Artículos de
Opinión | Guerau Ribes Capilla * | 19-04-2014 |
Las
revueltas de mediados del siglo XIX en Barcelona nos trasladan al momento de la
formación de la clase trabajadora y el inicio de los primeros sindicatos.
Guerau Ribes Capilla explora las dinámicas de estos estallidos populares que
desafiaron el estrecho marco de las instituciones liberales y reivindicaron una
vía democrática, federal y socializante.
Las
revueltas que se produjeron en Barcelona durante el Trienio Progresista
(1840-1843) nos ofrecen claves para reflexionar en torno a las clases populares
y su relación con el régimen liberal en el Estado español en su fase
constituyente. Vistas en conjunto, configuran un proceso revolucionario dinámico
que va ascendiendo en radicalidad política y social. Nos muestran que el
liberalismo político y económico fue cuestionado desde sus inicios. Como
veremos, el sujeto socio-político que protagonizó las revueltasfueron las
clases populares urbanas en proceso de proletarización, junto a una burguesía
crítica. El proyecto político que se defendió fue el del naciente
republicanismo y el del progresismo radical. Propusieron una vía alternativa a
la revolución liberal-burguesa, de carácter democrático, federal, popular-obrerista
y socializante.
Las clases
populares de Barcelona en la primera mitad del siglo XIX
Durante la
primera mitad del siglo XIX, Barcelona se convirtió en la ciudad más
industrializada del Estado, con un sector textil preponderante. Contaba con la
clase obrera más desarrollada, una numerosa menestralía (trabajadores y
trabajadoras de artes mecánicas, generalmente con taller y obrador) y una
potente burguesía. El contexto económico venía marcado por crisis periódicas
que incidían en un incipiente e inestable desarrollo industrial. Esto se
traducía en un radicalismo político que se hizo evidente durante las revueltas
de 1835-1837, ocurridas durante la primera guerra carlista (1833-1840). Se
produjeron ataques luditas (sabotaje de maquinaria), el asesinato de
autoridades, frailes y reos carlistas, se quemaron conventos, casetas de cobro
de impuestos y oficinas de rentas y se destruyeron símbolos absolutistas1.
Estas revueltas fueron reprimidas manu militari. No se solucionaron las causas
económicas, políticas y sociales que originaron los levantamientos, y no
tardarían en volver a estallar.
El proceso
de proletarización tuvo distintos efectos sobre los trabajadores y
trabajadoras: aumentaron su dependencia respecto una demanda de trabajo
cambiante e inestable,2 disminuyó su control de los procesos productivos y
creció la despersonalización de las relaciones laborales y la polarización
social.3 Muchos pequeños talleres se vieron obligados a cerrar, pero también el
poder adquisitivo de los obreros industriales fue descendiendo entre 1830 y
1850.4 Otro efecto fue que, debido a la elevada movilidad laboral de los y las
trabajadoras industriales, era más fácil que entendiesen su situación en
términos de clase. Precisamente, el 10 de mayo de 1840, a principios de la
regencia del general Espartero, se constituyó el primer sindicato del Estado
español: la Asociación de Tejedores de Barcelona (ATB). Heredará la experiencia
organizativa de las sociedades de socorros mutuos y los gremios de oficio
precedentes, pero iba más allá y se proponía negociar condiciones y salarios
laborales con los patronos. Sus herramientas de lucha eran las huelgas y la
negociación con la patronal y las autoridades. Ofrecía, además, una bolsa de
trabajo y pidió un crédito al Ayuntamiento y la Diputación para llevar a
término una suerte de fábrica cooperativa para los asociados desocupados. Al
poco, se constituía la Federación de Sociedades Obreras de Barcelona, una
organización federal obrera unitaria que hacía evidente un nivel de conciencia
de clase que traspasaba el sentimiento de pertenecer a un oficio.
