Eduardo Montagut | Historiador
nuevatribuna.es
| 10 Diciembre 2013 - 11:53 h.
Cuando se
habla de nacionalismo en España siempre dirigimos nuestras miradas a los que
unos denominan nacionalismos periféricos y otros nacionalismos sin Estado, es
decir, los nacionalismos catalán, vasco y gallego, obviando que existe otro que
no es periférico, sí tiene Estado, y que está viviendo en los últimos años un
claro resurgir, de la mano del Partido Popular, sin olvidar la inestimable
ayuda que proporciona en esta cuestión la formación de Rosa Díez. Nos referimos
al nacionalismo español. Hagamos un breve recorrido sobre su historia hasta el
franquismo.
El
nacionalismo español surge, en gran medida, en las Cortes de Cádiz, es decir,
viene asociado al primer liberalismo, en reacción al dominio francés, como
ocurrió en otros lugares de Europa. En la Constitución de 1812, la nación
española es definida como la reunión de todos los españoles de ambos
hemisferios. La nación sería libre e independiente y no patrimonio de persona o
familia alguna, rompiendo con el concepto patrimonial del Estado del Antiguo
Régimen. La soberanía residiría en la nación, por lo que solamente a ella le
correspondería el derecho a establecer leyes fundamentales. Sería, por fin,
obligación de la nación la conservación de los derechos legítimos de todos los
ciudadanos. Pero, posteriormente, las Constituciones del reinado de Isabel II
-1837 y 1845- obviaron que la nación fuera sujeto –o su representación
parlamentaria- del Estado. La situación cambió en el Sexenio Democrático, con
el texto constitucional de 1869, fruto de la Revolución “Gloriosa” del año
anterior, porque se retomó con fuerza la soberanía nacional en el mismo
preámbulo. Ya no era el rey o reina el que decretaba y sancionaba la
Constitución, sino la nación española. De forma parecida, aunque organizando
España de manera federal, comenzaba el proyecto constitucional de 1873. La
Constitución de 1876 de Cánovas del Castillo retomó el modelo isabelino.
Esta
indefinición constitucional, predominante en el liberalismo moderado español,
se correspondería con una construcción muy fragmentaria del nacionalismo
español en el siglo XIX. Ni la escuela, ni el ejército ni la administración
consiguieron vertebrar un sólido nacionalismo español, aunque el Estado sí
estableció un rígido centralismo, sin posibilidad alguna de poder contemplar
jurídicamente las particularidades territoriales, aunque se mantuvo ambivalente
con la situación foral vasca y navarra. Se puede considerar que este fracaso
del liberalismo conservador es causa y efecto de la débil integración de la
sociedad civil en la vida política, muy al contrario de lo que ocurrió en
Francia, por ejemplo. Aun así, la burguesía española se interesó mucho por la
construcción de un imaginario nacionalista con todos sus símbolos, como se puso
de manifiesto en la historiografía decimonónica y en el arte, tanto en la
pintura de historia como en las esculturas que comenzaron a poblar los espacios
públicos de las ciudades españolas. Se construyó un pasado para intentar
demostrar que los españoles eran miembros de un pueblo con una identidad común,
al menos desde la Edad Media, aunque algunos rastrearían este origen en la
época prerromana, especialmente en aquellos episodios o personajes que
protagonizaron encarnecidas resistencias frente a los romanos, como Numancia o
Viriato, entre otros.
Pero en la
época de la Restauración surgieron los regionalismos y los nacionalismos sin
Estado, primero reivindicando las particularidades culturales de sus regiones
respectivas y luego planteando reivindicaciones políticas autonómicas o de
mayor calado. Estos regionalismos y nacionalismos, con claro protagonismo
catalán y vasco, pero también gallego, valenciano, aragonés y andaluz, suponían
una alternativa al nacionalismo español y demostraban el fracaso de éste a la
hora de imponerse totalmente, dada la fragilidad de los instrumentos que el
Estado tenía para hacerlo, como hemos expresado anteriormente.
Las crisis
del 98 y del sistema político de la Restauración exacerbaron la cuestión
nacionalista en todos los sentidos. Por un lado, cobraron fuerza los
nacionalismos sin Estado al presentar alternativas de organización territorial
y estimularon, por contra, que el nacionalismo español encontrara argumentos
para reaccionar, al considerar a aquellos como un serio desafío a un principio
semisagrado: la unidad de España. En esta lucha del nacionalismo español, que
comenzó con la Ley de Jurisdicciones de 1906, el ejército se convirtió en el
instrumento más activo. Los intentos moderados de descentralización
administrativa, promovidos por el nacionalismo conservador catalán en alianza
con una parte de los partidos dinásticos, que cristalizaron en la Mancomunitat,
fueron liquidados en la dictadura de Primo de Rivera, dictador que promovió la
creación de una especie de movimiento con la Unión Patriótica, aunque de forma
muy deslavazada y poco consistente. En este caso, como en otras materias, el
futuro dictador aprendió de los “errores” cometidos por el primero.
El
nacionalismo español no solamente contó con el activo baluarte del ejército
sino que, también realizó un rearme ideológico en las primeras décadas del
siglo XX, a través de varias fórmulas, que iban desde el tradicionalismo,
entroncando con el viejo carlismo, hasta el fascismo, mucho más moderno, sin
olvidar la vertiente religiosa que, posteriormente, cuajaría en el
nacional-catolicismo. Todas estas versiones se basarían en principios muy
excluyentes o intolerantes, y con un alto contenido violento en sus discursos
y, en algunos casos, en su práctica política. Estas fórmulas confluirían en la
justificación ideológica que elaboraron los conspiradores contra la Segunda
República, régimen considerado, desde su posicionamiento político, como
responsable de la supuesta desmembración de España, sobre todo, por la
aprobación del Estatuto catalán de 1932, muy vaciado de contenido, por otra
parte, por las Cortes republicanas, y por la participación de la Generalitat en
la Revolución de Octubre de 1934. Estas formulaciones del nacionalismo español
formarían parte del discurso en la guerra civil del sector sublevado y
llegarían al paroxismo en el franquismo, el sistema político más genuinamente
nacionalista español de toda la época contemporánea y que liquidó las
expresiones nacionalistas no españolistas, que no comenzaron a recuperarse
hasta los años sesenta en el País Vasco y en Cataluña, aunque en contextos y
formulaciones distintas.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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