nuevatribuna.es | 13 Abril 2014 - 18:49 h.
«Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente
que no tengo hoy el amor de mi pueblo... Espero a conocer la auténtica y
adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la nación,
suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España,
reconociéndola así como única señora de sus destinos», decía Alfonso XIII desde
el exilio y algo así escucharemos pronto.
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«Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores
de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano», declamaba
Antonio Machado por la llegada de la deseada República. En 36 horas el reinado
de Alfonso XIII llegaba a su fin. Fue un proceso rápido, limpio, incruento e
imprevisto. La monarquía se había vuelto incompatible con los que creían en un
régimen democrático y la República empezó a postularse como la única opción de
futuro, incluso entre los monárquicos.
Todo había comenzado en abril de 1930, cuando Indalecio
Prieto en el Ateneo de Madrid afirmaba: «Es hora de las definiciones. Hay que
estar con el rey o contra el rey». Días antes el ex ministro monárquico
Alcalá-Zamora, que se había pasado a las filas republicanas, afirmó que solo
existía un poder legítimo: las Cortes Constituyentes. Así se fue fraguando el
Pacto de San Sebastián del 17 de agosto de 1930, al que se sumaron el PSOE y la
UGT en octubre, convocando una huelga general que iba a ir acompañada de una
insurrección militar para meter a «la Monarquía en los archivos de la Historia»
y estableciera «la República sobre la base de la soberanía nacional
representada en una Asamblea Constituyente». Fracasó la huelga y más tarde ganó
la República.
Había sido el domingo 12 de abril, hace ahora 83 años,
cuando se celebraron las elecciones municipales, convocadas con el objetivo de
consolidar la monarquía, que era un símbolo de decadencia y que resultaron ser
su perdición. Los resultados dieron el triunfo a las candidaturas
«republicano-socialistas» en 41 de las 50 capitales de provincia y derrotados,
por los partidos monárquicos, en las zonas rurales. Pero pese a que los
resultados globales le eran favorables, provocaron la caída de la monarquía.
En un manifiesto dirigido a intelectuales, firmado por
Marañón, Pérez de Ayala y Ortega y Gasset —creaban la Agrupación al Servicio
de la República, El Sol, 10 de febrero de 1931—, se decía que «Cuando llegan
tiempos de crisis profunda, en que, rota o caduca toda normalidad, van a
decidirse los nuevos destinos nacionales, es obligatorio para todos salir de su
profesión y ponerse sin reservas al servicio de la necesidad pública». Pues en
esas estamos. Momentos difíciles, con grandes sufrimientos para una gran
mayoría. En esta situación debería ocurrir que, en lugar de resignación, la
ciudadanía nos rebelásemos contra los recortes, los abusos y la corrupción
política e institucional, movilizándonos de forma permanente, a favor de los
derechos de quienes solo tenemos la fuerza del trabajo para vivir o ni eso, y
promover la III República.
Si, ya se que la República no da de comer ni es sinónimo de
solución de problemas, pero es una salida digna, que abriría con ilusión un
horizonte de futuro. Todo parte de un sueño, que con tesón y compromiso puede
hacerse realidad. La idea republicana, representa la democracia y, como tal, es
la única opción capaz de proporcionar a la ciudadanía, la cultura de la
honradez y responsabilidad, para alcanzar la libertad, la igualdad y la
fraternidad. Un espacio donde el ciudadano republicano se sienta libre y
participativo por una sociedad en donde la justicia social sea un bien, porque
sin justicia no hay democracia. Una sociedad en la que el pueblo sea el
auténtico soberano, en una nación europea y fuera de bloques militares. Un
Estado federal, laico y republicano.
Hace unos días, como en 1931 lo hicieron otros, decenas de
intelectuales firmaron un escrito, manifestando que «Ha llegado el momento de
que los españoles decidamos en plena libertad el régimen que deseamos para
España». Por ello pedían la convocatoria de un referéndum, «en el que se tenga
la posibilidad de elegir libremente entre Monarquía o República»; abriendo un
Proceso Constituyente para elaborar una nueva Constitución, procediendo después
a la convocatoria de elecciones generales, para la formación de un nuevo
Parlamento, que represente a la soberanía popular. La Constitución que se
adopte, decían «debe prever las modalidades de elección del Presidente de la
República del nuevo Estado federal». Yo también me sumo a proceso.
En una sociedad moderna, no puede existir más aristocracia
que la de la inteligencia y el trabajo, en la que todos los hombres y mujeres
sin excepción, sean iguales ante la ley. La soberanía debe residir
exclusivamente en el pueblo y nunca en una persona o institución. En una
auténtica democracia, sólo puede ejercer el poder aquellos elegidos en votación
popular. Ha llegado la hora de establecer un estado auténticamente laico, porque
la libertad en todas sus manifestaciones, individual o colectiva, debe ser la
piedra angular sobre la que se estructure una sociedad y porque el estado, para
ser el garante de las libertades, debe declararse neutral ante todas las
confesiones religiosas.
Democracia y laicismo en un estado solidario, que garantice
el derecho al trabajo a toda la ciudadanía, la educación como obligación
esencial del Estado, gratuita desde la escuela infantil, hasta la Universidad.
Un estado solidario en el que la Sanidad Pública sea universal, gratuita y de
calidad, con prestaciones sociales que aseguren una vida digna a los más
desfavorecidos. El Estado y la Sociedad, deben garantizar un sistema de
pensiones, que asegure un adecuado nivel de vida para las personas jubiladas.
Un Estado solidario, no puede ser sino pacifista. El derecho
a la vida y a la integridad física, deben ser protegidos por el Estado, como
igual debe proteger la calidad del ecosistema y la vida de quienes la
conforman, ambos elementos básicos para la sociedad del bienestar que se
propugna. El estado debe ser un instrumento necesario en la búsqueda de la paz
universal garantizando el necesario equilibrio entre la paz social y el
disfrute de los bienes adquiridos, con solidaridad.
Gregorio Marañón, Pérez de Ayala y José Ortega y Gasset, se
proponían movilizar a «un copioso contingente de propagandistas y defensores de
la República española». Se hacía un llamamiento a «todo el profesorado y
magisterio, a los escritores y artistas, a los médicos, ingenieros, arquitectos
y técnicos de toda clase, a los abogados, notarios y demás hombres de ley».
También se refería muy especialmente a la necesidad de contar con la
colaboración de la juventud. Hoy como ayer hay que movilizarse, especialmente
los jóvenes, pues es vuestro futuro el que se avecina y debéis de organizarlo.
La III República que viene debe ser la obra de todos,
hombres y mujeres, en un esfuerzo común por dotarnos de un Estado acorde con
nuestro tiempo. «No es una quimera, no es una utopía. Es una urgente necesidad
de regeneración democrática», dicen hoy los intelectuales. Por su parte los de
1931 terminaban diciendo: «La República será el símbolo de que los españoles se
han resuelto por fin a tomar briosamente un sus manos su propio e intransferible
destino». Será realidad, si todos nos unimos y luchamos juntos por conseguirlo,
para poder decir: ¡queda proclamada la III República española¡
Fuente: www.nuevatribuna.es
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