Artículos de
Opinión | por Thierry Meyssan | 29-04-2014 |
La
propaganda del imperio anglosajón nos ha hecho creer que Estados Unidos es “el
país de la libertad” y que sus guerras no tienen otro objetivo que la defensa
de sus ideales; pero la crisis ucraniana acaba de modificar las reglas del
juego…
Los
gobernantes siempre tratan de convencer de que están haciendo lo correcto
porque las multitudes no siguen a alguien a sabiendas de que no tiene la razón.
El siglo XX se caracterizó por el surgimiento de nuevos métodos de propagación
de ideas que nada tienen que ver con la verdad. Los occidentales afirman que la
propaganda moderna comenzó con el ministro nazi Joseph Goebbels. Así tratan de
hacer olvidar que el arte de falsear la percepción de las cosas fue
desarrollado desde mucho antes por los anglosajones.
En 1916, el
Reino Unido creó en Londres la Wellington House y más tarde la Crewe House.
Simultáneamente, los estadounidenses creaban el Comittee on Public Information
(CPI). Partiendo del principio que la Primera Guerra Mundial era un
enfrentamiento de masas y no de ejércitos, aquellos organismos trataron de
intoxicar a sus propios pueblos, al igual que a los de sus aliados y sus
enemigos.
La
propaganda moderna comienza con la publicación en Londres del informe Bryce
sobre los crímenes de guerra de Alemania, documento que fue traducido a 30
idiomas. Según el informe Bryce, el ejército alemán había violado a miles de
mujeres en Bélgica, así que los británicos estaban luchando contra la barbarie.
Al terminar la Primera Guerra Mundial se descubrió que todo el informe era una
mentira enteramente fabricada con testimonios falsos y con ayuda de varios
periodistas.
Mientras
tanto, en Estados Unidos George Creel inventó una historia que presentaba la
Guerra Mundial como una cruzada de las democracias por una paz que concretaría
los derechos de la humanidad.
Los
historiadores han demostrado que la Primera Guerra Mundial tuvo causas tan
inmediatas como profundas, siendo la más importante de ellas la rivalidad entre
las grandes potencias que competían entre sí por extender sus imperios
coloniales.
Los burós de
propaganda de Estados Unidos y del Reino Unido eran organismos secretos que
trabajaban para el Estado. Se diferenciaban de la propaganda leninista que
ambicionaba “revelar la verdad” a las masas ignorantes, en que los anglosajones
trataban de engañarlas y manipularlas. Y para lograrlo, los organismos
estatales anglosajones tenían que actuar a escondidas y usurpando falsas
identidades.
Después de
la desaparición de la Unión Soviética, Estados Unidos dio menos importancia a
la propaganda y optó por las “Relaciones Públicas”. El objetivo ya no era
mentir, sino llevar a los periodistas de la mano para que vieran únicamente lo
que se les mostraba. Durante la guerra de Kosovo, la OTAN recurrió a Alastair
Campbell, un consejero del primer ministro británico, para contarle diariamente
a la prensa una historia diferente. Mientras los periodistas se entretenían en
reportar las historias de Campbell, la alianza atlántica podía bombardear “en
paz”. El objetivo no era tanto mentir sino más bien desviar la atención.
Pero lo que
se ha dado en llamar story telling (en español, “contar historias”) cobró gran
fuerza con el 11 de septiembre de 2001. El objetivo era concentrar la atención
del público sobre los atentados de Nueva York y Washington para que no viera el
golpe de Estado militar que se produjo aquel mismo día: traspaso de los poderes
ejecutivos del presidente George W. Bush a una entidad militar secreta y
detención camuflada de todos los miembros del Congreso estadounidense. Aquella
operación de intoxicación fue obra de Benjamin Rhodes, actual consejero del hoy
presidente Barack Obama.
Durante los
siguientes años la Casa Blanca creó un sistema de intoxicación con sus
principales aliados (Reino Unido, Canadá, Australia y, claro está, Israel).
Esos cuatro gobiernos recibían diariamente instrucciones, incluso discursos
completamente redactados, enviados por el Buró de Medios Globales para
justificar la guerra contra Irak y calumniar a Irán.
Desde 1989,
Washington se apoyaba en la CNN para divulgar rápidamente sus mentiras. Con el
tiempo, Estados Unidos fue creando un cártel de cadenas informativas de
televisión vía satélite (Al-Arabiya, Al-Jazeera, BBC, CNN, France24, Sky). En
2011, durante los bombardeos de la OTAN contra Trípoli, la OTAN logró convencer
bruscamente a los libios de que habían perdido la guerra y que era inútil
proseguir la resistencia.
