Cerca de 5.500 españoles que murieron
entre las alambradas nazis fueron víctimas del hambre, del trabajo esclavo, de
las enfermedades y de los malos tratos. Este testimonio forma parte de una
serie de artículos que 'Público' ofrecerá en los próximos días como avance
editorial de 'Los últimos españoles de Mauthausen' publicado por 'Ediciones B'.
José Marfil, superviviente de Mauthausen. LOS ÚLTIMOS
ESPAÑOLES DE MAUTHAUSEN
CARLOS HERNÁNDEZ
Autor de 'Los últimos delos últimos españolesde Mauthausen'
Publicado: 22.01.2015 16:23 | Actualizado:
Hace 5 horas
Los cerca de
5.500 españoles que murieron entre las alambradas nazis fueron víctimas de
un cóctel letal elaborado con cuatro ingredientes: hambre, trabajo esclavo,
enfermedades y malos tratos. Los SS no improvisaban, cumplían unas rígidas
directrices dictadas desde Berlín. En la capital del Reich se decidió que los
prisioneros recibieran una dieta de 2.300 calorías diarias, con lo que
esperaban que cada hombre pudiera resistir con vida un máximo de seis meses.
Sabían que, desde el este de Europa, llegarían deportados suficientes para
reemplazar a los muertos.
El gaditano Eduardo Escot recuerda en qué consistía el menú de Mauthausen: "Sopa aguada de patatas, nabos y zanahorias. ¡Todos los días igual! Por eso el hambre era peor que el trabajo más duro en la cantera". Otro andaluz, el malagueño José Marfil Peralta, recuerda la batalla que se producía en el instante en que comenzaba a servirse el "almuerzo": "Nadie quería situarse en los primeros puestos de la fila porque entonces te tocaba pura agua. Los platos se llenaban de agua sin sustancia alguna, mientras que los nabos y las patatas permanecían en el fondo de la marmita. Yo intentaba colocarme en el sitio adecuado. Ni muy lejos ni muy cerca pero, claro, todos hacíamos lo mismo... y empezaba la lucha. Los kapos, a palos, trataban de que nos adelantáramos y, si no podía evitarlo, ya sabía que ese día tendría que comer agua caliente. En cambio, si había suerte, me tocaba el turno cuando ya quedaba poco en la marmita y la sopa estaba espesa. Incluso esos días, al terminar de comer, el hambre no se había atenuado y eso me obsesionaba".
El gaditano Eduardo Escot recuerda en qué consistía el menú de Mauthausen: "Sopa aguada de patatas, nabos y zanahorias. ¡Todos los días igual! Por eso el hambre era peor que el trabajo más duro en la cantera". Otro andaluz, el malagueño José Marfil Peralta, recuerda la batalla que se producía en el instante en que comenzaba a servirse el "almuerzo": "Nadie quería situarse en los primeros puestos de la fila porque entonces te tocaba pura agua. Los platos se llenaban de agua sin sustancia alguna, mientras que los nabos y las patatas permanecían en el fondo de la marmita. Yo intentaba colocarme en el sitio adecuado. Ni muy lejos ni muy cerca pero, claro, todos hacíamos lo mismo... y empezaba la lucha. Los kapos, a palos, trataban de que nos adelantáramos y, si no podía evitarlo, ya sabía que ese día tendría que comer agua caliente. En cambio, si había suerte, me tocaba el turno cuando ya quedaba poco en la marmita y la sopa estaba espesa. Incluso esos días, al terminar de comer, el hambre no se había atenuado y eso me obsesionaba".
Marfil se fue debilitando como el resto de sus compañeros
pero en Mauthausen no había sitio para los débiles: "Una selección, para
todos los deportados y en todos los campos, era sinónimo de muerte. Rodeado de
un grupo de oficiales, el comandante recorría todos los bloques. Se paraba
delante de cada preso, le miraba y si le señalaba con el dedo, el secretario
anotaba su número. Sentíamos pánico mientras se iba aproximando porque sabíamos
que, si nos apuntaba, sería la muerte. En una ocasión, cuando el comandante
llegó hasta mí, me miró de la cabeza a los pies y ordenó que apuntara mi
número. No puedo describir la angustia que sentí. Sin embargo, todavía no sé
por qué, el jefe de mi barraca intervino en mi favor y dijo: "Aún es joven
este hombre, todavía puede trabajar". El comandante me ordenó que corriera
un poco... ¡Yo volé! Me moví tan rápido como pude. Al final el
secretario no anotó mi número y salvé la vida". José vio ese día cómo
muchos compañeros eren elegidos para morir. O bien eran abandonados en una
barraca aislada hasta que morían de hambre o directamente recibían la temida
"picura", una inyección de gasolina en el corazón.
"Sentíamos pánico mientras se iba aproximando porque
sabíamos que, si nos apuntaba, sería la muerte"
Marfil vio morir a sus compañeros de todas las formas
imaginables. Pero el día que más le marcó fue aquel en que los SS decidieron
reconvertir una de las barracas de Gusenen una improvisada cámara de gas:
"Los alemanes habían bloqueado previamente todas las ventanas. Después
llenaron de Ziklon B la barraca. Nuestros pobres camaradas, ante la horrible
muerte que se avecinaba, se apiñaron en las ventanas. La barraca parecía que
iba a explotar, el pánico de los desgraciados era perceptible desde el
exterior, los gritos eran terribles. Nosotros permanecíamos impotentes,
paralizados por el horror. ¿Cuánto tiempo pasó hasta que llegó el silencio?
No lo sé, pero recuerdo que los equipos de limpieza estuvieron trabajando toda
la noche. En ese momento fui consciente de que esa pesadilla me perseguiría
toda la vida".
Avance editorial
Este testimonio, ofrecido por Público, forma parte de una serie de cinco artículos que este diario ofrecerá durante los próximos días como avance editorial de Los últimos españoles de Mauthausen, publicado por Ediciones B, y que sirve como homenaje a los más de 9.000 españoles que pasaron por los campos nazis cuando se cumple el 70 aniversario de la liberación de los campos de exterminio del régimen nazi.
Avance editorial
Este testimonio, ofrecido por Público, forma parte de una serie de cinco artículos que este diario ofrecerá durante los próximos días como avance editorial de Los últimos españoles de Mauthausen, publicado por Ediciones B, y que sirve como homenaje a los más de 9.000 españoles que pasaron por los campos nazis cuando se cumple el 70 aniversario de la liberación de los campos de exterminio del régimen nazi.
Fuente: www.publico.es
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