y el llamado inmovilismo de la política “clásica”. Se denuncia la degradación de la vida política. Paralelamente, surgen argumentaciones que se convierten en consignas del tipo “que se vayan todos”, los políticos reciben críticas de muy diversa naturaleza: élites extractivas, enfermiza ambición de poder y de medrar en el escalafón social, deshonestidad, etc...
La base social que pasiva o activamente sostuvo al PSOE de Zapatero en función de su antibelicismo, del republicanismo cívico, de la promoción de los derechos de las minorías marginadas, de la utilidad del voto para frenar al PP, de la apertura a un modelo más federal de Estado, pero que no había situado en el centro de su apoyo ni la recuperación de los derechos sociales y laborales, ni la reorientación de la política económica, ni mucho menos un horizonte de cambio radical en un sentido igualitario, se va insertando en la lógica de este discurso nuevo.
El politicismo de Zapatero va pasando a ser sustituido por la antipolítica “sui géneris”, de cuño propio, alentada por ciertos medios de comunicación y por un grupo de jóvenes pero suficientemente preparados profesores universitarios.
Ya se ha señalado más arriba. La sociedad española ha devenido en un mosaico muy diverso de intereses, valores, ideas, instrucción educativa e identidades nacionalitarias. El mundo es global y las certidumbres de la etapa del capitalismo occidental de los Estados-Nación se volatilizan. Los medios de comunicación reparten su función de correas de transmisión entre los distintos intereses. Se complica extraordinariamente el conocimiento preciso y la interpretación de la realidad. De la realidad política, social e institucional.
En ese marco, las generaciones que se iniciaron en la experiencia política en la época del zapaterismo y las nuevas promociones que se asoman a la vida laboral sin encontrar mínimos cauces de inserción, exigen el reconocimiento de su condición de sujeto social llamado a ejercer el protagonismo histórico en la dirección política del país. Sobre bases politicistas que llaman la atención acerca del desprestigio de las instituciones sustituyen la reivindicación de los derechos civiles por la laminación de la “casta política”, expresión que, como en Italia, germina en el campo abonado del deseo de encontrar explicaciones sencillas a los problemas complejos de la fase actual de la lucha de clases.




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