Héctor Illueca Ballester
Doctor en Derecho e Inspector de Trabajo y Seguridad
Social
17 de enero de 2015
¿Se acuerdan de Queimada? Filmada en 1969, la
película de Pontecorvo constituye un impresionante alegato contra el
colonialismo occidental en América Latina. El director italiano recrea con
maestría la historia de una rebelión de esclavos en la isla caribeña de
Queimada, que, con la ayuda de la intervención británica, logra sacudirse la dominación
portuguesa y proclamar una república independiente. O al menos, eso creían los
nuevos dirigentes de Queimada. Ajenos a los intríngulis de la geopolítica,
ignoraban que la isla estaba sometida a nueva forma de dominación: la que
ejerce el Imperio británico a través de sus compañías mercantiles y que encarna
un inolvidable Marlon Brando en el papel de consejero militar de la Royal Sugar
Company. En un lance memorable, Teddy Sousa, presidente del nuevo gobierno
provisional, se atreve a cuestionar el dominio británico y amenaza los
intereses de la empresa azucarera, creyéndola responsable de la grave situación
que atraviesa la isla. La respuesta británica no deja lugar a dudas: Sousa es
inmediatamente fusilado y reemplazado por un títere de los británicos,
percibiéndose en el rostro del presidente asesinado un rayo de comprensión
sobre el auténtico significado del colonialismo.
Sin tanto dramatismo, es muy probable que Yorgos Papandréu
experimentara sensaciones parecidas el día 9 de noviembre de 2011, mientras
pronunciaba un solemne discurso para despedirse de su pueblo tras haber
presentado su dimisión como presidente de Grecia. Papandréu había anunciado
unos días antes la convocatoria de un referéndum sobre el segundo rescate del
país a cargo de la Unión Europea, que implicaba una importante ayuda financiera
a cambio de recortes draconianos con el fin de asegurar el reembolso de la
deuda griega a los acreedores. No hacía falta ser muy perspicaz para advertir
que la consulta constituía un desafío a la banca alemana, que concentra la
mayor exposición a la deuda griega y sería la principal perjudicada en caso de
impago o reestructuración de la misma. Al igual que en Queimada, la respuesta
de los nuevos colonizadores no se hizo esperar: en apenas unas horas, organizaron
la fuga de varios diputados socialistas y forzaron la dimisión
de Papandréu, sustituyéndolo por el ex-vicepresidente del Banco Central Europeo
Lucas Papademos, que se comprometió a aplicar inmediatamente el plan de ajuste
que había aprobado Bruselas.
La dimisión de Papandréu, elegido por mayoría absoluta en
las elecciones de 2009, es sin duda la más grave de una larga serie de ofensas
perpetradas contra Grecia por sus compañeros de moneda, especialmente Alemania.
Recordemos, por ejemplo, que el 6 de marzo de 2010 el periódico sensacionalista
Bild publicó una humillante carta con motivo de la visita de Papandréu a
Berlín, advirtiéndole que se encontraba en un país “muy diferente al suyo”,
donde la gente “trabaja hasta los 67 años” y “los funcionarios no tienen
catorce pagas”. Tras admitir que los alemanes “también tenemos deudas, pero las
podemos liquidar porque nos levantamos pronto por la mañana y trabajamos todo
el día”, el editorial culminaba con un post scríptum lleno de desprecio
hacia el tremendo sufrimiento experimentado por el pueblo griego como
consecuencia de la crisis: “adjuntamos un sello de correos para ayudarle en el
ahorro por si nos quiere contestar”. Unos días antes, dos parlamentarios
alemanes integrados en la coalición de Merkel habían calentado el ambiente
urgiendo a Atenas a desprenderse de sus islas para afrontar sus
problemas financieros.
El caso es que, más allá de la bravuconería, la actitud
alemana hacia Grecia traduce y refleja la nueva jerarquía de poder que el
proceso de construcción europea ha alumbrado en nuestro continente,
especialmente desde la implantación del euro. De manera progresiva pero
inexorable, la existencia de la moneda única y la imposibilidad de efectuar
devaluaciones competitivas han generado una nueva división del trabajo
favorable a los países centrales que reproduce las relaciones de hegemonía y
dependencia características del proceso de colonización clásico. Las economías
fuertes del centro se han especializado en la producción de bienes de alto
valor agregado y han orientado su crecimiento hacia las exportaciones,
cosechando sustanciosos excedentes comerciales con respecto a los países de la
periferia. Éstos, convertidos en consumidores netos y especializados en la
producción de bienes de bajo valor añadido, generaron crecientes déficits
comerciales y aumentaron su nivel de endeudamiento con el exterior, fomentando
la creación de todo tipo de burbujas especulativas.