La ATB logró
que Espartero tolerase su existencia, pero con numerosas restricciones: no
podía perjudicar a los fabricantes, debía mantenerse apolítica, tenía que
limitarse al mutualismo proteccionista y se prohibían todas las reuniones de
obreros sin el permiso de las autoridades. La ATB se mantendrá como asociación
apolítica, aunque su sintonía con el progresismo y el republicanismo era
evidente, cuando no explícita. Significativamente, al compás de las revueltas,
las autoridades esparteristas cerrarían el sindicato.5
No obstante
el grado de desarrollo de la clase obrera de Barcelona que acabamos de apuntar,
para entender la dinámica socio-política de la primera mitad del siglo XIX es
más pertinente manejar el término de clases populares, “ya fueran productores
de la tierra –pequeños labradores o jornaleros– y de la urbe –los artesanos,
los obreros en talleres y fábricas y el pueblo menudo ocupado en servir (…)
también estarían incluidos quienes dedicaban sus actividades cotidianas al
pequeño comercio o al pequeño taller (…) sin excluir (…) gente de pluma: de
educación y letras, como institutrices y maestros, impresores y profesionales
nuevos (…): el periodismo y las letras, las profesiones liberales y técnica, la
política.”6 Debemos tener presente que, durante la primera mitad del siglo XIX,
las fronteras entre artesanos y obreros no eran claras y que la penetración de
las relaciones capitalistas seguía distinto ritmo dependiendo del oficio.7 A
nivel ideológico, hay que destacar que, tanto sectores de la clase obrera
industrial, como del artesanado, como una minoría burguesa radical, convergían
en sus aspiraciones democráticas y en la defensa de un mundo económico con
desigualdades limitadas que velase por el bien común de la mayoría. El conjunto
de las clases populares quería el progreso en la industria, siempre que no
fuese acompañado de un empeoramiento en las condiciones de vida y sobretodo,
querían un progreso económico que fuera acompañado de progreso político y
social, con sufragio universal, el derecho a asociación y opinión, el aumento
de jornales, el acceso gratuito a la educación o la abolición de cargas
impositivas que afectaban a las clases populares.
El estado de
la revolución liberal española el año 1837
La
revolución liberal española mantuvo una larga pugna para desmantelar el Antiguo
Régimen, es decir, los privilegios nobiliarios y eclesiásticos propios de una
sociedad estamental, el sistema político fundamentado en la monarquía absoluta
y un sistema económico que no permitía al capitalismo romper con el feudalismo.
El liberalismo, cuando no tenía cauces constitucionales para expresarse,
recurría a la insurrección. Tomaba como referentes experiencias revolucionarias
liberales, especialmente la francesa (1789-1799), así como el modelo
revolucionario de La Guerra de la Independencia (1808-1814), con levantamientos
populares, participación de parte de las élites, la organización del movimiento
a través de juntas que surgieron en distintas localidades del país, su
posterior organización en una Junta Central, la celebración de elecciones a
Cortes constituyentes y la fijación de las conquistas por medio de una
Constitución.8 Este modelo no siempre se cumplió en todos sus puntos en los distintos
pronunciamientos y golpes de Estado del siglo XIX español. Esto es lo que pasó
con las revueltas barcelonesas de 1840-43, que no llegaron a conseguir la
formación de una Junta Central y una reforma constitucional y a la postre,
fracasaron. ¿Por qué? Considero que la cuestión social y democrática es el
elemento central de las revueltas. Sin desviarnos de esta perspectiva, un punto
clave para comprender sus éxitos o fracasos es el desencaje entre el Estado y
la dinámica socio-política de Catalunya. Como hemos apuntado, el Principado,
con Barcelona al frente, era la región más industrializada del país y, como se
ocupaban de repetir las mismas autoridades estatales, era una región con una
larga historia de rebeldía y desafección frente el Estado central.
La
Constitución de 1837 estableció un régimen parlamentario, con libertades
individuales y con representatividad limitada (con un censo que oscilaba entre
el 2 y el 5% de la población). Fue elaborado por el Partido liberal progresista
con la intención de lograr el apoyo del Partido liberal moderado durante la
guerra civil. Con esta constitución se produjeron una serie de abdicaciones en
el ideario progresista que, por otro lado, eran comunes entre los liberales de
toda Europa.9 Un hito de los progresistas fue la ampliación del sufragio en las
elecciones a Ayuntamientos y fijar la Milicia Nacional, una fuerza armada para
defender el liberalismo, compuesta por voluntarios, controlada y mantenida por
las autoridades municipales y dirigida por las burguesías locales, aunque en
los períodos de gobiernos progresistas creció la participación de las clases
populares y los cargos se hicieron electos. El ejército, si bien podía ser –y
fue- un agente fundamental de avance del liberalismo, también era la fuerza
interior represora del gobierno de turno. La presencia de los militares en la
política, propia de la época, se vio reforzada por la guerra civil.
