Alberto
Rabilotta
2014-07-07
Segunda y última parte
En el artículo anterior (Destrucción
social y caos mundial, esencia del imperialismo neoliberal),
planteábamos que los procesos de integración regional en Latinoamérica y
Eurasia con la participación activa de los Estados y sus instituciones, aun con
las limitaciones que conllevan al inscribirse en una estrategia que no se
plantea la salida del capitalismo, es por ahora el principal frente
antiimperialista. Y concluíamos señalando que el otro frente
antiimperialista, el que el presidente boliviano Evo Morales pidió a la
Federación Sindical Mundial, tendrá que ser construido por los pueblos, por
sus organizaciones políticas, sindicales y sociales (1).
Evo Morales dio en el clavo al pedir la identificación
de”los instrumentos actuales de dominación del capitalismo, del imperialismo”
para poder elaborar “una nueva tesis política para liberar a los pueblos del
mundo" que sobrepase “las reivindicaciones sectoriales para ahondar la
crisis en el capitalismo y acabarlo, al igual que las oligarquías y
jerarquías”.
Esta identificación es crucial porque el imperialismo
neoliberal es más que la suma de sus partes conocidas y visibles, como la OTAN
y las miles de bases militares de Estados Unidos (EE.UU.) presentes en todo el
mundo, o los acuerdos de libre comercio y protección de las inversiones. Este
es un sistema de dominación mucho más elaborado, destructivo y totalitario de
lo que aparenta, y que gracias a la conspicua sociedad de consumo, al control
de los medios de comunicación y a la promoción de un individualismo antisocial,
posee la capacidad de “colarse” por todos lados, de contaminar las culturas
para destruir toda capacidad de oposición. Y la lista de sus nefastas
consecuencias es demasiado larga como para continuarla en este artículo.
Por eso la “inteligencia social” de los pueblos, y de
la izquierda, debe ser dirigida a pensar, analizar y formular, en sus ámbitos
respectivos, las buenas preguntas que nos guíen en la búsqueda de la verdadera
imagen del imperialismo neoliberal y que identifique a sus aliados, así como
las clases y grupos sociales que son las víctimas principales y deben ser
protagonistas en esta lucha. Que designe los aspectos estratégicos que deben
constituir los objetivos principales, y a partir de ahí construir una
estrategia antiimperialista para librar las luchas en los diferentes frentes,
las que ya están librando los pueblos de la actual o pasada periferia y las
extremadamente importantes que tienen que librar los pueblos de los países
centrales del imperio, y asegurar que ambas confluyan en el objetivo común de
superar el capitalismo.
Al emprender esta tarea debemos entender que un
“regionalismo” que incluya la intervención de los Estados para desarrollar las
fuerzas productivas del conjunto de las economías nacionales, sean se propiedad
estatal, privada o social, permitirá seguir resolviendo los problemas de
atraso, pobreza y exclusión social y económica que dejó el subdesarrollo creado
por la dependencia y que agravó la experimentación de las políticas
neoliberales en las últimas tres décadas del siglo 10, como es el caso en la
mayoría de países de Latinoamérica y el Caribe.
En el caso de Rusia -y otros países de la ex Unión
Soviética-, este tipo de regionalismo, y más aun si se complementa con uno que
incluya a China y otros países de Asia-, permitirá desarrollar las fuerzas
productivas del conjunto de las economías y la reconstrucción de los Estados e
instituciones destruidos o desmantelados por la aplicación de las recetas
neoliberales a partir de los años 90, las cuales provocaron el empobrecimiento
masivo de pueblos que habían alcanzado buenos niveles de vida, de seguridad y
de justicia social.
China es un caso y ejemplo particular para el
desarrollo del regionalismo planificado porque es un país que se proclama
socialista y donde se combinan la propiedad estatal socialista –dominante en
sectores básicos- con la propiedad privada de tipo capitalista –preponderante
en muchas ramas de la economía-, y nichos de propiedad comunal. Como tal China
ha logrado que la entrada del neoliberalismo (a través de las empresas
transnacionales o los acuerdos comerciales) no debilitara de manera notable las
capacidades del Estado o de sus principales instituciones y empresas, continuando
así una política de defensa del Estado central que en ese milenario país tiene
una muy larga historia.
