nuevatribuna.es
| 07 Julio 2014 - 10:23 h.
1.- Las
elecciones europeas han trastocado en profundidad el marco de correlaciones del
espacio político de la izquierda y el centro izquierda que conocíamos
desde 1977. A un despliegue inesperado del populismo se une la caída
espectacular del partido que hegemonizaba los valores con los que la mayoría de
la ciudadanía progresista se venía implicando en los procesos políticos.
El
precipitado que surge con el resultado electoral es de difícil comprensión y
asimilación no solo por los actores principales del escenario
político-institucional, sino también por los nuevos protagonistas que aparecen
como sus directos beneficiarios e incluso por los que se atribuyen la cualidad
taumatúrgica de “saber lo que iba a pasar”.
Todavía
queda bastante camino por recorrer para caracterizar plena y certeramente el
fenómeno, pero nos atrevemos a señalar en primera aproximación algunos de los
caminos que, a nuestro modo de ver, podrían contribuir a explicarlo e
interpretarlo, para de este modo plantear parte de las tareas necesarias a fin
de resituar objetivos y planes de acción desde la izquierda transformadora.
Se advierte,
en todo caso, que siendo claramente conscientes de las muchas cuestiones que se
van a dejar de abordar, nos inclinamos por manifestar las reflexiones que, por
el momento, entendemos más necesarias, dentro de un cierto hilo conductor.
Comencemos
recordando que para un sector de las opiniones vertidas en el último mes la
evolución generacional del país, junto con la fosilización de sus estructuras
formales e institucionales, serían las causas directas tanto de la caída
electoral de los dos grandes partidos como de la eclosión de otras fuerzas
políticas, sobre todo en el espacio de la izquierda, y del reforzamiento de las
particularidades de los subsistemas políticos vasco, catalán y, en menor
medida, gallego. Las grietas abiertas en los últimos años en nuestro sistema
constitucional y en el modelo diseñado en los años de transición de la
dictadura a la democracia habrían pasado así al primer plano de las
preocupaciones de un amplio segmento del electorado.
Sin embargo,
creemos que el recorrido a transitar para encontrar una explicación plausible a
lo sucedido, y especialmente para desarrollar acciones consistentes con vistas
a un futuro posible de mayor consolidación y avance de la izquierda
transformadora, tiene más estaciones de paso.
En este
sentido, si ciertamente el poder económico no fue profundamente modificado en
los años de la transición, también lo es que se crearon condiciones
político-institucionales para una reconducción en el plano económico-social de
la relación de fuerzas operante en la dictadura. Así ocurrió en un primer
momento, en el que los poderes económicos cedieron terreno fundamentalmente
como consecuencia de la intensa presión ejercida por el mundo del trabajo, en
el marco del movimiento sociopolítico que en su configuración inicial pilotaron
las Comisiones Obreras. Con logros de primer orden para beneficio de las clases
subalternas, como la creación de un incipiente Estado de Bienestar y la
elevación del peso específico de la tributación progresiva en la financiación
de ese Estado.
No es
sólida, en nuestra opinión, la tesis según la cual hay un pecado original de la
transición, que hoy de nuevo pondrían de manifiesto las jóvenes generaciones,
por haber dejado intactos a los grupos dominantes de la Dictadura, y del
cual hoy el agotamiento constitucional y la crisis política serían meras
derivaciones.
Será un poco
más tarde, con y durante los gobiernos del PSOE, cuando las fracciones
financieras del capitalismo español recuperen sustancialmente posiciones en una
doble dirección: por un lado, en la reconversión del capitalismo industrial
español en un modelo económico basado preferentemente en el sector servicios de
baja productividad, con una importante pérdida de posiciones de los salarios en
la renta nacional, y, por otro, en el despliegue de una política favorecedora
de la captación de inversiones basada en altos tipos de interés, con clara
preponderancia de los grandes bancos en la definición de las estrategias de
política económica.
Se crean
así, en los años ochenta, las bases estructurales para la creación de la
burbuja inmobiliario-financiera que, apareciendo ya en una primera fase en
aquellos años, se multiplica a partir de la llegada al Gobierno del PP de
Aznar. Las condiciones de entrada de España en la entonces llamada Comunidad
Europea, y el posterior ingreso en la moneda única, creemos que se explican
también bajo estas claves.
Paralela y
paradójicamente, se desarrollan en ese periodo de gobiernos del PSOE avances
notables en las políticas del bienestar, de las cuales, a los efectos que aquí
interesa destacar, cobran un especial significado la consolidación de la
enseñanza primaria y secundaria gratuita y el acceso masivo de los y las
jóvenes a los estudios universitarios. Si bien, igualmente conviene subrayarlo,
este paso adelante se complementa, en sentido contrario, con el gran respaldo
concedido a la enseñanza concertada.
