José Enrique Centén
Martín.
24 de enero de 2014
Es la concepción de los habitantes de muchos municipios, sobre todo los
menores de 2.000 habitantes para con los foráneos que se instalan en sus
localidades, personas que han elegido esa localidad por diversos motivos y
abandonan la gran ciudad perdiendo muchas ventajas sociales que les ofrecía,
personas hartas de vivir aisladas entre tantos, otros por salud o por motivos
económicos que compran o alquilan una vivienda en dichos municipios.
Ese foráneo que vive en una localidad pequeña, al cabo de los años puede
que se entere por charlas que cuesta mantener con los residentes, lo habitual
es que indaguen sobre el foráneo pero inaccesibles para sus vidas e historias.
El tiempo acaba desmenuzando la madeja del entorno donde vive y con mucha
dificultad comentan, temerosos aún, un secreto mucho tiempo oculto por miedo,
comprendiendo lo que no entendían los nuevos vecinos, el por qué unos tienen
tantos terrenos y otros tampoco, la causa a veces es simple, sus abuelos o
padres fueron víctimas obligadas a malvender las mejores parcelas bajo amenazas,
por puro caciquismo o tras nuestra incivil guerra, múltiples ejemplos de ello
existen en nuestra piel de toro, motivo por el que en casi todos los pueblos
hay familias enfrentadas por intereses particulares o rencores.
Pero a los nuevos vecinos los tratan de manera diferente, ya no es el
rencor, es otra cosa inexplicable, les aflora el síndrome de Limes, ese efecto
de frontera hace que estén a la defensiva con los extraños o foráneos, a veces
dificultan en lo posible abrir un negocio como si se lo quitasen a ellos, aun
siendo residentes con años en el municipio siempre son considerados
extranjeros, solo el clientelismo les puede mover a aceptarlo. La paradoja
surge en las elecciones, los nuevos vecinos ven desde otra perspectiva las
carencias que tiene el municipio en sanidad, comunicaciones, cultural, accesos,
salubridad…, pero la vecindad prefieren elegir a un supuesto “nativo”, en
muchos casos ni nacido ni residente habitual en el municipio porque sus padres
emigraron a la gran ciudad en los 60/70, quedando los pueblos semi abandonados,
“nativo” sin arraigo pues viene tal vez el fin de semana, en vacaciones o por
las fiestas, y solamente interesado en solucionar arrendamientos, herencias,
terrenos, pajares, pero poco o nada de las verdaderas necesidades de los
residentes habituales, salvo contadas excepciones, a ese “nativo” si poco le
interesa las carencias de sus paisanos, menos aún la de los llamados
“extranjeros” y no digamos las de las diferentes nacionalidades que existan en
su localidad, despreciados mayoritariamente y sin interesarse por sus problemas
o desarraigo mientras les explotan, alquilan viviendas de forma ilegal o
contratan en muchos casos sin derechos para jardinería, construcción…siempre
ocasionalmente.
Esa comunidad de familiares eligen a su “nativo” solo por interés o rencor,
quedando muchos pueblos en manos de la Administración, crecen por inercia
temporal debido a subvenciones recibidas a cuentagotas para asfaltar una calle,
de algún allegado, remodelar una plaza, las fiestas patronales…, básicamente
únicos intereses de muchos de los elegidos en lugar de solucionar los
verdaderos y grandes problemas comunes de los residentes habituales.
Ese menosprecio a los no “nativos” como representantes motiva el ínfimo
crecimiento de muchos municipios, cuando podrían ser el antídoto al estar al
margen de las rencillas e intereses familiares. Los nuevos vecinos tienen los
pies en el suelo sin poder dar un paso por el bien común, a pesar de considerar
que la vida es más que trabajar, es más que vivir, y con un único interés, el
convertir en realidad un sueño, vivir en comunidad.
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