Artículos de
Opinión | Adrián Carmona | 24-02-2014 |
En muchos
aspectos hoy estamos más cerca de las cuestiones del siglo XIX que de la
historia revolucionaria del XX. Una amplia variedad de fenómenos del siglo XIX
está volviendo a aparecer: vastas zonas de pobreza, desigualdades crecientes,
una política disuelta en el “servicio de la riqueza”, el nihilismo de partes
considerables de la juventud, el servilismo de buena parte de la
intelligentsia; el experimentalismo, asediado y circunscrito, de unos cuantos
grupos que tratan de expresar la hipótesis comunista…
Alain Badiou
[1]
Vivimos
tiempos convulsos, donde amplias masas de la población del epicentro
capitalista son sometidas a un terrible proceso de pauperización mientras
asistimos atónitos a una acumulación por desposesión de proporciones colosales
donde sanidad, educación, pensiones …, (1) son arrebatadas a la posesión
colectiva de los trabajadores para el beneficio del capital financiero y una
mal entendida “recuperación económica”. Sólo en España, en el periodo 2008-2012
se realizaron unas 416.000 ejecuciones hipotecarias [2], mientras el número de
familias con todos sus miembros en paro roza ya los dos millones, según la
última Encuesta de Población Activa (EPA) [3]. Una situación que no sólo se
circunscribe a nuestro país, y que es fácilmente extrapolable al resto de la
periferia de la Unión Europea e incluso a países de su núcleo industrial como
Francia y Alemania. En los últimos nueve años, el número de personas pobres en
Francia aumentó en 1’2 millones, de los cuales más de 800.000 sólo en el
periodo de 2008 a 2011 [4]. Mientras tanto, en Alemania, según una encuesta del
pasado año del Banco Central Europeo, la mediana de los ingresos netos por
hogar es mucho menor que la de Grecia, con un 25% de la población activa
cobrando menos de 9.54 euros la hora [5]. La situación no mejora si nos fijamos
en los Estados Unidos, que a pesar de ser una de las fuerzas motrices del
capitalismo internacional posee al menos 16’4 millones de niños bajo el umbral
de la pobreza [6] (aproximadamente un cuarto de todos los niños del país). Si
nos fijamos en las mal llamadas minorías, la cifra aumenta a un 33’8% y 36’7%
de niños latinos y afroamericanos, respectivamente [7]. Todo ello, en un país
donde el 95% de la riqueza producida desde 2009 ha ido a parar a las manos del
1% más rico de la población y 3’6 millones de trabajadores cobran una cantidad igual
o inferior al salario mínimo federal: 7’25 dólares la hora [7].
Esta
situación de evidente recrudecimiento de la lucha de clases se ve acompañada de
una intensa repolitización de amplias capas de la sociedad y de un creciente
descrédito del entramado político e institucional que sustenta estos constantes
ataques a las clases populares. En España en particular, el relato edulcorado
de “la Transición” — uno de los pilares fundacionales del sistema bipartidista
actual y su política hiperconsensual — se desmorona a marchas forzadas
arrastrando consigo a la Casa Real, piedra de bóveda del sistema de partidos
actual, fielmente escenificado en los pactos de la Moncloa. A este cuadro de
cambio, debemos sumar la contestación al actual modelo de Estado bajo las crecientes
demandas de auto determinación en Cataluña, un proceso que socava aún mas si
cabe la legitimidad del marco institucional actual. Nos encontramos en
definitiva, en un proceso de cambio de régimen donde las fuerzas de izquierda
intentan organizar y articular la contestación de los actores populares, pare
evitar como bien decía Gramsci, que en claroscuro surjan los monstruos.
En la
situación actual de cierto “experimentalismo” político (si se me permite la
expresión) decimonónico, tras la transfiguración radical del panorama político
y económico europeo de posguerra acometida por la contrarrevolución neoliberal
de los últimos 30 años y la desaparición del bloque soviético, la cuestión de
la validez de la clase trabajadora como sujeto histórico y materialización
objetiva de las contradicciones del sistema capitalista toma una relevancia
primordial. Sobre todo puesto que cierta premura ante la situación de
emergencia actual hace que en ocasiones elevemos algunos fetiches a categorías
políticas y, haciendo de la necesidad virtud, convirtamos algún que otro
ejercicio de marketing político en la nueva fórmula mágica para el análisis
social. Siempre son útiles al respecto las palabras de César Rendueles [8],
Los
discursos ideológicos y políticos, en cambio, son harina de otro costal. El
materialismo marxista fue, sobre todo, una respuesta al discurso ideológico de
moda en la Alemania de aquella época. Hoy el posthegelianismo no le interesa a
nadie, pero la tentación de creer que los problemas prácticos se pueden
resolver conceptualmente es más fuerte que nunca, y en eso consiste el
idealismo que atacaba Marx. Basta pensar en toda esa gente que cree que la
crisis económica actual es, sobre todo, un problema de actitud, de mentalidad.
