Emilio Jurado | Director de CDIEM
nuevatribuna.es
| 26 Febrero 2014 - 18:28 h.
Igual es que
no estaba lo bastante atento, pero yo el pasado día 25 he escuchado uno de los
discursos más demostrativos, claros y contundentes de la finalidad política del
ejercicio vicario del poder: Hay que hacer lo que se nos diga. Pues faltaría
más, no somos nosotros nadie a la hora de obedecer órdenes venidas de los que
saben lo que nos conviene. Y cuanto más arbitrarias y delirantes sean las
peticiones de estas personas vestidas de negro, tanto mejor porque al no
ser solicitudes argumentadas, se evita tener que evaluar el sentido de qué es
lo que se hace. La distancia entre la razón y el cumplimiento de lo que hay que
hacer en contra de ella es directamente proporcional al daño que puede
infligirse a inocentes o desapercibidos, pero inversamente proporcional al
sentimiento de culpa o angustia que pudiere generar el hacerlo (de ahí ese vivo
¡que se jodan! Como epítome de la reforma laboral).
La tesis del
discurso me ha recordado mucho un pasaje de la familia sandunguera formada por
un marido borrachín vestido de rigurosa camiseta sin mangas, una esposa
histérica teñida de rojo pasión y una suegra comprensiva eternamente enlutada
que interpretaban los hermanos Cadaval (los Morancos). En una de sus peripecias
en la playa, el vidrioso marido esputaba a su rotunda mujer ¡pero aquí quién
manda, tu o yo! Ella le decía: ¡Yo, so imbécil!. A lo que el marino trianero
respondía: ¡Eah, pues mándame otra vez al chiringuito!
Eso ha
venido a decir Rajoy en el parlamento. España no se ajustaba al modelo
económico que la troika deseaba para países del sur de Europa, para economías
que se han beneficiado del euro y no han pagado ningún tipo de peaje. Y eso no
les gustaba, un parto sin dolor no es un parto y por ello exigen lo que llaman
un modelo equilibrado, que joda, le pese a quien le pese, le duela a quien le
duela y sea lo que sea que signifique modelo equilibrado. Y Nosotros lo hemos
hecho y se nos reconoce con la bajada de la prima de riesgo (y poco más). Bueno
si, también cuenta el reconocimiento de una de las agencias de rating que está
a cinco minutos de perder su monopolio en el área euro como agencia de
valoración de activos públicos y privados.
Y se queda
tan ancho el ejecutor, dice que su contribución política es que ya no se habla
del desajuste de la cuentas del país. Qué gracioso el presidente, cuánto me
recuerda a un podenco con el que conviví largos años, animal al que quise
inútilmente trasmitir nociones sobre el bien y el mal, incentivar su actitud
para proteger a los débiles y gruñir a los facinerosos, potenciar sus
habilidades de ayuda en casa, no digo ir por el periódico pero al menos no
ahuyentar al cartero, y algunas cosas más que prefiero no recordar. No pudo
ser, era un perro muy limitado. Pero sí era capaz, y de manera incansable, de
traerme un trozo de madera que yo le arrojaba en un descampado próximo. Iba
raudo, hozaba entre los hierbajos, localizaba el trozo de madera proyectada y
con la misma presteza venia y me lo depositaba en mis pies; entonces me miraba
y parecía decir: ¡Eh, cómo te quedas! No sabré del bien y del mal, no aprecio
diferencias entre los débiles y los facinerosos, no distingo del todo entre
estar en casa o en el cagodromo del parque… Pero mira cómo te he traído el
palito, ese palito que tanto te gusta pues siempre lo coges y me lo vuelves a
tirar. Vamos ríndete no podrías vivir sin mi contumaz búsqueda del palito. Dame algo.
Y yo lo
hacia. Mientras él movía su cola, yo le palmeaba el lomo y le dedicaba alguna
carantoña. Llegado el caso, si me había guardado alguna chucheria no se la
escatimaba, no llego al sadismo a pesar de que su conducta me resultaba más
bien decepcionante, pero que iba a hacer, era mi perro. Lo que jamás llegué a
pensar es que ese acto intrascendente que más bien me permitía engañar su
organismo para disponer de ratos de mayor tranquilidad en casa, pudiera
generar un discurso de justificación de su estúpida afición a correr detrás de
un inútil palito.
Hoy en el
Parlamento, en plenario sobre el estado de la nación el presidente ladraba a
otros perros que no quisieron, no supieron o no les arrojaron el palito de la
dicha. Qué gracioso como mueve la colita.
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