Como no podía ser de otra forma, cuando sobrevino la crisis
económica los mercados financieros situaron en su punto de mira el eslabón más
débil de la zona euro: los países de la periferia, prácticamente
desindustrializados y atrapados en la trampa de la deuda hasta el punto de ver
deterioradas de manera insostenible sus condiciones de empréstito. Lejos de
ayudar a los países en dificultades, la gestión de la crisis de deuda efectuada
por la Unión Europea respondió estrictamente a la jerarquía de poder arriba
descrita. Las instituciones europeas concedieron a las economías periféricas
importantes inyecciones financieras, exigiendo a cambio la aplicación de
rigurosos planes de ajuste para garantizar el reembolso de los acreedores. Con
la vergonzosa complicidad de las élites locales, Grecia, Irlanda, Portugal,
Chipre y España sufrieron la imposición de políticas de austeridad contrarias a
los intereses de las poblaciones, sacrificando su soberanía con el único
objetivo de “salvar el euro” –o, para ser más exactos, de salvar a los grandes
bancos europeos, y específicamente alemanes, que habían inundado la periferia
europea con ingentes líneas de crédito–.
Las consecuencias económicas y sociales de esta estrategia
son sobradamente conocidas: Grecia está sumida en la deflación y el paro bordea
el 26 por ciento de la población activa, superando el 60 por ciento entre los
jóvenes de 15 a 24 años. La supresión de la negociación colectiva ha hundido
los salarios, que experimentan una caída cercana al 30 por ciento desde 2010
hasta el presente. Farmacias sin medicamentos y hospitales sin medios forman
parte del paisaje cotidiano de un país que asiste atónito a la reaparición
de enfermedades como la malaria o la tuberculosis, erradicadas hasta hace poco
y tradicionalmente asociadas a las condiciones existentes en los países
subdesarrollados. La crisis económica sin fin está dibujando un panorama
sombrío, salpicado de tiendas cerradas y fábricas abandonadas, en el que
estremece contemplar el atemorizado rostro de los inmigrantes cuando regresan a
sus hogares al caer la noche, evitando transitar por calles solitarias donde
acechan los cazadores.
En medio de este desastre, la única buena noticia es que la
crisis ha provocado la emergencia de Syriza, una coalición de izquierdas que
aglutina una amplia gama de tendencias opuestas a las políticas de austeridad y
que, según todas las encuestas, podría alzarse con la victoria en las
elecciones del próximo 25 de enero. Tal y como cabía esperar, los nuevos
colonizadores han irrumpido con fuerza en la campaña electoral, amenazando a
los griegos con represalias de toda índole si entregan su confianza a Syriza.
Destacados miembros del Gobierno alemán como Sigmar Gabriel (Ministro de
Economía) y Wolfgang Schäuble (Ministro de Finanzas) han advertido a Grecia que
debe respetar los acuerdos alcanzados con la Unión Europea y que su
cuestionamiento podría provocar su expulsión de la eurozona. Abundando en los agravios
que Alemania ha deparado al país heleno, el Gobierno de Merkel ha deslizado la
idea de que la salida de Grecia del euro será inevitable si Syriza
gana las elecciones.
En definitiva, Grecia es un país situado bajo el fuego de
una nueva colonización que avanza al ritmo del proceso de integración europea.
Ciertamente, la apuesta de Syriza por la reestructuración de la deuda helena y
por la aplicación de un programa masivo de inversiones públicas permitiría
reorientar la construcción europea sobre la base de un paradigma menos
dependiente de los dogmas neoliberales. Sin embargo, no está claro que ello sea
posible en la actual Unión Europea, caracterizada por el dominio de los países
de la zona central y muy especialmente de Alemania. Convencer a Ángela Merkel y
a su electorado de que Grecia necesita respirar no será tarea fácil. Syriza
debería prepararse para afrontar las consecuencias de su resistencia. Si
Alemania no transige, y algunos creemos que no lo hará, la salida del euro con
la que ahora se amenaza a Grecia se convertiría en la única opción realista
para superar el neoliberalismo y abrir un proceso de integración diferente,
basado la cooperación, la solidaridad y el respeto a la soberanía popular.
Fuente: www.publico.es
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