Artículos de
Opinión | Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate | 29-04-2014 |
Si
tuviéramos que encontrar algún elemento positivo en el ejercicio de democracia
de muy baja intensidad que se celebrará el próximo 25 de mayo con motivo de las
elecciones europeas, y si nos levantáramos de la cama aquejados de un extraño
optimismo impropio de la actual coyuntura, señalaríamos que una de las
cuestiones más interesantes que pueden aportar estos comicios es la
intensificación del debate, en el seno de las izquierdas, respecto al análisis
y a las propuestas alternativas al proyecto europeo hegemónico.
Con esta
afirmación queremos destacar que el debate en sí es bastante más significativo
que el resultado del formalismo electoral de una Unión Europea profundamente
deslegitimada y antidemocrática, ya que dichos debates podrían servir en el
medio plazo para generar las actualmente poco sólidas agendas políticas y las
articulaciones necesarias para revertir la situación actual.
De esta
manera, mal que bien, más o menos tímidamente, estos últimos meses están
favoreciendo que las izquierdas políticas –bien con la forma de partido o de
movimiento- definan su diagnóstico de la crisis actual y del papel que las
instituciones europeas están jugando en la misma, a la vez que exponen cuáles
son las propuestas fundamentales, sobre todo en el ámbito estratégico de la
economía.
1. Consenso
fundamental: redefinición continental del proyecto europeo
Desde la
perspectiva económica, varios son los lugares comunes donde se suelen encontrar
las izquierdas: en primer lugar, se destaca que el proyecto político europeo no
tiene como principio fundacional la reducción de las fuertes asimetrías entre
países ni la construcción de un marco político europeo de bienestar en el que
se blinden los derechos humanos. Al contrario, la génesis del proyecto se sitúa
en la implementación regional de la lógica capitalista en base a un mercado
único sin unidad política, tomando como pivote la estrategia expansiva de la
economía germana. Por tanto éste es realmente el objetivo estratégico del
proyecto que, más allá de la retórica habitual, permea el conjunto de
actuaciones e iniciativas vinculadas a la construcción europea.
En segundo
lugar, las izquierdas suelen estar también de acuerdo en que la arquitectura
económica derivada de este proyecto específico, que empieza a tomar forma en el
Tratado de Maastricht de 1992, es funcional a dicha lógica de expansión capitalista.
Así, ésta se pone al servicio de los mercados y de quienes los controlan,
enfrentándose si es necesario a las grandes mayorías sociales (como está
ocurriendo actualmente en una fase de agudización de la lucha de clases). Esta
arquitectura económica estaría conformada fundamentalmente por estos cuatro
elementos: una moneda única fundada sobre enormes asimetrías entre países,
regiones y personas; un Banco Central Europeo (BCE) autónomo (respecto a los
gobiernos, claro, no en lo que se refiere al capital), tecnócrata y
estrictamente dedicado a limitar la inflación y estabilizar el mercado
financiero, no a ampliar la reproducción de la vida de la ciudadanía; unos
límites draconianos al déficit público (máximo del 3% del PIB) y a la emisión
de deuda pública (máximo del 60% del PIB), a partir del Pacto de Estabilidad y
Crecimiento (2005); y una dirección económica profundamente antidemocrática,
liderada por una élite de representantes políticos, entidades multilaterales y
empresas transnacionales al servicio indiscutible de la reproducción del
capital y la obtención de ganancia mercantil. No obstante, y aún siendo
conscientes de la relevancia de esta arquitectura económica en todo el proyecto
europeo, veremos en el siguiente apartado cómo los principales disensos
actuales se refieren a cómo, cuándo y desde dónde trazar la estrategia para
superar dicha arquitectura.
Finalmente,
y continuando con los consensos existentes, las izquierdas también convienen,
en tercer lugar, en que la política económica aplicada por las instituciones
europeas (austeridad y recorte en derechos; despilfarro en ayudas a los bancos;
descontrol de los superávit comerciales y de las burbujas financieras generadas
por éstos; políticas pro-mercado y pro-transnacionales, como la Política Agraria
Común), no sólo no está incidiendo positivamente en la superación de la crisis
sino que la está agravando, incrementando los niveles de pobreza y de
vulnerabilidad sistémica con tal de mantener la rueda imparable y suicida del
flujo de capital y ganancia antes comentado.
