Posted
on 2015/01/19
Notas
a un artículo publicado en el diario El País: 19 de enero de 2015
Observando
cómo se comportan los padres de un bebe, cualquier persona culta y con
experiencia vital puede ofrecer un pronóstico bastante fiable de si el
crío tiene probabilidades mayores o menores de desarrollar una personalidad
equilibrada o si le costará lograrlo. Si el entorno familiar es inestable
emocionalmente, si los progenitores son maleducados, neuróticos, negligentes,
indolentes y en sutil amalgama con todos estos elementos, adinerados, a nadie
le va a sorprender que el resultado sea un niño malcriado, un adolescente
insoportable y un adulto inmaduro. Para ofrecer estas estimaciones de la
conducta humana no precisamos realizar ningún scanner cerebral al infante,
basta con estudiar y observar su entorno social familiar. En la actualidad
asistimos a un lanzamiento público de la idea de que avances científicos en el
campo de la neurociencia pueden permitir determinar o predecir potencialidades,
augurar comportamientos o marcar tendencias posibles. No es nada nuevo en
cuanto a la pretensión — que existe hace siglos—, ni en el recurso a la ciencia
—que se da desde el s. XVIII — , pero sí lo es en el alcance del conocimiento
científico adquirido merced a los avances del concomiendo físico del cuerpo
humano,y la estructura y dinámica de la bioquímica cerebral. La pretensión
bárbara tiene ahora munición más potente, aunque sigue sin saber interpretar lo
que vamos aprendiendo, de hecho no le interesa saber qué significan esos
avances sólo su uso bastardo.
Un
estudio de un recién nacido puede determinar que se encuentra perfectamente
constituido y con todos los potenciales, pero si ese recién nacido ve sus
piernas fracturadas por una mafia que abastece de lisiados a los mendigos
de las afueras de Calcuta, no hay técnica neurocientífica que pueda prevenirlo.
El problema no es la potencialidad detectada o la configuración física
solamente, hay otros factores.
El
clasismo atroz que implica el neoliberalismo muestra un gran interés en apoyar
y difundir los supuestos avances científicos en el ámbito de las neurociencias
y no se duda en acudir a la ciencia tratada como un fetiche para vender su
propuesta de muerte y explotación.
Una
exploración en el momento primero del nacimiento —se nos informa— va a
permitir, por ejemplo, obtener una previsión relativamente aceptable de si una
persona desarrollará ciertas patologías como el autismo pasados unos años,
pudiendo así desarrollarse terapias de compensación desde el principio. Esta es
una cuestión perfectamente aceptable y de ser así resultaría de gran interés
que se extendiera el uso de estos medios. Pero la cuestión no radica solamente
en la posibilidad científica, sino en la accesibilidad en términos económicos y
legales para el conjunto de la población, lo que es en sí, muy poco
neurológico y sí muy relacionado con la estructura social y la relación de
clase. Un estudio del cerebro en el nacimiento puede ofrecer —nos dicen— con
las técnicas adecuadas, información sobre potencialidades o capacidades, pero
las neurociencias y los que las usan ideológicamente, se quedan en ese punto y
no entran a valorar la importancia del entorno.
Desde
que en el siglo XX la sociedad bienpensante e identificada con los valores
burgueses y capitalistas descubrió que se podían intentar
legitimar las diferencias de clase social y las desigualdades
apelando a la ciencia y al progreso mediante un uso bastardo de los estudios de
Darwin, la vieja barbarie de la desigualdad, la explotación y el clasismo más atroz
encontró ropajes nuevos y supuestamente objetivos con los que vestirse. Spencer
fue homenajeado por la Cámara de Comercio de Nueva York y por las asociaciones
de empresarios porque sus trabajos sobre estructura y cohesión social ofrecían
una explicación supuestamente científica que legitimaba la explotación, el
racismo y las posiciones sociales de cada cual mediante un uso bastardo de la
ciencia. Desde entonces esta pretensión se ha ido reforzando con nuevas
palabras y conceptos, con nuevos nombres y actores, pero siempre con el mismo
objetivo: encontrar mecanismos y razones que permitiesen legitimar las
distintas formas de opresión.
Da
igual que se recurra a avances reales en genética o en neurología, que los hay.
La cuestión es saber qué significan y que implican. El uso bastardo de las
neurociencias no es científico. Es una actividad bárbara, que desconoce el
concepto de ciencia aunque emplee técnicas avanzadas, pues no sabe ni escoger
los problemas, ni el método, ni interpretar los resultados, aunque sí llegar a
conclusiones predeterminadas que sean bien recibidas entre quienes están
dispuestos a todo para legitimar sus posiciones actuales o sus pretensiones de
futuro.
Fuente: https://dedona.wordpress.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario