Artículos de
Opinión | Marta Castillo * | 19-04-2014 |
Hace 40
años, Portugal demostró que la revolución no es algo ajeno a Europa occidental.
Durante un año y medio, las calles, los lugares de trabajo y hasta los
cuarteles se convirtieron en un festival de las personas oprimidas. Después de
50 años de dictadura fascista, trabajadores y trabajadoras, gente de los
barrios pobres, entraron de repente en un proceso lleno de lucha, de política y
de libertad. Oficiales del ejército, pertenecientes al Movimiento de las
Fuerzas Armadas, tumbaron la dictadura el 25 de abril de 1974. Sus soldados
pusieron claveles en sus escopetas para simbolizar la solidaridad con la gente
en la calle, por lo que se la llamó “La Revolución de los Claveles”.
La
revolución no terminó con la caída de la dictadura. Por el contrario, los
acontecimientos del 25 de abril resultaron ser sólo el inicio. Por una parte,
con una oleada de luchas que tuvo el nombre “saneamiento”. La gente quería
limpiar todos los lugares de los amigos de la dictadura –espías, jefes,
policías, burócratas. En barrios, fábricas, servicios públicos, hasta en los
periódicos, la radio y la televisión, quienes venían de la dictadura fueron
declarados “personas non gratas”. Se obligó a jefes a abandonar sus compañías.
Con esta nueva confianza, la clase trabajadora sobrepasó los límites de la
lucha “política”. La gente que había sufrido años de opresión y explotación
encontraron la oportunidad de exigir una vida mejor, salarios, condiciones de
trabajo y construir nuevos sindicatos. Durante varios meses se habían formado
más de cinco mil comisiones, organizadas mediante asambleas en los centros de
trabajo y con portavoces que eran inmediatamente revocables. Tomaron bajo su
control democrático cientos de empresas que se quedaron sin jefes.
Un mundo
nuevo
La lucha
contra la dictadura alimentó las luchas económicas, a la vez que las luchas
económicas incrementaron el nivel de radicalización política. La plantilla del
diario República ocupó la sede durante una huelga y pusieron el periódico al
servicio del movimiento. En la radio Renascensa el cambio fue más
impresionante, pasando de manos de la Iglesia al control obrero.
El gran
astillero Lisnave en Lisboa se convirtió en el centro de coordinación de las
comisiones de los centros de trabajo. Allí se tomó la decisión de llevar a cabo
una manifestación contra el paro el 7 de febrero de 1975. Una de las consignas
fue: “El paro es el inevitable producto del sistema capitalista. Les toca a los
trabajadores destruir este sistema y construir un mundo nuevo”. Otro eslogan
que se añadió los últimos días fue “Fuera la OTAN”, ante una visita de la flota
estadounidense. El gobierno envió a los paracaidistas a parar la marcha antes
de que llegara a la embajada de EEUU, pero estos unieron sus voces (y sus
armas) a la manifestación fuera de la embajada. La radicalización continuaba.
Solo en aquel febrero se estima que se ocuparon 2.500 pisos en Lisboa.
La clase
dirigente planteó un golpe de estado en marzo para acabar con esta situación.
El general Spínola, junto con otros conspiradores, militares y capitalistas,
intentó enviar secciones militares de derecha contra la gente en lucha. El
resultado fue una victoria de la revolución. En cuestión de horas había
barricadas en las carreteras principales y en la frontera con el Estado español
para frenar a los golpistas. La gente expropió vehículos para reforzar las
barricadas y en muchos casos los soldados les pasaron armas. En la prensa
tenían el control y producían ediciones especiales contra los golpistas. En la
banca de Oporto, el sindicato pidió a su afiliación: “Cerrad los bancos
inmediatamente. No hagáis ninguna transacción. Organizad piquetes en todas las
entradas y salidas. Cuidad el télex y los teléfonos”. Los generales golpistas
fueron arrestados, mientras Spínola se fue en helicóptero al Estado español
franquista y después al refugio de la dictadura brasileña.
El verano de
1975 la ola de huelgas y manifestaciones masivas se intensificó.
La clase
dirigente descubrió que había jugado con fuego. El propio Spínola había ayudado
a la caída de la dictadura, porque secciones importantes del ejército y de los
capitalistas sabían que la continuación del régimen fascista no era una opción
viable. Necesitaban apertura en la economía, pasos hacia la Comunidad Europea y
una manera de evitar una derrota vergonzosa en las guerras que mantenían en las
colonias portuguesas en África (Guinea–Bisáu, Mozambique y Angola). Querían
acabar con la dictadura para estabilizar el capitalismo. Pero la clase
trabajadora no siguió estas previsiones.
Al fin, no
fueron los golpistas ni la extrema derecha quienes estabilizaron el capitalismo
portugués, sino los partidos de la izquierda reformista (comunista y
socialista). Ambos partidos, tomando posiciones en el gobierno, giraron contra
los sectores combativos y consiguieron dividir a la clase trabajadora. En
noviembre de 1975 los generales retomaron el control sobre los militares y
soldados revolucionarios en el ejército, sin mucha resistencia. La debilidad de
la revolución portuguesa fue que no existía una fuerza política revolucionaria
capaz de impulsar las luchas contra las iniciativas reformistas.
Las mujeres
en la primera línea de la lucha por la libertad
Entre 1969 y
1974 el número de mujeres asalariadas aumentó rápidamente porque muchos hombres
estaban luchando en las colonias o buscando un trabajo en otros países. Aun
así, hacia 1974 sólo el 25% de trabajadores eran mujeres y percibían un salario
medio un 40% inferior al de los hombres. Muchas habían comenzado a trabajar en
fábricas textiles y de electrónica. Fue precisamente en estos sectores donde el
movimiento obrero estalló al inicio de la revolución y donde las mujeres
trabajadoras estuvieron en primera línea en las luchas laborales dentro de
grandes multinacionales.
Sus demandas
incluían mejoras en sus condiciones de trabajo, pero también defendían unas
relaciones distintas en los hogares. Hasta entonces no se garantizaban sus
derechos básicos: no existía el divorcio, el marido podía repudiar a la mujer
si no era virgen al casarse, la mujer no podía tomar anticonceptivos sin la
aprobación del marido, éste podía prohibirle trabajar fuera de casa y el aborto
estaba penado en cualquier circunstancia. El marido tenía incluso el derecho de
matar a la mujer si ésta cometía adulterio y sólo era condenado al exilio.
Algunos
ejemplos de sus acciones son la huelga de trabajadoras de la fábrica Timex, en
su mayoría mujeres, para reclamar un incremento salarial y la expulsión de seis
informadores de la policia. Por otro lado, en Lisboa, mujeres trabajadoras ocuparon
una gran lavandería para ofrecer servicio gratis para que las mujeres pudieran
liberarse del trabajo del hogar. Por su parte, en la agricultura, donde el
salario de las mujeres era la mitad del de los hombres, ellas estuvieron a la
cabeza en la ocupación de tierras y de las cooperativas para el cultivo de las
mismas, incluso después de la revolución, pues la radicalización de estos
movimientos no se frenó.
Las luchas
aportaron logros y libertad por los que las mujeres habían luchado y que
sintieron en sus propias vidas. Así, una trabajadora de “Tinturaria
Portugalia”, una firma de tintorería, al ser preguntada por el mayor cambio que
había experimentado después de aquel 25 de abril, respondía: “Antes, estaba
encerrada en mi casa. No sé por qué. Después, salí a la calle, a las
manifestaciones. No puedo describir las alegrías que he vivido después del 25
de abril”.
* Marta
Castillo es militante de En lucha / En lluita
Artículo
publicado en el Periódico En lucha / Diari En lluita
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