Vicenç Navarro | Catedrático de Políticas
Públicas de la Universidad Pompeu Fabra
nuevatribuna.es | 25 Febrero 2014 - 15:13
h.
En
contra de lo que ha estado enfatizando la sabiduría convencional definida por
el establishment español (la estructura de poder político y mediático que
define los parámetros de lo que debe creerse en el país), la Transición de la
dictadura a la democracia no fue un proceso modélico, fruto de un consenso
entre iguales, entre los herederos de los vencedores (las derechas,
ultraderechas en el abanico político europeo) y los herederos de los vencidos
(las izquierdas y otras fuerzas democráticas) de lo que se llama en España la
Guerra Civil. En la versión oficial de la Transición, esta se presenta como una
ruptura con el anterior Estado dictatorial, habiéndose establecido, como
resultado de tal Transición, un Estado democrático homologable a cualquier
democracia existente en la Europa occidental. Y la Constitución de este nuevo
Estado se presenta como el resultado de aquel consenso entre iguales,
estableciendo el marco jurídico donde la democracia española se ha ido
desarrollando.
Esta
versión de la Transición es profundamente errónea y no se corresponde con los
hechos ocurridos en aquel periodo. Lejos de ser ejemplar, aquel proceso estuvo
dominado por las mismas fuerzas que controlaban el Estado dictatorial, y que
lideraron y dirigieron aquel cambio. Las fuerzas conservadoras controlaban
todas las ramas y aparatos del Estado, así como la gran mayoría de medios de
información del país, mientras que las izquierdas acababan de salir de la
clandestinidad. No fue un pacto entre iguales ni tampoco fue una ruptura con el
Estado anterior. En realidad fue una abertura de aquel Estado para incorporar a
las izquierdas en un nivel subalterno, sometidas a una ley electoral que
claramente las desfavorecía. Presentar la Constitución como un producto
consensuado entre iguales, sin admitir que estuviera condicionada por las
fuerzas que dominaban la Transición, es una frivolidad propagandística
promovida primordialmente por las derechas y, en ocasiones, por aquellos
sectores de las izquierdas gobernantes que se adaptaron rápidamente a aquel Estado.
Las consecuencias de aquel proceso inmodélico: la
limitadísima democracia, el escaso bienestar social y el no reconocimiento del
derecho a decidir
Las
consecuencias de aquel dominio conservador son enormes. Una de ellas es la
limitadísima capacidad de decisión de la ciudadanía en los quehaceres de la
gobernanza del país. Democracia en España quiere decir votar cada cuatro años
(dentro de un sistema electoral poco representativo) a partidos políticos que
carecen de democracia interna, gobernados por élites que se eternizan, con
escasa transparencia y que, por su opacidad, son fácilmente coaptables por
parte de intereses financieros y económicos. La Transición inmodélica favoreció
esta visión de la democracia, que reduce la política al “politiqueo entre sus
dirigentes”. Formas de democracia directa, tales como referéndums (ni
consultivos siquiera), son difíciles cuando no imposibles de realizar.
Esta
limitadísima democracia, dentro de un Estado heredado del anterior con escasa
renovación, explica varios hechos. Uno, es el enorme subdesarrollo del Estado
del Bienestar en España. Treinta y cinco años después de iniciarse la
democracia, España continúa teniendo uno de los gastos públicos y uno de los
gastos públicos sociales más bajos de la UE-15 (el grupo de países de semejante
nivel de desarrollo económico al español). He escrito extensamente sobre este
tema (ver Bienestar insuficiente, democracia incompleta. Sobre lo que no se
habla en nuestro país, 2002). Esta subfinanciación se está incluso
acentuando más como consecuencia de las políticas de austeridad (lo que quiere
decir de recortes del gasto público), orientadas a privatizar los servicios
públicos del Estado del Bienestar. Desde 2008, los gobiernos españoles,
argumentando erróneamente que no hay otra alternativa, están debilitando y/o
desmontando el Estado del Bienestar. Utilizan para justificar este
desmantelamiento el argumento que el Estado español ha perdido soberanía y
tiene que seguir la normativa dictada por la Troika, a fin de poder mantenerse
en el euro. He escrito extensamente mostrando la falta de evidencia que apoye
estos argumentos. En realidad, tanto la banca como la gran patronal están
consiguiendo lo que siempre desearon: el debilitamiento del mundo del trabajo,
la privatización del Estado del Bienestar y la reducción de los salarios. Las
políticas públicas realizadas por los gobiernos centrales y la mayoría de los
gobiernos autonómicos han sido responsables de tales hechos.