Las
consecuencias sociales que se derivaron del cruce de estas diferentes
orientaciones fueron muchas y profundas. Pero entendemos que una de ellas
es en la que hunde sus raíces, esencialmente, el proceso político que se pone
de manifiesto con el resultado de las europeas, pero que habría dado comienzo
con bastante anterioridad.
Las
transformaciones de clase van configurando, en ese ciclo de gobiernos
socialistas, un cuadro bastante más complejo en los valores y actitudes de los
españoles que el que le era propio a la estructuración social anterior a
los ochenta.
Todo ello
gracias a una economía gradual y tendencialmente más basada en el sector
servicios que en el industrial, como se ha dicho, y una sociedad de capas
medias con jóvenes universitarios muy cualificados que, también gradual y
tendencialmente, van poco a poco siendo absorbidos por un marco laboral que no
se compadece con el valor que las titulaciones obtenían en las etapas
anteriores. Siempre con importantes bolsas de paro, y también de paro juvenil.
La temporalidad y precarización del trabajo asalariado va alcanzando ya
entonces con singular intensidad a la juventud que encuentra trabajo.
En este
contexto de cambio en las relaciones de producción y en el desarrollo de las
fuerzas productivas, como diría el clásico, se lleva a cabo una evolución de la
base material sobre la que se asientan estilos de vida y formas de
socialización que progresivamente van modificando las pautas de comportamiento
político, aun cuando el sistema de partidos permanezca formal y
superestructuralmente inalterado.
Las generaciones activas políticamente en el franquismo y en la transición apoyan el tipo de evolución descrito, si bien ahora de forma pasiva, votando en general al PSOE, sin participar masivamente en la militancia política. Por su parte, las nuevas generaciones, los hijos y las hijas de aquéllos, muchos con estudios universitarios, se van incorporando a ese voto de forma más discontinua y su interés empieza a radicar más en los movimientos sociales y en la acción colectiva por la paz, el medio ambiente, la solidaridad y la cooperación, o en el movimiento antiglobalización y los foros sociales, que en la actividad de partido.
Las generaciones activas políticamente en el franquismo y en la transición apoyan el tipo de evolución descrito, si bien ahora de forma pasiva, votando en general al PSOE, sin participar masivamente en la militancia política. Por su parte, las nuevas generaciones, los hijos y las hijas de aquéllos, muchos con estudios universitarios, se van incorporando a ese voto de forma más discontinua y su interés empieza a radicar más en los movimientos sociales y en la acción colectiva por la paz, el medio ambiente, la solidaridad y la cooperación, o en el movimiento antiglobalización y los foros sociales, que en la actividad de partido.
La izquierda
transformadora, extraordinariamente debilitada en el ciclo post-soviético, que
reacciona a su vez tarde y mal a la reestructuración post-fordista de la
sociedad industrial, y, por lo tanto, a la desaparición del voto de clase,
sufre en toda Europa un fuerte impacto. En España mantiene un sujeto político,
Izquierda Unida, que, dejando aparte otros elementos, avanza electoralmente en
función del peso específico que en esa etapa aportan una triple rama de
factores, la política exterior en materia de paz y seguridad, el conflicto
social, y la corrupción en el aparato del Estado.
2.- La
era de Aznar supone una intensificación del modelo productivo terciarizado y de
la sociedad de consumo de masas basada en el endeudamiento. La financiarización
y la facilidad del acceso al crédito con las que las familias compensan la
caída del valor de sus salarios, la burbuja inmobiliaria que genera una renta
patrimonial ficticia pero funcional para el objetivo de la activación de la
demanda de bienes de consumo, y la absorción de mano de obra en el sector de la
construcción, con la consiguiente caída de la tasa de paro, generan una
sensación de estabilidad en las capas medias y en las clases trabajadoras, y
unos hábitos de consumo que, junto con la tendencia cada vez más aguda de
temporalidad y rotación en los empleos, desdibuja al trabajo como vínculo de
identidad social y fuente de compromiso sociopolítico.
La juventud continuó perdiendo posiciones respecto a las generaciones anteriores, pero tanto el crecimiento económico como el retraso en la edad de emancipación actúan en esa época como elementos compensatorios y sujetan el activismo juvenil en el campo ya citado de los movimientos sociales. La socialización política de la juventud, cuando existe, se inscribe en este ámbito, siendo la sindicalización juvenil muy baja por las transformaciones en la sociedad del trabajo y en la producción que se apuntan más arriba, las cuales inciden a su vez en la evolución del sindicalismo de clase.
La juventud continuó perdiendo posiciones respecto a las generaciones anteriores, pero tanto el crecimiento económico como el retraso en la edad de emancipación actúan en esa época como elementos compensatorios y sujetan el activismo juvenil en el campo ya citado de los movimientos sociales. La socialización política de la juventud, cuando existe, se inscribe en este ámbito, siendo la sindicalización juvenil muy baja por las transformaciones en la sociedad del trabajo y en la producción que se apuntan más arriba, las cuales inciden a su vez en la evolución del sindicalismo de clase.
