Publicado en
22 febrero, 2014 por victorjsanz
[por Víctor
Arrogante]
Han pasado treinta y tres años y todavía cabe
preguntarse sobre quién fue el «elefante blanco» en el golpe de estado del
23-F, quién su jefe y quién el autor o autores intelectuales del golpe. Si no
estaba a las órdenes del Rey, si estaba a su servicio. No podían permitir que
se otorgase la soberanía al pueblo, se legalizaran los partidos políticos, se
desmontara el estado totalitario, y se reconociese el derecho al autogobierno
de nacionalidades y regiones. Además había otros intereses reales «por el bien
de España».
Fue un golpe de estado en toda regla: perpetrado por
mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha
reaccionaria sin identificar. También fue un golpe de estado promovido desde
las instancias del poder, para reconducir la situación política a la deriva,
creada por Adolfo Suárez, según se pregonaba. La situación era
tan grave que no se arreglaba ni con un gobierno de coalición. Había que
rediseñar el proceso de Transición, con un nuevo pacto. Varios golpes y
conspiraciones coincidieron en el tiempo, reconducidos por el CESID e induciendo
determinadas acciones, para llevar al general de división Armada Comyn (fallecido
recientemente) a la presidencia del gobierno. Estaba en marcha la operación «De
Gaulle». Así lo apuntan los hechos.
Han
pasado treinta y tres años y todavía cabe preguntarse sobre quién fue el «
elefante blanco » en el golpe de estado del 23-F, quién su jefe y quién el
autor o autores intelectuales del golpe.
¿Fue Armada el mayor traidor o fue el traicionado?
Armada había sido un hombre leal y disciplinado, muy valorado por todas las
fuerzas políticas y a las órdenes del Rey en todo momento. Amigo de Juan
Carlos desde que fue su tutor en 1954, jefe de la Secretaría del
Príncipe en 1965, secretario general de la Casa del Rey (1975-1977) y segundo
jefe del Estado Mayor del Ejército el 23-F. Armada conocía que el teniente
general Jaime Milans del Bosch, (fallecido en 1997), quería dar un
golpe de estado, al estilo de los pronunciamientos del siglo XIX; pero siempre
ha asegurado que ni organizó ni preparó ni dio el golpe. Fue al Congreso
porque creía que era su obligación, después de pedir permiso en la Zarzuela y a
sus órdenes hasta ese momento.
Los golpistas querían un gobierno militar, recuperar
los principios del «movimiento nacional» y el espíritu del 18 de julio. El Rey
Juan Carlos, —según nota diplomática del embajador alemánLothar Lahn—,
creía que los sublevados sólo «habían querido lo mejor para España». Para el
Rey, «los cabecillas sólo pretendían lo que todos deseábamos: restablecimiento
de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad; defender la unidad
de España, la bandera y la corona». Todo parece, que estaba al corriente de la
trama antes, durante y después del golpe; pero los disparos en el hemiciclo y
la agresión al teniente general Gutiérrez Mellado por Tejero,
le mostraron la violencia de la situación y se asustó. No era eso lo que se
pretendía: «¡Qué coño es eso de intimidación! ¡Eso no estaba previsto!», dice
el Rey por teléfono al general Armada, según Sabino Fernández Campo a Iñaki
Anasagasti (El Periódico 22 febrero 2013).
«¿Qué significaba lo de «no estaba previsto»? ¿Por qué
el Rey aparentaba estar tranquilo conmigo y no con Armada?», se preguntaba
Fernández Campo, Secretario General de la Casa del Rey (Iñaki Anasagasti id.).
«¿Era la acción individual del loco Tejero? ¿Era un golpe de Estado? ¿Era la
cabeza de puente de otra cosa mucho más seria? ¡Y las dudas inundaron mi
cabeza! Así que cogí el teléfono y llamé a mi hombre de confianza destacado en
el Congreso y me confirmó que Tejero había dicho que aquello lo hacía ¡¡en
nombre del Rey!! Eso me nubló hasta la vista y hasta mi corazón empezó a latir
peligrosamente. ¿En nombre del Rey? ¿Qué está pasando aquí?»
El esperado «elefante blanco», la autoridad «militar
por supuesto», no llegó a entrar en el hemiciclo, aunque si llegó al Congreso.
El plan que el general Armada presentó en nombre del Rey a Tejero no fue
aceptado. Éste había jugado demasiado fuerte como para consentir que en el
gobierno de España hubiera socialistas y comunistas. Tejero, que quería una
junta militar presidida por Milans, se sintió traicionado e impidió que Armada
asumiera la presidencia del gobierno a las «órdenes del Rey». El suyo era un
golpe duro, de involución, y desmanteló el golpe blando dirigido por Armada.
«El Rey nos ha engañado; nosotros hemos avanzado y el se ha echado atrás»
clamaba Milans (Iñaki Anasagasti en Una monarquía protegida).
El Rey apareció en televisión, después de haber dado
la orden a los capitanes generales de interrumpir la operación, anunciando la
continuidad democrática. ¿Por qué el Rey, estando controlada RTVE no utilizó
alguna de las otras cadenas privadas, que no estaban tomadas, para dar
tranquilidad al país?: porque no las tenía todas consigo (las capitanías). Todo
le implica en una operación para fortalecer a la monarquía, restaurar el
prestigio de España y consolidar la democracia; además de para retirar a Suárez
de la presidencia del gobierno, con el apoyo de ciertos renombres de la
política en el gobierno y la oposición. La conducta del Rey antes del golpe «no
fue en absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades»
(Javier Cercasen su Anatomía de un instante).
La causa 2/81 del Consejo Supremo de Justicia Militar,
nunca desentrañó la «trama» CESID, ni el papel que jugaron los servicios de
información e inteligencia, por lo que quedó sin conocerse la procedencia de
las órdenes, las acciones y el papel que jugaron sus agentes. Todos los
encausados se declararon inocentes (menos Pardo Zancada). Creían
que la operación contaba con el apoyo del Rey, alegando obediencia debida y
estado de necesidad como eximentes. La instrucción fue irregular y el «Juicio
de Campamento» una componenda. No estaban sentados en el banquillo todos los
que fueron, aunque algunos de los que estuvieron, fueron juzgados. Los que
juzgaban, bien podrían haber sido inculpados, lo defensores acusadores y los
procesados juzgadores.
Tampoco el juicio conoció la autoría intelectual; si
fue Milans, junto con los otros generales y militares de alta graduación
procesados, ni de los tapados. Sí quedó probado que había habido una rebelión
militar; también el asalto de la guardia civil al Congreso, que porque estaba
gravado por televisión, sino, lo habrían hasta ocultado. Tejero llegó a decir:
«Espero que alguien me cuente algún día lo que fue el 23F»
En la reunión que el Rey mantuvo con las fuerzas
políticas el 24 de febrero, pidió un pacto de conveniencia para evitar la
generalización de la culpa hacia las fuerzas armadas y de seguridad del Estado
y un nuevo pacto para dirigir el proceso de Transición a la democracia
(diseñado por el CESID). El presidente Calvo Sotelo, intentó que
hubiera el menor número de militares implicados, para complacencia real: «Que
no les suceda nada demasiado grave, porque a fin de cuentas, los golpistas
querían lo mejor». Se dieron los pasos para la entrada en la OTAN y a la
entonces Comunidad Económica y Europea y se paralizó el diseño del estado de
las autonomías.
Pese a la afirmación de la Zarzuela de que: «La
participación y actuación del Rey en defensa de la democracia y la Constitución
aquel 23-F está fuera de toda duda para los españoles y la comunidad
internacional», no todo está aclarado y cuanto más tiempo transcurre, más claro
se tiene su proceder. Muchos somos los que entonces vivimos la congoja del
golpe de estado, y si fue, como parece, una operación real y sus leales, para
consolidarle en el trono, su culpa no ha prescrito.
El desaparecido Diario16, que se
caracterizó por la investigación de las tramas golpistas, dejó 23 preguntas,
que junto con las que nos hemos hecho aquí, siguen teniendo plena vigencia y en
si mismas encierran respuestas sobre lo que ocurrió:
¿Qué quiso decir Suárez en su despedida con: No quiero
que la democracia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España?
¿Por qué nadie investigó a El Alcázar, cuando el día antes
publicaba: «Todo dispuesto para la sesión del lunes»? ¿Por qué nadie investigó
lo que escribía la revista Spic: «No es cierto que yo pretenda dar
un golpe militar el 23 de febrero por la tarde? ¿Por qué el capitán Sánchez
Valiente, el «hombre del maletín», que huyó al extranjero tras fracasar el
golpe, al regresar sólo fue juzgado por «abandono de destino»? ¿Por qué no se
investigó la frase del coronel San Martín «por una confidencia
supe que más gente de los que aquí comparecemos estaba enterada e implicada.
