José
A. González Casanova
Suelen
confundirse ambos términos desde que la experiencia neozarista del socialismo
real soviético permitió a los socialdemócratas reclamar para sí en monopolio el
verdadero socialismo. Para que no se le confundiera con el comunismo
totalitario, se le añadió el adjetivo democrático. Pero ¿es la misma cosa el
socialismo democrático que la socialdemocracia?, ¿una democracia social
equivale a una democracia socialista? Desde el siglo XIX, la lucha del
movimiento obrero obligó a las fuerzas conservadoras a aceptar el sufragio
universal y a intentar algunas tímidas mejoras sociales. Con el tiempo, las
derechas llegaron a presumir de que también ellas eran demócratas y partidarias
del bienestar social de los ciudadanos.
En Cataluña, sin ir más lejos, la derecha nacionalista de Jordi Pujol se
presentó a las primeras elecciones democráticas (1977) con un programa
socialdemócrata. Cuando le conviene a su sucesor, Artur Mas, aparecer con tal
signo, se olvida de cuando se presentaba como liberal-conservador. También el
partido democristiano del señor Duran i Lleida se llama ahora socialcristiano,
pese a su defensa del capitalismo.
En
fin, Aznar hizo creer a los votantes en 1996 que estaba más a la izquierda que
el PSOE, y así engañó a la gente que le creyó de centro. Por todo eso se ha
impuesto el tópico de que la
izquierda apenas se diferencia de una derecha moderna. ¿Serán los socialistas, por un casual, la mano izquierda del capitalismo en el doble sentido de la palabra: su diplomacia dialogante y su apagafuegos en los momentos críticos para el sistema? Tras los estragos de la II Guerra Mundial, la población europea necesitaba como nunca una política
izquierda apenas se diferencia de una derecha moderna. ¿Serán los socialistas, por un casual, la mano izquierda del capitalismo en el doble sentido de la palabra: su diplomacia dialogante y su apagafuegos en los momentos críticos para el sistema? Tras los estragos de la II Guerra Mundial, la población europea necesitaba como nunca una política
social avanzada y votó que gobernara la izquierda. El capital lo consideró tan
inevitable como útil. Con una URSS amenazante y dos poderosos partidos
comunistas en Italia y Francia, había que apartar al pueblo
trabajador de la tentación revolucionaria. Por seguridad nacional y por confundir el capitalismo depredador con la libertad de empresa y de mercado, el labour británico y sus colegas continentales reconciliaron a la ciudadanía con el capital mediante un cierto bienestar y a costa de los países pobres.
trabajador de la tentación revolucionaria. Por seguridad nacional y por confundir el capitalismo depredador con la libertad de empresa y de mercado, el labour británico y sus colegas continentales reconciliaron a la ciudadanía con el capital mediante un cierto bienestar y a costa de los países pobres.
Con
los años, la socialdemocracia se convirtió en la mano izquierda del sistema,
practicó el neocoloniaje y demonizó al comunismo. ¿Qué fue de la democracia
socialista propugnada por su fundador? Marx nunca fue comunista; reconoció no
saber cómo sería el socialismo futuro; recomendó reformas que hoy nos
parecerían superadas por la realidad. Pero la base de su análisis es inequívocamente
anticapitalista. Si la socialdemocracia del provenir dejara de combatir el
régimen imperante, no podría llamarse a sí misma, no ya marxista (Marx decía no
serlo), sino socialista. Tal adjetivo sólo correspondía a quien, por impulso
democrático, hiciera desaparecer el capitalismo del Planeta. Todo lo contrario,
pues, de una socialdemocracia que, so pretexto de darle paliativos a un régimen
agonizante, acabara reanimándolo y prolongando su turbia vida.
Fue
el renegado Karl Kautsky (como lo llamó Lenin) quien, como marxista, formuló el
criterio, ambiguo pero certero, para juzgar una posible rendición de la
izquierda. Cuando se haya logrado que la mayoría social anticapitalista alcance
la mayoría política, habrá que proceder a la revolución de la mayoría,
consistente en emprender unas reformas del sistema que acaben con él, no que lo
fortifiquen. Nada de paliativos. Eutanasia pura y simple, si bien con todos los
requisitos legales. Este es el criterio (¿quién lo diría?) recogido en el
artículo 9.2 de nuestra Constitución. En él se hace responsables a todos los
poderes públicos de la remoción de cuantos obstáculos impidan que la libertad y
la igualdad de las personas y sus colectivos sean reales y efectivas. Es decir,
desmontar el tinglado de la vieja farsa democrática del capitalismo. Dicho
texto casi nadie se lo ha tomado en serio.
Excepcional
fue el discurso ante las Cortes del socialista catalán Joan Reventós al
calificar la norma constitucional de auténtica base legitimadora de un tránsito
del capitalismo al socialismo. Aunque Marx no extendía recetas para
enfermedades venideras, su ideal era la Commune (Ayuntamiento) parisina de
1871: autogobierno popular local, autogestión obrera y propiedad social (nunca
estatal); algo que sólo lo intentó la revolución yugoslava entre los años 50 y
60 del pasado siglo.
Al
caer el imperio moscovita, la derecha creyó innecesario seguir teniendo mano
izquierda con el nuevo proletariado, ya inducido del todo al consumo a crédito.
La socialdemocracia fue acusada, por si acaso, de “comunismo rosa” para
desprestigiar una hipotética democracia socialista. La Realpolitik de los
Mitterand, et alii, no hizo nada que justificase aquella interesada falsedad.
Las derechas volvieron a gobernar por el desencanto de unas masas que seguían
confundiendo en el socialismo las reformas paliativas con las eutanásicas.
¿Para qué votar a la izquierda si la derecha le ha arrebatado de las manos los
trastos de torear?
Una
y otra, por mucho que se distingan en cuestiones democráticas muy importantes,
no dejarían de ser las dos manos de un coloso al cual, en su injusta
irracionalidad bien demostrada, no se le hacen los dedos huéspedes en su mano
derecha porque le hayan recortado los de la izquierda. Todo lo contrario.
Debiera acabar, por tanto, la confusión. Ni la socialdemocracia es el
socialismo ni un socialismo retórico es ya una democracia socialista. De
momento y hasta tiempos mejores, la única palabra que no confunde ni engaña es
la palabra anticapitalismo.
José A. González Casanova es Catedrático de Derecho Constitucional y
escritor
Ilustración
de Enric Jardí
Fuente: www.publico.es
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