Este primer capítulo del
libro «Eurocomunismo es anticomunismo» nos regala un esbozo en forma
resumen sobre el movimiento comunista y su larga la lucha contra el
revisionismo, se intenta analizar las causas históricas de la aparición de tal
losa que frena liberación social de la humanidad. En
dicha colosal tarea de resumir algo tan vasto y empezar a
relacionarlo con el surgimiento de la corriente eurocomunista,
Enver Hoxha empieza a explicar mediante exactos argumentos las más que claras
influencias de los distintos revisionismos modernos sobre un revisionismo tan
pérfido como el eurocomunismo, hay en varios campos concretos donde esto se ve
claro: el concepto de partido liquidacionista –del browderismo–, el concepto de
multipartidismo –del maoísmo–, el concepto de transición al
socialismo– del titoismo–, o sus táctocas geopolíticas –del jruschovismo–, siendo estos breves ejemplos, ya
que existen muchos otros campos donde imprimen nuevas teorías o donde vuelven a
coincidir con estas ramas.
El revisionismo, actúa como agente de la
burguesía en el movimiento obrero, y como tal, necesitamos contraponer todo el
material marxista-leninista, primero para destaparlo como lo que es a ojos de
las masas, y segundo para condenar sus tesis burguesas señalando de forma clara
los puntos cardinales de su inutilidad como doctrina. Es por ello, que hay que
desbrozar este tipo de ideologías oportunistas, ya que además como comentaba
Lenin, aprovechan las simpatías de las masas sobre el marxismo para aroparse en
él sus fines:
«Generalmente se concilian ambos pasajes
con ayuda del eclecticismo, desgajando a capricho –o para complacer a los
detentadores del Poder–, sin atenerse a los principios o de un modo sofístico,
ora uno ora otro argumento y haciendo pasar a primer plano, en el noventa y
nueve por ciento de los casos, si no en más, precisamente la tesis de la
«extinción». Se suplanta la dialéctica por el eclecticismo: es la actitud más
usual y más generalizada ante el marxismo en la literatura socialdemócrata
oficial de nuestros días. Estas suplantaciones no tienen, ciertamente, nada de
nuevo; pueden observarse incluso en la historia de la filosofía clásica griega.
Con la suplantación del marxismo por el oportunismo, el eclecticismo presentado
como dialéctica engaña más fácilmente a las masas, les da una aparente
satisfacción, parece tener en cuenta todos los aspectos del proceso, todas las
tendencias del desarrollo, todas las influencias contradictorias, etc., cuando
en realidad no da ninguna noción completa y revolucionaria del proceso del
desarrollo social». (Lenin, El Estado y la revolución, 1917)
Y como comentamos recientemente, para poder detectar estas
desviaciones no hay otro camino que el estudio y la formación ideológica:
«En realidad el único planteamiento
teóricamente justo de la cuestión del relativismo es el hecho por la dialéctica
materialista de Marx y de Engels, y el desconocer ésta conducirá
indefectiblemente del relativismo al idealismo filosófico». (Lenin,
«Materialismo y empirio-criticismo», 1909)
Así lo constata también el autor de la obra:
Así lo constata también el autor de la obra:
«En el proceso de esa lucha hemos
asimilado más profundamente las enseñanzas del marxismo-leninismo, hemos
aprendido a conocer mejor a los amigos y a los enemigos, lo bueno y lo malo, lo
revolucionario y lo contrarrevolucionario. Así pues, la ley de la lucha de los
contrarios, como fuente de todo movimiento y desarrollo, encuentra plena
aplicación también en el desarrollo mismo del marxismo-leninismo, así como en
el proceso de su conocimiento y asimilación. De aquí surge una importante tarea
para la escuela del Partido, la de dar a conocer a los cuadros y a los
comunistas la historia de esta lucha, y enseñarles el marxismo-leninismo no en
forma simple, exponiendo de manera «pasiva» las tesis, los principios y las
conclusiones marxistas, sino en lucha con los puntos de vista y los argumentos
de sus adversarios ideológicos, entre los que destacan los revisionistas
modernos. Sólo así son posibles la asimilación profunda y viva de las ideas del
marxismo-leninismo y la formación de convicciones ideológicas marxistas
duraderas». (Enver Hoxha, Estudiemos la teoría marxismo-leninista en estrecho
enlace con la práctica revolucionaria, 1970)
El documento:
LA NUEVA ESTRATEGIA IMPERIALISTA Y EL
SURGIMIENTO DEL REVISIONISMO MODERNO
a. El oportunismo, aliado permanente de la
burguesía
El surgimiento del revisionismo moderno,
al igual que el del viejo revisionismo, constituye un fenómeno social que viene
condicionado por diferentes y numerosas causas históricas, económicas,
políticas, etc. Considerado en su conjunto, este fenómeno es producto de la
presión de la burguesía sobre la clase obrera y su lucha. El oportunismo y el
revisionismo han estado desde un comienzo estrechamente vinculados a la lucha
de la burguesía y el imperialismo contra el marxismo-leninismo, han sido parte
integrante de la gran estrategia capitalista orientada a minar la revolución y
perpetuar el orden burgués. A medida que ha ido avanzando la causa de la
revolución y el marxismo-leninismo, se ha difundido entre las amplias masas
populares, una mayor atención ha dedicado el imperialismo a la utilización del
revisionismo como su arma preferida contra la ideología triunfante del
proletariado, como herramienta para socavar esta ideología.
Así ocurrió en los comienzos de la segunda
mitad del siglo XIX cuando salieron a la luz el «Manifiesto Comunista» y las
otras obras de Marx y Engels, y la influencia del marxismo entre las masas
trabajadoras de Europa se incrementó. Fue precisamente en aquel momento cuando
comienzan a difundirse la corriente reformista de los tradeunionistas en
Inglaterra, los puntos de vista pequeñoburgueses de Proudhon en Francia, las
concepciones pequeñoburguesas de Lassalle en Alemania, las ideas anarquistas de
Bakunin en Rusia y en otros países, etc. Este fenómeno se dio también después
de los heroicos acontecimientos de la Comuna de París, cuando, aterrorizada
hasta la médula por la propagación de su gran ejemplo, la burguesía instigó la
nueva corriente oportunista de Bernstein, que trató de despojar el marxismo de
su contenido revolucionario y hacerlo inocuo para la dominación política de la
burguesía imperialista.
