Tierra, agua y semillas son imprescindibles para cultivar y comer.
O alimentos para la mayoría o dinero para la minoría, ésta es la cuestión. La
Vía Campesina, el mayor movimiento internacional de pequeños agricultores,
jornaleros y sin tierra, lo reivindica día a día. Hoy, 17 de abril, en la
jornada internacional de la lucha campesina repasamos su historia.
Artículos de Opinión | Esther Vivas | 18-04-2014 |
Combatiendo la globalización alimentaria
La globalización alimentaria, diseñada por y para la agroindustria
y los supermercados, privatiza los bienes comunes, acaba con aquellos que
cuidan y trabajan la tierra y convierte la comida en un negocio. La
liberalización de la agricultura, no es más que una guerra contra el
campesinado. Se trata de políticas que, amparadas por instituciones y tratados
internacionales, acaban con los pequeños y medianos agricultores y las
comunidades rurales.
Ante esta ofensiva, emergió, en 1993, La Vía Campesina, como
la máxima expresión de aquellos que en el campo resisten y combaten la
globalización neoliberal y los dictados de organizaciones internacionales como
el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial
del Comercio (OMC). Los antecedentes de La Vía se remontan a mediados de los
años 80, cuando, en motivo de la Ronda de Uruguay del GATT, varias
organizaciones campesinas llevaron a cabo importantes esfuerzos para
internacionalizar el movimiento.
A principios de los 90, se constituyó La Vía, en parte, como
una alternativa más radical a la hasta entonces única organización
internacional campesina, la Federación Internacional de Productores Agrícolas
(IFAP), creada en 1946. Una organización que representaba, principalmente, los
intereses de los mayores agricultores, situados, en general, en los países del
Norte, y favorable al diálogo con las instituciones internacionales.
La Vía Campesina nació, así, en los albores del movimiento
altermundialista, coordinando esfuerzos junto a otras muchas organizaciones,
desde feministas a grupos contra la deuda externa, pasando por aquellos que
exigían la tasación de las transacciones financieras internacionales a
indígenas, colectivos de solidaridad internacional..., unidos en el combate
contra una globalización al servicio de los intereses del capital. La Vía
resultó ser el "componente campesino" de este "movimiento de
movimientos".
Desde finales de los años 90 y principios de la década del
2000, La Vía Campesina impulsó y participó activamente en las masivas protestas
contra la OMC y otras instituciones internacionales. En las marchas contra la
cumbre de la OMC en Cancún (2003) y Hong Kong (2005), los campesinos fueron uno
de los actores más relevantes y visibles. Un recuerdo especial merece el
campesino coreano Lee Kyung Hae, presidente de la Federación de Campesinos y
Pescadores de Corea del Sur, que se quitó la vida en la protesta contra la OMC
en Cancún subido a la valla que rodeaba el perímetro de seguridad, para
denunciar cómo el agronegocio acababa con la vida de tantos agricultores.
Tras la política de alianzas de La Vía, estaba el
convencimiento de que su lucha contra la agroindustria formaba parte intrínseca
de un combate más amplio contra la globalización neoliberal y que otro modelo
de agricultura y alimentación solo sería posible en el marco de un cambio
global de sistema. Para conseguirlo, la creación de coaliciones amplias entre
sectores sociales distintos se percibía como fundamental. Golpear juntos, desde
una unidad tejida en base a la diversidad.
La Vía Campesina, de este modo, fue capaz de construir una
identidad “campesina” global, politizada, ligada a la tierra y a la producción
de alimentos. Sus miembros representan los sectores más golpeados por la
globalización alimentaria, pequeños y medianos campesinos, jornaleros, sin
tierra, mujeres del campo, comunidades agrícolas indígenas, rompiendo la
división Norte-Sur e integrando en su seno a organizaciones de todo el planeta,
150 grupos de 56 países. Se trata, en palabras de Walden Bello, de un nuevo
"internacionalismo campesino".
A por la soberanía alimentaria
La emergencia de La Vía Campesina aportó, también, una nueva
mirada a las políticas agrícolas y alimentarias. En 1996, en el marco de la
Cumbre Mundial sobre la Alimentación de la FAO, en Roma, La Vía lanzó un nuevo
concepto político, el de la soberanía alimentaria. Si hasta entonces, el hambre
en el mundo solo se abordaba desde la perspectiva de la seguridad alimentaria,
que todo el mundo tenga acceso y derecho a la alimentación, pero sin cuestionar
qué se come, cómo se produce y de dónde viene, el concepto acuñado por La Vía
"revolucionó" el debate.