La llegada
al gobierno de Rodríguez Zapatero viene determinada por una movilización de
valores que opera no tanto en la reivindicación fuerte de la política social o
la regulación del trabajo y la defensa y promoción de los derechos de los
trabajadores y trabajadoras, o en el cambio de la política económica, cuanto en
la apropiación de un vector siempre altamente sensible en la sociedad española:
la intervención militar.
A ello se une un imaginario centrado en los derechos civiles y en la visibilización de minorías sociales desfavorecidas que proporciona un eje muy atractivo sobre el que pivotan intergeneracionalmente nuevos sectores de votantes jóvenes y otros grupos de edad que aun disfrutando de unas relativas buenas condiciones en sus niveles de vida, gracias a la fase del crecimiento económico, no se identifican sin embargo con el Partido Popular de Aznar y especialmente rechazan su giro hacia el belicismo y la orientación pro-estadounidense de la política exterior.
A ello se une un imaginario centrado en los derechos civiles y en la visibilización de minorías sociales desfavorecidas que proporciona un eje muy atractivo sobre el que pivotan intergeneracionalmente nuevos sectores de votantes jóvenes y otros grupos de edad que aun disfrutando de unas relativas buenas condiciones en sus niveles de vida, gracias a la fase del crecimiento económico, no se identifican sin embargo con el Partido Popular de Aznar y especialmente rechazan su giro hacia el belicismo y la orientación pro-estadounidense de la política exterior.
El sustrato
social sobre el que se produce el despegue que hace posible la primera victoria
electoral del PSOE de Zapatero es, por lo tanto, la reactivación del voto
progresista y la participación juvenil en las elecciones generales en torno a
los valores de la paz, la cooperación, y los derechos civiles. La huelga
general, la cuestión del Prestige, etc son coadyuvantes, pero no los elementos
esenciales que explican que Zapatero gane las elecciones en 2004. Siendo
evidente que los atentados del 15M y la gestión de la tragedia por el Gobierno
juegan un papel clave en la derrota del PP, no lo es menos que son factores que
concuerdan con ese imaginario axiológico fijado en la ciudadanía progresista
por el PSOE de Zapatero y que, como se ha dicho, actuaba en el campo del
progresismo en torno a unos procesos de socialización política cuyo núcleo
esencial había dejado de ser en buena medida el conflicto socioeconómico.
Las
elecciones del 2008 mantienen básicamente el perfil del PSOE de Zapatero ahora
centrado en la utilidad del voto para frenar al PP. La negación de la crisis
económica ya iniciada y las medidas de corte populista como la devolución de
400 euros en la declaración de la renta, siendo importantes para movilizar el
electorado que le diera su apoyo en los anteriores comicios, lo es menos que
los sufragios obtenidos en Cataluña y Comunidad Autónoma Vasca, donde la deriva
recentralizadora y neoespañolista del PP era especialmente rechazada por la
ciudadanía de esos territorios.
En cualquier
caso, la base social de apoyo seguía siendo la misma y los valores e incentivos
de los votantes progresistas del PSOE que le dieron la victoria en 2008 no
descansaban en la consideración de los efectos sociales devastadores que la
crisis capitalista más intensa desde el año 1929 vendría a producir en el
Estado español. Todavía en ese momento no se perciben los efectos electorales
de la crisis.
3.- Todo
cambia a partir de mayo de 2010. En esa fecha se materializa la subordinación
del gobierno del PSOE de Zapatero a las exigencias del Directorio europeo y de
los poderes globales. Es el reconocimiento de la realidad de una crisis de
efectos devastadores. La burbuja revienta y con ella el Gobierno. Las primeras
medidas de las posteriormente mal llamadas políticas de austeridad se llevan
por delante el tímido impulso de las políticas sociales que se pusieron en
marcha en ese periodo. El progresismo de los derechos civiles y el
republicanismo cívico se quedan por el camino. De nuevo en esta etapa los
poderes económicos habían sido amparados en un modelo productivo que no era
sino continuidad del largo proceso iniciado con los primeros gobiernos
socialistas de los ochenta. Es un hecho que el gobierno socialista ni siquiera
intentó reconducir el modelo de capitalismo inmobiliario español que había
consolidado el PP en su periodo de gobierno.
Así las
cosas, las generaciones jóvenes y universitarias se lanzan a la calle, desde la
misma cultura política que capitalizó sus valores, para pedir más y mejor
democracia. La política convencional se percibe definitivamente como un
instrumento poco útil para cambiar la realidad material en una sociedad en el
que la participación limitada a las reivindicaciones post-materialistas se
contradice con la ausencia de expectativas profesionales. La mitad de los
jóvenes en el paro. Las clases medias en proceso de empobrecimiento.
