María Serrano
/ 26 feb 2014
Carmen
Ramírez. // LAURA LEÓN.
Carmen Ramírez solo tenía 12 años cuando Antonio Machado le daba
clases de francés en el Instituto Calderón de la Barca en el Madrid de antes de
la guerra. “Era un hombre dulce que hablaba a los alumnos con mucha
humanidad”, declara. En sus clases, inspiradas en los principios de la
Institución Libre de Enseñanza, impartía lecciones en clases mixtas de
alumnos con ansias de cambiar el mundo. Su traje de chaqueta negro, su
semblante serio y a la vez hospitalario. Ese es el humilde retrato que esta
alumna del poeta mantiene en su recuerdo a sus ya 90 años. En el curso lectivo
35 /36, Machado hablaba de los avances de aquella República del Frente Popular,
que muy pronto y sin nadie saberlo, empezaría a truncarse. Al iniciarse la
contienda, la familia de Carmen huyó hacia Valencia junto a su madre y sus tres
hermanos. Machado haría la misma ruta pocos días después. Macharía más tarde
hacia Figueres, donde cruzaría hasta Francia, al igual que Machado y su
familia. La joven se trasladaría definitivamente a la ciudad francesa de
Chambéry. Su profesor, Antonio Machado, moriría a pocos kilómetros de la
frontera días después. Carmen no volvería a España hasta el año 1979 y tardaría
años en conocer la noticia de la muerte de su estimado profesor.
“Si la guerra no hubiera estallado, me habría encantado dedicarme
a la escritura como él”. Carmen Ramíren habla con admiración y gran respeto del
poeta Machado. Su padre, Ángel Ramírez Rull, militar en la República, escribía
poesía en sus ratos libres para su madre y seguía con orgullo la carrera del
poeta. “Cuando marchamos para Valencia, mi padre contactó con él para poder
visitarlo”, aclara. Solo cuando se acercaba el final de la guerra, Carmen y sus
hermanos huyeron a Francia, dejando atrás a su querido padre. Así lo refleja en
su cuaderno cuando lee este extracto fechado el 1 de febrero de 1939. “Cada
kilómetro nos separa un poco más de nuestro padre y de la mártir España. ¿Qué
pasará luego? ¿Se salvará mi padre? De allí se marchaba al frente a continuar
la lucha”.
A través de sus intensos ojos azules, Carmen refleja una historia
que comienza con la huida hacia el exilio en 1939: “Cuando llegué a Francia
recuerdo cómo un senegalés se acercó vestido de uniforme francés, preguntando
si en el camión que nos llevó hasta la frontera había hombres para sacarlos de
allí”. Tras su llegada a la estación de Bouleau Perthus, Carmen recuerda, a
pesar los años, el intenso frío de aquellos días cuando “tuvo que quedarse a la
intemperie”. Tampoco olvidará la primera comida caliente de semanas, gracias a
la hospitalidad de una familia francesa de la zona. Sus hermanos y su madre
probaron patatas guisadas y un vaso de leche.”Mi madre estaba indignada. No
podía creer el trato que nos dieron los franceses”.
Todo su periplo desde la salida de Madrid hasta su llegada a
Francia queda reflejaba en un pequeño cuaderno de hojas amarillas que aún hoy
conserva: “Cruzó conmigo la frontera y nunca lo he perdido”. Esas anotaciones
fueron pasadas a un libro, que se publicó en el año 2006 bajo el título Memoria
de una niña exiliada. Un amigo de las clases en aquella etapa
machadiana, Eduardo Haro Tecglen, escribió su prólogo, donde la describe como
una mujer discreta y sencilla aunque testigo de un complicado tiempo.
El padre de Carmen Ramírez logró salir con vida de España. Se
reuniría con su familia meses después. “Es una anécdota curiosa pero en aquella
época los periódicos franceses ponían el nombre de refugiados que se buscaban
por el país. Era la única forma de encontrarlos”. Una vecina llamó corriendo a
su madre y le dio la noticia. El nombre de Ángel Ramírez salía entre sus
páginas.
A sus 20 años se enamoró de un chico francés de familia anarquista
en Chambéry. Se llamaba Gaby y vivía en una casita vecina a la de Carmen. “No
se lo dije en el momento porque era mayor que yo y tenía novia”, rememora entre
risas. A los pocos meses aquel joven rubio y apuesto sería trasladado con la
ocupación nazi a un campo e concentración de la zona polaca de Silesia, donde
se encontraba el campo de Auschwitz. Salió con vida tres años después. Carmen recuerda
con tristeza, cómo los padres de Gaby tenían que redactar las cartas en alemán
para que llegaran al campo de exterminio. Si las mandaban en otro idioma,
iban a la basura. “Yo trabajaba con los alemanes en un enfermería y había
aprendido rápido el idioma. Se gastaban un dinero en un intérprete por cada
carta y yo me ofrecí voluntaria a escribirlas”.
En enero de 1946 Carmen y Gaby se casaron en Francia y tuvieron
dos hijos. Su madre volvió a España tras quedar viuda en 1972. Carmen se
trasladaría con la democracia, siete años más tarde.
“Cuando cierro los ojos aún recuerdo los bombardeos de mi casa de
Madrid en la calle Isaac Peral”, destaca antes de finalizar la entrevista. A
pesar de su avanzada edad, se encuentra bien de todo, aunque a veces le falle
“un poco el corazón”. Conduce su coche, vive sola y está empezando a
escribir su diario en francés para un homenaje en el país vecino. “Allí nos
tienen mejor considerados y guardan la memoria de los refugiados españoles y de
lo mal que lo pasamos”, afirma enseñando la foto de la tumba de Machado, que
para ella no es solo el poeta, es también su profesor, al que recuerda como una
víctima más de aquella etapa negra de España.
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