Artículos de
Opinión | José Haro Hernández | 26-02-2014 |
Ayer, 23 de
Febrero, se cumplieron 33 años desde que el país se estremeció de miedo. Yo,
personalmente, quizás tuve un plus de terror añadido, ya que en la tarde de
aquel aciago día fui conducido al calabozo del cuartel en el que realizaba la
mili, el Regimiento de Infantería Guadalajara 20, sito en Paterna (Valencia),
mientras mis compañeros de armas se desplegaban, dando cumplimiento al bando
golpista del general Milans del Bosch, por la capital del Turia. A la mañana
siguiente, sin recibir explicación alguna, fui liberado e incorporado a mi
compañía.
En realidad
la explicación me la habían dado con antelación meses antes, poco después de mi
llegada al regimiento. Un oficial me dijo sin tapujos que si yo estaba en esa
unidad, una de las más duras de la III Región Militar, a 300 Kilómetros de mi
domicilio, se debía a que los servicios de información militares habían
propiciado esta combinación de castigo y exilio debido a mi militancia en
movimientos de izquierda antes de mí llamada a filas.
Si cuento
esto no es por evocar batallitas, ya en la madurez, de una presunta juventud
militante (aunque no estaría de más exigir una compensación a quien
correspondiese por el mal trato sufrido), sino por el paradigma que representa,
a mi entender, el hecho de que en 1980, dos años después de aprobada la Constitución,
el ejército se pudiera permitir represaliar a un ciudadano por sus ideas y por
una militancia política legal. Es todo un retrato, visto en retrospectiva, de
la naturaleza del régimen político implantado en 1978, de esa democracia
fraudulenta que acentuó su perfil profundamente reaccionario tras el esperpento
del 23F.
Efectivamente,
la llamada intentona golpista de ese día no pretendió otra cosa que dejar muy
claro que la democracia no era más que un formalismo parlamentario en el que
los poderes que habían dominado este país desde 1939 estaban dispuestos a
seguir al mando. Salvo unos cuantos salvapatrias descerebrados que pensaban en
resucitar el cadáver de Franco, las élites económicas, políticas y militares
del momento, incluida la Corona, vieron con buenos ojos este susto en la medida
que permitía disciplinar a un movimiento obrero y a otros movimientos sociales
que se estaban acostumbrando a tomar la calle para reivindicar transformaciones
profundas. Y así fue.
Tras el
bochorno tejeriano y la aventura valenciana de Milans, esta democracia se
encarriló por la senda prevista, y bajo el amparo del monarca, endureció sus
leyes laborales, disuadió de aventuras federalistas y restringió, de facto, los
derechos de expresión y manifestación, convirtiendo en intocables determinadas
instituciones (la monarquía, el ejército,...). Así fue como el cuerpo político
de este país no se saneó de las tumefacciones que la dictadura le incrustó. Y
durante décadas hemos sido el país europeo más desigual y también el más
corrupto.
Las
distintas oligarquías han campado a sus anchas, y en estos momentos en los que
las instituciones ya no sirven de contrapeso a los poderes económicos, las
supuraciones purulentas heredadas del pasado dictatorial brotan con fuerza a
través de una eclosión represiva que ya ni siquiera guarda las formas
inherentes a un sistema parlamentario.
En este
sentido, no son los antisistema quienes denuncian que algo no funciona en el
comportamiento de las fuerzas de orden público. Es el propio Comisionado de
Derechos Humanos del Consejo de Europa quien advierte, en informe de 9 de
Octubre de 2013, del ’uso desproporcionado de la fuerza en las manifestaciones
por parte de los funcionarios policiales encargados de hacer cumplir la ley’.
Aquí en Murcia se ha producido, hace pocos meses, un episodio insólito a este
respecto: 16 personas fueron denunciadas por la policía por causar desperfectos
en la vía pública. Se comprobó que buena parte de ellas ni siquiera estaban en
Murcia cuando se produjeron los hechos denunciados. Listas negras. Similares a
las que me condujeron a mí, hace 34 años, a un sórdido cuartel de infantería
valenciano. Y a un sucio calabozo después. De aquellos polvos, estos lodos.
Fuente: www.tercerainformación.es
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