Teresa Galeote | Escritora
nuevatribuna.es
| 17 Febrero 2014 - 14:54 h.
“Hay dos formas de conquistar y esclavizar
a una nación, una es con la espada, la otra es con la deuda”.
John Adams, Presidente de Estados Unidos (1796 - 1800)
Cuando
EE.UU. impuso medidas anti-inflacionarias, en la década de los 80, subieron las
tasas de interés y, como consecuencia, los países endeudados quedaron en manos
de sus acreedores y sus gobiernos desacreditados ante la sociedad. La magnitud
del problema afloró con toda su crudeza y los diferentes partidos políticos no
pudieron dar respuesta a la población. Los discursos políticos no eran más que
reiteradas frases y promesas que no podían cumplir. ¿Nos suena? En aquellos
momentos los países iberoamericanos fueron los principales sufridores de la
deuda odiosa. Y en ese eterno retorno que pronosticara Nietzsche, la historia
se repite; en esta ocasión es la periferia europea la que está metida de lleno
en esa espiral diabólica de la deuda; deuda que amenaza con
ahogarnos.
En las
décadas de los 80/90, con alguna excepción, la política exterior estadounidense
se dedicó a fomentar las “democracias liberales” siempre y cuando estuviesen
acordes con sus intereses. La coyuntura política de ese momento era diferente y
la política exterior de EE.UU. comenzó a distanciarse de los gobiernos
dictatoriales por razones estratégicas. Por otra parte, el comunismo ya no era
su principal enemigo y el apoyo que le prestaban las dictaduras
latinoamericanas dejaron de ser esenciales para sus intereses, máxime cuando
los diferentes gobiernos estadounidenses vieron los buenos resultados que
ofrecían las “democracias neoliberales”. Washington se encargó de difundir el
mensaje de diversas formas: a través de sus embajadas y anuncios oficiales, a
través de intelectuales comprometidos ideológicamente con la economía de
mercado, a través de la financiación a organismos controlados por Washington, a
través de los medios de comunicación masivos, o mediante presiones económica.
En su
política exterior, EE.UU. también instrumentalizó los Derechos Humanos como
arma propagandística. El Departamento de Estado comenzó a publicar la situación
de los Derechos Humanos en los distintos países del mundo y a los funcionarios
del gobierno americano se les dio instrucciones de apoyarse en dicho informe
para definir las políticas de ayuda económica y militar a los países. El
republicano Reagan tuvo que impulsar un acuerdo con los demócratas sobre el uso
de esa doctrina como política de Estado en sus relaciones exteriores, en parte
para justificar nuevas formas de intervención en Centroamérica. En
América Latina las crisis económicas causaron cambios institucionales, pero los
partidos se turnaban sin apenas dar respuesta a los problemas generados por las
crisis. En ese contexto los gobiernos claramente antidemocráticos fueron
sustituidos por “democracias neoliberales” como garantes de la economía
de la globalización.
El
octogenario Henry Kissinger afirma, sin ningún pudor, que “la globalización
económica causará muchas muertes, pero las personas que sobrevivan vivirán
mejor”. Estas afirmaciones las hace el Premio Nobel de la Paz de 1973.
Kissinger fue secretario de Estado durante los mandatos presidenciales de
Richard Nixon y Gerald Ford, y jugó un papel preponderante en la política
exterior de Estados Unidos entre 1969 y 1977. Se le acusó de colaborar y
promover regímenes dictatoriales y acciones terroristas en diferentes partes
del mundo. Baltasar Garzón, actualmente Asesor del Tribunal de la Haya, ha
intentado procesarlo por violaciones a los Derechos Humanos, pero ha sido un
intento fallido. El periodista y escritor Christopher Hitchens, escribió Juicio
a Kissinger; un retrato impresionante del Premio Nobel de la Paz, uno de
los socios fundadores del Club Bilderberg; entidad no gubernamental que dirige
los destinos del mundo, que como sabemos está compuesto por monarcas,
aristócratas, políticos, empresarios y magnates. El Consenso de Washington
(1990) reforzó las directrices de la globalización con 10 puntos que, a modo de
mandamientos, remataba las políticas puestas en marcha. Originalmente,
ese paquete de medidas económicas estaba pensado para los países de América
Latina, pero con los años se convirtió en un programa general. Veamos esos diez puntos de consenso:
Disciplina
presupuestaria (los presupuestos públicos no pueden tener déficit)
Reordenamiento de las prioridades del gasto público de áreas como subsidios (especialmente subsidios indiscriminados) hacia sectores que favorezcan el crecimiento, y servicios para los pobres, como educación, salud pública, investigación e infraestructuras.
Reforma Impositiva (buscar bases imponibles amplias y tipos marginales moderados)
Liberalización financiera, especialmente de los tipos de interés
Un tipo de cambio de la moneda competitivo
Liberalización del comercio internacional (trade liberalization) (disminución de barreras aduaneras)
Eliminación de las barreras a las inversiones extranjeras directas
Privatización (venta de las empresas públicas y de los monopolios estatales)
Desregulación de los mercados
Protección de la propiedad privada.
Reordenamiento de las prioridades del gasto público de áreas como subsidios (especialmente subsidios indiscriminados) hacia sectores que favorezcan el crecimiento, y servicios para los pobres, como educación, salud pública, investigación e infraestructuras.
Reforma Impositiva (buscar bases imponibles amplias y tipos marginales moderados)
Liberalización financiera, especialmente de los tipos de interés
Un tipo de cambio de la moneda competitivo
Liberalización del comercio internacional (trade liberalization) (disminución de barreras aduaneras)
Eliminación de las barreras a las inversiones extranjeras directas
Privatización (venta de las empresas públicas y de los monopolios estatales)
Desregulación de los mercados
Protección de la propiedad privada.
He subrayado
intencionadamente la palabra “reordenación”, en el punto 2, para resaltar la
dulcificación del lenguaje empleado; la realidad nos demuestra que son
“recortes”.
El efecto
general de la globalización sobre los Estados nacionales está siendo
devastador. La soberanía política ha quedado fuertemente dañada y a merced de
las grandes empresas y de los grandes inversionistas. La deslocalización
industrial ha causado estragos laborales y económicos en diversos países, donde
las tasas de desempleo han aumentado considerablemente: Europa cuenta con 26
millones de parados, estando España, Grecia y Portugal entre los más afectados.
En un entorno internacional donde los capitales pueden viajar libremente, los
grandes inversores eligen regímenes que no tengan demasiado control sobre el
capital, donde las normas laborales no sean muy estrictas, donde los costos
salariales y otros gravámenes les permitan asegurar sus ganancias a corto
plazo. Por otro lado, la compra de deuda pública ofrece a los grandes
inversionistas otra forma de recibir ganancias fáciles sin necesidad de crear
empresas.
Las
poderosas instituciones financieras internacionales y la Agencia para el
Desarrollo Internacional de los EE.UU. han promocionado e impuesto el proceso
de globalización, convirtiéndose así en las principales causantes de un sistema
deshumanizado que arrastra a la pobreza, cuando no a la marginalidad y a la
muerte a un tercio de la población mundial. ¿Podemos hablar
de Eugenesia?
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