"Mi tío Braulio
solo tenía 4 meses ese fatídico día de julio de 1936, nació una noche
primaveral de abril, entre el canto de los grillos y los alcaravanes
(...)"
Memoria Histórica | Viajando entre la tormenta | 18-04-2014
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Cuando
el nazi brigadista del amanecer vestido de azul le abrió la cabeza al chiquillo
golpeándolo salvajemente contra la pared, los gritos de su madre recorrieron la
oscuridad de aquel pequeño pueblo de Tamaraceite. Los alaridos y llantos de una
mujer destrozada se metieron en los oídos de las mentes cobardes, las que se
escondieron o se vistieron de falangistas para demostrar su respaldo al
criminal golpe de estado.
Mi
tío Braulio solo tenía 4 meses ese fatídico día de julio de 1936, nació una
noche primaveral de abril, entre el canto de los grillos y los alcaravanes. Fue
arropado por sus tres hermanos, su padre y una madre amorosa, con manos
encallecidas y rudas pero repletas de ternura. Su paso por la vida fue breve,
sus ojos brillantes contemplaron la inmensa pobreza de su familia, el hambre,
la miseria, las salidas de su padre a cualquier hora a las reuniones del Frente
Popular. Algo pasaba, algo negro, siniestro, con sabor a sangre, rondaba cada
rincón oscuro de aquel pequeño pago del municipio de San Lorenzo, en la
colonial isla de Gran Canaria.
El
chiquillo nunca supo en su inocencia el peligro que se avecinaba como el viento
frío de los muertos. Chillaba alegre, lloraba, observaba detalladamente el
destrozado techo de cañas y barro de la humilde casita, jugaba a su manera, se
entretenía mamando la leche sana y cálida de su madre, mirando con ojos
burlones a sus descalzos y desharrapados hermanos, Lorenzo, Paco, Diego, que
contentos le hacían carantoñas. No llegó a saber jamás lo que se tramaba a
pocos kilómetros, desde las casas de los terratenientes y las iglesias de los
curas fascistas. Los asesinos juntos al anochecer, después de la misa diaria se
encontraban en la tienda de Manolito, algunos con el sabor de la ostia todavía
en sus paladares, diseñaban las listas de los miles de crímenes atroces que
cometerían meses después.
Luego
solo quedó el silencio, una madre que nunca recuperó la alegría, unos hijos
marcados para siempre al ver como asesinaban delante de sus narices a su propio
hermano, la muerte de su padre fusilado un año después por defender la
democracia, la libertad y la República.
Ahora
tantos años después todavía queda vivo uno de esos chiquillos desharrapados, mi
padre Diego, que todavía a sus casi 90 años rememora tristemente esos momentos
de terrible dolor. Que ya se resignó a morir sin recuperar los restos de su
progenitor, enterrado como si fuera basura en la fosa común del cementerio de
Las Palmas. Su salud empeora aunque su vitalidad le hace mantener ese optimismo
que solo tienen las mentes puras, trata de que mi madre no se le vaya, la
obliga a caminar, a salir algunas tardes a la Playa de Las Canteras.
Me
dice no entender como si hay una democracia no nos ayudan sacar esos huesos,
para darles una sepultura digna, para tener la oportunidad de llevarle unas
flores rojas al viejo Pancho, que murió con solo 41 años fusilado, rematado por
el tiro de gracia en el campo de tiro del cuartel militar de La Isleta.
No
entiende como nos cierran todas las puertas, como incluso desde sectores de
organizaciones canarias de memoria histórica se nos crítica por cuestionar el
sistema, por denunciar la violencia de estado contra millones de personas que
sufren las consecuencias de gobiernos putrefactos, testaferros del corrupto
poder financiero. Personajes estos bien asentados y afiliados a partidos del
régimen, con un falso discurso de izquierdas, que a la hora de la verdad
transigen y defienden la farsa, el inmenso montaje diseñado para enriquecer a
unos pocos, el mismo que ha generado que más de tres millones de niños y niñas
estén bajo el umbral de la pobreza, que dos millones de familias no tengan
trabajo ni ingresos de ningún tipo, que solo en dos años se hallan suicidado
3.000 personas en el estado español por razones económicas.
Las
mismas injusticias siguen 78 años después de los fusilamientos y las
desapariciones masivas en las islas, en todo el estado. Por todo eso lucharon y
murieron toda esa gente heroica, todos esos, todas esas luchadoras, que
llegaron hasta el final por una nueva sociedad, por un mundo mejor. Por eso se
enfrentaron al caciquismo, al poder del derecho de pernada, a los abuelos y
padres de los que ahora nos están llevando al abismo del hambre y la miseria
extrema.
El
niño Braulio con sus ojos claros, brillantes, no pudo ver el futuro inmediato,
quedó muertito en su cuna ensangrentada, no llegó a saber nada, solo sintió el
amor de su madre y un minuto de odio brutal, odio de clase, que le condujo a la
muerte, el mismo odio de los que legislan ahora en 2014 con un ojo en las leyes
y otro en sus cuentas corrientes en Suiza.
Ese
chiquillo, mi tío, vivirá para siempre en mi memoria, nunca habrá pasividad ni
resignación, mientras existan motivos para seguir luchando por él, por todos
los niños y niñas que sufren las consecuencias de un régimen sustentado en el
robo, culpable de que en estos días tristes de soledad, señoronas atropellando
policías sin que pase nada, ladrones de guante blanco indultados, policías
torturadores protegidos por jueces y ministros.
La
realidad se repite tristemente y muchos, muchas siguen creyendo que la historia
no será cíclica de nuevo, viven el sueño de las lombrices en esta nueva noche
eterna de los cristales rotos, con la cabeza enterrada en el fango del miedo.
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