En los albores del siglo XX, cuando iban
madurando las condiciones político-económicas para la revolución y la toma del
poder por el proletariado, la burguesía dio todo su apoyo a la corriente
oportunista de la II Internacional y la utilizó ampliamente en sus maniobras
para la preparación y el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial.
Después de la histórica victoria de la
Revolución de Octubre, cuando el socialismo, de teoría y movimiento
revolucionario se convirtió en sistema económico-social triunfante en una sexta
parte del mundo, el capitalismo se vio obligado a cambiar de estrategias y
tácticas. Arreció la violencia y el terror en el interior de cada país,
recurrió a los medios más feroces para reforzar su poder, implantando incluso
el fascismo.
Intensificó ante todo su demagogia y su
propaganda con el fin de denigrar y deformar el marxismo-leninismo, inventando
nuevas «teorías» pseudomarxistas, calumniando a la Unión Soviética y
preparándole la guerra. El imperialismo, escribía Lenin en ese entonces:
«Siente que el bolchevismo ha pasado a ser
una fuerza mundial, y precisamente por eso trata de asfixiarnos con la máxima
rapidez, deseando acabar en primer lugar con los bolcheviques rusos para
después hacer lo mismo con los propios». (1) (Lenin, Reunión de Moscú del
partido de los trabajadores, 1918)
En 1918, los imperialistas británicos,
estadounidenses, franceses y japoneses comenzaron su intervención militar en
Rusia. La guerra contra el primer Estado de los obreros y campesinos alineó en
un solo campo a todas las fuerzas reaccionarias. Contra la Revolución de
Octubre y el poder proletario se abalanzaron también los oportunistas y los
renegados del marxismo. Kautsky en Alemania, Otto Bauer y Karl Renner en
Austria, Léon Blum y Paul Boncour en Francia, arremetieron furiosamente contra
la Revolución de Octubre, contra la estrategia y la táctica leninistas de la
revolución. Calificaron la Revolución de Octubre de ilegítima, de desviación
del camino del desarrollo histórico, de alejamiento de la teoría marxista.
Preconizaban la revolución pacífica, sin violencia y sin sangre, la toma del
poder a través de la mayoría en el parlamento; se oponían a la transformación
del proletariado en clase dominante. Todos ellos elevaban por las nubes la
democracia burguesa y atacaban la dictadura del proletariado.
Cuando la intervención armada contra la
Rusia soviética fracasó y la socialdemocracia no pudo evitar la creación de los
nuevos partidos comunistas ni contener el gran ímpetu revolucionario de las
masas trabajadoras de Europa, la burguesía cifró todas sus esperanzas en:
«La ruptura del frente comunista desde
dentro, buscando sus héroes entre los líderes del P.C. (b) de Rusia». (2)
(Stalin, El Partido Comunista de Polonia, 1924)
Los trotskistas salieron de nuevo con la
«teoría de la revolución permanente», según la cual la construcción del
socialismo en la Unión Soviética era imposible sin el triunfo de la revolución
en los otros países. Se fusionaron en un frente único con la burguesía para
combatir el socialismo. Por eso Stalin acentuaba con razón que se había creado
un frente único hostil que abarcaba desde Chamberlain a Trotski. Contra el
socialismo se abalanzaron también los de la «derecha», los bujarinistas,
partidarios de la extinción de la lucha de clases, y de la posibilidad de
integración del capitalismo en el socialismo.
La estrategia del imperialismo adquirió un
carácter contrarrevolucionario y anticomunista más acentuado particularmente
después de la Segunda Guerra Mundial como consecuencia del cambio de la
correlación de fuerzas a favor del socialismo y la revolución, que estremeció
desde sus cimientos a todo el sistema capitalista. Estos cambios colocaron a la
orden del día la cuestión de la revolución y del triunfo del socialismo ya no
en uno o dos países, sino en regiones y en continentes enteros. El
imperialismo, acaudillado por el estadounidense, fundó esta vez sus mayores
esperanzas en la militarización de toda su vida, en los bloques y pactos
militares, a fin de intervenir por la violencia y desatar una guerra abierta
contra el socialismo, contra los movimientos revolucionarios y de liberación de
los pueblos. Grandes esperanzas depositó también en la reanimación y activación
de todas las fuerzas oportunistas destinadas a minar y hacer degenerar desde
dentro a los países socialistas y los partidos comunistas.
b. La victoria sobre el fascismo y la
contraofensiva del imperialismo
Las potencias imperialistas y todo el
capitalismo mundial provocaron e hicieron estallar la Segunda Guerra Mundial
con el fin de dirigirla contra la Unión Soviética y el socialismo. Mas esta
guerra, lejos de destruir el primer Estado socialista, significó para el
imperialismo golpes y daños de tal magnitud que pusieron en tela de juicio la
existencia de todo su sistema.
En los campos de batalla no sólo fueron
derrotados los ejércitos del fascismo, sino también la ideología anticomunista
del imperialismo mundial y la política contrarrevolucionaria del oportunismo
internacional. Las potencias fascistas: Alemania, Italia, Japón, que
constituían la principal fuerza de choque del capitalismo internacional en su
ataque al socialismo y al comunismo, fueron desbaratadas. Los imperios
británico y francés, que hasta entonces habían hecho la «gran política»
mundial, perdieron su poder y su peso y se pusieron a la zaga de la política de
los Estados Unidos. El frente anticomunista se rajó de arriba abajo y el
«cordón sanitario» impuesto a la Unión Soviética quedó hecho trizas.