A la
izquierda del progresismo
En la década
de 1834-1843 se hizo evidente la disyuntiva entre un liberalismo patricio y un
liberalismo democrático y popular. Los progresistas seguían invocando la
soberanía nacional, pero sus retrocesos políticos les desmentían. No ha de
extrañar el surgimiento de un republicanismo popular que trataba de incorporar
todos los sectores que el progresismo marginaba, y que el ostracismo y
persecución al que le sometía el Estado reforzase su radicalismo. El naciente
republicanismo era bastante heterogéneo, aunque había núcleos muy activos que
procuraban marcar perfil. La historiografía del republicanismo coincide en
otorgar la influencia política más clara a la Revolución Francesa y, en
particular, al jacobinismo. También se ha destacado la influencia del
asociacionismo obrero, las sociedades secretas democráticas de tipo carbonario,
el movimiento humanitario y romántico-social, el socialismo llamado utópico de
Fourier, Leroux o Cabet, el liberalismo demócrata de Toqueville y economistas
sociales como Sismondi, Pecqueur o De la Sagra. Este primer republicanismo fue
mayoritariamente federal, defendiendo un sistema político fundamentado en el
pacto entre los municipios y pueblos de España que, cuando era subvertido por
alguna de las partes, podía romperse para su reformulación. Este es el
federalismo que, durante la segunda mitad del s. XIX, defenderán los
republicanos de Francesc Pi i Margall y el que, durante la Segunda República,
defendieron los presidentes de la Generalitat Lluís Companys y Francesc Macià
al proclamar el Estado catalán integrado en la República Ibérica. Más allá de
la organización territorial, el federalismo decimonónico siempre tomó partido
por el trabajo y las asociaciones obreras, defendiendo la limitación de la
propiedad privada y la extensión de derechos y servicios fundamentales para las
clases populares.
Las
revueltas de 1840-43 de Barcelona mantienen notables similitudes con las
revoluciones europeas de 1848, hasta el punto que se podría hablar de un
“aviso” del futuro estallido revolucionario. Pero en las revueltas barcelonesas
se enfrentaron un liberalismo autoritario a un republicanismo popular,
demócrata y federal con una presencia destacable de la burguesía radical entre
sus líderes. En el 48 francés, en cambio, terminaron enfrentándose
republicanismo burgués y republicanismo obrero.10 Sería un error acercarse a
las revueltas barcelonesas de 1840-43 con el eco de la crítica que hacía Marx a
la pequeña burguesía y el republicanismo, hija, en buena medida, de la
experiencia del 48 francés.11
El proceso
revolucionario
El 1840, el
partido moderado, con la protección de la regente María Cristina, procedió a
limitar la representatividad de los Ayuntamientos. El general en jefe del
ejército liberal, Joaquín Baldomero Espartero, se opuso, entablando
negociaciones con María Cristina en Barcelona, donde, el 18 de julio, se produjo
una revuelta contra la regente y los moderados. Participaron sectores
populares, milicianos y parte del ejército. Espartero logró que la revuelta no
creciese declarando el estado de sitio y depurando la milicia barcelonesa. No
evitó que se sucedieran manifestaciones, tumultos y muertos en las calles de la
ciudad. El 1 de septiembre se produjo un pronunciamiento en Madrid llevado a
término por sectores conservadores del progresismo. La revuelta triunfó,
derrocó el gobierno moderado y se disolvieron sin consideraciones a los
representantes de las juntas provinciales que querían formar una Junta Central.
María Cristina abdicó el 12 de octubre y Espartero asumió el discrecional cargo
de la regencia. Empezaba el Trienio Progresista.
En octubre
de 1841, las autoridades locales de las principales ciudades del Estado, junto
a la milicia y sectores del ejército, organizaron juntas de vigilancia para
hacer frente al golpe de Estado moderado que se produjo, y que se logró
abortar. La junta de Barcelona fue más allá, tomando medidas como la supresión
de impuestos impopulares, la fijación de precios para los productos básicos o
la demolición de símbolos absolutistas como la Ciudadela. Espartero interpretó
el levantamiento como una mera traición a la nación. El ejército ocupó la
ciudad y quienes habían colaborado con la Junta, fueron depurados, condenados u
obligados a emprender el camino del exilio.