Son
precisamente estos tres lugares comunes los que conducen a las izquierdas a
convenir que, más allá de cambios en la arquitectura y política económica, es
preciso redefinir el proyecto europeo desde nuevas bases más democráticas y emancipadoras,
en el que se reconozcan, hagan vigentes y sean exigibles los derechos
individuales, colectivos y nacionales, analizando a su vez qué nos ha llevado a
esta situación y quiénes son los responsables de la misma. De ahí que existe
bastante acuerdo en torno a la exigencia de un proceso constituyente europeo
(aunque existen diferentes posiciones sobre cuál es el ámbito territorial de
dicho proceso), ya la propuesta de una auditoría social de la deuda, que señale
cuál de ella es ilegal e ilegítima, y por tanto no debe pagarse.
Por
supuesto, ambas propuestas deberían formar parte sin duda de las agendas de las
izquierdas europeas, así como la reclamación de la vigencia, exigibilidad y
universalidad de una serie de derechos civiles, políticos, económicos, sociales
y culturales, que realmente enfrentaran las asimetrías existentes, no sólo
entre países, sino también entre géneros, razas y clases. Es por tanto un
imperativo para partidos y movimientos tomar como referencia y hacer fuerza
común en torno a estos ejes estratégicos que van a la raíz del problema.
2. Mientras
tanto, ¿Qué hacer con la arquitectura económica europea?
No obstante,
y a pesar de que se comparten ciertos consensos, es necesario hacerse la
pregunta de si éstos son suficientes en la coyuntura actual para conformar una
agenda política combativa y realista, que incida directamente sobre el cuadro
de mando de la UE capitalista, y que permita en el medio plazo avanzar en
términos emancipadores. Es aquí donde se sitúan los primeros disensos, ya que
aunque se comparta la pertinencia del proceso constituyente y de la auditoría
integral de la deuda, también es cierto que hay izquierdas que piensan que no
se dan las condiciones para que estos procesos de base continental sean
viables, al menos en el medio plazo. De esta manera, y ante el escaso dinamismo
y proyección de estas iniciativas, nos encontraríamos empantanados en una
propuesta interesante pero irreal, mientras la estructura básica del proyecto
hegemónico (la arquitectura económica) campa a sus anchas y sin desgaste
considerable.
Así, se
aduce que centrar la agenda política únicamente en revertir la génesis del
proyecto europeo se basa en dos condiciones, que a día de hoy no se cumplen ni
parece que se cumplirán en el futuro: la primera, que existe o pueda existir
una correlación continental de fuerzas positiva para las izquierdas; la
segunda, que se constate una voluntad nítida de éstas por articularse en torno
a estas iniciativas, dentro de una apuesta real por una mayor unidad política europea.
Lamentablemente, la correlación de fuerzas en Europa no sólo no es positiva
sino muy negativa para las izquierdas, con una hegemonía sólida de la derecha
(conservadora, liberal y social-liberal), y con el más que notable avance de la
extrema derecha (en otro momento, y desde la autocrítica, habría que abordar
este fenómeno desde la izquierda). Por otro lado, tampoco parece que las
izquierdas estén haciendo especial hincapié en una articulación real en torno a
un proceso constituyente, y es notorio que el peso de la política interna es
mucho más fuerte que la visión continental, desgastada incluso en esta agonía
generada por la crisis. No hay en este sentido acuerdo en ámbitos tan
importantes como el modelo socioeconómico hacia el que transitar, o sobre los
derechos nacionales y el ejercicio del derecho de autodeterminación, como para
pensar que esta opción es actualmente viable.
De esta
manera, estas iniciativas continentales podrían convertirse en un brindis al
sol en la práctica cuando realizamos un análisis de la correlación de fuerzas
políticas y de las prioridades de las izquierdas. Mientras tanto, el proyecto
europeo real -capitalista y neoliberal-, sigue azotando a las grandes mayorías,
que no cuentan con alternativas concretas y viables.
En este
sentido, varias son las cuestiones que cobran relevancia en estos momentos: ¿Es
necesario esperar a la puesta en marcha de procesos continentales a la hora de
tomar medidas que afecten a la relación de los países con la Unión Europea y la
Eurozona? ¿Un país que alcanzara una correlación de fuerzas positiva para la
izquierda debería acatar la arquitectura económica y esperar a un hipotético
proceso continental para tomar las riendas de su estrategia económica? ¿Qué
posición se debería mantener desde las izquierdas si países como Catalunya,
Escocia o Euskal Herria consiguieran la independencia y tuvieran que plantearse
su relación con la UE y la Eurozona?
