Aquí, lo único
que va bien, es la santísima paciencia de un pueblo que todavía no se ha tirado
a las calles para mandarles a todos ustedes a tomar por saco
De unas semanas a
esta parte los dirigentes del Partido Popular han emprendido una endiablada
carrera en todos los medios para convencernos de que la crisis es historia, que
estamos mejor que queremos y que si no hubiese sido por ellos y su magnífica y
fraternal política hoy arderíamos todos en el infierno de la miseria más
absoluta. Faltan -o deberían faltar, cualquier cosa es posible, incluso que los
retrasen sine die- diez meses para los próximos comicios legislativos y
es comprensible que ante tal coyuntura se exagere, se tergiverse y se mienta
dentro de un orden, lo que no se puede entender de ninguna de las maneras es
que unos señores bien pagados que rigen los destinos de España por una suerte
de conjunción astral maléfica y por la decisión fatal de los electores,
expliquen, digan, repitan, difundan que España es de nuevo el paraíso terrenal
y que las miserias y dolencias son cosas pretéritas o infundios
malintencionados de personas con intereses políticos espurios que no quieren
ver que de nuevo empieza a amanecer, como decía ese himno tan querido de la
camisa nueva que tu bordaste en rojo ayer.
Es normal que si
tomamos como modelo a José María Aznar, un inspector de finanzas que
tras su paso por el Gobierno del Estado se ha convertido en millonario capeando
la crisis como sólo los grandes saben hacer, si nos fijamos en la prosperidad
que afecta a su señora e hijos vadeando tormentas por montañosa que haya estado
la mar, si pensamos en Ana Mato y sus insuperables fiestas infantiles
para mayor gloria de Dios, en Fernández Díaz y sus magníficas porras y
escopetas de última generación para defender nuestras libertades, en Zaplana
y su puesto en Telefónica Internacional por el bien común, en Gallardón en
el Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid tras su grandioso paso por el
ministerio de Justicia, en Blesa, en Rato, en Castedo, en Camps,
en Demetrio Carceller o en el clan Pujol, no nos podamos sustraer
a la idea de que España va bien, pero muy requetebién para quienes se han
preocupado por su futuro invirtiendo cantidades enormes de tesón, imaginación,
esfuerzo, entrega y jeta, negando a la noche el sueño, al día el sosiego y a la
familia la dicha impagable de su presencia necesaria e irreemplazable. Empero,
no todos fuimos llamados a la formidable y proteica tarea de dirigir España,
Valencia, Catalunya, Telefónica o Caja Madrid, no todos pudimos sacrificarnos
hasta la extenuación para devaluar al país en su conjunto aunque para ello se
haya tenido que prescindir de las felices horas de siesta, de la lectura
pormenorizada del Marca o de la conversación amable, lúcida y optimista de Sostres,
Dragó o Ussía. La Patria, siempre necesitó de la abnegación de
sus mejores hombres, pero generosa como es, jamás dejó sin pagar con creces los
servicios prestados, aquí en la Tierra, como en el Cielo.
Pero como
decíamos, la mayoría de las personas que habitamos entre los Pirineos y
Marruecos somos gente normal, gente alejada de esos titanes que pululan por
ministerios, bancos, corporaciones y generalidades como si fuesen Atlas, con el
mundo al hombro. No, aunque lo parezca no somos héroes, caemos, nos levantamos,
tenemos defectos, pocas virtudes, lloramos y para seguir viviendo necesitamos
unas cuentas cosas, amar, ser amados, trabajar, leer, sonreír, comer, ser
asistidos en la enfermedad, la necesidad o la vejez, respirar aire limpio,
beber agua clara y de vez en cuando, sólo de vez en cuando, sentir, sentir que
respiramos, que estamos vivos, que nos tiembla el pulso, que nos duelen los
demás, que nos atosiga lo que pasa, porque lo que pasa, lo que de verdad está
pasando es una verdadera catástrofe sin parangón desde el franquismo.
