Publicado en abril 23, 2014 por Redacción |
Alfonso XIII, el rey pornógrafo, dibujado por Alberto
Cimadevilla.
El rey Alfonso XIII
hizo rodar entre 1915 y 1925 a una pareja de famosos cineastas catalanes, los
hermanos Baños, varias películas pornográficas que permanecieron escondidas
durante más de setenta años, hasta que aparecieron de forma misteriosa en un
monasterio valenciano. Hoy las conserva la Filmoteca de Valencia.
Aitor
Iturriza / Documentalista.
Anita
Loos, guionista, actriz y novelista, además de experta en los cotilleos del
Hollywood más alocado de los años veinte, contó en su libro Adiós a Hollywood
con un beso la famosa anécdota (que en las primeras ediciones del libro fue
censurada en España) de cuando Alfonso XIII visitó entusiasmado la meca del
cine. Según la autora de Los caballeros las prefieren rubias, en aquel viaje a
Hollywood el monarca se interesó especialmente por conocer al actor de comedia
Fatty Arbuckle. El anfitrión del rey, el actor Douglas Fairbanks, incómodo le
hizo saber que Fatty había sido defenestrado por haber ocasionado la muerte de
una adolescente en una orgía introduciéndole una botella de champán en los
genitales. Loos cuenta que Alfonso XIII, tras oír la desgraciada historia,
exclamó: “Vaya, qué injusticia. ¡Si eso le podía haber pasado a cualquiera!”.
Esta
anécdota pone de relieve dos de las aficiones del Borbón: su conocida
inclinación por las fiestas subidas de tono y sobre todo la extravagante
cinefília del abuelo de Juan Carlos I, quien entre 1915 y 1925 encargó rodar a
los hermanos Baños una serie de películas cuyo argumento fue propuesto por el
propio monarca y que permanecieron en la oscuridad y el anonimato, escondidas,
durante más de setenta años. Esta es la historia de esas cintas olvidadas,
tachadas de nuestra historia como se rasga un ojo con una navaja: son las
películas pornográficas de Alfonso XIII.
Pioneros
cinematográficos
Los hermanos Baños nacieron con el cine, y
crecieron y lo hicieron crecer junto a ellos. Ricardo nació en 1882 y algo
después, en 1890, tan solo cinco años antes del invento de los Lumière, nació
Ramón. Como en muchas otras familias acomodadas de la Barcelona de principios
del siglo XX, la familia de Ramón y Ricardo de Baños se interesó por todo
aquello que perteneciese a “la vida moderna”: la fotografía, el deporte o los
nuevos medios de locomoción como los tranvías, las bicicletas, los globos
aerostáticos o los coches. No es de extrañar, por tanto, que Ramón y Ricardo
pronto se interesasen por uno de los inventos que trajo consigo una nueva forma
de expresión, el cine.
Ricardo,
dejando a un lado su interés por el deporte (llegó a ser un gran gimnasta),
decidió viajar a París para introducirse en el mundo de la producción
cinematográfica. Fue allí donde aprendió el oficio de cineasta. Contratado por
Gaumont, la productora con los mayores estudios del momento, se formó como un
excelente camarógrafo. Unos años después regresó a Barcelona y empezó a hacerse
un hueco en su ciudad natal. Allí conoció a otros pioneros cinematográficos
catalanes, entre los que cabe destacar a Albert Marro. Ricardo alternó en sus
primeros años los reportajes y la ficción y se asoció con Marro en la
productora Hispano Films. De esta asociación Marro-Baños salieron algunas de
las más exitosas películas de la década de los años diez, hasta que Ricardo de
Baños decidió seguir su propio camino como productor y director de cine y fundó
la Royal Films en abril de 1916. Con su productora se instaló en el número 7
del Carrer Príncep d’Asturies.
Ramón
de Baños, por su parte, decidió emprender una romántica aventura hacia el
Amazonas. Se convirtió, así, en uno de los primeros hombres en filmar la selva
brasileña, en un viaje lleno de peripecias que relatará en el libro
autobiográfico Un pioner del cinema català a L’Amazònia. El pequeño de los
hermanos regresó a casa a causa de unas fiebres, para casarse con una mujer que
apenas conocía y ayudar a su hermano en la empresa cinematográfica (aunque
siempre mantuvo su espíritu independiente).
Los
dos hermanos filmaron de todo, desde combates de boxeo hasta operaciones
quirúrgicas. Ricardo fue uno de los realizadores de mayor prestigio y Ramón uno
de los mejores cámaras del momento. Títulos como Barcelona en tranvía (1908),
La vida de Colón y su descubrimiento de América (1916), Fuerza y nobleza
(1918), Arlequines de seda y oro (1919) o Don Juan Tenorio (1922) llevan su
firma. Grabaron también reportajes bélicos, por ejemplo La guerra del Rif. E
incluso es posible encontrar películas sobre la CNT, más en concreto sobre la
Columna Durruti, firmadas por Ramón de Baños.
Pero
también fueron los encargados de filmar los desfiles del rey Alfonso XIII y
alguno de los viajes de la familia real, como por ejemplo a Toledo, Barcelona,
Montserrat y Zaragoza. Estos reportajes tenían la finalidad de presentar al rey
y a su familia de forma propagandística ante el pueblo y el extranjero. La
simpatía del monarca por la Hispano Films (de la que era socio Ricardo) era
notable. Francisco de Lasa señala en Els germans Baños: aquell primer cinema
català que entre Ricardo y Alfonso XIII había una relación de amistad, bien sea
por la relación que pudo fraguarse en la filmación de estos reportajes o por la
cinefilia del rey (no hay que olvidar que los hermanos Baños fueron cineastas
muy reconocidos en su época). Es probable que de esta amistad surgieran los
encargos “especiales” que Alfonso XIII realizó a los cineastas catalanes.
Varios
protagonistas de los encargos “especiales” de Alfonso XIII.
Al menos tres
películas
Es
de todos conocido que uno de los rasgos característicos de la familia borbónica
es la pasión por los placeres populares, bien relatada por Diego Medrano en
Historia golfa de la monarquía hispánica. En el caso de Alfonso XIII, además
existía el amor por el séptimo arte, gusto que ningún otro monarca o familiar
de la casa real ha mostrado: sus herederos han preferido los acontecimientos
deportivos, como el fútbol, el tenis o el balonmano. Alfonso XIII era un hombre
interesado por el cine y ayudó en la producción de películas, si no de forma
directa sí a través de la corte, y contaba con una sala de proyecciones privada
en el Palacio Real. En esa sala, Alfonso XIII proyectaba para él y en ocasiones
para sus amigos las películas porno que encargó realizar a los hermanos Baños.
Se sabe que por aquel entonces circulaban por
algunos cines películas de ese jaez que se proyectaban a puerta cerrada en las
denominadas sesiones golfas, a las que acudían hombres de la alta sociedad. El
porno era, en sus inicios, un lujo para las clases privilegiadas. Los hermanos
Baños mantuvieron la producción de las películas pornográficas a la par que la
producción de sus películas convencionales durante aproximadamente una década,
de 1915 a 1925, más que ningún otro cineasta. Esas películas no iban firmadas,
pero, como recoge Francisco de Lasa en su libro, Ramón de Baños nunca tuvo
problema en admitir su autoría. Alfonso XIII, por medio del conde de Romanones,
encargó al menos tres películas. Sabemos de esas tres porque son las que se
encontraron setenta años después y de forma misteriosa en un monasterio
valenciano, el de Moncada, según el crítico y experto en cine pornográfico
Lucas Soler. Esas películas fueron compradas por la Filmoteca Valenciana, que
prefiere mantener en secreto el nombre de aquel que las encontró o las tuvo
guardadas durante todo este tiempo.
Las
películas se titulan El confesor, Consultorio de señoras y El ministro. La primera,
de unos 40 minutos de duración, cuenta la historia de un cura confesor que se
beneficia de su poder sobre las feligresas. La segunda, algo más larga que la
anterior y de mejor factura técnica (en ella se ven avances en la forma de
rodar, los cineastas van descubriendo con la práctica cómo filmar la
pornografía), se cuenta la historia de la consulta de un doctor que examina a
las mujeres mediante un método especial. Y El ministro trata la historia de una
mujer que acude al Ministerio para rogar que no se despida a su marido, a lo
cual el ministro accede a cambio de unos favores sexuales.
De
los argumentos, que al parecer fueron propuestos por el monarca, se pueden
sacar dos cosas en claro: una, que quiere poner en escena situaciones de abuso
de poder; otra, que los personajes que el rey propone provienen de su entorno
cercano, a saber, el clero, las mujeres de la alta sociedad y los poderes
públicos.
Estas
películas dan para largos y diversos análisis fílmicos e históricos. ¿Por qué
el rey, al que tanto apasionaba el cine, decidió involucrarse como “productor”
o “guionista” en la pornografía y no en otro género? Estas películas tienen un
carácter irónico evidente: el cura, las mujeres de la alta sociedad
representadas como unas viciosas, el ministro… El retrato que se hace de todos
ellos es mordaz y satírico. Si entendemos, además, que los actores empleados
para interpretar a estos personajes eran prostitutas y borrachos del Barrio
Chino de Barcelona, asistimos a una doble ironía: las mujeres que se desnudan y
gozan de forma explícita eran prostitutas de los más bajos fondos disfrazadas
de mujeres de la burguesía y la aristocracia. Por tanto, ¿podemos pensar que
Alfonso XIII y los hermanos Baños son los pioneros de una tradición fílmica que
luego seguirán cineastas de la talla de Buñuel, Almodóvar o Bigas Luna? Desde
luego, parecen marcar alguno de los caminos que estos directores seguirán
(aunque es dudoso que tuvieran a Ramón y Ricardo de Baños o al propio monarca
como referencia).
Por
otro lado, se puede hacer un análisis del porno de entonces, de los cánones de
belleza y de las costumbres sexuales del imaginario colectivo, o en este caso
del propio rey. En definitiva, el hallazgo de estas tres películas propicia
preguntas e investigaciones interesantes, pues son solo la punta del iceberg.
¿Cuántas películas más se rodaron? ¿Qué pasó con ellas? ¿Y con aquella sala de
proyecciones secreta? Difícil será desvelar lo sucedido solo en pase privado,
pero al menos ya han salido a la luz las primeras secuencias.
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