El 13 de
noviembre del 42 estalló una nueva revuelta. Empezó en un portal de la ciudad
al exigirse impuestos de consumos a unos obreros. La revuelta creció al
converger diversos elementos: la intensa movilización del progresismo radical y
el republicanismo catalán, la represión gubernamental del mismo a través del
ejército, el desarme de la milicia, el castigo a las autoridades locales
electas por sus acciones en la junta de vigilancia, el anuncio de una nueva
quinta, la supresión de la fábrica de tabacos en la que trabajaban 500 obreras
y la obligación de reconstruir la Ciudadela. Las fuerzas revolucionarias
expulsaran el ejército de la ciudad, dando paso a un sitio que culminó con
bombardeos indiscriminados desde el castillo de Montjuïc. El día 15 se formó
una Junta Popular compuesta por progresistas y republicanos, con un proyecto
político democrático, interclasista, popular y de tipo federal. Se proclamaba
la independencia interina de Catalunya del gobierno vigente para reformular el
pacto con las otras provincias, se exigía la dimisión del regente, que se
convocasen Cortes constituyentes y finalmente, se pedía protección para la
industria nacional y sus trabajadores y trabajadoras.
El
levantamiento repercutió en otras poblaciones del Estado, como Girona, Vic,
Olot, Figueres, València, Zaragoza y Sevilla, entre otras. El ejército venció
las fuerzas revolucionarias una tras otra, entrando a Barcelona el 4 de
Diciembre. El total de muertos se desconoce, aunque se dan cifras de 400-600
muertos en solo dos días de combates y bombardeos de la capital catalana.
Espartero se
enajenó sus propias bases y se vio forzado a nombrar presidente a Joaquín María
López, progresista avanzado de práctica reformista. Ante el control pretoriano
que ejercía el regente, se produjo una crisis de gobierno y el ejecutivo
dimitió. El 24 de mayo de 1843 estalló un pronunciamiento anti-esparterista y
en defensa del gobierno López y su programa de reconciliación liberal en
Málaga. Se extendió rápidamente por todo el Estado. Lo llevaron a cabo
elementos moderados, progresistas y republicanos. Las noticias fueron llegando
a Barcelona y se sucedieron tumultos contra el ejército. El 5 de Junio, el
Ayuntamiento, presionado por las manifestaciones populares, secundó el
levantamiento, formándose una nueva junta revolucionaria que se declaraba
independiente del gobierno de Madrid hasta que se convocase una Junta la Central.
También exigía que se restituyese el gobierno López para llevar a término la
transición a un nuevo régimen constitucional. Del programa de la Junta destaca
la eliminación de la partida del presupuesto destinada a la Casa Real, la
supresión de los cargos politizados designados por el gobierno, la reducción
del ejército y su limitación a la defensa de fronteras, la libertad religiosa,
dejar de subvencionar la Iglesia, impuestos sobre artículos de lujo,
prohibición de impuestos sobre productos de primera necesidad, libertad de
imprenta…La Junta anunciaba también el escombro de la Ciudadela y de las
murallas, que mantenían en el hacinamiento y la insalubridad los y las
barcelonesas.
A lo largo
del proceso revolucionario, los moderados fueron ocupando cargos en el ejército
y las distintas juntas del Estado. El 22 de julio, los generales moderados
derrotaron las fuerzas esparteristas y al día siguiente, el nuevo gobierno, con
López de presidente, se instalaba en Madrid. Espartero, junto a los líderes
progresistas que lo habían apoyado, marchaba al exilio. El día 26, López
convocaba Cortes ordinarias para principios de octubre. Tres días después, la
Junta de Barcelona enviaba una declaración al gobierno: seguiría en pie para
evitar la monopolización del movimiento que estaban llevando a cabo los
moderados. Las presiones de estos lograron que López incumpliese su programa y
ordenase la disolución de todas las juntas. El día 12, viéndose prácticamente
sola en su defensa de Junta Central, la Junta de Barcelona aceptaba
autodisolverse. Pero las clases populares barcelonesas no estaban dispuestas a
ver como se desvanecía, de nuevo, una posible revolución democrática. Aún más,
retirarse entonces podía suponer –como terminó ocurriendo- un retroceso del
progresismo autoritario al moderantismo autoritario, huir del fuego para caer
en las brasas.