La Unión Soviética, que llevo el mayor
peso de la guerra y jugó un papel decisivo en la victoria sobre el fascismo y
en la liberación de los pueblos subyugados, salió de esta guerra robustecida y
con un prestigio internacional indiscutible. En su gran contienda con el
imperialismo, el sistema socialista dio la histórica prueba de su superioridad,
estabilidad e invencibilidad. Como resultado de las condiciones surgidas y de
su lucha antifascista de liberación nacional, una serie de países, bajo la
dirección de los partidos comunistas, se desprendieron del sistema capitalista
y se encauzaron por la vía del socialismo. Fue creado el campo socialista, que
constituyó el acontecimiento más importante después de la Revolución de
Octubre.
En todos los países, los partidos
comunistas cobraron un desarrollo sin precedentes. Permaneciendo al frente de
la lucha contra el fascismo, probaron con la sangre de sus militantes y con sus
actitudes que eran la fuerza política más consecuente y fiel a los intereses
del pueblo y de la nación, los más resueltos combatientes por la libertad, la
democracia y el progreso. El marxismo-leninismo se difundió por todo el mundo,
el movimiento comunista internacional extendió su influencia y su autoridad a
todos los continentes.
Las grandes ideas de libertad,
independencia y liberación nacional, de las que estuvo impregnada la lucha
antifascista, no penetraron sólo en Europa sino también en Asia, en África, en
el continente latinoamericano. El triunfo sobre el fascismo y la creación del
campo socialista despertaron a los pueblos de los países coloniales. El sistema
colonial imperialista se sumió en su más profunda crisis. El poderoso
movimiento de liberación nacional en las colonias, que abarcaban casi la mitad
de la humanidad, estalló como un volcán. Las retaguardias del sistema
capitalista, los regímenes coloniales y semicoloniales, comenzaron a
desmoronarse. Debilitado por todas estas derrotas, el sistema imperialista
comenzó a estremecerse desde sus cimientos.
Todos estos cambios constituían una gran
victoria no sólo de la Unión Soviética, de los países de democracia popular y
de los pueblos del mundo, sino también de la inmortal teoría de Marx, Engels,
Lenin y Stalin, cuya vitalidad y justeza fueron corroboradas una vez más y con
una nueva fuerza en la mayor guerra que la humanidad ha conocido hasta el
presente, en el curso de la cual se enfrentaron dos mundos, el socialista y el
capitalista. Todos los cambios operados a partir de la Segunda Guerra Mundial
confirmaron en la práctica las tesis de Marx y Lenin, según las cuales el mundo
capitalista se encontraba en un proceso de putrefacción e iba hacia su
hundimiento, mientras que la revolución y el socialismo estaban en ascenso.
Fueron estas grandes victorias del
socialismo, de los pueblos y de la teoría marxista-leninista, las que obligaron
al imperialismo mundial a elaborar su nueva estrategia defensiva y ofensiva
para contener la creciente marejada de la revolución y de la lucha de los
pueblos, para reforzar las tambaleantes bases del sistema capitalista.
La línea común elaborada por las potencias
imperialistas después de la guerra, apuntaba en dos direcciones fundamentales:
Primera, dichas potencias movilizaron
todas sus fuerzas y medios de que disponían para levantar su potencial
económico, político y militar afectado por la guerra, para reforzar el sistema
capitalista que trepidaba por el poderoso empuje de las luchas revolucionarias
y de liberación de los pueblos. Se empeñaron en consolidar las alianzas
anticomunistas existentes y establecer otras nuevas, y desplegaron grandes
esfuerzos por conservar el colonialismo a través del neocolonialismo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el
imperialismo estadounidense se encontró en posiciones dominantes desde el punto
de vista económico, y en cierta medida militar, con respecto a Europa y Asia,
arruinadas por la guerra. La economía estadounidense militarizada era
bastante poderosa. Los Estados Unidos pretendían establecer su propia hegemonía
político-económico-militar en todo el mundo con el objetivo primordial de
cercar y debilitar a la Unión Soviética, la cual había salido victoriosa de la
Segunda Guerra Mundial y sin duda alguna iba a restablecerse con rapidez
también desde el punto de vista económico, pudiendo contribuir de paso a la
consolidación y progreso de los nuevos Estados de democracia popular que se
habían creado en Europa y Asia. Con este fin fueron elaboradas las tácticas
imperialistas de la lucha político-ideológica, de la lucha económica y las
tácticas militares. Estas últimas eran una continuación de los planes
estadounidenses fraguados en el curso mismo de la Segunda Guerra Mundial,
de esos planes que habían hecho de los Estados Unidos una gran potencia en la
producción de armas modernas, la potencia que había descubierto y producido la
bomba atómica, lanzada por primera vez sobre Hiroshima y Nagasaki.
Los Estados Unidos asumieron el liderazgo
del mundo capitalista y el papel de su «salvador». Así, las pretensiones del
imperialismo estadounidense de dominar el mundo pasaron a colocarse en primer
plano. «La victoria en la Segunda Guerra Mundial, declaraba Harry Truman, que
sucedió a Franklin Roosevelt en la presidencia de los Estados Unidos, colocó al
pueblo estadounidense ante la necesidad permanente y urgente de
convertirse en guía mundial». En esencia se trataba de un llamamiento de guerra
contra la revolución y el socialismo, para conquistar nuevas posiciones
dominantes en lo económico y militar a nivel mundial, también por supuesto para
reanimar a sus socios y salvar el sistema colonial con el cual hacer contrapeso
a los países socialistas. En la realización de esta estrategia, recurrieron a
la UNRRA, elaboraron el «Plan Marshall», crearon la OTAN y erigieron los otros
bloques agresivos del imperialismo estadounidense.
Segunda, la cuestión fundamental para el
capital estribaba en desplegar una actividad de zapa frontal contra la
ideología marxista-leninista destinada a apartar de su influencia a los
sectores más revolucionarios de los trabajadores, y hacer degenerar el
socialismo.