¡Allá ellos y sus conciencias!»?
¿Por qué el Rey, en su télex a Milans del Bosch, dijo:
«después de este mensaje ya no puedo volverme atrás»? ¿Por qué el Rey le dijo
«ni abdico, ni me voy, tendréis que fusilarme»? ¿Por qué los numerosos
militares a los que les dijeron que el Rey respaldaba el golpe, lo comprobaron
llamando a la Casa Real?
¿Por qué no se reveló el nombre del portavoz
parlamentario que iba a servir de interlocutor entre los golpistas y los
diputados? ¿Por qué no se identificó a los tenientes y guardias que agredieron
al vicepresidente Gutiérrez Mellado? ¿Por qué dijo Armada a Aramburu (director
de la Guardia Civil) en el hotel Palace en la medianoche del 23-F: «Vengo
porque me has llamado tú»? ¿Por qué se impidió a Armada revelar en el juicio el
contenido de su audiencia con el Rey en la Zarzuela, diez días antes?
El Consejo de Guerra condenó al general Armada a seis
años de prisión y el Supremo elevó la pena a 30 años —cumplió 7, al ser
indultado por el gobierno de Felipe González en 1988—, la
misma pena que a Tejero y Milans. La inmensa mayoría de los casi 300 guardias
civiles y más de 100 soldados que ocuparon el Parlamento nunca fueron juzgados.
No se investigó el asalto al Gobierno Militar de Madrid, en el que
intervinieron elementos ultraderechistas y tampoco quién era la autoridad,
«militar», que iba a llegar para hacerse cargo de la situación, que anunció
el capitánMuñecas.
La diputada Carmen Echave, declaró a El
Correo Español: «Cuando aquella noche me condujeron los guardias al
despacho del vicepresidente del Congreso, me prohibieron encender la luz por mi
seguridad, dijeron «No le conviene ver quiénes están ahí». Había civiles
bebiendo de una botella de coñac francés. «Sugerí al ministro Rosón que
se analizaran las huellas dactilares, pero a nadie le interesó investigar».
Se hizo todo en nombre del Rey, aunque insistió en que
le diesen resuelta la operación. «¡A mi dádmelo hecho!» (El Rey y su secreto,
de Jesús Palacios). Estaba previsto que a la llegada de Armada,
varios diputados lo avalaran, entre ellos Fraga, Sánchez
Terán, Herrero de Miñón,Enrique Múgica, Peces
Barba y José Luis Álvarez —que haría un breve
discurso— ¿Cuántos más parlamentarios estaban en el conocimiento del golpe?
Quienes participaron, ocultaron y desvirtuaron la realidad; quienes algo
conocían lo taparon por su seguridad, corporativismo y lealtades mal
entendidas; demasiadas instituciones y representantes del pueblo estuvieron
implicados, de espaldas a él.
Todo se intentó para dejar al Rey al margen del
procedimiento judicial. Los abogados defensores pretendieron que prestara
declaración como testigo, por el protagonismo que había tenido durante las
horas del golpe. En su lugar, declaró Fernández Campo. El Rey fue implicado en
la mayoría de las declaraciones de los encausados, «aunque una multitud
enfervorizada de columnistas y políticos intentaron paliarlo, con una sólida
campaña en defensa de la corona. (Un Rey golpe a golpe, de Patricia
Sverlo)
En la
historia de España, la monarquía siempre se ha establecido mediante golpe de
estado; incluso la actual, por el que dio Franco. En esta ocasión, sin
triunfar, también se consiguió lo que se pretendía: la figura del Rey
—«salvador de la democracia»— y la monarquía se consolidaron ante la ciudadanía
(renta de la que todavía sobrevive); la democracia se fortaleció (a costa
de quedar sometida al miedo de la involución); el desarrollo del estado
autonómico se paralizó temporalmente (por hacer peligrar, supuestamente, la
unidad de España), y la grave situación política e institucional (achacada a la
política de Suárez) se recondujo. ¡Todos felices!
(*) Víctor
Arrogante es profesor y columnista.
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