Por desgracia, en España se habla mucho últimamente de
pobreza. Por ejemplo, Save the Cildren lo advierte a primeros de año, según sus
cuentas, casi tres millones de niños en España
viven en riesgo de pobreza. Esto no significa que esos casi tres
millones de niños estén hoy bien, a punto de ser pobres y, tal vez mañana (o
nunca) vayan a ser pobres. No, no significa eso, significa que viven en unas
condiciones de precariedad sostenida en el tiempo que ya se ha hecho crítica y
de la que por desgracia es mucho más fácil salir hacia el fondo de ese
precipicio que hacia la superficie. Esta no es más que una de las dimensiones,
una de las expresiones de la pobreza, y en absoluto se trata de una expresión
completa o fiel a la realidad, en absoluto. Ya que si una familia tiene uno de
esos “niños al borde de la pobreza”, es porque la familia entera también está
al borde de esa pobreza.
Otra de las dimensiones, de las expresiones del
pobreza de la que también se habla mucho últimamente es la pobreza energética, que en España excluye a millones de
personas de los mínimos vitales para vivir dignamente. Con toda la
gravedad que comporta este tipo, esta expresión de pobreza, que no es poca; no
deja de ser más que una antesala de la expresión más desnuda y terrorífica de
todas: la pobreza a secas.
Además
de la pobreza y de la pobreza energética, la mayoría de los españoles sufre
otra pobreza que impide ver la verdadera dimensión de esas pobrezas: es la
pobreza informativa.
La pobreza tiene algo de restricción de la voluntad,
la pobreza viene a ser como el estrangulamiento de las oportunidades para
elegir otra cosa, la anulación de toda capacidad de decisión. Así como la
pobreza energética te impide elegir entre calentarte en invierno o morirte de
frío, porque te obliga a morirte de frío; la pobreza a secas te impide elegir
entre comer tres veces al día o solo dos o solo una, porque te ves obligado a
comer dos, una o ninguna vez al día.
Por si estas situaciones no fueran ya el mismo
infierno para millones de personas en España, existe otra pobreza que las
agrava aún más si cabe, una pobreza que nos afecta al 90% de los españoles. Es
la pobreza informativa, en la que nos vemos sumidos la inmensa mayoría de los
españoles y que, en primer término, nos impide elegir entre distintos
contenidos informativos. En su lugar, nos permite elegir entre contenidos
informativos exactamente iguales y suministrados por medios de comunicación
supuestamente distintos; cada uno de esos contenidos informativos es el mismo
en todos esos medios porque sus creadores respiran el mismo aire, duermen en la
misma cama y utilizan el mismo desodorante.
Y en último término, ‘nos obliga’, con subterfugios, a
creer que esa realidad suministrada es la única realidad,
a creer que los suministradores de información lo son de toda la información
posible, que fuera de ellos no hay nada, acaso el vacío, acaso el caos. Esto se
consigue con, entre otras, una técnica de muy sencilla aplicación, como es
marcar a un medio determinado con la etiqueta de una ideología determinada con
la sola condición de que sea una ideología más o menos popular y lo más
extendida posible —tan extendida como esté el pueblo—, pongamos por ejemplo la
cadena de TV La Sexta y la etiqueta de izquierdas. Esta técnica de
bombardeo clasificatorio y calificatorio de un medio surte su efecto cuando a
ese medio se le nutre de contenidos y corrientes de opinión que no son sino
cargas de profundidad en el rompeolas que protegía a su audiencia de las
arremetidas de las oleadas más monstruosas de manipulación informativa. Viene a
ser como un control mental preventivo contra todo posible brote de revolución.
Cada cuál que se deje engañar, moldear y, en
definitiva, manipular por el medio que le resulte menos desagradable. Puede
hacer eso, o puede rebelarse contra esa pobreza informativa que le tiene sumido
en la oscuridad del criterio único, de la opinión única de quien todo lo
controla mediante esa cadena en nuestro cuello a la que llamamos dinero.
Víctor J. Sanz
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