20.04.2014
| 06:50
El
24-F de Pilar Urbano
Matías Vallés Pilar
Urbano ha escrito un libro que no merece pasar desapercibido, por lo que nos
atrevemos a dedicarle uno de los escasos comentarios que suscitará su lectura.
Se titula La gran desmemoria, y narra las vicisitudes de la pareja formada por
el Rey y Adolfo Suárez. Concede especial relieve al tormentoso divorcio entre
ambos, concretado a principios de los ochenta. De ahí el subtítulo del
absorbente volumen, "Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no
recordar". Tras devorar 700 páginas apasionantes, las novedades se
concentran en el desenlace de estas vidas paralelas, con el estallido entre los
jefes de Estado y de Gobierno al día siguiente del golpe de Estado de Armada y
Tejero.
El 24-F de Pilar Urbano obliga a repensar la imagen del
23-F como un día de gloria para la democracia. Aferrándose a los hechos
indubitables, dos presidentes del Gobierno español se arrojaron aquel día al
suelo amedrentados, a instancias de unos golpistas que disparaban al aire.
Constatados de modo fehaciente los comportamientos de Leopoldo Calvo-Sotelo y
de Felipe González, no costaría mucho imaginar la opción de Rajoy en una
tesitura semejante. A cambio, Suárez permaneció irreductiblemente erguido
mientras la culata de una pistola le acariciaba la mejilla. Y el gran enigma
sigue siendo la disposición corporal adoptada por el Rey en aquella humillante
jornada, cuyos postrados protagonistas tanto han batallado por embellecer.
Transformar el 23-F en un canto a la democracia es
probablemente el mayor éxito del bifosilismo PP/PSOE. A cambio, Pilar Urbano
ofrece la versión más humana y menos mitologizada de las ambigüedades que
precedieron al estallido golpista. Como ávido lector de las reconstrucciones
del golpe de cierto interés, lo cual significa que nunca he logrado acabar
Anatomía de un instante, no imaginaba que quedara tanto por contar sobre las
complicidades palaciegas, parlamentarias y socialistas con la asonada. De ahí
esta modesta contribución para arrancar a La gran desmemoria de la ídem
colectiva.
El Rey ha sufrido dos rupturas especialmente
traumáticas durante su reinado. La primera con Suárez, la segunda y vigente con
Sofía de Grecia. La periodista valenciana escribió La reina en La Zarzuela. Los
amantes de conspiraciones advertirán una toma de partido conyugal en La gran
desmemoria, tal vez aliñada con confidencias de almohada como las lágrimas de
la esposa después de una bronca de su marido motivada por la tensión política.
Sin embargo, el gran mérito del repaso de Urbano al suarismo es que no se casa
con nadie, ni siquiera con sus aferradas convicciones opusdeísticas. De ahí la
peligrosidad del libro, y la necesidad de que goce de una cierta difusión.
La gran desmemoria contiene un canto encendido pero sin
ocultaciones a los dos pilotos de la transición. Homérico, en suma. Urbano
disipa pronto las sospechas que plantea la amanuense de la Reina en palacio,
cuando escribe una biografía descarnada del Rey que se halla incomunicado con
su esposa por decisión mutua. La relación discipular entre el monarca y el
general Armada no puede desvincularse de las operaciones que estallan el 23-F.
Máxime cuando el Rey sorteó a Suárez para conseguir que su preceptor ocupara un
cargo de máxima relevancia en Madrid, en pleno enero de 1981. Es absurdo
acostarse con un tigre y quejarse después de los rasguños. Juan Carlos de
Borbón fue un héroe el 23-F. Esta consideración no se extiende a los meses
previos ni al día siguiente del golpe.
Si hemos entendido bien, Urbano defiende que el Rey
privilegió la continuidad dinástica sobre la democratización de España, sin
reparar en la inseparabilidad de ambos procesos. Al airear las estancias
viciadas, la sacudida propiciada por La gran desmemoria obliga a buscar puntos
de apoyo para cotejar las afirmaciones sísmicas. En mi caso apelo a Carmen Díez
de Rivera y Sabino Fernández Campo, citados en abundancia en el libro en
términos coincidentes o suavizados con lo que a mí me expresaron. De todas
formas, los testimonios clave del libro no proceden de confidencias a la
autora, sino de su perspicacia en el manejo de las fuentes. Si alguien es capaz
de leer sin estremecerse el condescendiente mensaje televisado del Rey en las
Navidades de 1980, con su apelación a "gigantescos esfuerzos
colectivos", entenderá mejor los sucesos de 1981. Y es Jaime de Carvajal y
Urquijo, amigo íntimo del monarca, quien recoge en sus diarios la frase del
Jefe de Estado a Suárez, "el Rey recibe a quien le sale de los
cojones", así como la mención regia a un "independiente" al
frente del Gobierno. Ahí cometió González su pecado original, que el PSOE se
encuentra a riesgo de revivir en idéntica disyuntiva y tres décadas después, si
consolida el pacto de las cajas B con el PP.
Algunos fragmentos del libro de Pilar Urbano
"Suárez y el rey departían una vez por semana en un club de striptease de la calle Gato llamado El Jot. Entraban por la puerta trasera y se encontraban en un reservado donde disponían de todas las comodidades propias de los lupanares con clase de la época. Testigos de aquellas reuniones aseguran que los primeros borradores de la Constitución de 1978 se redactaron en aquel reservado, siendo la encargada de la transcripción una simpática cubana que respondía al nombre de La Guayabita, y que más tarde obtendría el título de marquesa".
"El rey decidió no llamar a ninguna mujer para la
redacción de la Constitución por miedo a que quisiera introducir una trama
romántica. Juan Carlos tampoco tenía claro la conveniencia de invitar a vascos
y catalanes, pero finalmente se les permitió incluir un artículo a cada región
a cambio de una cesta de productos típicos que el monarca disfrutó en
exclusiva".
"Se diseñaron más de veinte planes para acabar con
la vida de Suárez, algunos de los cuales provenían directamente de los
despachos de la CIA. El más sofisticado, propuesto por un joven funcionario de
Washington, consistía en colocar una cámara de cine ante Suárez que le grabaría
ininterrumpidamente hasta que éste falleciese víctima de su propio engolamiento".
"Felipe González se imaginaba como el presidente
del nuevo régimen, cualquiera que fuese. A veces se le veía en el baño del
Congreso, ensayando discursos con un peine a modo de micrófono. Fuentes del
PSOE de aquella época aseguran que incluso se compró una cabra para ganarse las
simpatías de la Legión. El animal, según parece, acabó formando parte del
banquete con el que se celebró la victoria socialista de 1982".
"Hoy todos los historiadores están de acuerdo en
que el fallido golpe de Estado del 23-F se pudo haber evitado con una mejor
gestión de la inteligencia emocional por parte del Gobierno. Se sabe que
existía una enorme frustración entre los altos mandos militares que pedía a
gritos una serie de dinámicas para aumentar la confianza. Es cierto que Suárez
intentó llevarse a toda la cúpula militar a unas convivencias de fin de semana
a los Monegros con el fin de fortalecer las relaciones, pero el miedo a ser
contagiados por el virus homosexual, muy de moda entonces, hizo que esta
iniciativa fracasara".
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