nuevatribuna.es
| 07 Julio 2014 - 10:22 h.
En campo
abierto | Seguimos
con las lecturas de los resultados de las pasadas elecciones europeas. La
influencia y repercusión que los mismos están teniendo sobre las fuerzas
políticas españolas, especialmente en la izquierda, es colosal. En cierto
sentido podemos hablar ya de un antes y un después de
las elecciones europeas de 2014.
Uno. El PSOE
está sometido a un proceso de elección de su secretario general por todo el
conjunto de su militancia. Algo inédito en la historia de ese partido y de
cualquier otro en España. Los candidatos se disputan el timón de ese partido
sin que hasta el momento hayamos podido saber cuáles son los objetivos
políticos y los cambios estratégicos —o no— que piensan proponer si
triunfan. Predominan las lecturas internas, propias de un partido con claves
ocultas que sólo dominan los militantes experimentados de esa formación. Pero
todos hablan de tiempo nuevo aunque no es posible distinguir por sus discursos
lo que separa a uno de los otros. Es significativo que un histórico dirigente y
protagonista de otra anterior fase renovadora como Josep Borrell transmita su
escepticismo sobre los dos candidatos con más posibilidad de salir elegidos
(“Sánchez y Madina no tienen un perfil ideológico propio e identificable” dice
el exministro) y, en todo caso, dé su apoyo precisamente a Pérez Tapias, el
representante de la corriente Izquierda socialista (véase El País del domingo 6
de julio). Veremos lo que puede ocurrir en Andalucía el próximo día 13 si
triunfase Madina como se deduce como posibilidad de la encuesta de El
País; como se sabe y es público y notorio el aparato, la estructura
orgánica y de poder que dirige al PSOE andaluz ha optado nítidamente por
Sánchez.
Dos. En la
última reunión de la dirección de IU, tras los resultados de las elecciones
europeas del 25 de mayo y la aparición del fenómeno político y mediático
de Podemos con su líder Pablo Iglesias, se ha decidido, a
propuesta del coordinador Cayo Lara, encomendar al diputado malagueño Alberto
Garzón la responsabilidad en IU de la Secretaría Ejecutiva de Proceso
Constituyente. La principal tarea sería “dirigir las políticas que hagan
posible la construcción del Bloque Social y Político, lo que incluye los
contactos con otras fuerzas políticas y movimientos sociales para sumar
esfuerzos y converger en esta tarea”. En definitiva, se otorga a este dirigente
de 28 años la máxima función a la hora de configurar y dirigir el futuro
proceso convergente de IU con otras fuerzas —se supone que especialmente con Podemos—
y sectores sociales. A su vez se promociona a la dirección de esa fuerza
política a un grupo de jóvenes dirigentes, todos ellos menores de 40 años. Como
se ha entendido por todo el mundo es “un nuevo equipo para un nuevo tiempo
político”.
Tres. Y
de Podemos ¿qué podemos decir? Un grupo de muy jóvenes
profesores universitarios, a través de una extraordinaria y magnífica síntesis
de pedagogía contestataria, han sido capaces de movilizar a más de un millón de
personas y llevarlas a las urnas para expresar su radical disconformidad con la
situación de nuestro país y con el sistema político que lo conduce. Todo el
conjunto del sistema político que se encuadraba en la cultura de izquierda ha
sido afectado; no sabemos hasta qué punto esa ola de disconformidad llegará o
no a descuadrar y desencajar los bastiones de la derecha pero afectarles, sin
duda les ha afectado también.
Primer
balance. Una reflexión general, de fondo, es lo que necesitamos en este
momento. No es hora de “análisis postelectorales”, cuando tradicionalmente se
calibraban las pérdidas y ganancias en territorios, segmentos sociales y
franjas de edad para luego corregir mensajes electorales y programas de
gobierno. Estamos seguramente ante uno de esos instantes importantes en la
historia de una sociedad, cuando necesitamos ponernos bien los prismáticos y
divisar un horizonte más allá de nuestras narices, pensando más allá del pasado
mañana, imaginando incluso el tiempo futuro.
