POR PURA MARÍA GARCÍA / EL
10/12/2013 A LAS 11:46 HORAS /
Pura María García.-No
deja de asombrarme la conducta humana, esa sucesión de pautas que, a pesar de
dar la impresión de ser originales en cada persona, no son más que repeticiones
de una pauta colectiva, muy pobre, autómata, alienada. Continúa impactando en
mí el modo en el que, vayamos donde vayamos, un microcosmos se reproduce y las
acciones de unos y otros, no importa la identidad que tengan, son calcos que
rozan, a poco que la situación empiece a complicarse, lo miserable.
Digo esto porque parece claro que tenemos una especie de ADN
como colectivo. Nosotros, y los nosotros y los ellos de cualquier rincón de
este desesperanzado planeta, tenemos genes en común que nos hacen igual de
cobardes, de imperfectos y, en el caso de los políticos, igual de corruptos y
miserables. Entre los segmentos de ese ADN, nuestros genes colectivos como
masa, está el gen de la hipocresía, un gen resistente a cualquier mutación.
Infectados de una hipocresía recidiva, políticos falsos,
corruptos y patrocinadores de genocidios y muerte, se disponen a ocupar la fila
del poder en la celebración de los actos del funeral de un hombre que,
paradójicamente, se resistió a ejercer de hipócrita oficial y reaccionó con la
lucha ante el empeño del blanco prepotente por perpetuar el falso abismo que le
separaba, con sangre y humillación, del negro sometido.
Nicolas Sarkozy, saqueador e instigador de guerra y
muerte; el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, un
secretario oscuro, escondido tras una sonrisa afable que ha cedido secreta y
repetidamente a las presiones de EEUU, de Gran Bretaña y Francia, llegando
incluso a firmar en 2008, en secreto y violando el tratado fundador de la ONU,
un tratado con el entonces presidente de la OTAN que no fue sometido ni
presentado al Consejo de Seguridad de la ONU ni a la Asamblea General
posteriormente, por el que se daba luz verde a la posibilidad de intervención
común de las fuerzas de la ONU y la OTAN, no solo en aplicación de las
resoluciones ordenadas por la ONU, sino también en aquellas ordenadas por la
OTAN; el presidente Obama, un drone-friend,
prepotente salvador del mundo, especialmente de países en el
punto de mira de sus amigos de Israel y de aquellos en los que interesa entrar
escondiendo la intención de destrucción y saqueo tras la etiqueta conmovedora
de “misión con interés humanitario”; Bill Clinton, uno
de los principales criminales de guerra(recuérdese
la definición de este término según las convenciones de La haya y
Ginebra: …guerras de agresión, el uso de gases tóxicos y otras armas inhumanas,
el asesinato deliberado y la matanza por hambre de poblaciones civiles, y el
uso de la fuerza más allá de la necesidad militar), instigador de bombardeos y
asesinatos, como el perpetrado, bajo su autorización, en Bagdad en represalia
por un complot de Irak, aducido pero no probado, para asesinar al ex-Presidente
George Bush; George W. Bush, criminal de igual, o superior, rango que Clinton,
que pudo perfeccionar su crueldad, oficialmente consentida, en territorios como
los de Haití,
donde estuvo envuelto en una serie artimañas políticas e intervenciones
militares que en gran parte causaron la perpetuación de la pobreza, el atraso y
la represión; un imperialista soberbio que ha sido declarado culpable de
crímenes de guerra y que, recordemos, justificó e impulso lo que él llamó
la guerra preventiva en Irak —una guerra donde se asesinó a 150.000 inocentes,
se desplazó a un millón más y se contaminó para siempre el país con uranio
empobrecido causante de malformaciones congénitas— a partir de informaciones
supuestamente veraces (que no pudieron probarse hasta la fecha)
Ellos y otros hipócritas estarán tomando un vuelo lujoso
hacia Johannesburgo, o ya habrán puesto sus soberbios pies en la tierra donde
Mandela luchó. Sonrisas y manos que se dan, que dan, para pasar después
factura.
Entre ellos, y porque Españistán en eso es un reino de
primera, estarán dos representantes de la hipocresía nacional. No son los
únicos, pero sí son dos de los mejores. Uno representa la realeza, palabra
absurda que rima con impureza y maleza. El otro se autoproclama representante
de una mayoría, silenciosa porque recibe privilegios a cambio de la
prostitución ideológica, por la que gobierna, sin disimulo, para una minoría.
Los dos, unidos por el gen de la hipocresía, se sentarán en sus sillas
respectivas tapizadas de mentira y blablabearán públicamente, el plasma queda
para los de casa, para halagar a Mandela y decir que, como él,
ellos también se unen y valoran la lucha contra los vacíos, fabricados por las
manos blancas, para recluir a los de raza distinta. Ellos, como dúo que canta
en ocasiones a dos voces bien ensayadas, recordarán la crueldad del apartheid,
criticarán el poder que se basa en la humillación y el racismo y, si les dejan,
aprovecharán para canturrear el eslogan incomprensible de esa marca España en
la que solo ellos, sus bolsillos, creen.
Y mientras, los nosotros que sabemos de
su verdadero rostro y les sufrimos, pensaremos que su hipocresía, altísima, no
puede tapar una verdad que han olvidado, a propósito, y han dejado en tierra
antes de subir la escalinata del avión que les llevará a esa reunión de
hipócritas: los que elogian a Mandela y le lloran como falsas plañideras son
los que consienten, realeza por medio, autorizan y financian la crueldad contra
los inmigrantes de color que se dejan jirones de piel y sueños en las cuchillas
vergonzantes de la valla de Melilla.
Fuente: http://www.diario-octubre.com/
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