Publicado en 2013/12/10
Por Juan Tugores Ques, Catedrático de
Economía de la Universidad de Barcelona y colaborador de Economistas
Frente a la Crisis en Cataluña
Una de las crueles paradojas de la crisis, cada vez
más abrumadoramente evidente, es que su gestión ha estado, y continua estando,
en manos de quienes la provocaron. Con ello han conseguido no sólo inmunidad e
impunidad sino además generar un escenario postcrisis en que aumentan su peso
los poderosos intereses que representan y que difieren sustancialmente de los
del conjunto de la sociedad. Cada vez adquiere más relieve la expresión
“quiet coup” – golpe de estado sigiloso, en alguna traducción en la web – que
desde 2009 viene utilizando Simon Johnson – nada menos que execonomista-jefe
del FMI – para describir, con experiencias de primera mano, cómo las élites
financieras – con conexiones y altavoces en los ámbitos políticos y académicos
cada vez más fácilmente identificables – nos han llevado a la actual situación
y siguen decidiendo nuestros destinos.
Una parte importante del “relato” de estas
élites caracteriza la crisis como una fase schumpeteriana de “destrucción
creativa”. Apela a los excesos del pasado – sin mencionar que los más
importantes son los que ellos mismos generaron en los ámbitos que controlaban –
para presentar la crisis como un mecanismo depurador, prácticamente
“purificador” de las ineficiencias acumuladas y, por ello, como la condición
necesaria o antesala de una nueva era en que las fuerzas de la innovación
creativa que ellos dicen encarnar – suelen llamarle “excelencia” – propiciarán
un nuevo renacimiento una vez liberadas de lastres tales como los
“derechos adquiridos”, los mecanismos de cobertura social y buena parte de las
“cargas” del Estado de Bienestar.
La retórica de la austeridad se ha alejado de la noble
virtud del ahorro y la preocupación por el futuro para pasar a prostituir el
concepto utilizándolo como ariete contra el modelo social europeo – el estado
del bienestar – logro histórico que ha demostrado que es posible
combinar, con potentes complementariedades, un razonable crecimiento económico
con la democracia política y las políticas sociales. Las verdaderas intenciones
de esos planteamientos aparecieron con nitidez primero con la “carga” contra el
estado de bienestar, luego con la presentaciones de los “gobiernos
tecnocráticos” como alternativa superior a la democracia (y con la cada vez más
indisimulada admiración, especialmente en privado, con los “parámetros” de
gobernanza de China o incluso de Rusia), y más recientemente con las
referencias a que el estancamiento secular puede ser una opción…si no seguimos
sus directrices.
Pero la realidad es tozuda. Cada vez son más evidentes
los cambios en la distribución de la renta, iniciados con la globalización
pre-crisis, acentuados con ésta, y que, de continuar como hasta ahora, se
acentuarán en los escenarios postcrisis. Incluso el Journal of Economic
Pesrpectives dedica en 2013 unos de sus influyentes symposia a la concentración
de los ingresos en el 1% más rico de la población. Algunos indicadores al
respecto muestran cómo estos primeros tiempos del siglo XXI nos retrotraen a
unas de distribución similares a los de hace un siglo. Otro ex economista-jefe
de FMI, Raghuram Rajan, ha explicado con claridad por qué la creciente
desigualdad no es sólo un problema social “colateral” sino una fuente de
ineficiencias y fragilidades que han tenido mucho que ver con la gestación de la
Gran Depresión, de la actual Gran Recesión y, añadamos, si seguimos por este
camino, de la próxima.
El empobrecimiento de amplios segmentos de las clases
medias y populares ha debilitado el motor de la estabilidad económica y
política especialmente en Occidente, abriendo incertidumbres sociopolíticas y
conduciendo a revisar los acontecimientos que generaron en el Viejo Continente
dinámicas similares en las décadas de 1920 y 1930. A un nivel más concreto, en
algunos países como los del Sur de Europa, incluso el Banco de España ha
mostrado datos acerca del sobrecoste que han de pagar por acceder al (escaso)
crédito las medianas y pequeñas empresas en comparación con el coste de
financiación para las grandes empresas. Las tendencias regresivas a escala
internacional se ven así especialmente acentuadas en los países del Sur de
Europa.
La concentración de poder en las élites no es sólo
económica sino asimismo política e ideológica. La capacidad de los sectores más
poderosos para influir sobre la realpolitik no ha dejado de crecer con la
crisis pese, debe insistirse, a ser sus principales causantes. El discurso de
la “inevitabilidad” trata de provocar la resignación del conjunto de la
sociedad, y las formas despectivas (seamos suaves) con que influyentes sectores
de la academia tratan cualquier discrepancia, pretenden cerrar el círculo de
los poderosos (y bien financiados) “intereses creados”. Esta concentración del
control de posiciones de influencia es sustancialmente más parecida a la de
épocas feudales, con la ortodoxia económica desempeñando un papel similar al de
la ortodoxia eclesiástica de aquellas épocas, incluidas las funciones
inquisitoriales frente a cualquier disidencia. Estos rasgos, junto con las
tendencias de desigualdad en la distribución de la renta, encajan bien en la
conceptualización como neofeudalismo para referirnos a lo que se está
alumbrando. Justo en las antípodas del neo-renacimiento que describen los
apologetas de la ortodoxia. “Si no os gustó la crisis, esperad a ver lo que
llamamos recuperación” podría ser el sentimiento íntimo de algunos de ellos…
Llegados a este punto aparece la cuestión central de
la necesidad de profundizar en una alternativa sólida. El enorme reto abierto,
tan crucial como urgente, es conformar una alternativa capaz no sólo de
explicar de forma convincente un relato mejor sustentado en los hechos. También
ha de ser capaz de sintonizar con las experiencias y expectativas de amplios
sectores de la población. Capaz de convertir en planteamientos operativos a
través del sistema democrático (todavía) vigente la conformación de propuestas
susceptibles de recibir apoyos ciudadanos en las urnas. Capaz de superar las
presiones y descalificaciones de todo tipo que se lanzan contra cualquier
iniciativa al respecto. Capaz de jugar en los mismos niveles – nacionales e
internacionales, mediáticos y sociales – en que han articulado ya posiciones
hegemónicas los “intereses creados”. Capaz de afrontar la lección bíblica de
que a menudo “los hijos de las tinieblas son más preclaros que los hijos de la
luz”. Capaz, en definitiva, de re-encauzar los acontecimientos y las decisiones
de tal manera que nuestros hijos y nietos puedan seguir viviendo en un modelo
social y político en que se siga mostrando la complementariedad entre progreso
económico, democracia política y bienestar social. Capaz de evitar, por el
contrario, que cuando mi generación explique a sus nietos lo que era el estado
del bienestar su respuesta no sea que no les “contemos batallitas”. Capaz de
evitar que nos reescriban a su dictado, como en la orwelliana 1984, la historia
los que nos prometieron un nuevo renacimiento y nos condujeron a un nuevo
feudalismo en que las posiciones de señores y siervos quedaron consolidadas en
el devenir de esta crisis…
Fuente: http://dedona.wordpress.com/
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