El
escritor compostelano regresa a la literatura de ficción con 'Somnámbulos'
Suso de
Toro, en el instituto compostelano Rosalía de Castro, donde trabaj / Óscar
Corral
Forzado por las circunstancias personales, primero dejó de
ejercer como escritor profesional y regresó a la docencia. Luego, hace más de
dos años, hizo un anuncio que causó perplejidad: Suso de Toro, uno de los
autores más reconocidos del panorama literario gallego en los últimos 25 años,
abandonaba la escritura. En realidad, nunca dejó de escribir, como lo atestiguan
sus decenas de artículos de prensa publicados desde entonces, siempre con ese
estilo acerado y combativo, sin miedo a buscarse enemigos o a levantar las
mayores polvaredas. Y en medio de tanta prosa guerrillera, De Toro (Santiago,
1957) acabó por regresar a la literatura de ficción. El resultado es Somnámbulos,
tres relatos breves de aire teatral que ha publicado en gallego Xerais, su
editorial de siempre, y en castellano Alianza.
De esos tres textos, solo uno es totalmente inédito, Negocios
de familia, el que abre el libro. Los otros dos, Auga derramada e Insomne,
fueron publicados en su día en un blog personal y en sendas revistas, aunque
eran hasta ahora escasamente conocidos. De Toro explica que esta nueva obra
contiene hilos que la vinculan directamente a sus dos novelas anteriores, Home
sen nome y Sete palabras, la primera centrada en la figura de un
verdugo fascista y la segunda en la búsqueda de la identidad del propio autor y
de sus orígenes familiares en Zamora. Ambos temas reaparecen en Negocios de
familia, que narra el encuentro de un antiguo militante antifranquista con
un guardia civil que participó en la última ejecución de la dictadura y ahora
trata de averiguar quién era su padre.
El escritor compostelano ha repartido entre la política y la
literatura dos de sus grandes pasiones. Pero durante muchos años ambas se
habían mezclado poco. A pesar de su militancia en la izquierda y el galleguismo
-sigue siendo reacio al término nacionalista- sus obras de ficción discurrían
por derroteros muy distantes del compromiso social. "De adolescente",
cuenta, "tenía preocupaciones sociales y al mismo tiempo quería ser
artista. Pero entré en la militancia política clandestina y abandoné la
literatura. Luego me rescaté como escritor y fui dejando la política en un
segundo plano, aunque seguía comprometido. Incluso reclamé la libertad
ideológica del escritor y fui muy beligerante con la literatura de programa
ideológico".
Con el tiempo, se vio inmerso en conflictos personales que
sufrió "como ciudadano" y participó en movimientos sociales como
Nunca Máis. Y poco a poco sus obras de ficción fueron haciéndose cada vez más
políticas. Esta última lo es plenamente. "Hay otra razón", apunta,
"con los años, los escritores vamos haciéndonos más autobiográficos. Y en
este caso, el texto principal, Negocios de familia, aunque sea todo
inventado, tiene su origen en una reivindicación de mi primera juventud, que
coincidió con el final del franquismo y la transición".
De Toro no tiene inconveniente en desvelar el propósito final
de ese texto y lo hace a su más puro estilo, entrando a matar: "Los
intelectuales oficiales se han acercado del mismo modo al franquismo que a la
transición. Respecto a la guerra civil, la idea es que 'ni unos ni otros',
porque todos eran unos bárbaros. Se trata de buscar una cierta pureza, un
terreno neutral donde yo estoy limpio. Así se reivindican figuras como Chaves
Nogales, que escribe sobre la guerra civil y sobre la invasión alemana de
Francia de una manera que particularmente me parece vomitiva. Retrata a todos
como unos salvajes, tanto a los fascistas como a los que defendían la
República, tanto a los nazis como a los comunistas franceses". Esa mirada,
defiende De Toro, la han trasladado muchos intelectuales contemporáneos a la
transición: "Se nos viene a decir que si los franquistas eran
antidemócratas también lo eran los antifranquistas. No puedo soportar ese
discurso que le he ido leyendo a lo largo de los años a Savater, a Muñoz
Molina, a Andrés Trapiello... El mejor ejemplo es Soldados de Salamina,
de Javier Cercas, por eso tuvo un gran éxito. Me parece obsceno y perverso.
Porque la responsabilidad es de los fascistas que se sublevaron contra la
República y de los franquistas que tenían todo el poder. Ni Azaña ni la
República querían fusilar a nadie, se vieron empujados".
El relato constituye, en definitiva, una reivindicación del
militante antifranquista que fue él mismo cuando casi aún no había alcanzado la
mayoría de edad: "Sigo siendo antifascista y antifranquista, y creo que
hay que conservar esa ideología. Quien no sea antifascista no es demócrata.
Estos intelectuales, al igual que había un franquismo sociológico, reivindican
un democratismo sociológico que no existe y que en realidad está imbuido de las
estructuras ideológicas del franquismo". No hace falta añadir que, con
estas premisas, la mirada sobre la transición es cualquier cosa menos
complaciente: "La transición se basó en negar todo lo que había ocurrido,
en hacer como si nada de eso hubiese pasado, como si no hubiese asesinatos ni
chicos fusilados. Incluso mi vida personal participó de la ficción de la
transición. Y siento una cierta vergüenza de haber sobrevivido, porque hubo
mucha gente a la que le dejaron la vida trastocada".
El relato que cierra el libro, Insomne, el monólogo al
amanecer en la barra de un bar del jerifalte de una dictadura innominada,
remite inmediatamente a un icono de la transición: Manuel Fraga. "Sí, él
fue mi musa", confiesa. "Lo escribí sobre 1992, después de haber
mantenido un enfrentamiento con él que tuvo para mí un gran coste personal y
profesional. Lo publiqué en una revista, pero luego se quedó ahí descolgado.
Fraga no es un personaje grandioso, épico, de esos que dan para la gran
literatura. Pero es interesante. Quiso construirse como un monstruo de virilidad,
era una construcción dramática, teatral, un histrión... Pero ocultaba una gran
inseguridad. Detrás de todo, lo que había era un niño inseguro".
Fuente: www.elpais.com
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