A la par de la desenfrenada carrera
armamentista, la militarización de la economía, los bloqueos económicos a los
países socialistas, el imperialismo movilizó también ingentes medios
propagandísticos, filósofos, economistas, sociólogos, escritores e
historiadores en su rabiosa campaña contra la revolución y el socialismo, a fin
de presentar al capitalismo y al Estado capitalista como reformados, como
«capitalismo popular», como «Estado del bienestar general», etc. La burguesía
aprovechó asimismo las coyunturas económicas favorables de la posguerra para
alardear del «florecimiento del capitalismo», difundir entre las masas la
ilusión de la supuesta desaparición de las crisis, la anarquía, el paro forzoso
y otras lacras del capitalismo, empezando a hablar de nuevo de la supuesta
superioridad del capitalismo sobre el socialismo, siendo este último como un
sistema «totalitario» ubicado tras el «telón de acero», etc.
Con el objetivo de obstaculizar la lucha
de liberación de los pueblos, sofocar la revolución proletaria, destruir el
socialismo, defender y consolidar sus propias posiciones, la burguesía, en
momentos de agonía y de crisis general de su sistema capitalista, instiga,
alienta y moviliza, además de otros medios, a las diversas corrientes
oportunistas y revisionistas. Estos enemigos del proletariado y de la revolución
ponen en tensión todas sus fuerzas para golpear ante todo al
marxismo-leninismo, ideología que hace consciente a la clase obrera de su
estado social y de su misión histórica a fin de deformar esta ideología,
hacerla inofensiva para la burguesía e inservible para el proletariado. Este
papel infame y traidor asumieron una vez más las nuevas corrientes del
revisionismo que aparecieron después de la Segunda Guerra Mundial y que,
sumariamente, fueron llamadas «revisionismo moderno».
El revisionismo moderno, continuación de
las teorías antimarxistas de los partidos de la II Internacional, de la
socialdemocracia europea, se adecuó a los tiempos posteriores a la Segunda
Guerra Mundial. Su origen está en la política hegemonista del imperialismo
estadounidense. Las variantes y las corrientes del revisionismo moderno tienen
las mismas bases y la misma estrategia, y sólo se diferencian por las tácticas
que aplican y por las formas de lucha que emplean.
c. El revisionismo moderno en el Poder,
nueva arma de la burguesía contra la revolución y el Socialismo
La nueva corriente que precedió al
revisionismo moderno en el poder fue el browderismo. Esta corriente surgió en
los Estados Unidos y tomó ese nombre del ex secretario general del Partido
Comunista de los EE.UU., Earl Browder.
En 1944, cuando en el horizonte se
perfilaba claramente la victoria de los pueblos sobre el fascismo, Browder
salió públicamente con un programa totalmente reformista. Fue el primer
pregonero de aquella línea ideológica y política de capitulación que el
imperialismo estadounidense trataría de imponer a los partidos comunistas y a
los movimientos revolucionarios. So pretexto del supuesto cambio de las
condiciones históricas del desarrollo del capitalismo y de la situación
internacional, Browder declaró «caduco» el marxismo-leninismo y lo calificó de
sistema de dogmas y esquemas rígidos.
Browder predicaba la renuncia a la lucha
de clases, la conciliación de clases a nivel nacional e internacional. Juzgaba
que el capitalismo estadounidense ya no era reaccionario, que podía
remediar los males de la sociedad burguesa y desarrollarse siguiendo la vía
democrática, en pro del bienestar de los trabajadores. Ya no veía el socialismo
ni como ideal, ni como objetivo a alcanzar. De su campo de miras había desaparecido
totalmente el imperialismo estadounidense, su estrategia y su política. Los
grandes monopolios, pilares de este imperialismo, constituían para Browder una
fuerza impulsora del desarrollo económico, social y democrático del país.
Browder negaba el carácter de clase del Estado capitalista y consideraba la
sociedad estadounidense como una sociedad única y armónica, sin antagonismos
sociales, como una sociedad en la que reina la comprensión y la colaboración de
clases. Sobre la base de estas concepciones, Browder rechazaba igualmente la
necesidad de la propia existencia del partido revolucionario de la clase
obrera. Browder pasó a ser asimismo el promotor de la disolución del Partido
Comunista de EE..UU. en 1944:
«Los comunistas prevén que sus objetivos
políticos prácticos serán por un largo tiempo y en todas las cuestiones
fundamentales, idénticos a los objetivos de una mayor masa de no comunistas,
por tanto nuestros actos políticos se fundirán en movimientos de mayor
envergadura. Es por esto que la existencia de un partido político específico de
los comunistas ya no sirve a un objetivo práctico, sino que por el contrario,
podría convertirse en un obstáculo para conseguir una más amplia unidad. Por
eso, los comunistas disolverán su propio partido político y encontrarán una
forma organizativa diferente y nueva, y un nuevo nombre que se adapte mejor a
las tareas del día y a la estructura política a través de la cual deben
llevarse a cabo dichas tareas». (3) (Earl Browder, Teherán: nuestro camino en
la guerra y la paz, 1944)
Como punto de partida para justificar la
formulación de sus teorías burguesas liquidacionistas, Browder tomó la
conferencia de las potencias aliadas celebrada en Teherán en 1943, de cuyos
resultados hizo un análisis y una interpretación antimarxistas y totalmente
tergiversados.
Browder consideró el acuerdo de los
aliados antifascistas para llevar hasta el fin la guerra contra Alemania
fascista, como el inicio de una nueva época histórica, donde el socialismo y el
capitalismo habían encontrado la vía de colaboración en «un mundo único e
idéntico», como él se expresaba. Browder planteó como tarea que el espíritu de
colaboración y coexistencia pacífica entre las potencias aliadas que surgió de
Teherán, debía aplicarse no sólo entre el Estado socialista soviético y los
Estados capitalistas, sino también en el interior de cada país capitalista, en
las relaciones entre las clases antagónicas. Las diferencias de clase y los
grupos políticos no tienen ya, «ninguna importancia», declaraba Browder. Como
único objetivo que debían fijarse los comunistas, postulaba la «unidad
nacional» llevada a cabo sin incidentes, en un ambiente de paz de clases, esa
unidad que concebía como un bloque que acoge a los grupos del capital
financiero, a las organizaciones de los monopolistas, a los partidos
republicanos, una forma organizativa diferente y nueva, y unidas a los
movimientos sindicales, a los que sin excepción alguna consideraba como fuerzas
«democráticas y patrióticas».
