El cordobés Virgilio Peña, prisionero nº
40.843 del campo de concentración de Buchenwald, fue detenido en Francia como
miembro de la Resistencia. Este artículo es el segundo testimonio que
'Público' ofrece como avance editorial de 'Los últimos españoles de
Mauthausen' publicado por Ediciones B'.
Uno de los vagones de los trenes de la muerte que
transportaban a los prisioneros a los campos de concentración nazis 'Los
últimos españoles de Mauthausen'
CARLOS HERNÁNDEZ
Autor de 'Los últimos de los últimos españoles de
Mauthausen'
Publicado: 22.01.2015 16:10 | Actualizado:
23.01.2015 07:00
El sufrimiento de los deportados comenzaba ya antes de
llegar al campo de concentración. Miles de prisioneros, entre ellos decenas de
españoles, perecieron en los trenes de ganado en los que los SS transportaban
los cargamentos de "carne republicana" hacia Mauthausen,
Ravensbrück o Buchenwald. Rumbo a este último campo viajaba el
cordobés Virgilio Peña en el frío invierno de 1944.
Meses antes había sido detenido por ser miembro de la Resistencia. Agentes de la policía colaboracionista francesa le pusieron en manos de la Gestapo. Tras un intenso interrogatorio, le subieron a un vagón de madera, cuyo único mobiliario era un bidón metálico situado estratégicamente en un rincón: "Pese a ser el mes de enero, comenzó a hacer un calor en el tren... Y la gente comenzó a orinar y hacer sus necesidades en el bidón".
"Cuando estaba por la mitad, no sé por qué, se volcó y aquello olía peor que los sitios en los que se cría a los cerdos. Yo me enganché con estos dos dedos a la manilla que había en la pared del vagón para atar a los animales. Y agarrado a esa manilla, día y noche, fui hasta Buchenwald. Había mucha gente que gritaba: "¡Mamá!". Yo pensaba: "Sí, sí, llama a tu madre...". No es por alabarme pero yo no grité. Yo no grité porque sabía que mi madre no iba a venir a ayudarme. Y la gente gritaba, gritaba. Y el que se caía no se levantaba más porque nadie le ayudaba".
Meses antes había sido detenido por ser miembro de la Resistencia. Agentes de la policía colaboracionista francesa le pusieron en manos de la Gestapo. Tras un intenso interrogatorio, le subieron a un vagón de madera, cuyo único mobiliario era un bidón metálico situado estratégicamente en un rincón: "Pese a ser el mes de enero, comenzó a hacer un calor en el tren... Y la gente comenzó a orinar y hacer sus necesidades en el bidón".
"Cuando estaba por la mitad, no sé por qué, se volcó y aquello olía peor que los sitios en los que se cría a los cerdos. Yo me enganché con estos dos dedos a la manilla que había en la pared del vagón para atar a los animales. Y agarrado a esa manilla, día y noche, fui hasta Buchenwald. Había mucha gente que gritaba: "¡Mamá!". Yo pensaba: "Sí, sí, llama a tu madre...". No es por alabarme pero yo no grité. Yo no grité porque sabía que mi madre no iba a venir a ayudarme. Y la gente gritaba, gritaba. Y el que se caía no se levantaba más porque nadie le ayudaba".
Virgilio Peña, preso nº 40.843 del campo de concentración de
Buchenwald. 'Los últimos españoles de Mauthausen'
El viaje se prolongó, en estas inhumanas condiciones,
durante tres interminables días. A bordo del tren viajaban algo más de 2.000
almas. Virgilio relata, con voz temblorosa, como nadie quería perder su
preciado sitio en el atestado vagón. Aun así, se jugó la vida para salvar a un
agotado resistente francés al que sujetó la cabeza repetidas veces para impedir
que se desplomara. Junto al calor y al agotamiento, el otro problema de los
asustados pasajeros era la sed, que iba provocando la muerte de los prisioneros
de mayor edad o que se encontraban más débiles.
Virgilio salvó su vida chupando, durante días, los tornillos
de la pared del vagón que se humedecían ligeramente por la condensación.
Virgilio se las ingenió para obtener unas valiosas gotas de
algo parecido al agua: "Yo seguía enganchado a la manilla esa. Iba al lado
de la puerta y cuando el tren estaba en marcha yo arrimaba la nariz a los
tornillos, que estaban cubiertos de pequeñas gotitas, parecía como si sudaran,
y pasaba mi lengua por allí para intentar refrescarme un poco". Así fue,
Virgilio salvó su vida chupando, durante días, los tornillos de la pared del
vagón que se humedecían ligeramente por la condensación.
"No hay palabras para describirlo, fue algo criminal", concluye un relato que fue incapaz de relatar por teléfono. Solo cara a cara y con el rostro quebrado por el dolor, este luchador que ya ha superado el siglo de vida decidió compartir con nosotros su terrible viaje hacia el infierno.
Avance editorial
Este testimonio, ofrecido por Público, forma parte de una serie de cinco artículos que este diario ofrecerá durante los próximos días como avance editorial de Los últimos españoles de Mauthausen, publicado por Ediciones B, y que sirve como homenaje a los más de 9.000 españoles que pasaron por los campos nazis cuando se cumple el 70 aniversario de la liberación de los campos de exterminio del régimen nazi.
"No hay palabras para describirlo, fue algo criminal", concluye un relato que fue incapaz de relatar por teléfono. Solo cara a cara y con el rostro quebrado por el dolor, este luchador que ya ha superado el siglo de vida decidió compartir con nosotros su terrible viaje hacia el infierno.
Avance editorial
Este testimonio, ofrecido por Público, forma parte de una serie de cinco artículos que este diario ofrecerá durante los próximos días como avance editorial de Los últimos españoles de Mauthausen, publicado por Ediciones B, y que sirve como homenaje a los más de 9.000 españoles que pasaron por los campos nazis cuando se cumple el 70 aniversario de la liberación de los campos de exterminio del régimen nazi.
Fuente: www.publico.es
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