El tema nacional tampoco se ha resuelto
Otra
consecuencia del dominio de los herederos de los vencedores de la Guerra Civil
en el proceso de transición fue la incorporación a la Constitución de la visión
de España que tenían sus antepasados, que se definieron a sí mismos como los
“nacionales”. Esta visión negaba la plurinacionalidad de España, oponiéndose a
reconocer las distintas naciones que constituyen el país, imponiendo un Estado
uninacional centrado en el establishment político y mediático existente en
Madrid. En realidad, el Estado de las Autonomías (el “café para todos”) era la
manera de negar esta plurinacionalidad, permitiendo una descentralización
administrativa en un marco normativo claramente centralizado. Un indicador de
esta centralización es el sistema radial de transporte. Lleva un poco más de
dos horas ir en tren de Barcelona a Madrid, pero algo más de seis horas para ir
de Barcelona a Bilbao, que es la misma distancia. Esta visión uninacional de
España está escrita en la Constitución, la cual asigna al Ejército (sucesor del
que había llevado a cabo un golpe militar contra un Estado democrático) la
misión de defender la unidad de España (una cláusula única entre las
constituciones en Europa), estando bajo la dirección del Monarca, jefe de
Estado y jefe de las Fuerzas Armadas. Estas fueron unas cláusulas que el
Monarca y el Ejército impusieron, como han admitido protagonistas de aquella
Transición.
Esta
negación del carácter plurinacional ha sido una constante en el periodo
democrático. Y su último ejemplo son los “cepillazos” y “vetos” al último
Estatuto, iniciado por el gobierno tripartito en Catalunya presidido por
Maragall (y más tarde por Montilla), que habían intentado redefinir España,
sustituyendo la visión de España heredera del golpe militar por una España
plural y pluricéntrica. El fracaso de este proyecto fue lo que no dejó otra
alternativa a Catalunya que conseguir la movilización popular exigiendo el
reconocimiento de Catalunya como una nación soberana, con pleno derecho a
decidir su futuro, considerando la independencia como una alternativa entre otras.
La gran mayoría de la población catalana (el 75% según las últimas encuestas)
está de acuerdo con que se realice un referéndum sobre el futuro que la
población desea para Catalunya.
Democracia significa el derecho a decidir
Los
dos polos opuestos del nacionalismo –el españolista, que es el nacionalismo más
extremo, dominante y asfixiante, y el catalanista- quieren presentar este
derecho a decidir cómo equivalente a la petición de secesión de Catalunya del
Estado español. Esta interpretación interesada no corresponde a la realidad. El
número de personas que desean ejercer el derecho a decidir es mayor que el que
desea la separación de Catalunya del Estado español. Catalunya podría ser un
Estado soberano dentro de un Estado federal español. En realidad, históricamente
la gran mayoría de fuerzas políticas de las izquierdas, tanto catalanas como
españolas, han deseado esta forma de Estado federal, dentro del cual cada
nación pueda decidir su futuro. Los “nacionales” fascistas llamaban
“separatistas” a los catalanes –como el President Companys– que deseaban un
Estado catalán dentro de una federación española. No eran anti España (como se
los acusa), sino que eran voces que pedían una redefinición de lo que era
España y su Estado.
Es
importante subrayar que incluso los partidos políticos de izquierdas españoles
pidieron durante la clandestinidad el derecho a decidir (se llamaba
autodeterminación) de las distintas naciones (tan recientemente como en el
Congreso de Octubre de 1974 de Suresnes, el PSOE subrayaba que “la
definitiva solución del problema de las nacionalidades y regiones que integran
el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho
de autodeterminación de las mismas, que comporta la facultad de que cada
nacionalidad y región pueda determinar libremente las relaciones que va a
mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español”
(Resolución sobre nacionalidades y regiones). Y más tarde, en el 27 Congreso
del PSOE en diciembre de 1976, se aprobó que “el Partido Socialista
propugnará el ejercicio libre del derecho a la autodeterminación por la
totalidad de las nacionalidades y regionalidades que compondrán en pie de
igualdad el Estado federal que preconizamos… La Constitución garantizará el
derecho de autodeterminación”, manteniendo que “el análisis histórico
nos dice que en la actual coyuntura la lucha por la liberación de las
nacionalidades… no es opuesta, sino complementaria con el internacionalismo de
la clase trabajadora”. Fue durante la Transición que las izquierdas
españolas abandonaron este compromiso, aceptando la condición impuesta por la
Monarquía y por el Ejército, convirtiéndose en las grandes valedoras de aquella
Constitución.