Pese a las
palabras de Rajoy, conmilitones y allegados, a día de hoy, uno de cada
cuatro niños –son datos de Cáritas- pasa hambre o padece malnutrición; uno de
cada cuatro adultos está en la exclusión definitiva o camina por el débil hilo de
araña que conduce a ella; más de la mitad de los parados de larga duración no
reciben ningún tipo de ayuda para poder subsistir mientras se degradan y
degradan la vida de quienes les ayudan, normalmente pensionistas con
escasísimos ingresos; tres millones de viviendas nuevas siguen cerradas a cal y
canto lo que no impide que banqueros, jueces y policías sigan desahuciando a
destajo a miles de familias que por la delictiva política financiera de las
entidades de crédito y la crisis-estafa han dejado de pagar alquiler o
hipoteca; no hay dinero para mantener abiertos los comedores escolares ni las
urgencias hospitalarias, pero si lo hay para que Mariló Montero presuma
de ignorancia supina en un programa de la televisión pública, para renovar
constantemente los instrumentos represivos de la policía del régimen, para
comprar tanques, rescatar bancos o regalar a la Iglesia Católica cantidades que
escapan al entendimiento de cualquier persona honrada. No, los presupuestos no
contemplan cantidades para sacar de la pobreza extrema a quienes viven en ella
sólo por haber nacido en una determinada provincia, barrio o calle; ni para
reeducar a los miles y miles de jóvenes que dejaron los estudios antes de la
edad legal por la llamada insistente del ladrillazo, ni para investigar ahora
que es vital investigar para salir del atolladero, ni para los dependientes que
viven los últimos años de su vida en la soledad indigente y dolorosa, sin
embargo, si habrá una partida adecuada para cercenar nuestras libertades
mediante la Ley Mordaza o la nueva contrarreforma del Código Penal, seguirán
abundando los caudales para amamantar a la servidumbre que pasea por despachos
en busca de externalizaciones, privatizaciones, contratas y subcontratas, para
encender luces en Navidad o sacar al santísimo patrón y la madre que lo parió
en las próximas fiestas del pueblo, para el fútbol, para los toros, para el
Corpus Cristi, para la Virgen de Regla y para Paquito el Chocolatero.
No, señores de
los gobiernos, aquí sólo van bien las cuentas de los que no pagan a Hacienda
porque no les da la gana o porque la ley se lo permite; aquí sólo ríen quienes
pueden colocar a sus hijos en la empresa familiar o en una privatizada; aquí
solo gozan quienes pueden obtener un título universitario en una universidad
Católica, los impunes, caraduras, sinvergüenzas y malparidos que ven en la
desigualdad social expresión lógica de la ley natural. No, esto no va bien,
esto es un desastre, una calamidad, pues no se puede calificar de otra manera
que una persona quiera trabajar y no tenga trabajo, que una persona quiera
vivir dignamente de su trabajo y el sueldo no le llegue ni para pagar los
gastos corrientes elementales, que una persona quiera estudiar y tenga que
empeñar el patrimonio familiar, que alguien quiera vivir de aquello para lo que
se ha preparado y tenga que exiliarse en cualquier país para ser tratado como
una puta mierda. No, quiá, qué va ir bien cuando todos los días mueren doce
personas por no ser tratadas con el medicamento que cura la hepatitis C, cuando
las listas para operarse obligan a la gente a ir a clínicas de pago donde te
sacan los ojos, cuando la policía de las ciudades se dedica casi exclusivamente
a poner multas por esto o por aquello, cuando la policía del Estado o las
autonómicas emplean la fuerza contra los ciudadanos que exigen respeto a sus
derechos como si la vida les fuese en ello. Aquí, lo único que va bien, es la
santísima paciencia de un pueblo que todavía no se ha tirado a las calles para
mandarles a todos ustedes a tomar por saco.
Y sépanlo bien,
el principal problema de España no es la yihad islámica por mucho que sus
telediarios de trapisonda y engañifa así lo intenten hacer ver, el Boletín
Oficial del Estado y los de las Comunidades Autónomas, sean nación o no lo
sean, causan muchas más muertes y daños colaterales que ese movimiento
terrible, todos los días, cualquier día. El verdadero problema de España desde
hace mil años son ustedes, los del ordeno y mando, los de las once mil
vírgenes, los de Santiago y cierra España, los de ándeme yo caliente y ríase la
gente, los de la impunidad, el chanchullo, la prevaricación, el cohecho, las
estirpes, el nepotismo, el abuso y la represión. Ustedes son la prueba más
palmaria de que el infierno existe, y está aquí.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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