Desde
principios de agosto se sucederán enfrentamientos entre milicianos y el
ejército en las calles de Barcelona. El día 17 entraba Juan Prim a la ciudad,
después de haberse levantado en Reus y de haber sido nombrado Capitán General
de Catalunya por la Junta. Trató de mediar entre el ejército y los
revolucionarios, pero los parlamentos fracasaron y Prim encabezó la salvaje
represión del movimiento. A principios de septiembre, diferentes cuerpos de
milicianos barceloneses y de pueblos de las cercanías tomaban los principales
puntos de la ciudad, iniciando la última etapa de las revueltas del período, la
de mayor radicalidad.
Aunque era
de carácter federal, se llamó revuelta centralista por el hecho de defenderse
la constitución de una Junta Central. El mote popular que adquirirá será el de
Jamáncia, del caló comida o hambre, fuera por el hambre que sufrió la población
durante el sitio, fuera por la condición social de los revolucionarios, fuera
por las canciones y simbología popular que hacía referencia a freír a los
moderados y a Prim a la paella. Como en las tentativas revolucionarias previas,
se formó una junta en Barcelona que aplicó políticas populares. La revuelta
triunfó en Mataró, Girona, Hostalric, Figueres, buena parte del Empordà, en
Sant Andreu de Palomar, Tordera, Sabadell y Reus. También en Vigo, Zaragoza,
León, Almería y Granada. Pero, desde finales de septiembre, irían cayendo una
tras otra ante las fuerzas gubernamentales. Narváez concentró todo el poder
militar y político y ordenó que se acabase con cualquier revuelta a sangre y
fuego. El 1 de octubre, como había ocurrido durante la revuelta del 42, se
bombardeó indiscriminadamente, ahora con más ahínco, la ciudad de Barcelona.
Lejos de querer rendirse, el día 3 la Junta formó una nueva compañía armada,
compuesta y dirigida por obreros. No era una defensa suicida, puesto que
periódicos progresistas y los líderes de la revuelta daban noticia de que había
levantamientos centralistas en distintas poblaciones del Estado.
El día 8, la
reina Isabel era declarada mayor de edad. El gobierno López, quemado por su
incumplimiento del programa revolucionario, cayó. La Junta envió un comunicado
al Capitán General diciéndole que no podían ser tratados como rebeldes, puesto
que no eran los centralistas quienes habían roto los pactos establecidos por la
coalición revolucionaria. Cinco días después, ante el bombardeo incesante, la
Junta comunicaba que aceptaba la capitulación. El día 20, la Junta marchaba
rumbo a Marsella y el ejército entraba a la ciudad.
Bajo la
batuta del general moderado Narváez, se disolvieron la Milicia Nacional y los
Ayuntamientos progresistas, se censuraron todas las opiniones políticas y se
juzgó a todos los que habían participado en las revueltas. Aún habrá un
levantamiento progresista radical en Alacant y poblaciones cercanas en 1844,
pero será rápidamente derrotado y sus líderes fusilados. En una alocución
posterior, el Capitán General de València advirtió: “¡Ay del que no se convenza
que la hora de la revolución ha pasado!”12. Dará comienzo un largo período de
hegemonía de la oligarquía liberal conservadora que se extenderá, con
intervalos, todo el siglo XIX y parte del XX.13
Conclusión
Las
revueltas de 1840-43 de Barcelona configuran un proceso revolucionario que
tenía como objetivo avanzar hacia una sociedad democrática y socialmente menos
desigual. Tuvo cuatro picos revolucionarios, en un proceso dinámico y
ascendente en radicalidad política y social: julio de 1840, octubre del 41, del
13 de noviembre al 4 de diciembre del 42 y finalmente, del 5 de junio al 20 de
noviembre del 43. Sus éxitos y fracasos guardan relación con el desencaje entre
el Estado español y la dinámica socio-política de Barcelona y Catalunya. El
contexto venía marcado por la industrialización y proletarización de los
oficios urbanos y por un liberalismo que, tras vencer el absolutismo en una
dura guerra civil, mostraba sus límites con un progresismo autoritario, centralista
y cuartelario. De forma natural, las clases populares, con una presencia cada
vez más determinante de la clase obrera, se aproximarán al progresismo radical
y al republicanismo popular, federal y socializante.
