Victorino Mayoral Cortés
Ex Diputado en el Congreso
18 de enero 2015
Pablo Iglesias instaba al pueblo trabajador en
1914 a la acción política, imprescindible según él para limitar el poder
ilegitimo del “elemento clerical”, del militarismo y el caciquismo,
dignificar el sufragio falsificado y lograr que “los hombres que ocupan el
Poder no se burlen, como hoy hacen, de este país”. Era una llamada al activismo
político para corregir graves males originados por la estructura social y
económica, la clase política incompetente y el sistema de la Restauración
canovista, cobijado por la Constitución de 1876. En el registro de nuestra
historia encontramos verificada esta llamada pablista a la acción política en
varias ocasiones memorables, como la Huelga y crisis de 1917, la movilización que
trajo la II República y el despertar de la Transición democrática, que no fue
un simple pacto por las alturas entre minorías, sino fundamentalmente el
resultado de un proceso en que el pueblo español había recobrado la memoria
antifranquista y tomado la palabra exigiendo respuestas y satisfacción a sus
demandas de libertad, justicia y democracia.
También ha vuelto a ocurrir en nuestros días un crecimiento
de la acción política, una repolitización de amplios sectores sociales, como
consecuencia de los efectos de la demolición de importantes muros del Estado de
Bienestar, el paro, el empobrecimiento, la desigualdad y la exclusión social
que está originando la gestión neoliberal de la crisis, desde que esta se
evidenció en el aciago mayo de 2010, se constitucionalizó en la desgraciada
reforma del artículo 135 de nuestra ley fundamental y pasó a ser gestionada por
un gobierno conservador que ha venido a consolidar la pérdida de derechos
económicos, sociales y culturales, sin olvidar el debilitamiento también de
algunos derechos civiles, erosionando la calidad de nuestra democracia y del
Estado social que creíamos conquistados.
Las Mareas de diversos colores, el amplio movimiento popular
del 15-M, las plataformas contra los desahucios y otros colectivos de acción
social, sumados a la toma de conciencia generalizada por parte de la ciudadanía
de la metástasis de la corrupción producida en el cuerpo de la clase política y
empresarial dirigentes, desacreditadas y distanciadas del resto de la sociedad,
hasta el punto del famoso clamor del “no nos representan”, han desbordado la
iniciativa de los partidos políticos. Todo ello, conforme ponen de manifiesto
reiteradamente las encuestas, ha propiciado el desencadenamiento de una
vuelta al activismo cívico, cuyo efecto ha sido una importantísima alteración
del mapa político hasta ahora existente, afectando principalmente a la
izquierda que, aun apareciendo mayoritaria en la suma de sus elementos, ofrece
una imagen de fragmentación en dos grandes bloques, correspondientes al PSOE y
a Podemos, más una IU estancada en su tamaño habitual. Es verdad que se trata
de encuestas y no de resultados de una consulta democrática, pero nadie podrá
negar que, del mismo modo que una brújula, están señalando con la persistencia
de una aguja magnética las orientaciones que está tomando el electorado.
Los avisos, pues, se vienen repitiendo, pese a que las
cifras que ofrecen las encuestas no son siempre las mismas. Primero el de la
división de la izquierda, dentro de la cual está en este momento, pese a que
verbalmente lo niegue, la nueva fuerza partidaria Podemos, como objetivamente
refleja la escala de posicionamiento ideológico de algunos estudios de opinión.
El segundo aviso, el que más debe preocupar de modo inmediato y directo a los
dirigentes del PSOE, es el fenómeno de deslizamiento de importantes cifras de
votantes y afiliados socialista hacia Podemos, debido a sentimientos de
decepción y frustración que hemos de considerar reales, como pudo
ejemplificarse en un reciente programa de Jordi Évole, en el que Pedro
Sánchez tuvo un encuentro con vecinos y familiares de votantes y
afiliados que hasta ahora eran socialistas, pero que expresaban decepción y
duda sobre la credibilidad del Partido y, algunos, anunciaban su pase a Podemos.
Esa misma situación se repite en otros muchos lugares, incluso entre afiliados
tradicionales del PSOE que se están aproximando a la nueva formación política
buscando una práctica política y posicionamientos ideológicos y
programáticos que no encuentran en su Partido.
La gravedad y relevancia de este segundo aviso a sus
dirigentes se acentúa teniendo en cuenta que la mayoría de las encuestas
conocidas sitúan al Partido Socialista por debajo de los malos resultados
electoras de 2011 (28,7%), por lo que, si no remonta la situación,
correría el riesgo de perder, si no lo ha perdido ya, el papel que hasta
ahora ha tenido de alternativa autónoma de gobierno en el Estado y, lo que
sería aún peor, dejar de ser la fuerza política hegemónica en el ámbito del
centro izquierda; o el drama inconcebible para muchos de verse convertido en el
tercer partido nacional, como ya le está ocurriendo al PSC y al PSE, en
Cataluña y Euskadi respectivamente.
