Eduardo
Mangada | Arquitecto y socio del Club de Debates Urbanos
nuevatribuna.es |
24 Enero 2015 - 18:59 h.
Sí, señor. No
es lo mismo una pareja,
una aldea de quinientas personas
o una ciudad de cinco millones.
Tienen problemas diferentes.
una aldea de quinientas personas
o una ciudad de cinco millones.
Tienen problemas diferentes.
Mario Bunge
Participación y
asambleísmo. La escala, el número y el tiempo
Hoy nos
encontramos con una democracia secuestrada por las élites políticas y
financieras
Hay que aceptar
que la palabra democracia en la era de la globalización, dominada por el
capitalismo financiero, nos suena cada vez más hueca. Casi ya no suena. No
llega a nuestros oídos y menos aún golpea nuestro corazón y nuestra cabeza, ni
moviliza nuestra voluntad. Este vacío, este silencio amenaza una convivencia
pacífica y fructífera y puede destruir el sistema político más civilizado que
los hombres hemos conseguido construir: la democracia, por imperfecta que sea.
Imperfecta pero siempre abierta a perfeccionarse, a profundizarse con el
esfuerzo de los ciudadanos, los habitantes de este planeta, vigilantes y
dispuestos a enfrentarse a los enemigos que la propia palabra democracia es
capaz de albergar y encubrir. Hoy nos encontramos con una democracia
secuestrada por las élites políticas y financieras.
Frente a esta
catástrofe amenazante se alzan voces individuales y colectivas, espontáneos u
orquestadas, estructuradas física y virtualmente a través de plataformas,
asociaciones, asambleas, movimientos o partidos políticos, que reclaman y
luchan por una revitalización urgente y real del significado de la democracia
como forma de convivencia justa y solidaria.
La participación
y la voz colectiva de los ciudadanos se invocan como el camino, como el arma
capaz de movilizar las fuerzas que se enfrentan a esta amenaza empobrecedora y
suicida. Pero conviene que esta arma, la participación y la voz colectiva de
los ciudadanos, no se degrade y se convierta en una invocación inane.
A la cita de Mario
Bunge que ha motivado e introduce estas líneas, solo me atrevo a añadir una
breve reflexión. Las palabras “pareja”, “aldea” y “ciudad” nos están remitiendo
a relaciones colectivas con distintas dimensiones y cantidades, con distinta
escala espacial y número de personas. Dos magnitudes, escala y número, que
condicionan tanto la forma de entender los problemas y posibilidades que
encierran cada una de ellas, como los mecanismos para enfrentar los problemas y
desarrollar las segundas. Para oír la voz colectiva y para organizar y
garantizar la participación real y eficaz, en el entendimiento, explicación y
proyecto propios de cada escala, será necesario diseñar instrumentos políticos
distintos. Si la asamblea en un pequeño barrio (quinientas personas, señala Mario
Bunge) puede ser el vehículo adecuado y eficaz, dudo que sea viable en la
escala del gran municipio y menos de la metrópoli actual.
Si la gestión en
la construcción de un proyecto colectivo, su gestión cooperativa y el control
de su desarrollo para un barrio puede nacer y conducirse desde la asamblea,
desde la autoorganización, dudo que este método, este mecanismo de expresión
colectiva, sea posible y eficaz en la gran escala territorial, en la que
conviven gran número de personas con diferentes intereses, culturas y
aspiraciones. Seguramente aquí es necesaria la estructuración de la voz
colectiva a través de una rigurosa y a la vez flexible y transparente
intermediación de organismos asociativos con una adecuada jerarquía, llámense
plataformas, sindicatos, partidos... En este caso el reto está en diseñar
colectivamente estas posibles organizaciones sociales y políticas, garantizando
su transparencia, más aún su permeabilidad a la voz de los ciudadanos a los que
pretenden representar, que dispondrán en todo momento de los mecanismos para
disolver y castigar su alejamiento de la ciudadanía o su traición al programa
pactado.
Hay otra magnitud
que incide en las formas de autoorganizarse de nuestras sociedades,
garantizando la voz y la participación colectiva en las decisiones de gobierno.
El tiempo. El tiempo en el que es posible entender y diagnosticar correctamente
los problemas y diseñar los proyectos de futuro. Y el horizonte. El tiempo
previsible, casi ineludible, por muy voluntariosos que queramos ser, en que las
propuestas, el proyecto, pueden tomar tierra y encarnarse en la ciudadanía. Una
magnitud temporal que, de forma semejante a la escala y el número, condicionará
tanto la fiabilidad del diagnóstico como la credibilidad del proyecto, evitando
así la frustración debida a la miopía o la precipitación. El optimismo
irreflexivo de la voluntad frente a la cautela de la razón.
Y no añadiré más
magnitudes pero sí una condición: la incertidumbre. Una categoría, la
incertidumbre, que estamos obligados, por rigor intelectual y moral, a
introducir en cualquier proyecto humano, individual o colectivo (más en este
último caso, pues es mayor la responsabilidad). No como accidente imprevisto y
sí como avatar ineludible. Incertidumbre cuya importancia en el proyecto va a
estar muy relacionada, de menor a mayor, con la escala y el número sobre el qué
y para el qué construyamos un proyecto político. La visión y el método
estratégicos se imponen. Y el voluntarismo ideológico debe modularse
manteniendo fijo un horizonte, regido por la libertad, la igualdad y la
fraternidad, como meta a alcanzar en una acción auténticamente progresista,
revolucionaria. (Ayer hubiera añadido “de izquierdas”. Hoy no me atrevo, pues
al parecer y a pesar de Norberto Bobbio, ya no sirve para definir una política
la confrontación de los términos izquierda y derecha. Yo no lo creo y sigo
respirando en la atmósfera de la izquierda europea). La incertidumbre como
condición de nuestro pensar, de nuestro proyecto, no justifica la renuncia a
proponer metas que convoquen nuestras ansias y dirijan nuestros pasos y, menos
aún, justifica a posteriori la traición fraudulenta cuando de incumplir
compromisos programáticos se trata. Simplemente nos obliga a descubrir y
diseñar sendas, zigzagueantes a veces, pero enmarcadas en una V de líneas rojas
infranqueables, una V que sí nos conduzca a la victoria aún a costa de perder
alguna batalla en el camino o rodear algún obstáculo.
Pienso que
estamos en momentos germinales de un necesario y posible cambio político capaz
de instaurar un nuevo régimen que rescate a la secuestrada democracia,
prisionera hoy de los poderes institucionales, políticos y económicos. Un nuevo
régimen capaz de abrir la puerta a una gozosa irrupción de la voz colectiva
articulada en una participación eficaz en el proyecto y el caminar de nuestra
sociedad.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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