Economía
para pobres
Alberto
Garzón
17 de enero de 2015
Hoy sabemos con certeza que las bases del llamado milagro
económico español fueron la burbuja inmobiliaria, el endeudamiento y la
corrupción. No en vano, en los últimos treinta años se ha producido una transformación
radical de nuestra estructura productiva. En este tiempo el peso de la
industria ha caído desde el 28% hasta el 15%, mientras que la actividad
inmobiliaria y la construcción ha crecido desde el 17% hasta el 29%.
Pero el ladrillo y cemento se propulsaban gracias a la
actividad financiera. El papel del sistema financiero –bancos y cajas de
ahorro- ha sido fundamental para alimentar la burbuja inmobiliaria y la
actividad económica derivada. Y el lugar de España dónde más peso ha tenido y
tiene el capital financiero es sin duda Madrid. De hecho la comunidad madrileña
es una anomalía dentro de España. Mientras el peso medio del sector financiero
en la economía regional española era antes de la crisis del 5%, en Madrid
superaba el 7%. Madrid ha sido el corazón de las finanzas españolas, muy
dependientes a su vez de las relaciones establecidas con las empresas
constructoras e inmobiliarias y de las relaciones políticas.
De ahí que las cajas de ahorro hayan sido el instrumento
central que casaba los intereses políticos con los empresariales. Eliminada su
función social originaria, las cajas han sido el nido de corrupción que
engrasaba el crecimiento económico a la española. Y hablar de Madrid es
también hablar de su principal caja de ahorros, CajaMadrid-Bankia. Y hablar de
Madrid es hablar de las grandes empresas de la construcción como FCC, Acciona o
OHL. Todas ellas muy bien relacionadas políticamente, hasta el punto de
absurdos como el que llevó a OHL a anunciar antes que el ministerio de Fomento
una ley de rescate de las autopistas madrileñas quebradas –y que obviamente
beneficiaba a la propia OHL. Su crecimiento económico les ha permitido, además,
expandir sus negocios fuera de las fronteras españolas y también fuera de sus
sectores originales. Hasta el punto que podría decirse que dejaron de ser, en
esencia, empresas constructoras. Y ello ha alimentado ampliamente la
concentración del poder económico en toda España, quedando así en manos de una
élite económica rentista que por lo general es parasitaria del poder político y
de sus favores. Una clase empresarial del siglo XIX encubierta por la retórica
posmoderna. Un puñado de millonarios que determinan el destino de la población
española en reuniones celebradas en palcos vip de fútbol y en oscuras
negociaciones en despachos oficiales.
Madrid, la comunidad del tamayazo, sabe mucho de eso.
Es consciente de que la oligarquía madrileña, ese matrimonio clientelar entre
el poder económico y el poder político, va a usar todo su inmenso poder para
evitar cualquier cambio político. Hasta ahora han conseguido determinar qué
rescates económicos son prioritarios, como los de la banca, la autopistas o la
empresa Castor. Y ello mientras se recorta en Sanidad y Educación. Miles de
millones públicos que de forma democrática van directos a los bolsillos de la
oligarquía. Un saqueo democrático orquestado por esa oligarquía. Pero también
sabe la oligarquía madrileña que tiene que cerrar el paso a cualquier
alternativa, sea con el clásico transfuguismo o usando a todos los poderes del
Estado. Ello incluye, claro está, el uso arbitrario de la –mal llamada-
justicia. Una oligarquía que está más débil que nunca, pero que mantiene aún
una influencia que penetra con enorme fuerza en parte de las organizaciones
políticas dominantes. Sólo así se puede entender el fenómeno de las tarjetas
black, que es sólo la anécdota de una gran estafa que pagamos entre todos.
Blesa, Granados, Bárcenas, Moral Santín y el resto de ladrones y cómplices
silenciosos son sólo simples piezas de un tablero de ajedrez mucho más amplio
al que tenemos que dar una patada.
Hay una ventaja, una esperanza: no claudicaremos. Quienes
pensamos que este país merece una oportunidad, para la decencia y para la
transformación social, sabemos que es indispensable acabar con el poder de esta
oligarquía. Que el poder ha de ser devuelto al pueblo. Las grandes empresas y
sus representantes políticos vasallos temen, por encima de todo, la
democratización de la economía. Temen una alternativa de izquierdas que
devuelva los recursos y el poder al pueblo.
Sabemos, por eso mismo, que enfrentamos innumerables
obstáculos. Las élites no sólo han corrompido las instituciones democráticas,
que necesitamos recuperar, sino que sus estrategias y tácticas son más propias
de la mafia. Pero unidos somos más fuertes. Nos jugamos un modelo de sociedad;
nos jugamos la capacidad de satisfacer nuestras necesidades más básicas; nos
jugamos nuestros empleos; nos jugamos la democracia. Apartemos egos, apartemos
liturgias y concentrémonos en la oportunidad histórica que tenemos por delante.
Fuente: www.publico.es
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