Ahí es nada: el corolario de un macroproceso económico, social y político que
ha configurado el mundo tal y como lo conocemos en los últimos cuarenta años
reducido a un problema de motivación, tal vez solucionable con una buena
estrategia de coaching colectivo. Los materialistas, en cambio, somos unos
pelmazos aguafiestas. No nos convence la idea de que los problemas se
desvanecen reformulándolos en términos más interesantes, emocionantes o
novedosos. Así que no somos una compañía muy grata para los de la economía del
conocimiento, la psicología positiva, las clases creativas, el empoderamiento o
la multitud en devenir.
En
particular, muchas de las críticas que intentan “actualizar” y/o superar el
concepto de clase obrera, en el primer caso con el objetivo de liberarla de
algunas de sus caricaturas que ciertamente la constriñen y en el segundo
simplemente dándola por muerta como categoría de análisis o sujeto político, no
hacen sino repetir de forma más o menos explícita aquello que se dice criticar.
Siendo un poco más explícito, en ciertos análisis que se quieren críticos
pareciera que la clase obrera como sujeto de la acción política revolucionaria
en el marco de un análisis marxista tuviera su origen en el capitalismo
fordista que surgió tras la segunda guerra mundial. Como señala acertadamente
el marxista británico Terry Eagleton en su crítica de una de las últimas obras
del historiador británico Eric Hobsbawm, How to Change the World: Marx and
Marxism 1840-2011, (la traducción es mía)
Estamos
hablando, notemos, de alrededor de 1986, pocos años antes de que el bloque
soviético se derrumbara. Como Eric Hobsbawm señala en esta colección de
ensayos, eso no fue lo que causó a tantos antiguos creyentes tirar a la basura
sus carteles del Ché Guevara. El marxismo ya estaba en una situación desesperada
algunos años antes de que cayera el Muro de Berlín. Una razón que se dio fue
que el agente tradicional de la revolución marxista, la clase obrera, había
sido barrida por los cambios en el sistema capitalista – o por lo menos ya no
se encontraba en mayoría. Es cierto que el proletariado industrial había
disminuido, pero el propio Marx no creía que la clase obrera se limitara a este
grupo. En El Capital, él coloca los trabajadores del comercio en el mismo nivel
que los industriales. También era consciente de que, con mucho, el mayor grupo
de trabajadores asalariados en su día no fue la clase obrera industrial, sino
el servicio doméstico, la mayoría de los cuales eran mujeres. Marx y sus
discípulos no imaginaban que la clase obrera podía hacerlo solo, sin alianzas
con otros grupos oprimidos. Y aunque el proletariado industrial tendría un
papel principal, Marx no parece haber pensado que tenía que constituir la
mayoría social, a fin de hacerlo. [9]
En efecto,
si leemos a Marx en El Capital, vemos que el revolucionario alemán era
plenamente consciente de la relativa importancia cuantitativa de la clase
obrera industrial con respecto a otros sectores todavía no incorporados a la
esfera capitalista de producción [10],
el
extraordinario aumento de las fuerzas productivas en las esferas de la gran
industria, acompañado, como lo está, de una explotación cada vez más intensiva
y extensa de la fuerza de trabajo en todas las demás esferas de la producción,
permite emplear de un modo improductivo a una parte cada vez mayor de la clase
obrera, reproduciendo así, principalmente, y a una escala cada vez mayor, bajo
el nombre de “clase doméstica”, los antiguos esclavos domésticos: criados,
doncellas, lacayos, etc. Según el censo de 1861, [...] quedan, en números redondos,
unos 8 millones de personas de ambos sexos y de las más diversas edades,
incluyendo a todos los capitalistas que de alguna manera intervienen en la
producción, el comercio, las finanzas, etc. Estos 8 millones se distribuyen del
modo siguiente:
Obreros agrícolas [...] :
1.098.261
Todos los que trabajan en las
fábricas de algodón [...] : 642.607
Todos los que trabajan en las
minas de carbón y metal : 565.835
Los ocupados en el conjunto de
plantas metalúrgicas [...] : 396.998
Clase doméstica: 1.208.648.
