El rey, este señor
en concreto, es un síntoma y un símbolo de lo que queremos cambiar, es la
cúpula de un sistema podrido y que no da más de sí
17/04/2014 - 20:06h
El rey
Juan Carlos / EFE
Cada año que pasa salen más
manifestantes a la calle el 14 de abril; cada año hay más artículos sobre la
República alrededor de ese día, el tema aparece más y más en las tertulias y
las redes eran tricolores este año más que nunca. Es evidente que las cosas
se mueven en ese sentido y yo me he ido moviendo también. Hasta hace
relativamente poco tiempo la reivindicación de la República no era
importante para mí. Como para mucha gente la II República es un
importante referente afectivo y ético, un momento fundacional que siempre se
añora. Sin embargo creo que cuando hablamos de la II República
estamos añorando más el triunfo de las clases populares en las elecciones y el
cambio que eso pudo suponer (el cambio que se intentó), la pérdida de la Guerra
Civil y la victoria del fascismo, que una determinada forma de
estado. A veces parece que olvidamos que el
capitalismo, que el neoliberalismo más feroz, es (también)
republicano. Reivindicar la república sin más, sin explicitar qué tipo de
república queremos no tiene mucho sentido. Es más, si llegara el momento
en que la monarquía fuese insostenible, el mismo régimen prepararía la
transición mediante un referéndum bien controlado que abriera un
proceso tan bien controlado como ésta falsa democracia en la que apenas
podemos decidir nada de lo importante.
Es evidente para todo el
mundo que la monarquía es una institución ridículamente anacrónica y que
cuesta admitir que al jefe del estado no se le vota pero, seamos francos, ¿quién
vota ahora a los que verdaderamente nos gobiernan (es
decir, a los poderes económicos y financieros)? No me
ilusiona nada un referéndum para decir si monarquía sí o
monarquía no. Lo que quiero es un auténtico proceso constituyente que
tenga como objetivo la recuperación de una democracia real.
Obviamente la monarquía no tendría cabida en esa situación,
pero su desaparición vendría como la consecuencia natural y
necesaria de una ruptura con el régimen existente, y no como una mera
sustitución nominal del tipo de estado; no como un cambio al estilo de El
Gatopardo, cambiar para que todo siga igual.
Sin embargo, ahora creo que el
rey, este rey, no es sólo una institución más del estado, sino que él
mismo, este señor en concreto, es un síntoma y un símbolo de lo que queremos
cambiar, él es la cúpula de un sistema podrido y que no da más de sí. El rey no
es una persona que esté ocupando sin más una institución representativa
del estado, sino que él es, por su comportamiento y manera de ser, una muestra
perfecta del tipo de gente que nos gobierna. La institución y la persona del
rey, hasta hace poco intocables, se han vuelto de carne y hueso, aunque no
de cualquier carne ni cualquier hueso. Se ha corrido esa especie de velo
sagrado que mantenía a este señor Borbón en el misterio y lo que se
nos ha desvelado no es sólo esa institución anacrónica, caduca y absurda que ya
conocíamos, sino también a una persona que es, literalmente,
un Primus inter pares, el primero entre iguales, entre sus
iguales, la casta que desde el poder financiero y político nos gobierna.
Al desvelarse el velo hemos
visto a una persona completamente alejada de la realidad social –o a la que la
realidad social le importa un bledo-, que vive en un mundo de
privilegios inimaginables para la mayoría en el que cualquier cosa es
posible como dedicarse, por ejemplo, a la caza de elefantes,
como Bárcenas, en un momento en el que la caza mayor es una actividad que
resulta éticamente repugnante a la mayoría; una persona que, durante años, ha
mezclado la representación pública con los negocios privados, un comisionista,
como cualquiera de estos ex políticos que pueblan los consejos de
administración; una persona que desde su puesto se ha hecho muy rico de maneras
nunca explicadas; igual que se han hecho ricos, muy ricos, cualquiera de estos
empresarios que hablan de hacer esfuerzos mientras ellos pagan en negro a sus
trabajadores….
El rey es esa persona que más
allá de la cortesía de los viajes de representación llama “hermanos”
a dictadores en cuyos países se tortura habitualmente, se ahorca a los
homosexuales y se esclaviza a las mujeres. Una persona de costumbres y
hábitos machistas que hoy resultan poco soportables para la mayoría de la
gente y, desde luego para nosotras, que los hemos conocido
con repugnancia; el rey es un clasista hasta en las
formas y se permite llamar de tú a todo el mundo mientras que a él,
al parecer, hay que llamarle de maneras anacrónicamente respetuosas; una
persona que a lo largo de su vida ha tenido por íntimos amigos a
empresarios de esos que pasan por los tribunales y que no pisan
la cárcel (algunos sí, como Javier de la Rosa o Mario Conde) sólo porque
la justicia es ciega, efectivamente, para los poderosos.
En fin, que el rey es el
primero de la fila de todos estos que se están riendo de nosotros. Esa risa que
le debe producir a Esperanza Aguirre decir que no puede pagar la calefacción, a
Lucía Figar pedir una beca para su hija, a Felipe González decir que se va de
Gas natural porque se aburre y luego decir que ya no se va porque ha debido
encontrar otro entretenimiento, o a Aznar decir que le cuesta
mucho ganarse la vida honradamente. El rey es un síntoma. La
monarquía hoy tiene a su frente a una persona que se parece demasiado a la
clase de personas que sí representa. Pero no nos engañemos, la república
en sí no es garantía de nada y entre quienes nos gobiernan hay gente que
ya piensa en ella y en cómo legitimarla cuando nos den a elegir
entre A y B (siendo A y B exactamente iguales) Lo importante de la
república es lo que hagamos de ella y los consensos y los pactos que
sancionemos entre nosotros y nosotras para garantizarnos una vida digna.
Personalmente, sólo por dejarlo caer, me atrevo a decir que
me gustaría una república anticapitalista; ahí es nada.
Fuente: www.eldiario.es
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