En aras de esta unidad, Browder declaraba
que los comunistas deben estar dispuestos a sacrificar incluso sus propias
convicciones, su ideología y sus intereses particulares, que, en lo que a los
comunistas estadounidenses concierne, han tenido una observancia
primordial en cuanto a esta regla:
«Nuestros objetivos políticos, que son
idénticos a los de la mayoría de los estadounidenses, trataremos de
presentarlos a través de la estructura existente de los partidos de nuestro
país, que es, en su conjunto, el «sistema bipartito» específicamente estadounidense».
(4) (Earl Browder, Teherán: nuestro camino en la guerra y la paz, 1944)
Impresionado por el desarrollo
relativamente pacífico del capitalismo estadounidense, después de las
conocidas reformas emprendidas por el presidente estadounidense Roosevelt
para salir de la crisis económica de principios de los años treinta, así como
por el vertiginoso ascenso de la producción y la creación de puestos de trabajo
durante el período de guerra, Browder extrajo la conclusión de que el
capitalismo estadounidense se había renovado, iba a desarrollarse sin
crisis, iba a elevar el bienestar general, etc.
Consideró el sistema económico
estadounidense como un sistema en condiciones de resolver todas las
contradicciones y problemas de la sociedad, de satisfacer todas las exigencias
de las masas. Puso en un plano de igualdad el comunismo y el americanismo,
declaró que «el comunismo es el americanismo del siglo XX». Todos los países
capitalistas desarrollados, según Browder, utilizando la democracia burguesa, cuyo
modelo debería ser la democracia estadounidense, podrán resolver
cualquier conflicto y pasar gradualmente al socialismo.
Por eso Browder consideraba como tarea de
los comunistas estadounidenses asegurar el funcionamiento normal del
régimen capitalista y declaraba abiertamente que estaban dispuestos a colaborar
para asegurar el funcionamiento eficaz del régimen capitalista en el período de
posguerra, para «aliviar al máximo las cargas que recaen sobre el pueblo».
Estos alivios, según él, serían obra de los capitalistas estadounidenses
«razonables», a quienes los comunistas debían ofrecer su amistad.
De acuerdo con sus concepciones
ultraderechistas y sometiéndose a las presiones de la burguesía, Browder,
después de disolver el partido comunista, proclamó en mayo de 1944 la creación
de una sociedad cultural ilustrada, denominada «asociación política comunista»,
que viniera a sustituir al partido, justificando este paso con el argumento de
que supuestamente la tradición estadounidense requería la existencia de
dos únicos partidos. Esta asociación, organizada como una red de clubs, se
ocuparía principalmente de «actividades educativas y políticas a nivel
nacional, regional y local».
En los estatutos de dicha asociación se
decía:
«La asociación política comunista es una
organización de los estadounidenses que no tiene carácter de partido y que,
apoyándose en la clase obrera, lleva adelante las tradiciones de Washington,
Jefferson, Payne, Jackson y Lincoln, en las condiciones diferentes de la
sociedad industrial moderna»; que esta asociación «defiende la Declaración de
Independencia, la Constitución de los Estados Unidos y la Carta de Derechos,
así como las realizaciones de la democracia estadounidense contra todos
los enemigos de las libertades populares». (5) (Earl Browder, Teherán: nuestro
camino en la guerra y la paz, 1944)
Browder borró todos los objetivos del
movimiento comunista. En el programa de la asociación no se hacía mención ni
del marxismo-leninismo, ni de la hegemonía del proletariado, ni de la lucha de
clases, ni de la revolución, ni del socialismo. Sus únicos objetivos pasaron a
ser la unidad nacional, la paz social, la defensa de la constitución burguesa y
el incremento de la producción capitalista.
De ese modo Browder pasó, de la revisión
abierta de las cuestiones fundamentales del marxismo-leninismo, de la
estrategia y la táctica revolucionarias, a la liquidación organizativa del
movimiento comunista en los Estados Unidos. A pesar de que en junio de 1945, en
su XIIIº Congreso, el partido fue reconstruido y se rechazó formalmente la
línea oportunista de Browder, jamás desaparecería la influencia de esta figura
dentro Partido Comunista de los EE.UU. Más tarde, especialmente a partir de
1956, las ideas de Browder florecieron de nuevo y John Hays, en su artículo
titulado «Llegó el momento de cambios» de 1956, donde se exigía, en el
espíritu del browderismo, que el Partido Comunista de EE.UU. se transformase
una vez más en una asociación cultural, de propaganda. Y así es de hecho el
actual Partido Comunista de EE.UU., organización donde rige el revisionismo
browderiano en simbiosis con el revisionismo jruschovista.
Con sus ideas revisionistas acerca de la
revolución y el socialismo, Browder prestó una directa ayuda al capitalismo
mundial. Según Browder, el socialismo surge únicamente de una gran calamidad,
de alguna catástrofe y no como resultado inevitable del desarrollo histórico.
«Nosotros no deseamos ninguna catástrofe para los Estados Unidos, aunque dicha
catástrofe conduzca al socialismo». Presentando la perspectiva del triunfo del
socialismo como algo muy lejano, abogaba por la colaboración de clases en la
sociedad estadounidense y en todo el mundo. La única alternativa, según él, era
el desarrollo evolucionista, a través de reformas y con la ayuda de los Estados
Unidos.
Según Browder, los Estados Unidos, que
disponían de un poder económico colosal, de un gran potencial científico y
técnico, debían ayudar a los pueblos del mundo, incluyendo a la Unión Soviética
en su «desarrollo». Esa «ayuda», decía Browder, serviría para que los Estados
Unidos mantuviese elevados ritmos de producción también en la posguerra, lo que
garantizaría el pleno empleo y salvaguardara la unidad nacional por muchos
años. Con este fin, Browder aconsejaba que los magnates de Washington creasen:
«Una serie de corporaciones industriales
gigantes para el desarrollo de diversas regiones atrasadas y arruinadas del
mundo, en Europa, África, Asia y América Latina». (6) (Earl Browder, Teherán:
nuestro camino en la guerra y la paz, 1944)
No contento con tal demostración de
sumisión añadía:
«Si es que podemos enfrentar la realidad
sin vacilar y hacer renacer en el sentido moderno de la palabra las grandes
tradiciones de Jefferson, Paytie y Lincoln, entonces los Estados Unidos podrá
presentarse unida ante el mundo, asumiendo un papel de guía para salvar a la
humanidad». (7) (Earl Browder, Teherán: nuestro camino en la guerra y la paz,
1944)
De esta manera Browder pasó a ser el
portavoz y propagandista de la gran estrategia del imperialismo estadounidense,
de sus teorías y sus planes neo colonialistas y expansionistas.