Los cambios en Catalunya (y en España)
El
nacionalismo españolista es profundamente excluyente y define como
antiespañoles a aquellos que tienen otra visión de España. Su rigidez e
intolerancia explica el gran incremento de independentistas como rechazo a este
nacionalismo españolista. Y este rechazo incluye a amplios sectores de la
población catalana que se siente española, y también de izquierdas. Desean
separarse del Estado español sin ser independentistas, pues no creen que este
Estado español se pueda convertir en un Estado democrático plurinacional, con
mayor democracia representativa, enriquecida con formas de democracia directa,
con plena diversidad de ideologías en los medios y cuyas políticas públicas
tengan mayor sensibilidad social. En realidad, este Estado español tampoco es
percibido como representativo por parte de la mayoría de la ciudadanía
española, que está de acuerdo con el lema del movimiento 15-M “no nos
representan”. Es urgente y necesario que se establezcan alianzas a los dos
lados del Ebro para facilitar el rechazo a este Estado.
El
problema que se presenta en Catalunya no es si se permitirá o no la consulta,
independientemente del tipo de consulta o de si las preguntas son o no
mejorables. Este no es el problema mayor, por extraño que ello parezca. De una
manera u otra, si la mayoría de la población en Catalunya lo desea, la consulta
se realizará, ya sea legal o ilegalmente. El problema es la Transición hacia la
otra Catalunya deseada por la mayoría de la población, sea esta independiente o
no. Lo que está claro es que la mayoría de la población catalana quiere otra
Catalunya. Pero cómo llegar a ella es un punto esencial. En España ya existe el
ejemplo de que las fuerzas políticas que dominaron la Transición, dominaron
también el producto resultado de esta Transición. Pues lo mismo podría ocurrir
en Catalunya. El rechazo al Estado español, que es distinto al rechazo a España
(un sentimiento este muy minoritario en Catalunya) no es suficiente para
garantizar una Catalunya más justa, más solidaria y más democrática. Y ahí está
el auténtico reto. Fuerzas conservadoras y neoliberales que, aliadas con sus
homólogas en el Estado español, han aprobado las reformas que han acentuado el
deterioro tan notable de la Catalunya social, continúan teniendo gran
influencia política y mediática en Catalunya, controlando los medios públicos
de la Generalitat, instrumentalizándolos abusivamente. Mucho se ha hablado de
esta instrumentalización por parte de las fuerzas independentistas. Pero el
abuso ha sido igual de intenso en la promoción del neoliberalismo. El programa
“Lliçons d’Economia” de TV3 promueve las teorías del economista ultraliberal de
la casa (que predeciblemente es independentista), que quiere desmantelar el
Estado del Bienestar y privatizar los servicios públicos y las pensiones en
Catalunya, medidas que dañarían enormemente a las clases populares de
Catalunya. Mientras, las izquierdas son sistemáticamente excluidas de estos
medios. Últimamente están apareciendo movimientos político-sociales –como el Procés
Constituent– que se están expandiendo por toda Catalunya y que están
movilizando a la población para presentar otra alternativa, estimulando que los
partidos de izquierdas hagan un frente común, alternativo, exigiendo una
Catalunya popular.
Esta
agitación en Catalunya es paralela a la gran agitación social contra el Estado
español, un Estado que se ve instrumentalizado por los poderes financieros y
económicos, que utilizan Europa para conseguir sus objetivos. De ahí el enorme
valor de los movimientos iniciados por el 15-M, que cuestionan la sabiduría
convencional que nos ha llevado a una situación claramente desfavorable para
las clases populares. Ello explica el enorme descrédito del Estado y su pérdida
de legitimidad. Este establishment se aferra a la Constitución (tal como vimos
hacer a Felipe González en Salvados) como el instrumento legal que le permite
salvaguardar sus intereses, confundiendo ley con legitimidad. Las clases
populares están indignadas y no perciben a las instituciones políticas como
sensibles a sus demandas y reivindicaciones. De ahí la gran urgencia e
importancia de movimientos político-sociales que presionen para forzar una
segunda Transición, que permita el paso de una democracia sumamente limitada, a
una democracia auténticamente participativa y representativa que hoy no existe
en España.
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