Sin embargo,
en 2012, la OTAN no logró reeditar la maniobra para convencer a los sirios de
que el derrocamiento de su gobierno era inevitable. La repetición de aquella
maniobra falló porque los sirios habían tenido conocimiento de lo sucedido en
Libia, donde las cadenas de televisión internacionales habían manipulado la
situación. Sabiendo aquello, el Estado sirio tuvo tiempo de prepararse para
contrarrestar la manipulación que se había preparado. Este fracaso marcó el fin
de la hegemonía del cártel de “la información”.
La actual
crisis entre Washington y Moscú sobre la situación en Ucrania ha obligado a la
administración Obama a revisar su sistema. Ya Washington no es el único que
logra hacerse oír sino que tiene que tratar de rebatir los argumentos del
gobierno y los medios de prensa rusos, accesibles en todas partes del mundo a
través de transmisiones satelitales y de internet. El secretario de Estado John
Kerry ha tenido que nombrar un nuevo secretario adjunto a cargo de la
propaganda: el ex redactor jefe de Time Magazine, Richard Stengel. En realidad,
Stengel ya estaba en funciones antes del 15 de abril de 2014, fecha en que
prestó juramento para el cargo. Pero el 15 de marzo ya había enviado a los
principales medios de la prensa atlantistas una “Hoja Informativa” sobre las
“10 falsedades” de Vladimir Putin sobre Ucrania. Lo mismo había hecho el 13 de
abril, distribuyendo un segundo documento con “otras 10 falsedades”.
Lo primero
que salta a la vista al leer ese texto es la necedad que lo caracteriza. El
texto apunta a validar la historia oficial sobre una revolución en Kiev y a
desacreditar el discurso ruso sobre la presencia de nazis en el nuevo gobierno
ucraniano, cuando ya se sabe que en Kiev no hubo una revolución sino un golpe
de Estado fomentado por la OTAN y ejecutado por Polonia e Israel con una mezcla
de recetas para “revoluciones de colores” y “primaveras árabes”.
Los
periodistas que recibieron las “hojas informativas” del gobierno de Estados
Unidos y que se hicieron eco de su contenido, también conocen perfectamente el
contenido de la conversación telefónica de la secretaria de Estado adjunta
Victoria Nuland sobre cómo Washington iba a cambiar el régimen en Ucrania –en
detrimento de la Unión Europea– y la del ministro estoniano de Relaciones
Exteriores Urmas Paets sobre la verdadera identidad de los francotiradores de
la plaza Maidan. Y también habían tenido conocimiento anteriormente de las
revelaciones del semanario polaco Nie sobre el entrenamiento de los cabecillas
nazis en la Academia de Policía de Polonia, 2 meses antes de los hechos de la
plaza Maidan. En cuanto a negar la presencia de nazis en el nuevo gobierno
ucraniano, es como decir que el sol sale de noche: No hace falta ir a Kiev para
comprobarlo, basta con leer los escritos de los actuales ministros y escuchar
sus declaraciones.
A fin de
cuentas, si bien todos los argumentos que Washington se toma el trabajo de
enviar por escrito a las redacciones permiten crear la ilusión de que existe un
consenso de la gran prensa atlantista, el hecho es que no tienen la menor
posibilidad de llegar a convencer a los ciudadanos mínimamente curiosos. Por el
contrario, es tan fácil descubrir el engaño navegando un poco por internet, que
ese tipo de manipulación no logrará otra cosa que reducir aún más la
credibilidad de Washington.
El 11 de
septiembre de 2001, el unanimismo de la prensa atlantista permitió convencer a
la opinión pública internacional. Pero el trabajo que numerosos periodistas y
ciudadanos –entre los que tengo el honor de contarme– han venido realizando
desde entonces ha demostrado la imposibilidad material de lo que se afirma en
la versión oficial. Trece años después de los hechos, cientos de millones de
personas han tomado conciencia de aquellas mentiras. Y serán cada vez más
numerosas… gracias al nuevo dispositivo estadounidense de propaganda. El
resultado final es que quienes se hacen eco de la propaganda de la Casa Blanca,
principalmente los gobiernos y los medios de prensa de la OTAN, están
destruyendo su propia credibilidad.
Barack Obama
y Benjamin Rhodes, John Kerry y Richard Stengel trabajan solamente para el
corto plazo. Su propaganda sólo convence a los pueblos por espacio de algunas
semanas. Pero los indignan cuando descubren la manipulación. Estos personajes
están socavando involuntariamente la credibilidad de las instituciones de los
Estados de la OTAN que se hacen eco de su propaganda conscientemente. Han
olvidado que la propaganda del siglo XX funcionaba únicamente porque el mundo
estaba dividido en dos bloques que no comunicaban entre sí y que el monolitismo
al que hoy aspiran es incompatible con los nuevos medios de comunicación.
Aunque no ha
terminado todavía, la crisis de Ucrania ya ha cambiado profundamente el mundo.
Al contradecir públicamente al presidente de Estados Unidos, Vladimir Putin ha
dado un paso que en lo adelante impide el éxito de la propaganda
estadounidense.
Fuente: Red
Voltaire
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