Lidia
Falcón
11 de
diciembre de 2013
Desde
el 18 de octubre unas compañeras de lucha están en huelga de hambre en A
Coruña, como informó ayer Público. Este lunes pasado a las nueve de la
mañana, 24 días después de dar por finalizada su huelga de hambre, un grupo de
mujeres gallegas víctimas de violencia machista, agrupadas en la asociación Ve-la
Luz, retomó su acción de protesta. Consideran que los tímidos compromisos
adquiridos por los poderes públicos semanas atrás se han evaporado una
vez tachado en el calendario el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. “Me
da igual morirme de hambre que a manos de mi maltratador”, dice una ellas. “Si
nos vamos a morir igual en privado, qué más da hacerlo en público. Dentro de
unos años nos pondrían una calle con nuestro nombre”, sentencia otra con
amargura. Acampan en unos bajos, casi sin techo, helados en este riguroso
invierno, y piden solidaridad. Esta heroicidad que conlleva tanto sufrimiento
no ha sido destacada más que por este periódico. No ha provocado los
comentarios, artículos y debates televisivos de políticos, periodistas,
tertulianos, politólogos o profesores, que se desencadenan ante otros sucesos.
Tampoco la solidaridad de otros grupos, movimientos, sindicatos, partidos
extraparlamentarios, asociaciones de mujeres, y tutti quanti que existen en
nuestro país, y que cuando se trata de protestar por los desahucios, los despidos
o la privatización de la sanidad se lanzan a la calle.
¿Por
qué este silencio, esta indiferencia, esta ignorancia y el desdén con que la
sociedad civil acoge la protesta pacífica de unas mujeres, cuyos motivos deben
de ser muy poderosos para poner en peligro su salud? Porque se trata de mujeres
maltratadas y madres de niños que han sido abusados sexualmente por sus padres,
o apaleados por éstos, a las que con suma crueldad algún juez, con la
complicidad del fiscal, el psicólogo, el forense, la trabajadora social, etc.,
ha denegado la protección y ha dejado libre y satisfecho al delincuente, o
incluso ha retirado a la madre la custodia de los menores, o la ha obligado a
mantener un régimen de visitas con el maltratador. Y este no es un tema que
emocione a la “sociedad”.
Esta
“sociedad” que al parecer está compuesta únicamente por hombres –no hay más que
ver las fotos colectivas de los capitostes de la economía, la política, la
cultura- y que por tanto sólo se preocupa por los problemas de los hombres. Si
la huelga de hambre la protagonizaran mineros o trabajadores de los astilleros
o de la agricultura, indudablemente hubiese tenido más repercusión mediática.
Si las implicadas fueran miembras de algún partido político o sindicato, y la
acción estuviese amparada por los dirigentes de esas formaciones, también. Pero
son sólo mujeres, y peor aún, madres, que por serlo ya se sabe que se comportan
de forma sectaria e irracional. No hay más que ver los dictámenes que emiten
los departamentos de psicología de los juzgados, el trato que las víctimas
reciben de los cuerpos de seguridad del Estado y las resoluciones judiciales
que se dictan.
Esta
“sociedad” está dirigida por hombres que al parecer no tienen hermanas ni
novias ni amantes ni hijas. Y que al parecer tampoco han nacido de una mujer,
no han sido amamantados, lavados, vestidos, cuidados, educados y soportados
durante largos años por ella. Para esos hombres, especialmente si tienen la
misión de juzgarlas, únicamente son enemigas.
Las
huelguistas protestan porque el 64% de las denuncias por maltrato machista se
archivan en los juzgados sin más trámite, lo que supone que el porcentaje ha
subido en los últimos tiempos. Denuncian, asimismo, que sobre todo en las
poblaciones pequeñas la policía insta a la denunciante a llegar a algún acuerdo
con el maltratador, o se atribuye la función de mediación para ello. Y se
desesperan cuando el juez ordena que los hijos e hijas de esta madre mantengan
el contacto con el verdugo, que lo ha sido de toda la familia. El colmo de la crueldad
es cuando se atribuye la custodia de los menores al padre que los ha pegado,
abusado sexualmente y despreciado.
Pero
estos temas no llegan nunca a las “agendas” políticas. Las huelguistas explican
que han intentado entrevistarse con consejeros, alcaldes, presidentes de
Audiencia. Unos las recibieron con burla, otros ni les contestaron, todos están
de acuerdo en que su caso está en manos del juez, que como el Supremo Hacedor
tiene la última y única palabra. Y como no se han atendido las numerosas demandas
para modificar la ley penal y la procesal que desde algunos sectores del
movimiento feminista se han dirigido a los partidos políticos y al Gobierno,
con el fin de proteger a las mujeres y los menores, los jueces siguen dictando
esas infames resoluciones.
Nueve
años después de aprobar la famosa Ley de Violencia de Género, ésta cuenta en su
haber con 600 asesinadas, el mismo número de denuncias de maltrato cada año, un
colectivo estancado de dos millones de víctimas y un número indeterminado,
porque nadie se molesta en contarlos, de niños y niñas abusados, golpeados,
desaparecidos y asesinados. Y para qué hablar de las prostitutas, que son las
más ignoradas y despreciadas. Pero nadie parece estar por la labor de modificar
la norma legal para obligar a los jueces a dictar sentencias mínimamente
justas.
La próxima ley que deberemos exigir es la que nos
proteja de los jueces. Mientras tanto las diez mujeres de A Coruña siguen sin
comer.Fuente: http://blogs.publico.es/
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