Son estas
las preguntas a las que debemos responder, que en definitiva se podrían resumir
en la siguiente: ¿Qué posición debe mantener la izquierda ante la arquitectura
económica generada en torno al euro? Recordemos que ésta (Maastricht, BCE,
Troika y Euro) juega un papel esencial en todo el entramado europeo ya que
supone, por un lado, la plasmación estructural del proyecto fundacional y, por
el otro, la base que posibilita la implementación de la política económica
actual. Hay por tanto una lógica proyecto-arquitectura-política económica, en
la que la arquitectura juega un rol de visagra del conjunto.
Ésta es por
tanto el nudo gordiano del asunto, y dentro de la misma es el euro la argamasa
que permite articular en conjunto de la arquitectura económica. Así, un euro
que responde a las ansias de expansión mercantil sin importarle las profundas
asimetrías de partida, cercena la capacidad de enfrentarlas y las ahonda, con
las subsiguientes consecuencias de pobreza, vulnerabilidad, burbujas
financieras, etc. La rueda, a pesar de todo y frente a los intereses de las
mayorías populares, no puede parar y su reproducción sólo se puede mantener en
base a un BCE ajeno a las necesidades del conjunto de la economía, en base a un
disciplinamiento de los gobiernos en torno a los postulados de Maastricht, y en
base a una dirección económica pseudo-dictatorial de la Troika. Por tanto, el
euro no es sólo una moneda, sino que es la tela de araña donde se teje la
estructura del poder económico y político europeo. De esta manera, el debate en
torno al euro es estratégico a la hora de responder a las preguntas que antes
se han planteado, que son lo que realmente marca los importantes disensos
actualmente existentes, como veremos a continuación.
3. ¿Es
posible la emancipación dentro de la arquitectura económica del euro?
Las
izquierdas ofrecen respuestas diferentes a la cuestión de cómo, cuándo y desde
dónde enfrentarse a la arquitectura económica generada en torno al euro.
Sintetizando, podríamos encontrar tres tipos diferentes de formas de abordar
esta cuestión.
En primer
lugar están quienes inciden en la raíz del proyecto europeo y en su
manifestación como política económica, obviando la relevancia de la
arquitectura económica. Así, apuestan por un proceso constituyente en el largo
plazo y de carácter continental, a la vez que critican duramente la política
económica europea (austeridad) y a quienes la ponen en práctica (Troika), pero
sin proponer superar de manera directa la actual arquitectura económica. Por
tanto, se confía en que el resultado del propio proceso constituyente altere en
un futuro dicha arquitectura, que de momento no hay que tocar, ya que los
riesgos de hacerlo -y de hacerlo unilateral y no continentalmente-, son más
altos que los posibles beneficios que se obtendrían de salir –o no entrar- en
el euro.
En segundo
lugar están quienes sí pretenden abordar los tres aspectos de la lógica
proyecto-arquitectura-política, planteando en el caso de la arquitectura su
reforma a través de una unión político-fiscal. De esta manera se propondría
hacer fuerza para una reforma en profundidad del modelo de gobernanza de la Eurozona,
haciendo real el tránsito de una UE mercantil y economicista a una Europa que
asume su naturaleza política, planteando una política fiscal común, un BCE
volcado en el apoyo a la economía real, así como el reconocimiento universal de
ciertos derechos ciudadanos. Todo ello sería la palanca para abordar la
reducción de las asimetrías actuales, sin necesidad de salir del euro (aunque
algunas versiones de estas propuestas sí que definen algunas rupturas con la
arquitectura económica europea en lo referente a la financiación del déficit
público) [1]. Por tanto, hablamos de alterar significativamente esta
arquitectura, pero sin abandonar la moneda única, con la pretensión de que una
fiscalidad progresiva sea capaz de cohesionar el territorio del euro.
En ambos
casos las propuestas son de carácter continental y nunca desde la capacidad de
decisión de un país determinado -o de un futuro estado independiente-; en ambos
casos no se cuestiona la pertinencia de repensar el marco territorial de la UE,
a pesar de las más que evidentes asimetrías; y, por supuesto, se apuesta por el
euro como moneda única. La diferencia entre ellas consiste en que la primera lo
apuesta todo al proceso constituyente, mientras que la segunda plantea la
reforma de la Eurozona en base a una mayor unidad política.
Finalmente,
y en tercer lugar, estarían quienes afirman –entre los que me incluyo- que a la
vez que se mantiene la apuesta por un proceso constituyente (que no
necesariamente debería impulsarse dentro del territorio actual de la UE o la
Eurozona), es preciso atacar directamente a la arquitectura económica vigente y
plantear como una posibilidad real y positiva la salida –o no entrada- en el
euro, y sin tener que para ello esperar a un proceso continental amplio [2].
