El drama de los bastardos
Carmelo López-Arias
28 de enero de 2011
José María Zavala ha encontrado un documento del que se habló
durante años sin que nadie llegara a verlo. Tirando del hilo, sorprende cuántos
secretos ocultaba desde siempre la Familia Real.
UN CAUTIVO
PELIGROSO
El aspecto de Juan de Almaraz en prisión no debió ser muy distinto al del
compañero del conde de Montecristo en la novela de Alejandro Dumas.
TODO ACABA SABIÉNDOSE
José María Zavala. Bastardos y Borbones. Los hijos secretos de la
dinastía. Plaza y Janés. Barcelona, 2011. 527 pp. + cuadernillo de imágenes y
anexo documental. 19,90 €
La dinastía de los Borbones de España se
extinguió el 20 de enero de 1819, fecha en la que murió en Roma Carlos IV
mientras Fernando VII hacía y deshacía para desgracia de nuestro país e
irritación de sus súbditos de cualquier color ideológico.
Y Fernando VII lo
sabía. Tanto, que decidió encerrar de por vida en la prisión de Peñíscola
(Castellón) a quien podía probarlo, Juan de Almaraz, confesor que fue de su
madre, la reina María Luisa. El sacerdote había escrito un documento que José
María Zavala encontró en el Ministerio de Justicia y al que Juan Balansó había
hecho referencia en alguno de sus libros sin llegar a reproducirlo nunca, sin
duda porque conoció su existencia pero no llegó a verlo nunca.
Ese vacío lo colma
ahora Zavala en Bastardos y Borbones (Plaza & Janés), donde nos cuenta la
historia de un sobre con indicación de "Reservadísimo", que incluye
un papel fechado el 8 de enero de 1819. En él Almaraz afirma que seis días
antes, tras escuchar la última confesión, in articulo mortis, de María Luisa,
ésta le había transmitido que "ninguno, ninguno de sus hijos y hijas,
ninguno, era del legítimo matrimonio... lo que declaraba por cierto para
descanso de su alma, y que el Señor la perdonase". Manuel Godoy tenía
todas las papeletas para ser el responsable del desaguisado.
Almaraz no reveló
entonces este secreto por respeto a Fernando VII, pero dejó escrito que al
morir se le entregase a su confesor, sin abrir: "Por todo lo dicho pongo
de testigo a mi Redentor Jesús para que me perdone mi omisión".
Y hasta aquí podemos
leer... porque vale la pena conocer la historia al detalle y por extenso, una
historia que bien podría asimilarse a El conde de Montecristo de Alejandro
Dumas. Ocho años después Fernando VII, al conocer el letal escrito, dio orden
de encarcelar a Almaraz, a pesar de ser ya un anciano, y a él no le alcanzó
ninguna de las amnistías que decretó El Rey Felón (otrora El Deseado). El
testigo que cuestionaba su derecho al trono era demasiado molesto para andar
suelto por ahí.
Los Godoy Puigmoltó
Con esta apasionante
historia arranca este ensayo que da a conocer la abundante lista de bastardos
que en los últimos dos siglos han sido resultado de las aventuras
extramatrimoniales de la Familia Real española.
Es conocida, por
ejemplo, la abundantísima vida amorosa de Isabel II, y la más que probable
atribución al capitán Enrique Puigmoltó de la paternidad de Alfonso XII. Pero
no son tan conocidas las pruebas que recoge Zavala, unos despachos de 1857
remitidos al cardenal Giacomo Antonelli por el encargado de negocios de la
Santa Sede en España, monseñor Giovanni Simeoni.
En uno refiere la
bronca del general Ramón María Narváez a la Reina, embarazada, para que pusiese
fin a esa relación: "¿Es que deseas que aborte?", le respondió
llorando, en confesión implícita sobre la identidad del padre.
En el otro, Simeoni
afirma que el confesor de Isabel II, nada menos que San Antonio María Claret,
le ha dicho que la Reina le ha dicho a él que el padre es su esposo, "pero
que en una carta amatoria al oficial de referencia ha escrito de su puño y
letra que dicha prole debe atribuirse a ese oficial, en cuyas manos está la
carta". ¿A quién engañó aquella pasional mujer, al santo o al militar?
La "otra" Familia
Real
Pero junto a estas
bastardías, políticamente peligrosísimas por afectar directamente a la
legitimidad dinástica de los afectados, hay muchas otras cometidas por los
reyes varones al margen de su vínculo conyugal, y que esconden, más que riesgos
para el Estado, historias dramáticas de ocultación y marginalidad.
Alfonso XII tuvo dos
hijos con la cantante Elena Sanz, a quienes quiso incluir en su testamento...
pero no lo hizo. Murió preocupado por su futuro, y de hecho la Regente María
Cristina de Habsburgo les privó de la pensión asignada. Pero la actriz supo
hacer valer su condición, y mediante un hábil chantaje en el que utilizó como
armas las cartas que conservaba de su amante, logró una importante suma de
dinero.
Y luego hay otra
historia llamativa, como la hija que tuvo Alfonso XII con la mujer del primer
secretario de la embajada de Uruguay en Madrid. Esa hija secreta regresó
cuarenta años después como esposa del embajador de Chile en la corte de su
hermanastro, Alfonso XIII.
Quien, a su vez,
dejó embarazada a la institutriz de sus hijos, Beatrice Noon, quien dio a luz
en París (fue expulsada de la Corte) a Juana Alfonsa Milán Quiñones de León,
cuyo primer apellido provenía del histórico ducado milanés que aún figuraba
entre los títulos del monarca, y cuyo segundo apellido proviene del albacea de
Alfonso XIII y embajador en París, su padre adoptivo.
Pero hay más casos
recogidos por Zavala, y muy variados. De Alfonso de Bourbon, con quien se
entrevistó en California, hijo de Alfonso de Borbón y Battenberg (primogénito
de Alfonso XIII); o la otra misteriosa Eulalia de Borbón nacida en 1883 en
Alcaudete (Jaén), abandonada en el hospicio; o el caso de Ángel Picazo, el
actor del sorprendente parecido con Alfonso XIII; o la entrevista del autor con
Olghina di Robilant, quien rompe su silencio de años para desmentir haber dicho
nunca que Don Juan Carlos es el padre de su hija Paola...
Zavala no sólo nos
cuenta estas historias, nos cuenta también cómo llegó hasta ellas, las
emociones que le embargaron al descubrir un documento, escuchar un testimonio o
adivinar un parentesco, o la forma en que los interesados aún vivos accedieron
a hablar con él para contarle historias que han permanecido en el olvido
durante décadas.
Estas páginas
contienen una explosiva carga política, pues, en efecto, ¿qué sentido tiene una
dinastía si esa dinastía es un mero simulacro, o qué valor tienen renuncias de
derechos por matrimonios morganáticos si la sangre real se perdió décadas
atrás, o cuántos chantajes a causa de esos secretos han condicionado la
política española a espaldas de sus ciudadanos?
Pero incluyen
también dramas personales terribles, como lo es ignorar la propia filiación o
vivir escondiéndola a mayor conveniencia y gloria de personajes frívolos e
irresponsables.
Bastardos y Borbones
refleja esa parte de la historia de España edificada sobre el escaso sentido de
Estado de quienes dicen encarnarlo. Es de agradecer que Zavala nos la recuerde
y la acreciente con nuevos datos, por si la lección nos sirve de algo ahora.
Fuente: http://www.elsemanaldigital.com/
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