El browderismo prestaba un servicio
directo al «Plan Marshall», mediante el cual los Estados Unidos trataban de
establecer su hegemonía económica en los diversos países de Europa devastados
por la guerra, en los países de Asia, de África, etc. Browder sostenía que los
países del mundo y en particular los países de democracia popular y la Unión
Soviética debían ablandar su política marxista-leninista y aceptar la ayuda
«altruista» de los Estados Unidos, país, que según él contaba con una gran
economía y disponía de grandes excedentes que podían y debían servir a todos
los pueblos.
Browder trató de prensentar sus puntos de
vista antimarxistas y contrarrevolucionarios, como línea general para eel
movimiento comunista internacional. Al igual que todos los revisionistas
anteriores, so pretexto del desarrollo creador del marxismo y de la lucha
contra el dogmatismo, trató de argumentar que la nueva época surgida después de
la Segunda Guerra Mundial exigía que el movimiento comunista revisara sus
anteriores convicciones ideológicas, debiéndose renunciar a las «fórmulas y
prejuicios caducos», que, según él, «no van a ayudarnos en absoluto a encontrar
nuestro camino en el mundo nuevo». Este era un llamamiento a abandonar los
principios del marxismo-leninismo.
Los puntos de vista de Browder chocaron
con la oposición de los partidos comunistas de muchos países, y con la de los
propios comunistas revolucionarios estadounidenses. El browderismo fue
desenmascarado con relativa rapidez como un revisionismo sin máscara, como una
abierta corriente liquidacionista, como agencia ideológica directa del
imperialismo estadounidense.
El browderismo ocasionó un grave daño al
movimiento obrero y comunista en los Estados Unidos y en algunos países de
América Latina. En el seno de algunos viejos partidos comunistas de América
Latina se produjeron conmociones y escisiones que tuvieron su origen en la
actividad de los elementos oportunistas, los cuales, cansados de la lucha
revolucionaria, se aferraron a las ramas que les tendía el imperialismo
estadounidense para sofocar las revueltas populares, la revolución y carcomer a
los partidos que educaban y preparaban a los pueblos para la revolución.
En Europa, el browderismo no obtuvo el
éxito de América del Sur, mas esta semilla del imperialismo estadounidense no
quedó sin germinar en los elementos reformistas, antimarxistas y antileninistas
enmascarados que esperaban o preparaban los momentos propicios para desviarse
abiertamente de la ideología científica marxista-leninista.
Aunque en su tiempo el browderismo no pudo
convertirse en una corriente revisionista de grandes proporciones
internacionales, sus puntos de vista fueron reanimados y asimilados por los
demás revisionistas modernos que le sucedieron. Estos puntos de vista, bajo
diversas formas, permanecen en la base de las plataformas políticas e
ideológicas de los revisionistas chinos y yugoslavos, así como de los partidos
eurocomunistas de Europa Occidental.
A la estrategia americana de «frenar el
comunismo» y establecer la hegemonía de los Estados Unidos en el mundo
capitalista de posguerra no sólo se ajustaba el browderismo, sino también el
pensamiento Mao Zedong, pensamiento que tendía las líneas y las teorías a las
que se atenía la dirección china.
A comienzos del año 1945, cuando Browder
apareció en escena y cuando con Truman tomaba plena forma la nueva estrategia
estadounidense, tuvo lugar el VIIº Congreso del Partido Comunista de China. En
los estatutos aprobados en este congreso se decía:
«El Partido Comunista de China se guía en
toda su actividad por las ideas de Mao Zedong». (8) (Estatutos del VIIº
Congreso del PCCh, 1945)
Comentando esta decisión en su informe que
presentó al congreso, Liu Shao-chi declaraba que Mao Zedong había rechazado
muchos conceptos caducos de la teoría marxista y los había sustituido con
nuevas tesis y conclusiones. Según Liu Shao-chi, Mao Zedong había realizado la
«chinificación» del marxismo:
«El gran mérito de Mao Zedong consiste en
haber transformado el marxismo europeo, dándole una forma asiática, Mao Zedong
como chino, ha creado una variedad asiática o china del marxismo». (9) (Liu
Shao-Chi, Entrevista con Anna Louise Strong, 1943)
Estas «tesis y conclusiones nuevas», esta
«chinificación» del marxismo no tenían nada que ver con la aplicación creadora
del marxismo-leninismo en las condiciones concretas de China, sino con la
negación de sus leyes universales básicas. Mao Zedong y sus secuaces tenían una
visión de demócratas burgueses en cuanto al desarrollo de la revolución en
China. No estaban por la transformación de ésta en revolución socialista. Un
modelo para ellos lo constituía la «democracia estadounidense» y en la
edificación de la nueva China contaban apoyarse en el capital estadounidense
como muestra el propio Informe del VIIº Congreso del de 1945 –tanto el original
como el modificado–.