Pero, no nos engañemos, Podemos no tendría capacidad de
causar los problemas de pérdidas electorales que según las encuestas padece el
PSOE. Por eso es francamente ineficiente la táctica que están siguiendo muchos
dirigentes y algunos sectores de opinión tradicionales del Partido, cuya
principal providencia consiste en la descalificación descarnada de un contrario
que en este momento apenas tiene construida su organización y su perfil
político; descalificando al nuevo competidor con un anatema condenatorio que,
muy posiblemente, contribuya a hacer irreversible la marcha de aquellos votantes
y afiliados que han decidido probar suerte aventurándose con la nueva formación
política .Es evidente que la responsabilidad de los males del Partido
Socialista no la tiene el éxito de Podemos, aunque sea lo más habitual, humano
y fácil echar las culpas de nuestras desgracias al competidor, un competidor
que ni siquiera tiene un año de existencia, cuando nuestros males quizás ya
venían siendo importantes y endémicos desde hace mucho más tiempo. Es preciso
mirar hacia dentro y hacia atrás para reflexionar sobre aquello en lo que el
Partido y sus dirigentes se han equivocado, o se sigue equivocando, y ha sido
la causa real de la pérdida de credibilidad.
Tras cerca de los cuarenta años trascurridos desde que
comenzó en Suresnes la última y actual etapa de la vida de un Partido
centenario, cuya acción política decisiva y constructiva sobre los destinos de
los ciudadanos españoles ha sido innegable durante el siglo XX y lo que
llevamos del siglo XXI, en los que junto a graves errores, algunos aún no
rectificados, ha predominado su contribución a las más importantes conquistas
sociales y democrática, es muy necesario que esta organización mire a su
interior, compruebe el alcance del desgaste sufrido y los malos hábitos debidos
al envejecimiento, así como las causas de la credibilidad perdida por sus
equivocaciones y concesiones ideológicas. Porque la credibilidad, como la
confianza, no es algo que se regala gratuitamente a cambio de nada, sino algo
que se conquista y que requiere esfuerzos y lealtades correspondidas
con electores y afiliados de base para mantenerse; pero que una vez perdida es
difícil recuperar, como estamos viendo le ocurre hoy al Partido Socialista.
En el seno del PSOE han convivido y conviven dos almas o
tendencias de fondo, la socialdemócrata conservadora, minoritaria pero con gran
capacidad de influencia para decidir la política socioeconómica y muchas cosas
más del Partido y del Gobierno, y la socialdemócrata sin apellido, mayoritaria,
pero sabedora de que sus aspiraciones profundas y objetivos, habitualmente
moderados, se ven aplazados y sacrificados a la espera de momentos que casi
nunca llegan, y que en las circunstancias presentes de crisis social tan grave
y de triunfo tan olímpico del neoliberalismo capitalista sin alma que destruye
sin repararos las conquistas del Estado de Bienestar, aprecia con disgusto, no
siempre resignado ya, respuestas tímidas e insuficientes de su Partido. Ello
explicaría en gran medida la fuga de muchos votantes y afiliados hacia la otra
fuerza partidaria. Porque también en el ámbito de votantes y afiliados se ha
producido la repolitización que imponen las circunstancias, sin que las
aspiraciones de acción política que manifiestan los votantes y afiliados más
críticos, activos e ideologizados haya tenido el estímulo, el encauzamiento
orgánico y el liderazgo que movilizan a un colectivo deseoso de intervenir en
la acción política.
Son cuestiones que no se solucionan con la mera elección de
un Secretario General, ni con una potente campaña publicitaria para dar a
conocer su figura y las propuestas políticas que, según las claves demoscópicas
en cada momento, convenga o sea oportuno proponer. Se requiere también la
existencia de unos militantes preparados y convencidos de su entrega a un
proyecto de transformación, reforma y progreso, y una sólida organización con
un programa coherentemente socialista detrás. Colgándose de un aerogenerador o
escalando un peñón, solamente se ha hecho conocer a la opinión pública la
excelente fortaleza física de una persona, y poco más. Posiblemente haya
ocasiones mejores y con más contenido pedagógico para llamar la atención sobre
la figura de un dirigente, la solidez del colectivo que lidera y la potencia de
sus mensajes a la sociedad. Porque el protagonista principal de toda esta historia
es el colectivo organizado como Partido Socialista, que elige a sus dirigentes
para realizar su misión política, sin desdibujarse nunca como sujeto principal
que vive, participa y decide democráticamente.
No se debe olvidar que la revitalización de un partido
desgastado por la erosión de los elementos internos y externos durante cuarenta
años, y con dificultades para remontar sus previsiones electorales, requiere
como acción prioritaria un duro trabajo interior, humilde, persistente, sin
relumbrón aparente, de fortalecimiento orgánico de carácter democrático, de
renovación ideológica y revitalización de la actividad y participación en las
decisiones y debate entre todos sus militante, no limitándose, como ahora, a la
simple acción institucional minoritaria de los cargos públicos, si se
quiere de verdad alcanzar la solidez y credibilidad que le devuelva la
confianza perdida de los españoles. Es necesario para poder seguir
realizando en nuestros días misiones iguales o parecidas a las que al comienzo
de este articulo mencionaba el Pablo Iglesias histórico, el auténtico y
ejemplar fundador del único real socialismo democrático que ha existido en
España. Del que dijo el bueno de Don Antonio Machado que su voz tenía “el
timbre inconfundible -e indefinible- de la verdad humana”.
Fuente: www.publico.es
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