La política china de hacer respetar los controles
estatales por las filiales de las empresas transnacionales en el país logró,
como señalaban los sociólogos Giovanni Arrighi y Beverly Silver, que en EE.UU.
dudaran de la “fidelidad” de estas filiales hacia los intereses estadounidenses
(Caos y orden en el sistema-mundo moderno, Ediciones Akal, 2001). En ese
sentido se pueden interpretar los objetivos de la inserción de países
socialistas con una larga y fiel tradición antiimperialista, como Vietnam o
Cuba, en procesos de integración regional que implican una apertura al mercado
y el capital extranjero.
Varios analistas avizoran que las recientes negociaciones
entre Rusia y China para aumentar la cooperación, el comercio y las
inversiones, así como efectuar los intercambios en sus monedas nacionales para
escapar al dominio del dólar –objetivo que figura en la agenda del BRICS-,
creará una masa crítica para la expansión del regionalismo con una robusta
intervención estatal hacia países como Irán, India y Paquistán, creando o
fortaleciendo los vínculos con la integración regional en Latinoamérica y el
Caribe, y tal vez propiciando algo similar en África, como era el objetivo del
líder libio Muammar el Gadafi, y probablemente la razón para su derrocamiento y
asesinato en el 2011 por las fuerzas combinadas de Francia, Gran Bretaña y
EE.UU..
Empero, todo esto depende de que estas experiencias de
regionalismo se concreten y muestren resultados en la vida concreta de los
pueblos, y que resistan a los torpedos cotidianos de los agentes del
imperialismo neoliberal en esos países y a las agresiones económicas,
financieras, subversivas o militares del imperialismo y sus aliados desde el
exterior.
Un aspecto esencial de todas estas experiencias de
integración regional, que vale destacar, es el manifiesto interés –visible en
los discursos de muchos gobernantes, entre ellos de Vladimir Putin-, de
“reincrustrar” o de mantener “incrustadas” las economías en las sociedades, o
sea que las economías vuelvan a estar o se mantengan subordinadas a las
sociedades, y en ese sentido este es un ataque a un aspecto central del
imperialismo neoliberal, que la primera ministra británica Margaret Thatcher
definió con claridad en 1987, cuando dijo que “there is not such thing as
society”, o sea que, como tal la sociedad no existe, requisito para
hacer efectivo el lema neoliberal de que “no hay otra alternativa” a
este sistema, también enunciado por la señora Thatcher.
Pero hay que aclarar que la garantía de que estas
integraciones regionales serán algo más que una episódica “resistencia
antiimperialista” dependerá de la participación y presión social y política
para que el desarrollo se dirija hacia los objetivos sociales más amplios
posibles, para que se creen las democracias participativas que permitan
defender y profundizar las políticas antiimperialistas, tarea esta que
por intereses de clase deben llevar a cabo las organizaciones sociales,
laborales y políticas del pueblo trabajador, los estudiantes y todos los
sectores sociales que han sido, están siendo o podrán ser las víctimas
principales de la aplanadora neoliberal.
El antiimperialismo en los países centrales del
capitalismo.
Con el imperialismo neoliberal ha quedado en claro y
fuera de discusión que el conjunto de las clases que viven de un ingreso
laboral en EE.UU., los países de la Unión Europea (UE) y otros países del campo
imperialista, están perdiendo rápidamente lo conquistado durante la breve era
(1945-1975) del Estado-benefactor.
El desempleo y la exclusión social aumentan, ya
prácticamente nadie tiene seguridad laboral y el empleo a tiempo parcial y mal
pagado es la norma. Y estamos asistiendo a un fenómeno nunca visto, el de una
generación de jóvenes con elevados niveles de conocimientos que en gran parte
quedará fuera del mercado laboral, y de retirados cuyas pensiones bajan o están
amenazadas de desaparición.
Esto es resultado de políticas aplicadas en los países
del capitalismo avanzado para seguir acumulando la riqueza social en muy pocas
manos, lo que provoca las obscenas disparidades de ingresos que todos
conocemos, mientras que en la práctica nunca ha sido tan grande la capacidad de
producir los bienes y servicios socialmente necesarios, gracias al enorme
desarrollo de las fuerzas productivas.