De todas las
alianzas de clase, la que me parece más coherente es la de la clase obrera con
la clase media, puesto que el estreñimiento de la pirámide social torna en
utopía la supuesta posibilidad generalizada de ascenso social. En tiempos de
crisis, esta utopía se desvanece a ojos vista. Se acusa a los revolucionarios
de mantener un ideario disperso, de ser populistas, pero no lo eran más que los
progresistas, aparte de ser apreciaciones sumamente subjetivas y
descontextualizadas. De hecho, se puede decir que tenían un programa más
coherente y concreto: defendían el sufragio universal, los derechos
individuales y colectivos, una reforma fiscal que incluyese la eliminación de
impuestos que recaían sobre quienes menos tenían y el aumento de los impuestos
a quiénes más tenían, el aumento de los jornales, la limitación a la
especulación, la promoción de la educación universal, reformas laborales y
promoción de servicios sociales entre las clases populares, la construcción de
un Estado federal que atendiese a la pluralidad de pueblos peninsulares, la
limitación del militarismo estatal, la reducción del poder de la Casa Real
(cuando no su eliminación) y, finalmente, la defensa de una práctica
democrática vigilante que, al no poder desarrollarse por vías institucionales,
se veía forzada a la vía insureccional.
* Guerau
Ribes Capilla es licenciado en Historia y máster en Historia Contemporánea.
Artículo
publicado en la revista anticapitalista La hiedra
Notas:
1 Ollé
Romeu, J. M., 1994: Les bullangues de Barcelona durant la primera Guerra
Carlina (1835-1837). Tarragona: El Mèdol; García Rovira, A. M. 1997:
“Radicalismo liberal, republicanismo y revolución (1835-37)”, en Ayer nº29,
1998.
2 Camps, E.,
1995: La formación del mercado de trabajo industrial en la Cataluña del siglo
XIX. Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, p. 98.
3 Benet,
J.,y Martí, C., 1976: Barcelona mitjan segle XIX. El moviment obrer durant el
Bienni progressista (1854-1856). Barcelona: Curial, p. 129.
4 Ibid., p.
178.
5 Barnosell,
G., 1999: Orígens del sindicalisme català. Vic: Eumo.
6 Lida, C.
E., 1997: “¿Qué son las clases populares? Los modelos europeos frente al caso
español en el siglo XIX”, en Historia Social, nº 27, 1997.
7 Para el
estudio del artesanado barcelonés de principios del siglo XIX, véase Romero
Marín, J., 2005: La construcción de la cultura de oficio durante la
industrialización. Barcelona, 1814-1860. Barcelona: Icaria.
8 Véase
Moliner, A., 1997: Revolución burguesa y movimiento juntero en España (La
acción de las juntas a través de la correspondencia diplomática y consular
francesa, 1808-1868). Lleida: Milenio.
9 Santirso,
M., 2008: Progreso y libertad. España en la Europa liberal (1830-1870).
Barcelona: Ariel. pp. 30-35.
10 Una breve
síntesis en Hobsbawm, E., 1998: La Era del capital, 1848-1875. Barcelona:
Crítica, pp. 21-38.
11 Marx, K:
“El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, en Die Revolution. Nueva York, 1852.
disponible en http://www.marxists.org/espanol/m-e...
12 Díaz
Marín, P., y Fernández Cabello, J. A., 1992: Los mártires de la libertad (La
revolución de 1844 en Alicante). Alicante: Instituto de cultura Juan
Gil-Albert.
13 Síntesis
del conjunto de las revueltas en Fontana, J., 2003: “La fi de l’Antic Règim i
la industrialització (1787-1868)”, en Vilar, P. (dir.), 2003: Historia de
Catalunya, vol. 5, Barcelona: Edicions 62, pp.279-294. Para seguir el proceso
revolucionario en distintas poblaciones del Estadof: Moliner, A, 1997: op. cit.
A mi juicio barre ud. un poco para casa en esa época Castilla, tenía y producía mas y mejores tejidos que Cataluña, los de Castilla eran similares en calidad a los de Flandes y los de Cataluña de baja calidad como los de Italia, fue precisamente el Rey, quien para acabar con las guerras carlistas, hundió los telares de Castilla, para favorecer a Cataluña dándole toda clase de facilidades reales para su desarrollo. Otro si digo, yo jamás salva uds. los catalanes vi en ninguna historia universal hablar del principado de Cataluña, por favor dígame donde puedo hacerlo, me gusta ilustrarme, gracias, soy gallego, me gusta la verdad y para nada me interesa la guerra dialéctco política y de historia que sostienen los catalanes con los políticos y la prensa de Madrid. Gracias Ramón Isasi.
ResponderEliminar