Las ideas de Mao Zedong tenían mucha
afinidad con los puntos de vista oportunistas de Browder, el cual, hay que
decir, había estudiado y comprendido bien las concepciones antimarxistas de los
dirigentes chinos:
«El que se denomina campo «comunista» en
China, porque está dirigido por miembros destacados del Partido Comunista de
China está más próximo a la noción estadounidense de la de democracia, que el
denominado campo del Kuomintang. Está más próximo desde cualquier punto de
vista, incluso en el de dar mayor campo de acción a la «libre iniciativa» en la
vida económica». (10) (Earl Browder, Lecciones chinas para los marxistas
latinoamericanos, 1949)
Mao Zedong era partidario de un desarrollo
libre del capitalismo en China en el período del Estado de tipo de «nueva
democracia», que es como denominaba al régimen que se establecería después de
la retirada de los japoneses:
«Hay quienes sospechan que los comunistas
chinos nos oponemos al desarrollo de la iniciativa individual, al desarrollo
del capital privado y a la protección de la propiedad privada; pero están
equivocados. Son la opresión extranjera y la feudal las que obstaculizan sin
piedad el desarrollo de la iniciativa individual del pueblo chino, obstruyen el
desarrollo del capital privado y destruyen la propiedad de las amplias masas
populares. La misión del sistema de nueva democracia, que preconizamos,
consiste precisamente en eliminar esos obstáculos y detener esa destrucción,
garantizar a las amplias masas populares la posibilidad de desarrollar
libremente su iniciativa individual dentro de los marcos de la vida en la
sociedad, garantizar el libre desarrollo de una economía privada capitalista».
(11) (Mao Zedong, Sobre el gobierno de coalición, 1945)
De esta manera Mao Zedong hace suyo el
concepto antimarxista de Kautsky, según el cual en los países atrasados no
puede realizarse la transición al socialismo sin pasar por un largo período de
libre desarrollo del capitalismo que prepare las condiciones para una
transición posterior al socialismo. De hecho, el denominado régimen socialista
que Mao Zedong y su grupo instauraron en China, era y continuó siendo un
régimen democrático-burgués.
La línea que comenzó a seguir la dirección
china con Mao Zedong al frente para frenar la revolución en China y cortar su
perspectiva socialista, en la práctica ayudaba al imperialismo estadounidense,
que buscaba extender su dominación, y a las otras potencias imperialistas que
trataban de conservar sus antiguos dominios. Mismo pensamiento que Browder
tenía sobre las relaciones políticas entre los dos bloques; capitalista y
socialista.
En los años de la posguerra cobró un gran
ímpetu el movimiento de liberación nacional anticolonialista en todos los
continentes. Los imperios coloniales inglés, francés, italiano, holandés, belga
se iban desmoronando uno tras otro bajo los embates de las insurrecciones
populares en las colonias. Las revoluciones en estos países eran en su mayoría
democrático-burguesas. Pero en algunos de ellos existían posibilidades
objetivas para que la revolución evolucionara y tomase carácter socialista. Con
sus puntos de vista y sus acciones, Mao Zedong preconizaba la desviación de las
revoluciones antiimperialistas de su justo camino de desarrollo, buscaba que
éstas se quedasen a mitad de camino, que no se salieran del marco burgués, que
se perpetuara el sistema capitalista. Las «teorías» de Mao Zedong ocasionaban
un gran daño, más si tenemos en cuenta la importancia de la revolución china y
su influencia en los países coloniales.
La línea de Mao fijada en aquel congreso
propugnaba que China y, como ella, Indochina, Birmania, Indonesia, la India,
etc., se apoyaran en los Estados Unidos, en el capital y la ayuda
estadounidense, para promover su desarrollo. Esto significaba aceptar la nueva
estrategia que se había formulado en los departamentos de Washington y que
también Browder había comenzado a predicarla a su manera.
Los puntos de vista, actitudes, acciones y
demandas de Mao Zedong hacia los Estados Unidos los han descrito minuciosamente
los enviados de este país al estado mayor de Mao Zedong en los años 1944-1949.
Uno de éstos es John Service, consejero político del comandante de las fuerzas militares
estadounidenses en el frente birmano-chino y posteriormente secretario de la
embajada estadounidense adjunta a Chiang Kai-shek en Chunchin. Este era uno de
los primeros agentes estadounidenses de espionaje que tomó contacto oficial con
la dirección del Partido Comunista de China, mientras que sus contactos no
oficiales los había tenido desde siempre.
Hablando de los dirigentes chinos, Service
afirma:
«Su concepción del mundo te da la
impresión de que es una concepción moderna. Su manera de comprender las
cuestiones económicas, por ejemplo, es muy similar a la nuestras». (12) (John
Service, La oportunidad perdida en China, 1974)
Prosigue:
«No es ninguna sorpresa, que los chinos
hayan dejado una impresión positiva en muchos o en todos los estadounidenses
que se han entrevistado con ellos en los últimos siete años; su comportamiento,
su forma de pensar y su planteamiento directo de los problemas, parece más bien
estadounidense que oriental». (13) (John Service, La oportunidad perdida en
China, 1974)
Las concepciones liquidacionistas de
Browder sobre el partido, en esencia se encuentran también en las teorías de
Mao Zedong. Al igual que el comunismo chino era un comunismo incoloro, también
el Partido Comunista de China, de comunista sólo tenía el nombre. Mao Zedong no
se ha molestado en hacer de su partido un auténtico partido proletario,
marxista-leninista. Por su composición de clase, su estructura y su
construcción organizativa y por la ideología que lo inspiraba, el Partido
Comunista de China no ha sido un partido de tipo leninista. Y ni siquiera ese
partido contaba para Mao Zedong. Este actuaba a su antojo, y durante la llamada
Revolución Cultural lo disolvió por completo, concentrando todo el poder en sus
manos y colocando al ejército al frente de todos los asuntos.
Tal como Browder, que presentaba el
«americanismo» como modelo ideal de la sociedad futura, Mao Zedong consideraba
la democracia estadounidense como el más alto ejemplo de organización estatal y
social para China. Mao Zedong le confesaba a Service:
«Por encima de todo, los chinos les
consideramos a ustedes, los estadounidenses, como el ideal de la democracias».