Todo ello en
un contexto en el que los medios de comunicación privados y el nuevo uso de las
tecnologías de la información, las llamadas redes sociales, reproducen y
amplían la transformación en la comunicación que ya se había producido en la
televisión y componen e imponen una constelación de cauces de formación de
opinión mucho más diversificado, pero al mismo tiempo también mucho más
simplificador en cuanto a sus contenidos.
Las
elecciones del 2011 dan la victoria al PP de Rajoy. La movilización juvenil que
impugnaba la crisis a partir de unos presupuestos de insuficiencia democrática
y de agotamiento del sistema establecido de los partidos como cauce de
formación de la auténtica voluntad popular, que perciben secuestrada por las
instituciones internacionales al servicio del capitalismo financiero global, no
se va a canalizar electoralmente.
Una parte de
esa ciudadanía desencantada pasa a IU y a partidos nacionalistas de izquierda.
El crecimiento de UPyD cabalga sobre el descrédito de la política. Sin embargo,
el PP consigue generar una gran participación electoral para desalojar del
Gobierno a un PSOE tremendamente desgastado por la gestión de la crisis. El
miedo a la llamada intervención por parte de la Unión Europea, como en
Grecia e Italia, planea sobre el Estado Español.
La
desafección al PSOE se sitúa en cierta medida en la interpretación de la falta
de arrojo de este partido ante la crisis, pero para un sector social en la
perspectiva de la falta de calidad de la democracia, desde la frustración de
quienes en mayor o menor medida habían creído en el republicanismo cívico del
PSOE de Zapatero como marco determinante de una etapa de progreso, o de la
reorientación de su voto por parte de quienes en las dos elecciones anteriores
preferían aglutinar en torno a ese concepto el deseo de freno al PP.
Así las
cosas, la crisis avanza en España, el PP de Rajoy impone las políticas de
retroceso social que la Troika decide, y ello coloca en el centro de
la conflictividad social a miles de jóvenes precarios, trabajadoras y
trabajadores despedidos, maestros, pensionistas, personas hipotecadas e
inquilinos expuestos al desahucio, artistas, migrantes, periodistas e
internautas, vecinos afectados por la privatización o el deterioro de la
sanidad, la educación, el agua o el transporte.
Pero en todo
ello se impone un tipo de discurso que arranca del republicanismo cívico del
PSOE de Zapatero, pero que ahora se torna fracasado, y coloca en el centro del
debate la polarización entre un enunciado regeneracionista y el llamado inmovilismo
de la política “clásica”. Se denuncia la degradación de la vida política.
Paralelamente, surgen argumentaciones que se convierten en consignas del
tipo “que se vayan todos”, los políticos reciben críticas de muy diversa
naturaleza: élites extractivas, enfermiza ambición de poder y de medrar en el
escalafón social, deshonestidad, etc...
La base
social que pasiva o activamente sostuvo al PSOE de Zapatero en función de su
antibelicismo, del republicanismo cívico, de la promoción de los derechos de las
minorías marginadas, de la utilidad del voto para frenar al PP, de la apertura
a un modelo más federal de Estado, pero que no había situado en el centro de su
apoyo ni la recuperación de los derechos sociales y laborales, ni la
reorientación de la política económica, ni mucho menos un horizonte de cambio
radical en un sentido igualitario, se va insertando en la lógica de este
discurso nuevo.
El
politicismo de Zapatero va pasando a ser sustituido por la antipolítica “sui
géneris”, de cuño propio, alentada por ciertos medios de comunicación y por un
grupo de jóvenes pero suficientemente preparados profesores universitarios.
Ya se ha
señalado más arriba. La sociedad española ha devenido en un mosaico muy diverso
de intereses, valores, ideas, instrucción educativa e identidades
nacionalitarias. El mundo es global y las certidumbres de la etapa del
capitalismo occidental de los Estados-Nación se volatilizan. Los medios de
comunicación reparten su función de correas de transmisión entre los distintos
intereses. Se complica extraordinariamente el conocimiento preciso y la
interpretación de la realidad. De la realidad política, social e institucional.
En ese
marco, las generaciones que se iniciaron en la experiencia política en la época
del zapaterismo y las nuevas promociones que se asoman a la vida laboral sin
encontrar mínimos cauces de inserción, exigen el reconocimiento de su condición
de sujeto social llamado a ejercer el protagonismo histórico en la dirección
política del país. Sobre bases politicistas que llaman la atención acerca del
desprestigio de las instituciones sustituyen la reivindicación de los derechos
civiles por la laminación de la “casta política”, expresión que, como en
Italia, germina en el campo abonado del deseo de encontrar explicaciones sencillas
a los problemas complejos de la fase actual de la lucha de clases.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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