Ya no se trataba únicamente de poder comer, sino de ser
"soberanos", y poder decidir. La soberanía alimentaria va un paso más
allá al de la seguridad alimentaria y no únicamente reivindica que todo el
mundo tenga acceso a los alimentos sino, también, a los medios de producción, a
los bienes comunes (agua, tierra, semillas). Se trata de una apuesta por la
agricultura local y de proximidad, campesina, ecológica, de temporada, en
oposición a una agricultura en manos del agronegocio, que empobrece al
campesinado, con alimentos que recorren miles de kilómetros antes de llegar a
nuestra mesa, que acaba con la diversidad alimentaria y que, además, nos
enferma.
No se trata de una idea romántica, de un retorno a un pasado
arcaico, sino de recuperar el conocimiento tradicional campesino y combinarlo
con nuevas tecnologías y saberes, de retornar la dignidad a quienes conrean la
tierra, que ésta sea para quien la trabaja, de establecer puentes de solidaridad
entre el mundo rural y el urbano y, sobre todo, de democratizar la producción,
la distribución y el consumo de alimentos. No es un concepto que deba
interpretarse en un sentido autárquico sino solidario e internacionalista, que
apuesta por una agricultura local y campesina aquí y en cada rincón del
planeta.
Las mujeres cuentan
Una soberanía alimentaria que tiene que ser feminista, si
quiere significar un cambio real de modelo. Hoy las mujeres, a pesar de ser las
principales proveedoras de alimentos en los países del Sur, entre un 60% y un
80% de la producción de comida recae en sus hombros, son las que más pasan
hambre, padeciendo el 60% del hambre crónica global, según datos de la FAO. La
mujer trabaja la tierra, cultiva los alimentos, pero no tiene acceso a su
propiedad, a la maquinaria, al crédito agrícola. Si la soberanía alimentaria no
permite igualdad de derechos entre hombres y mujeres, no será una alternativa
de verdad.
La Vía Campesina, con el tiempo, ha ido incorporando una
perspectiva feminista, trabajando para conseguir la igualdad de género en el
seno de sus organizaciones y estableciendo alianzas con grupos feministas como
la red internacional de la Marcha Mundial de Mujeres. En La Vía, las mujeres se
han organizado autónomamente para reivindicar sus derechos, ya sea dentro de
sus propios colectivos o a nivel general.
La Comisión de Mujeres de La Vía ha llevado a cabo un
trabajo fundamental promoviendo el intercambio entre mujeres campesinas de
diferentes países, organizando encuentros específicos de mujeres coincidiendo
con cumbres y reuniones internacionales e impulsando la participación de éstas
en todos los niveles y actividades de organización. En octubre del 2006, se
celebró el Congreso Mundial de las Mujeres de La Vía Campesina, en Santiago de
Compostela, que puso de relieve la necesidad de fortalecer aún más la
articulación de las mujeres y aprobó la creación de mecanismos para un mayor
intercambio de experiencias y planes de lucha específicos. Entre las propuestas
aprobadas estaba, entre otras, lanzar una campaña mundial contra la violencia
machista y trabajar para que se reconozcan los derechos de las mujeres
campesinas exigiendo igualdad real en el acceso a la tierra, a los créditos, a
los mercados y en los derechos administrativos.
A pesar de la paridad formal en La Vía, las mujeres tienen
mayores dificultades para viajar o asistir a encuentros y reuniones. Como
señalaba, Annette Aurélie Desmarais, en su libro ’La Vía Campesina’ (2007):
“Hay muchas razones por las que las mujeres no participan a este nivel. Quizá
la más importante es la persistencia de ideologías y prácticas culturales que
perpetúan relaciones de género desiguales e injustas. Por ejemplo, la división
de las labores por género significa que las mujeres rurales tienen mucho menos
acceso al recurso más preciado, el tiempo, para participar como líderes en las
organizaciones agrícolas. Dado que las mujeres son las principales responsables
del cuidado de los niños y los ancianos (…). La triple jornada de las mujeres
–que implica trabajo reproductivo, productivo y comunitario- hace mucho menos
probable que tengan tiempo para sesiones de formación y aprendizaje para su
capacitación como líderes”. Más allá de las dificultades objetivas, avanzar
hacia la igualdad es una prioridad para La Vía, y eso gracias a sus mujeres.
La Vía Campesina lleva más de 20 años articulando
resistencias en el campo y tejiendo redes y alianzas a nivel internacional.
Alimentarnos es imprescindible para todos, ya sea en el campo o la ciudad, en
el Norte o el Sur del planeta. Y comer, hoy, se ha vuelto, como recuerda La
Vía, un acto político.
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