De esta
manera, y siempre después del necesario análisis particular de riesgos,
estructura económica y realidad geopolítica de cada caso, se apuesta por
incluir prioritariamente en la agenda el abandono –o no ingreso- en el euro,
por las siguientes dos razones: en primer lugar, porque esperar a un proceso
continental que revierta esta situación puede ser ilusorio en el contexto
actual, siendo necesario desgastar desde cualquier frente la manifestación más
nítida del conjunto del proyecto, que no es sino el euro y su arquitectura; en
segundo lugar, porque es la única forma de poder plantear una estratégica
económica emancipadora y soberana desde ámbitos institucionales, poniendo al
servicio de la misma las políticas cambiaria, monetaria, fiscal, ahora
secuestradas por la arquitectura económica europea y su proyecto suicida.
En este
sentido, es claro que mantenerse ajeno al euro tiene sus costes (sobre todo el
shock inicial), pero pensamos que más costes se generan para la ciudadanía
dentro del euro y mientras no se cuestione el euro. Recordemos, como ya hemos
señalado, la importancia de esta moneda única dentro del proyecto europeo,
convirtiéndose en la tela de araña que articula a éste en su conjunto. Así,
podemos asumir y asumimos lo complejo y arriesgado de no estar en el euro, pero
en sentido contrario devolvemos la siguiente pregunta: ¿Qué hacer, aquí y
ahora, dentro del euro? ¿Es posible la emancipación política y humana, desde
los resortes institucionales, dentro del euro?
Nuestra
respuesta es que no, sobre todo para los países periféricos, ya que una
institucionalidad estatal amputada de sus capacidades económicas (enredadas en
la tela de araña del euro) no tiene capacidad de maniobra, sin cartas para
apostar por un proceso emancipador dentro de una estructura netamente capitalista.
Por tanto, sería como una especie de apuesta esquizofrénica en la que se ataca
al proyecto europeo ultraliberal a la vez que se acatan sus manifestaciones
estructurales más palmarias. Y todo ello mientras se espera a un proceso
constituyente sin bases sólidas, de tremenda complejidad, y de escasa
proyección en el largo tiempo. No tenemos tanto tiempo.
A otro
nivel, también la incertidumbre y la más que probable inviabilidad sobrevuelan
la segunda opción de reformar parcialmente la arquitectura económica sin tocar
el euro. En primer lugar, en un proyecto deslegitimado pero poderoso como el
actualmente hegemónico, se confía en alcanzar mayorías continentales
suficientes para girar el proceso hacia una unión política, enfrentándose así a
los intereses de la Troika. Creo que es mucho confiar. En ese sentido, parece
mucho más probable que se pudiera alcanzar esas mayorías en el marco de un
estado actual –o futuro estado independiente- que en el marco de una Europa que
gira a la derecha y que parte de una izquierda desarticulada. En segundo lugar,
e incluso si se llegara a articular a nivel continental la fuerza suficiente
para dicha unión político-fiscal, ¿de verdad creemos que la fiscalidad, en este
momento actual, puede ser la palanca de superación de las enormes y crecientes
desigualdades? Pareciera una medida bastante tibia, que resta énfasis a la
necesidad y urgencia de un cambio profundo.
En
definitiva, y por todas las razones esgrimidas, apostamos por descarrilar el
tren de la arquitectura económica europea generada a través del euro, situando
la salida -o no entrada- en la moneda única como vía necesaria para emprender
cualquier proceso emancipador, y después de un análisis profundo de riesgos y
capacidades. No obstante, y tal como hemos venido diciendo a lo largo del
texto, no consideramos al euro únicamente como una moneda sino como una
argamasa, como una tela de araña que permite romper con el BCE, con la Troika y
con Maastricht, por lo que mantenerse ajeno al euro precisa de todo un paquete
de medidas y modelo socioeconómico alternativo sobre el que plantear dicho
proceso emancipador.
4. El no al
euro como parte de una estrategia económica emancipadora
El no al
euro es por tanto una medida necesaria pero no suficiente[3]. Pensamos que no
hay posibilidad para la emancipación -desde los resortes institucionales-
dentro del euro, a la vez que afirmamos que no se trata de cambiar una moneda
por otra (el euro por el dracma, la lira, o el eusko), sino de garantizar que
se cuentan con las mínimas garantías y capacidades para poder desarrollar una
estrategia soberana y emancipadora, en el contexto de un capitalismo
globalizado y de una correlación de fuerzas determinada.
