Gracias al empeño personal de Gregorio Salcedo y a la promesa de un
brigadista alemán que combatió con los republicanos, el mesón El Cid de Morata
de Tajuña acoge un museo lleno de objetos y recuerdos de la contienda.
ALFONSO ÁLVAREZ-DARDET Madrid 20/04/2014 08:00
VER VIDEO: http://video.publico.es/videos/0/186547
Se acerca el buen tiempo, y con él el deseo irrefutable de
expandir horizontes. Imaginemos que para sus vacaciones un tal Rudolf
Doppelgänger (personaje inventado) viaja a España con varios amigos para hacer
turismo. Atraído por nuestra extensa y variada gastronomía, la promesa de vivir
un jolgorio tras otro y una riqueza histórica que se remonta a miles de años
atrás de Jesucristo aterriza en el recién bautizado aeropuerto Adolfo Suárez.
Vamos a dar por hecho que Doppelgäner es un buen turista y ha realizado sus
deberes: se ha informado de dónde están los mejores restaurantes, las más
ruidosas y concurridas discotecas, exposiciones, museos.... Es cuando su
naturaleza curiosa le lleva a querer indagar en uno de los capítulos más negros
de la historia patria, la Guerra Civil, y se tiene que hacer esta pregunta ¿Y
ahora qué hago?
Decepcionado por la falta de opciones, en Internet ha leído
(continuando la ficción) algo sobre un museo, en Morata de Tajuña, a 35
km de Madrid situado en la Venta El Cid. Allí, un paisano, Gregorio Salcedo,
lleva 30 años recopilando objetos del campo de batalla, comprando otros en
el rastro de Madrid e incluso haciendo trueque. La entrada suele ser gratuita
si comes en el mesón, y si no, también. Muy cerca de este remoto pueblo tuvo
lugar una de las contiendas más sangrientas de la Guerra Civil Española, la
Batalla del Jarama, que sucedió en febrero de 1937, con amplias bajas tanto
para un bando (el republicano) como para el otro (los golpistas).
Gregorio Salcedo:
"Recogíamos las balas y las vendíamos y con eso comprábamos el pan... al
menos se comía"
La historia del museo se remonta a la niñez de Salcedo:
"Iba con mis padres y mi hermano al campo a buscar chatarrilla para
después venderla, eso sería por el año 50. Recogíamos las balas y las vendíamos
y con eso comprábamos el pan... al menos se comía. Más adelante, cuando pasamos
esa etapa me puse a pensar que porqué no hacía como se hace en toda Europa: un
museo de nuestra guerra".
Y se puso manos a la obra. Hace ya ocho años, propuso a los dueños
del mesón El Cid, en Morata de Tajuña (Madrid) la idea de exponer las piezas
que había recolectado. Pilar Apance, dueña del local y una enamorada de la
historia, explica que le procuraron una habitación contigua al museo
etnográfico que ellos regentan. "Fue tal el éxito que la gente empezó
a interesarse más por el suyo que por el nuestro, así que al final empezó a
ganar terreno y ahora es el más grande", explica.
Balas, bombas, uniformes de ambos bandos, medallas,
ejemplares del periódico ABC que se puede considerar hoy en día como
rarezas, ya que durante un tiempo circularon a la vez dos ediciones, la
Sevillana, perteneciente al bando golpista y la madrileña, llamada ABC, diario
Republicano de Izquierdas; mapas, máscaras anti gas, monumentos, cientos de
fotografías, hasta una sala de video y una vitrina dedicada a tinteros, el
objeto preferido de Salcedo: "porque piensas que con esas tintas han
tenido que escribir maravillas, tanto buenas como malas, porque se han escrito
penas de muerte, pero también se han escrito poesías, a sus mujeres, a sus
niños...".
"Sobre todo han venido de Izquierda Unida, alguno de la
Asamblea de Madrid y del PSOE e incluso militares de la OTAN"
Por sus salas han paseado todo tipo de personas y
personajes: desde grupos de colegios, universitarios hasta militares,
extranjeros, políticos y famosos (de los que se niega a dar nombres) :
"Sobre todo han venido de Izquierda Unida, alguno de la Asamblea de Madrid
y del PSOE e incluso militares de la OTAN". La mayoría, cuando han terminado
la visita no han dudado en dar la enhorabuena por el esfuerzo de Salcedo en
conservar la historia. Solo hay que echar un vistazo al libro de visitas del
museo, y leer los múltiples mensajes de agradecimiento. "Uno de los
secretos del éxito de este museo es que no es ni de derechas ni de
izquierdas", asegura Salcedo.