Sumando el
personal ocupado en todas las fábricas textiles junto con los que trabajan en
las minas de carbón y metalúrgicas tenemos la cifra de 1.208.442; sumándolo con
los que trabajan en plantas metalúrgicas y las manufacturas, tenemos un total de
1.039.605; en ambos casos una cifra menor que la de los modernos esclavos
domésticos. ¡Qué edificante resultado de la maquinaria explotada al modo
capitalista!
Sobre esto
comenta David Harvey en su magnífico A Companion to Marx’s Capital [11] (de
nuevo la traducción es mía),
Solemos
pensar que el gran desplazamiento de la manufactura al sector servicios se dio
en el siglo pasado, pero lo que muestran estas cifras es que no es para nada un
nuevo sector. La gran diferencia es que la clase servil/doméstica de Marx no se
encontraba en su mayoría organizada en líneas capitalistas (muchos sirvientes
vivían con los capitalistas). No había tiendas con letreros anunciando
“Pedicura”, “Servicio de Limpieza”, “Salón de Peluquería” o lo que fuera. Pero
las cifras de población involucradas en estos trabajos fueron siempre grandes y
muy a menudo despreciadas en los análisis económicos (incluso en el de Marx),
incluso aunque su número superara los de la clase trabajadora en el sentido
clásico de trabajadores de fábrica, mineros y similares.
En
definitiva, no sólo no estamos hablando de un fenómeno nuevo, sino que a
diferencia de lo que ocurría en tiempos de Marx, a día de hoy, aquellos
trabajadores ajenos al sector industrial, han sido incorporados al proceso de
valorización del capital y se encuentran organizados en líneas capitalistas
(con todo lo que eso conlleva en términos de jerarquía, uso del tiempo,
intensificación de la jornada laboral, …). De hecho, las cifras del porcentaje
de asalariados sobre el total de la población ocupada tanto a nivel nacional
como internacional confirman de forma inequívoca dicha tendencia. Así, en
España [12] “la relación empleadores-autónomos/conjunto salarial, o sí se
prefiere burguesía-pequeña burguesía/asalariados ha pasado de 25/75 (hace
aproximadamente una década) a 20/80, es decir el conjunto salarial, la tasa de
salarización en la población activa es cada vez mayor, España es cada vez más
una sociedad de trabajadores que dependen de un salario”. Podemos fijarnos
también en Francia, país con un mayor peso específico del sector industrial y
que pasó por lo que suele conocerse como Les trente glorieuses, i.e., el
periodo expansivo de aproximadamente tres décadas que tuvo lugar tras la
segunda guerra mundial; de acuerdo con los datos del Institut National de la Statistique et des Études
Économiques, el equivalente de nuestro Instituto Nacional de
Estadística, el porcentaje de no asalariados sobre el total pasó de más de un
18% en 1972 a casi la mitad en 2012. A nivel internacional, la tendencia es
parecida, aunque las cifras son todavía más espectaculares si consideramos
países de la periferia capitalista [13],
Los datos de
la OIT permiten una estimación del número de asalariados a escala mundial. En
los países “avanzados”, ha aumentado alrededor de un 20% entre 1992 y 2008,
para luego estancarse desde la entrada en la crisis. En los países
“emergentes”, ha aumentado cerca de un 80% en el mismo periodo.
Se encuentra
el mismo tipo de resultado, aún más marcado, para el empleo en la industria
manufacturera: entre 1980 y 2005, la mano de obra industrial ha aumentado un
120% en los países “emergentes”, pero ha bajado un 19% en los países
“avanzados”.
Podemos
concluir de dichas cifras que la evolución de la clase obrera durante los
últimos 30 años ha consistido fundamentalmente en el incremento cuantitativo de
sus miembros — en parte mediante la absorción de esferas anteriormente ajenas
al proceso de valorización del capital y en parte gracias a la inserción en el
mercado de trabajo global de poblaciones provenientes de países de la periferia
capitalista o del antiguo bloque soviético — y en una profundización de la
división espacial del trabajo, acentuando aún mas la concentración geográfica
de los núcleos de producción industrial, en este caso con un peso mucho mayor
de los países emergentes debido a una fuerza de trabajo mucho más “económica”.
Resulta de todos modos curioso que se recurra a este argumento sobre el menor
peso específico del asalariado industrial con respecto al total de la clase
trabajadora en un país como España, que nunca destacó por su gran potencia
industrial, que desarrolló un tímido sector manufacturero, concentrado
especialmente en ciertas regiones del norte y el este del país, relativamente
tardío con respecto a los países de su entorno y tras una terrible posguerra
donde primó fundamentalmente la economía de subsistencia en el sector agrario.
Por esa regla de tres, cabría preguntarse de qué hablaban en las reuniones del
Comité Central del PCE en los años 40 y porqué no decidieron disolvieron si su
“sujeto histórico” sólo existiría en números relativamente aceptables, como
mínimo, un par de décadas más tarde.
Otro
argumento recurrente a la hora de poner en tela de juicio a la clase obrera, y
que ha motivado la invención de términos como el famoso precariado es el
(ciertamente) importante cambio cualitativo de las relaciones laborales tras 30
años de flexibilización del mercado laboral, y que ha terminando poniendo en
entredicho cierto modelo de sindicalismo de clase “fordista”, sobre el que se
apoyaban en parte las organizaciones políticas de masas de corte marxista. Sin
negar ni un ápice la importancia cardinal que dichas transformaciones han
tenido (y siguen teniendo) sobre el tejido productivo, las relaciones sociales
de producción, el sindicalismo de clase, las organizaciones políticas de masas
e incluso nuestras relaciones humanas y afectivas, lo cierto es que de nuevo,
el marxismo no nació con las Comisiones Obreras de los años 70 (2). Creo que
sería un ejercicio muy interesante para aquellos que usan este argumento con
frecuencia, preguntarse como eran las relaciones laborales, por ejemplo, en la
España de los años 30, cuando la UGT rebasaba el millón de afiliados y la CNT
alcanzaba el millón y medio (sobre una población activa muchísimo menos
numerosa que la actual). Sin ir más lejos, Pepe Díaz, el Secretario General del
PCE durante gran parte de la II República y la Guerra, y que llevó al partido a
una de sus mayores expansiones cuantitativas de su historia, se curtió en el
sindicato de panaderos de Sevilla, La Aurora (que posteriormente se
incorporaría a la CNT), un oficio que no destacaba precisamente por la
estabilidad de sus relaciones laborales ni tampoco por ser un ejemplo de
industria manufacturera con cientos de obreros trabajando codo a codo, sino más
bien por su pertenencia a una economía informal de pequeños patrones que
abusaban de sus escasos empleados y aprendices.
Otro
argumento de peso contra el papel relevante de la clase trabajadora en los
procesos de cambio actuales (en alianza claro está con multitud de otros
sectores con los que se compartan problemáticas de forma objetiva) es el del
cambio cualitativo del proceso de producción actual debido a los
importantísimos cambios tecnológicos y la creciente financiarización. Uno de
los ejemplos más articulados de dicho argumento lo encontramos en Toni Negri,
cuando afirma que [14] “a día de hoy, la producción de cerebros, la invención,
la investigación, el cine, producen más valor que las industrias
tradicionales”. La consecuencia directa de dicha afirmación es clara, puesto
que la producción de valor ya no es una prerrogativa del proceso de producción
“material” (división que ya es en cierta manera arbitraria), no tiene sentido
que la clase trabajadora en su sentido clásico juegue un papel central en un
proceso de emancipación, ya que deben ser los nuevos productores de valor en su
conjunto los que están llamados a cambiar las cosas, lo que Negri y Hardt han
venido a llamar “la multitud”. Una primera objeción a dicha conceptualización
del proceso de valorización la encontramos en el filósofo Alberto Toscano (3),
cuando nota que [14] “los trabajadores de un call center, que puede que se
encuentren realizando una actividad a la que podemos referirnos como cognitiva
o inmaterial, están también, y lo que es más importante, trabajando en un
entorno que está organizado en términos de formas muy clásicas de despotismo
laboral, en formas muy clásicas que tratan de extraer cada segundo o
milisegundo, que tratan de hacer de forma científica que cada trabajador sea
más productivo y de esta manera que la tasa de explotación sea intensificada”.