En este
sentido, ni el no al euro es la panacea, ni significa la liberación de todas las
ataduras respecto al sistema, ni mucho menos. No obstante, y dentro de los
límites de dicho sistema, esta medida ofrece una mayor capacidad de actuación a
los procesos de emancipación, e infringiría un duro golpe al entramado
capitalista y antidemocrático de la UE, teniendo así un impacto significativo
en la lucha contra el statu quo.
Por lo
tanto, el no al euro siempre debe ir acompañado de toda una propuesta
socioeconómica alternativa que por un lado mitigue el shock generado por la
salida o no entrada en el euro y que, por el otro, sirva de marco de referencia
de los proyectos no capitalistas que se pretenden impulsar.
En esta
línea, y en primer lugar, el no al euro debe ir acompañada de una propuesta de
auditoría social de la deuda a nivel estatal que genere una suspensión de pagos
(impago de la deuda ilegítima, renegociación de la que sí lo es) que, en última
instancia, evite la losa permanente de la deuda para una ciudadanía ajena al
proceso de la burbuja financiera.
En segundo
lugar, el no al euro debería ir de la mano de una regulación fuerte y una
actuación enérgica respecto al flujo de capitales, así como del control público
y/o social de al menos parte importante del sistema financiero, lo que permita
recuperar a éste para su apoyo a la reproducción ampliada de la vida.
En tercer
lugar, conllevaría el control público y/o social de sectores estratégicos como
la energía, las telecomunicaciones o el transporte, como bienes públicos que
deben escapar a cualquier lógica mercantil.
En cuarto
lugar, el no al euro entraría en el paquete de propuestas de desmantelamiento
de la política económica europea actual (también la internacional), erradicando
la supresión de derechos y las políticas pro-corporaciones, como la lamentable
Política Agraria Común (PAC).
Por último,
y en quinto lugar, el no al euro debería ir estrechamente vinculado de la
apuesta inequívoca por un modelo socioeconómico que dispute espacios al
capitalismo, centrado en nuevos modelos de consumo y producción, con la
sostenibilidad de la vida como referencia y en base a circuitos cortos y a la
economía solidaria como marco de actuación que impulsar.
Además, y
como hemos señalado desde el comienzo del artículo, se hace necesario
compaginar esta propuesta socioeconómica alternativa con una agenda para la
redefinición política de Europa en su conjunto, desde bases democráticas y
emancipadoras. Ello supone, primero, abrir el debate sobre el marco territorial
actual de la Unión Europea, que pudiera ser o no el idóneo a la hora de generar
un proceso político donde se priorice la cohesión y la horizontalidad; después,
supone establecer nítidamente cuáles son los valores fundacionales del proceso
o procesos que se definan, y que éstos realmente respondan a las demandas de
las mayorías populares; y por último, pero no por ello menos importante, supone
explicitar y favorecer el ejercicio del derecho de autodeterminación para
aquéllas naciones que deseen convertirse en Estado propio.
El no al
euro es por tanto una medida a tener en cuenta dentro de toda una estrategia,
pero una medida fundamental en todo caso. En este sentido, y si se dieran las
condiciones, debería entenderse como una iniciativa perfectamente posible por
la que apostar, tanto en el regreso a viejas monedas o en la creación
transitoria de monedas complementarias. Pero siempre, y en todo caso, debe ir
acompañada por toda una estrategia económica y política que prefigure una
salida a la sinrazón actual, y que permita a las izquierdas hacer desde ya
pedagogía emancipadora.
En
definitiva, hay que derrotar a la actual arquitectura económica generada en
torno al euro, hay que atacarla por todos los frentes y sin esperar a procesos
futuros e inciertos. Dentro de la misma, no hay salida. Fuera de ella,
incertidumbre, sí, pero también se vislumbran nuevos horizontes emancipadores,
con los que la izquierda europea tiene una responsabilidad global.
Notas:
[1] V.V.A.A:
Manifiesto ¿Qué hacer con la deuda y el euro? disponible en http://www.vientosur.info/spip.php?...
[2]
LAPAVITSAS, Crisis en la zona euro, Editorial Capitán Swing, 2013
[3] MONTERO
SOLER, Alberto, Salir de la pesadilla del euro, 2014, disponible en http://www.rebelion.org/mostrar.php...
URL de este
artículo: http://www.alainet.org/active/73301
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