Las transnacionales de los países centrales del
imperio proporcionan cada vez menos empleos y pagan menos salarios en las
sociedades en las cuales se formaron y transfieren sus operaciones a las
filiales que han creado en cercanos o lejanos países donde emplean a
trabajadores mal pagados. De esas operaciones proviene alrededor de la mitad de
las ganancias de estas empresas, que llegan como renta diferencial –la plusvalía
producida en otro país llega como renta diferencial- a los dueños de los
monopolios y las transnacionales. Esto explica el aumento de las ganancias de
las trasnacionales, y la pérdida trabajos asalariados es la clave de la baja de
la demanda final y del bajo crecimiento de la economía real en los países
centrales.
No es necesario explicar los dramas sociales que viven
las mayorías en los países del capitalismo avanzado. Las derechas y las
izquierdas lo conocen y en su superficie lo detallan frecuentemente, pero lo
que asombra es la falta de análisis más profundo sobre el cambio estructural
en el modo de producir del capitalismo y sus efectos en la sociedad, en el
sistema político, que hace décadas André Gorz y otros más describieron, y
que poco o nada influyeron en el pensamiento y los programas de las principales
fuerzas de la izquierda.
Sin embargo, es en estos países donde el
capitalismo industrial se topó ya con las barreras sistémicas que lo están
haciendo “saltar por los aires”, donde ya no puede reproducirse en tanto que
tal y como sociedad, como Karl Marx planteaba, y donde ya existen las
condiciones económicas y sociales para cambios radicales, por no nombrar lo que
muy raramente se nombra, para llevar a cabo la revolución social que complete
la salida del capitalismo en todas sus formas.
Y si de revolución social se trata, porque el
capitalismo dominante ya no tiene absolutamente nada que ofrecer de positivo a
las sociedades y pueblos de los países del capitalismo central, es grave
constatar la ausencia de una clara política antiimperialista que lleve nombre y
apellido en los discursos y programas de los partidos de la izquierda
radical, porque el imperio neoliberal de EE.UU. tiene muchos socios dispuestos
a participar en el saqueo, como se ha visto con la activa participación de
países de la UE en las agresiones militares en Libia y Siria, del apoyo de la
UE en las sanciones y hostigamiento de Irán, y ahora el apoyo al golpe de
Estado con ayuda de los neonazis en Ucrania.
¿Y qué decir del apoyo o del cómplice silencio de
partidos de la izquierda radical ante estas políticas de países de la UE o
directamente de la UE?
La UE es un proyecto neoliberal que aplica el
neoliberalismo a ultranza en los países que la componen, y es parte del imperio
neoliberal. Su política exterior, como la de Japón y otros aliados del imperio,
está dirigida a tratar de apropiarse de la mayor parte posible del “pastel” de
la explotación mundial, y prosiguiendo ese objetivo algunos países de la UE o
la UE en sí misma están creando o agravando los conflictos que están
destruyendo las economías y las sociedades muchos países del Oriente Medio y
África.
Esto, en lugar de ser denunciado y combatido como
parte de una política para luchar contra las políticas imperialistas “dentro de
casa”, primer escalón para combatirlo a escala internacional, brilla por su
ausencia o no tiene el lugar que debería tener en los programas y la práctica
política de muchas fuerzas y partidos que se definen como parte de la izquierda
radical.
De ahí la importancia de definir una estrategia
antiimperialista que incorpore esta realidad, que borre las vergonzosas
claudicaciones ideológicas del pasado y asuma plenamente las teorías
revolucionarias, para que esta estrategia antiimperialista se convierta en la
guía y la herramienta que oriente las luchas políticas y sociales en lo interno
y lo externo, y haga renacer una efectiva solidaridad internacional.
En síntesis, construir una política antiimperialista
lúcida y radical, que nombre a las cosas por su nombre, es la cuestión del “ser
o no ser” para las izquierdas y demás fuerzas que luchan o dicen luchar, en
esta etapa crucial de la humanidad y de nuestra madre tierra, para poner fin al
imperio neoliberal antes de que destruya definitivamente las sociedades y el
planeta.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
1.- Cita del discurso de Evo Morales tomada de la
Agencia Boliviana de Información, URL http://www3.abi.bo/#
Fuente: http://alainet.org/active/75155
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