La mayoría de los objetos que no han sido encontrados en el
campo de batalla, explica su dueño, han sido comprados en mercadillos como
El Rastro de Madrid: "Cuando veo un documento, una foto o algo que
merece la pena ser expuesto lo compro, con ayuda de mi familia, durante un
tiempo estoy sin permitirme algunos caprichos, pero merece la pena".
El futuro del museo, asegura Salcedo, pasa por hacer una
fundación entre Pilar Apance, dueña del mesón El Cid, él mismo y algunos
familiares y amigos que le apoyaron desde el principio y que continúan
acompañándole en caminatas por los parajes que antaño fueron campo de batalla y
en los que aún quedan enterrados parte de la historia más negra de nuestro
país.
Totalmente comprometido con mantener viva y transmitir la
historia de nuestro país, Salcedo es, además un artista que ha sabido dar un
uso más apropiado a la cantidad de metralla que encuentra cada semana en los
campos de batalla. Recibiendo al visitante, en la entrada del museo, se alza
una estatua a tamaño natural que ha realizado con este material extraído de los
obuses y las bombas que se tiraban ambos bandos. "Lo hice para honrar a
todos los internacionales que vinieron a luchar en la guerra", explica.
La promesa de un brigadista alemán
De todos ellos, ocupa un lugar especial, tanto dentro del
museo como en el sentir de Salcedo, el interbrigadista alemán Fritz
Eikemeier y su familia. Su historia es la de muchos extranjeros que
lucharon en la Guerra Civil del lado republicano. Se estima que representantes
de cerca de 50 nacionalidades diferentes dieron sus vidas entre 1936 y 1939.
"Todos lucharon de forma altruista, por un ideal, por la libertad",
explica la doctora Olga García Domínguez, amiga de la familia Eikemeier y
exiliada de la dictadura franquista en Alemania.
Relata Salcedo que cuando Eikemeier terminó de luchar en la
Guerra Civil, y tras hacerlo también en la segunda Guerra Mundial, comentó en
su casa que algún día iba a volver a España y "ayudar a alguien que
estuviese haciendo algo por que no se olvidase este episodio de la
historia". Finalmente el brigadista murió sin poder cumplir su promesa,
pero su hija, Renate Fiedler, que se había criado escuchado los deseos de su
padre quiso hacerlos realidad.
"Cuando escucharon que no podía aceptar el dinero se liaron a
llorar", recuerda el dueño del museo"
En la vida uno no sabe qué es lo que puede pasar",
lamenta Salcedo. Fiedler tampoco pudo cumplir los deseos de su padre porque
murió. Su marido, Frank Fiedler y la nieta de Eikemeier, Katja Fiedler, que
estuvo haciendo un Erasmus en Valencia, decidieron cumplir la promesa de sus
familiares. Cuando llegaron a Morata de Tajuña, y hablaron con Salcedo, le
ofrecieron una cantidad de dinero que este rechazó, en un principio.
"Cuando escucharon que no podía aceptar el dinero se
liaron a llorar", recuerda el dueño del museo. La doctora García, amiga de
Katja, se conocieron en la Universidad de Medicina, en Berlín, hacía de
intérprete ese día y le contó la historia de la familia. "Cuando me lo
explicaron, claro que acepté el dinero. Al año siguiente vinieron y me dieron
otra donación, con la que pude ampliar la galería. Estaré eternamente agradecido
a esa familia".
Fritz Eikemeier y su familia, algunos voluntarios que han
donado desinteresadamente objetos y el empeño de Salcedo han creado un templo
de la memoria, aquella que si no nos empeñamos, como se hace en otros países,
en cuidar tenderá a diluirse en la inevitable tendencia olvidadiza del ser
humano. Una iniciativa privada, al alcance de todos y una oportunidad para el
recuerdo que no hay que dejar escapar.
Fuente: www.publico.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario