Bruno Ibáñez Gálvez es
conocido como uno de los represores más sanguinarios de la guerra civil
española.
Memoria Histórica | Francisco Asensio Rubio | 27-02-2014 |
Su
actuación se centró básicamente en Córdoba, ciudad en la que se encontraba al
comienzo de la contienda, en parte, por casualidad. Había sido oficial de
Infantería en la guerra de África, donde participó en las operaciones de 1909.
Abandonó el arma de Infantería e ingresó en la Benemérita en 1911. Vinculado
con la provincia de Ciudad Real participó en sonados casos de asesinatos, como
el suceso de «La reinilla» o el del asalto al expreso Madrid-Andalucía.
Colaboró en la represión del movimiento obrero (1912, 1914, 1917), como militar
anti-republicano abandonó el servicio activo durante el primer bienio,
reingresando en el segundo. En 1936 estuvo a las órdenes del coronel Cascajo en
Córdoba, donde ocupó la Jefatura de Orden Público y el gobierno civil entre
1936 y 1937. Relevado del mando en esa ciudad desempeñó otros cargos hasta el
final de la guerra en distintos destinos. Falleció en 1947.
1.-
LOS PRIMEROS AÑOS DE SU VIDA: 1868-1911.
La
figura de Bruno Ibáñez Gálvez se conoce bien en la ciudad de Córdoba, ya que
allí ejerció su labor como agente de la autoridad al servicio del nuevo Estado
franquista, apoyado por militares como el coronel Cascajo, responsable militar
de la plaza en 1936, Queipo de Llano y Luis Zurdo, este último tan siniestro,
como don Bruno. Se «han puesto de moda», si se me permite, los trabajos sobre
la llamada «memoria histórica», pero no se han estudiado lo suficiente, los
personajes que protagonizaron sangrientas matanzas en aquella España, tales
como el conocido con el nombre de conde Rosseti, Luis Zurdo, Díaz Criado o
Bruno Ibáñez. Como ha explicado convenientemente J. Tusell, la guerra civil
tuvo como consecuencia inmediata la demonización del adversario y el deseo de
exterminio físico1. Esta actitud explicaría el terror que se desató en los dos
bandos, nada más comenzar la contienda, donde triunfaron cada una de las dos
facciones. Los republicanos, y los sectores más extremistas identificados con
el Frente Popular, pusieron en marcha los conocidos paseos o sacas, una manera
bárbara y arbitraria de aniquilar a aquellos políticos o ciudadanos a quienes
se les identificaba con los adversarios en la contienda, y por tanto,
partidarios de ellos. El paseo se hacía sin ningún tipo de protocolo o
formalidad legal, consistía en la detención por la fuerza y a veces en la
humillación del detenido, para ser conducido y ejecutado sin piedad en las
afueras del pueblo o la ciudad. Los paseos se dieron en los dos bandos
contendientes en la guerra civil. Dejemos que sea el socialista Julián
Zugazagoitia quien nos explique cómo se producían los mismos: «Lo que en las
ciudades como Madrid y Barcelona, se conocía por el nombre de «paseos» —paseos
que desembocaban en la muerte—, en los pueblos campesinos, y en esta
denominación incluimos a capitales como Burgos, Valladolid y Cáceres, se
llamaba «la reforma agraria». A los afectados por ella se les daba tierra
¡poca!, sin renta y para siempre. Esa siniestra modalidad de la reforma agraria
conoció una extensión dolorosísima. La supresión del adversario o del
sospechoso, adversario y sospechoso a juicio de los que portaban armas, no fue
monopolio de uno de los bandos, sino tacha común a los dos. La crueldad
fanática tendía al exterminio del discrepante y del desafecto»2. Pasado un
tiempo, éstos dieron lugar a otras fórmulas, aparentemente legales, que
permitieron juzgar a los detenidos en ambos bandos, pero en la mayoría de los
casos los que ejercían la acusación no eran jueces y en bastantes ocasiones, ni
siquiera tenían conocimientos judiciales. La zona republicana puso en marcha
los tribunales populares y la derecha, los militares. En este ambiente,
queremos situar la figura de Bruno Ibáñez Gálvez, uno de los personajes más
odiados en Córdoba, ya que ejerció una represión dura y gratuita contra todo
individuo, persona o entidad que tuviera alguna identificación.
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