Son muchas
las reflexiones que ya se van dejando caer sobre estos acontecimientos. Es
tiempo todavía corto para analizar el largo recorrido de estos terremotos
sociales. Tendremos que esperar a las elecciones de 2015 para consolidar
análisis, corregir desvíos, confirmar intuiciones y tomar resoluciones
adecuadas. Pero ya podemos adelantar que las cosas se están moviendo y a lo
mejor a una velocidad y con una profundidad que no podíamos pensar hace dos
años. Entre esas reflexiones me permito recomendar una que acaba de publicar
nuestro blog hermano Metiendo bulla. En un interesante artículo
titulado 'Notas
sobre la situación política' se aportan claves de análisis que me parecen
acertadísimas y que abre la perspectiva analítica más allá del juego de edades,
generaciones, discursos de la corrupción, monarquía o república… en definitiva
acontecimientos y metáforas que generalmente nos ocultan la verdadera raíz de
los problemas y de los cambios sociales.
Un libro de
Alberto Garzón
Con esa
perspectiva, la de los prismáticos, se lanza el diputado Alberto Garzón a
divisar el futuro. Acaba de salir al mercado su último libro, La
Tercera República (ed. Península), que lleva el ambicioso subtítulo
“Construyamos ya la sociedad del futuro que necesita España”. En su combativa y
vehemente Introducción, Alberto Garzón nos dice que su libro “tiene como
humilde aspiración convertirse en una herramienta de formación política
republicana, entendiendo aquí el republicanismo no como simple momento
antagónico de lo monárquico sino como una tradición política íntegra. Es decir,
como un paradigma a través del cual entender mejor las cuestiones políticas”.
Por republicanismo se puede entender ese marco conceptual y teórico de la
actividad política que, arrancando de las primeras experiencias de democracia
asamblearia en Atenas y las posteriores de la república romana, traspasa a
algunas ciudades italianas de la época moderna (siglos XV y XVI) y desemboca,
en una vertiente, en la revolución francesa y sus asambleas cívicas; en la
otra, la anglosajona, dota de cultura política a las revoluciones inglesa
(siglo XVII) y americana (siglo XVIII). Tras Rousseau y Robespierre, ese
republicanismo dará lenguaje y forma a ciertas tendencias políticas basadas en
la democracia directa, asamblearia, de mano alzada, que se enfrenta y opone al
modelo liberal de la democracia representativa, hoy vigente en toda Europa y
gran parte del resto del mundo. Es decir y resumiendo, por republicanismo
Garzón entiende un modelo de convivencia política donde “podemos dar mejores
y más justas soluciones a los problemas reales que asolan nuestras sociedades,
tales como la falta de acceso a los suministros más básicos, la falta de
confianza en el sistema político y la creciente desigualdad que desborda la
cohesión social”. Efectivamente, lo que plantea Garzón es un cambio de
paradigma en relación con los clásicos de la izquierda.
Es
importante que un líder político escriba libros y se moje ofreciendo sus reflexiones
y propuestas por escrito, desde su autoría personal y no escudándose en
“informes colectivos” de la organización que, luego, a nadie comprometen cuando
esos mismos informes muestran posteriormente sus errores y fracasos. Garzón es
persona sensata, honesta, dotada de capacidades intelectuales potentes que
pueden hacer de él un dirigente político nacional, sin ninguna duda. No es el
primer libro de este autor. Desde hace pocos años nos ha venido ofreciendo, en
solitario o colaborando con otros conocidos publicistas, sus análisis y
propuestas. Por ello, repito, creo que hay que saludar ese compromiso cívico
para ofrecer a los ciudadanos su visión de lo que está pasando y su propuesta
de cambio.
Lo que
ocurre es que no todo lo que dice Alberto Garzón puede ser aplaudido.
Es
sorprendente, cuando uno abre el libro y ve, página tras página, cómo ese
paradigma del republicanismo cívico es con el que el autor pretende constituir
el cemento de ideas, el sustento teórico en el complejo imaginario de la nueva izquierda
española; paradigma curiosamente lanzado desde un militante significativo del
PCE, partido en el que Garzón milita y del que no reniega, partido y cultura
política al que teorías como el republicanismo cívico le vienen mal compuestas
y suponen, dicho en cortas palabras, un contradiós con respecto a lo que ha
sido la historia cultural de ese partido. De su presente no soy capaz de
discernir sus fundamentos.