Por otro lado, como señala César Rendueles,
las propias
nociones de trabajo inmaterial o economía cognitiva son confusas. Agrupan bajo
una misma etiqueta procesos muy heterogéneos. Es posible que el desarrollo de
software requiera importantes habilidades creativas, aunque no necesariamente
más que, por ejemplo, la ingeniería de principios de siglo XX. En cambio, el
trabajo de teleoperador, igualmente inmaterial, se parece bastante más al tipo
de actividades típico de una cadena de montaje fordista. [...] Por otro lado,
no es posible establecer una distinción clara entre el trabajo inmaterial
creativo y el parasitario, cercano a las prácticas especulativas. Seguramente
en un extremo estará la invención de una vacuna para una enfermedad intratable
y en el otro la biopiratería, pero entre medias se extiende un amplio
repertorio de prácticas ambiguas, como el desarrollo de tecnologías con
restricciones de acceso muy agresivas. Dicho de otra forma, es imposible aislar
la centralidad del conocimiento en las cadenas de valor contemporáneas de la
división del trabajo en un entorno de competencia internacional. [...] Lo que
determina quien gana qué en la economía cognitiva global es la lucha de clases,
no una evaluación ciega en la revista Nature. [15]
Como bien
señala César Rendueles y ha apuntado en más de una ocasión Zizek, gran parte de
los beneficios generados en la economía cognitiva no son sino una manifestación
más de prácticas especulativas o rentistas de origen nada reciente. Así, no es
descabellado pensar que una gran parte de los ingresos de Microsoft no son sino
el fruto de una constante práctica monopolista que, compra tras compra,
permitió a la compañía californiana ser de forma efectiva la única vía de
acceso posible a una nuevo bien común, que aunque inmaterial (4) a diferencia
de la tierra, la vivienda o el agua, también determina en la práctica de que
manera se reparten las plusvalías generadas en el proceso de producción. Esto
no significa, que la lucha por el Copyleft, o contra las prácticas
especulativas y rentistas de cierta industria audiovisual o las grandes
compañías de Silicon Valley carezca de relevancia, de la misma manera que la
lucha contra la especulación urbanística en los núcleos urbanos de mediados del
siglo XIX (o a día de hoy) tampoco lo hizo, al poner sobre la mesa reivindicaciones
del movimiento obrero contra estas formas específicas de explotación (y
ayudarle a tejer alianzas concretas). Sin embargo, es también muy importante
que intentemos ser algo más cautos a la hora de librarnos a la caza de nuevas
categorías de análisis que nos sirvan de brújula en una transformación
revolucionaria de la sociedad.
(1) Gran
parte de lo cual lo podemos resumir en una reducción brutal del salario
diferido.
(2) Ni
siquiera con la CGT francesa en las postrimerías de la Revolución Rusa.
(3) Traductor
de Alain Badiou y miembro del comité de redacción de la fantástica revista
Historical Materialism: Research in Critical Marxist Theory.
(4) Como
bien señala Marx [16], “la mercancía es, en primer lugar, un objeto externo,
una cosa que por sus propiedades satisface necesidades humanas de cualquier
clase. La índole de estas necesidades, ya sean del estómago o de la fantasía,
no cambia nada las cosas”.
[1] A.
Badiou, La hipótesis comunista, New Left Review (en español) (2008) 27–40.
[2] A. Colau
and A. Alemany, 2007-2012: Retrospectiva sobre deshaucios y ejecuciones
hipotecarias en España, estadísticas oficiales e indicadores, Plataforma de
afectados por la hipoteca (2008).
[3] M. G.
C., España roza los dos millones de hogares con todos sus miembros en paro,
Expansión (23 Enero, 2014).
[4] L.
Mouloud, La pauvreté continue de gagner du terrain en France, l’Humanité (7
Noviembre, 2013).
[5] K. Connolly and L. Osborne, Low-paid Germans mind rich-poor gap as
elections approach, The Guardian (30 Agosto, 2013).
[6] L. Leopold, America’s Greatest Shame: Child Poverty Rises and Food
Stamps Cut While Billionaires Boom, The Huffington Post (11 Agosto, 2013).
[7] T. Dickinson, 27 Shocking Numbers That Reveal the True State of the
Union, Rolling Stone (28 Enero, 2014).
[8] C.
Rendueles, Entrevista a César Rendueles sobre la edición de ”Escritos sobre
materialismo histórico” de Karl Marx, Rebelión (31 Octubre, 2012).
[9] T. Eagleton, Indomitable, London Review of Books (3 Marzo, 2011).
[10] K.
Marx, El Capital, Akal Libro I, Tomo II (2007) 177–178.
[11] D. Harvey, A Companion to Marx’s Capital, Verso (2010).
[12] D.
Lacalle, La clase obrera en España: continuidades, transformaciones, cambios,
El Viejo Topo (2006).
[13] M.
Husson, La formación de una clase obrera mundial, Viento Sur (6 Enero, 2014).
[14] J.
Barker, Marx Reloaded, Documental (2008).
[15] C.
Rendueles, Sociofobia, el cambio político en la era de la utopía digital,
Capitan Swing (2013).
[16] K.
Marx, El Capital, Akal Libro I, Tomo I (2007) 55.
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