El autor
hila su línea argumentativa a partir de la crítica radical, rotunda, contra la
“democracia representativa” y contra su paralelo de izquierda, el modelo
socialdemócrata. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol: la crítica a ambos fue
constituyente del paradigma comunista… hasta que en ciertos territorios de ese
universo comunista comenzó una elaboración diferente al modelo leninista y,
comenzando por el Gramsci de los Cuadernos, siguiendo con las
formulaciones de Togliatti y Berlinguer, continuando con las elaboraciones del
PC español desde 1956 y otras muchas aportaciones, se plantea un paradigma
estratégico que aúna democracia parlamentaria y pluripartidista con cambios
económicos de orientación socialista. La crítica de esa llamada democracia
procedimental (antes la llamábamos formal) no es por tanto
nueva. Desde esa perspectiva da la impresión de que el autor retrocediera
cientos de años y a través de esa crítica a los modelos de democracia
parlamentaria que hoy constituyen el núcleo duro de los sistemas políticos en
una gran parte del mundo quisiera construir otro modelo democrático, la llamada democracia
sustantiva (antes la nombrábamos democracia real o democracia
directa) , cuyos referentes son la Atenas de hace más de dos mil años o la
Francia de Robespierre. No hacía falta ir tan lejos para desmontar “el actual
sistema” y construir uno nuevo donde aparecen —no sabemos a ciencia cierta si
Garzón considera al parlamento una institución democrática sustantiva—
como instrumentos decisivos la democracia directa, la revocación de cargos, el
sometimiento del representante al mandato imperativo y otros instrumentos que,
generalmente, sólo han funcionado en contados y reducidísimos momentos
históricos. Una curiosa salvedad: entre esos instrumentos de democracia directa
no se promueve la “designación del cargo por sorteo”, seguramente el medio
más igualatorio y democrático que los atenienses utilizaron en algunos
momentos, como muy bien recalca el autor.
Nuestro
autor obvia y desprecia al mismo tiempo todo el caudal de aportaciones
democráticas que desde el mismo Engels se han venido haciendo desde el campo
teórico del movimiento obrero y que, con contradicciones y defectos sin duda,
vienen a consolidar un modelo de estado democrático que ya no es “el estado
burgués que hay que derribar” y donde se rompe la dicotomía democracia
formal/democracia real que durante muchos años atenazó las posibilidades de
influencia del movimiento de los trabajadores y de sus partidos
representativos.
Más aún, es
desproporcionado el balance evaluador que se hace respecto de experiencias
históricas de enorme repercusión sobre nuestras vidas. Para analizar la
democracia sustantiva o directa experimentada en Grecia —que no olvidemos se
nos pone como ejemplo de lo que se podría hacer ahora— se extiende a lo largo
de dos capítulos completos, el 3º y el 4º de un total de 8. De la experiencia
contemporánea del fracaso del socialismo de estado, en teoría la primera
experiencia histórica de constitución de una “democracia obrera”, que va desde
1917 a 1989, sólo aparecen algunos elementos sueltos, no se dedica ningún
capítulo a lo que sin duda es un hecho decisivo para entender bastantes razones
de lo que no está pasando y para proyectar nuevos planteamientos. Se llega
incluso a decir que “lo que siguió políticamente al socialismo es bien
conocido y no es objeto de debate de este trabajo”.
Son muchas
las ocasiones en que Garzón nos incita a discrepar. Es un escritor claro,
coherente y diestro en la argumentación y por eso, por su claridad, es posible
y fácil disentir de él. Nos habla de las fuentes en las que se ha alimentado
para formular su proyecto constituyente y su modelo de democracia sustantiva;
son representativas de un amplio y diverso conjunto de autores de indudable
prestigio que han reflexionado en épocas anteriores sobre la crisis, sobre la
democracia y sobre la izquierda. Forman parte muchos de ellos del caudal de
aportaciones de la izquierda europea. En eso demuestra Garzón su afán por
informarse, por investigar, por escrutar los pasajes de crisis y victorias de
la izquierda aunque no creo que bastantes de esos autores de referencia
compartirían las conclusiones de Garzón. Creo que el resultado final del
planteamiento que propone Garzón no es lo que puede sacar a la izquierda
española de su situación a la defensiva, no son sus propuestas las que podrán
alguna vez convertir la actual guerra de posiciones en una ofensiva contra el
neoliberalismo; más bien creo que las propuestas que plantea y el paradigma
teórico en el que se ha situado el diputado de Izquierda Unida pueden llevar a
esa izquierda precisamente a una situación de mayor aislamiento y desconexión
de la nueva sociedad. Y lamento decirlo porque a muchos nos gustaría que
tuviera éxito.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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