(14) (John Service, La oportunidad perdida en China, 1974)
Al mismo tiempo que aceptaban la
democracia estadounidense, los dirigentes chinos buscaban estrechos y directos
lazos con el capital estadounidense, solicitaban la ayuda económica
estadounidense. Service escribe que Mao Zedong le había dicho:
«Las políticas del PCCh son más que
liberales. Incluso los más conservadores hombres de negocios estadounidenses no
podrán encontrar nada en nuestro programa que les pueda ofender. China debe
industrializarse. Esto sólo se podrá lograr a través de la iniciativa privada y
la ayuda del capital extranjero. Los intereses estadounidenses y chinos están
entrelazados y son similares». (15) (John Service, La oportunidad perdida en
China, 1974)
Por si fuera poco descaro de intenciones,
volvió a aclararle a su amigo su intención:
«Los Estados Unidos encontrarán en
nosotros un mayor espíritu de colaboración que en el Kuomintang. No nos asusta
la influencia de la democracia estadounidense, la aceptamos de buen grado. (…)
Los Estados Unidos no debe dudar de nuestra disposición a colaborar. Debemos
colaborar y precisamos la ayuda estadounidense». (16) (John Service, La
oportunidad perdida en China, 1974)
Estas declaraciones y demandas las estamos
oyendo a diario de boca de los discípulos y colaboradores de Mao Zedong como
Deng Xiaoping, Hua Kuo-feng y otros, que están materializando los vínculos
multilaterales con el imperialismo estadounidense, vínculos con que Mao Zedong
había soñado y había comenzado a establecer. Ahora la estrategia china está
orientada por completo hacia la colaboración general y particular con los
Estados Unidos y el capitalismo mundial, los cuales comenzaron a respaldar
políticamente a China, a influirle ideológicamente para que eliminase toda
huella de marxismo-leninismo de la mente y el corazón de las gentes sencillas y
emprendiera de este modo profundas transformaciones político-organizativas
hacia el sistema capitalista, ya fuesen en el terreno económico, en el de la
organización estatal o en el del partido.
Objetivamente, toda la línea de Mao Zedong
en relación con la edificación de China y su concepción del desarrollo de los
países liberados del colonialismo redundaba en favor de la orientación
estratégica del imperialismo estadounidense y se atenían a ella. Si entre China
y los Estados Unidos no se estableció desde un comienzo una estrecha
colaboración, fue debido a que en los Estados Unidos de los años de posguerra
había triunfado el lobby Chiang Kai-shek. En aquella época la «guerra fría»
estaba en su apogeo y en los Estados Unidos dominaba el macarthismo. Por otro
lado los Estados Unidos, nada más acabada la guerra, dieron prioridad a Japón,
pensando que un primer paso debía ser el ayudar o someter a este país, y esto
desde cualquier punto de vista, hacerlo su aliado poderoso y obediente,
restaurar su economía y transformarlo en un gran bastión contra la Unión
Soviética y, eventualmente, contra la China de Mao Zedong. Según parece, en los
Estados Unidos no se sentían tan sobrados como para atender en ayudas a todos
los países del mundo y prepararlos contra la Unión Soviética, contra el sistema
del socialismo, por eso se inclinaron por Europa y Japón, donde las
destrucciones eran considerables y el socialismo constituía una amenaza de
primer orden para el capital mundial .
Indudablemente, estos factores han hecho
que los cabecillas del imperialismo estadounidense no estrecharan de inmediato
la mano que les había tendido Mao Zedong. Debía transcurrir bastante tiempo,
los dirigentes revisionistas chinos debían dar nuevas pruebas de «amor» por
Estados Unidos, para que Nixon viajara a Pekín y los estadounidenses y todos
los demás comprendiesen que China nada tenía que ver con el socialismo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en
la gran campaña del imperialismo estadounidense y las demás fuerzas
reaccionarias agrupadas en torno suyo para combatir el socialismo y la
revolución, se unieron también los revisionistas yugoslavos. La corriente
yugoslava, que representaba el revisionismo en el poder, apareció en un momento
crucial de la lucha entre el socialismo y el imperialismo.
El período posterior a la Segunda Guerra
Mundial no podía ser un período de calma, y no sólo para el imperialismo sino
tampoco para el socialismo. En las nuevas condiciones creadas, el imperialismo
tenía que afrontar situaciones fatales para su existencia, mientras que el
socialismo debía consolidarse, irradiar y conceder su ayuda en un justo camino
a la liberación y al progreso de los pueblos del mundo. Era el momento no sólo
de curar las heridas de la guerra, sino también de desplegar correctamente la
lucha de clases, tanto en los países donde el proletariado había tomado el
Poder, como en la arena internacional. La victoria sobre el fascismo se había
alcanzado, pero la paz era relativa, la guerra proseguía por otros medios.
Los países socialistas y sus partidos
comunistas se planteaban la tarea de consolidar las victorias en la vía
marxista-leninista, convertirse en ejemplo y modelo para los pueblos y los
demás partidos comunistas que no estaban en el poder. Los partidos comunistas
de los países socialistas debían, asimismo, templarse ulteriormente en la
ideología marxista-leninista, procurando que ésta no se convirtiera en un
dogma, sino que siguiera siendo, tal como es en efecto, una teoría
revolucionaria para la acción, un instrumento para lograr profundas
transformaciones sociales. Después de la histórica victoria sobre la coalición
fascista, los países socialistas y los partidos comunistas en particular, no
debían envanecerse, creerse infalibles y olvidar o debilitar la lucha de
clases. Stalin tenía presente este importante momento cuando subrayaba la
necesidad de proseguir la lucha de clases en el socialismo.
Precisamente en estas circunstancias fue
cuando los titoistas salieron contra el marxismo-leninismo. El titoismo no se
quitó desde un comienzo la máscara en su lucha contra la revolución, contra el
socialismo, por el contrario trató de seguir enmascarado en su obra de preparar
el terreno para desviar Yugoslavia hacia el camino capitalista y transformarla
en un instrumento del imperialismo mundial.
Es un hecho conocido que el titoismo se
inclinaba en lo espiritual, ideológico y político hacia Occidente, hacia los
Estados Unidos, que desde el principio mantenía numerosos contactos políticos y
realizaba combinaciones secretas con los ingleses y otros representantes del
capitalismo mundial. Los dirigentes yugoslavos abrieron de par en par las
puertas a la UNRRA, a través de la cual y so pretexto de la ayuda que les daba
en trapos y alimentos, almacenados como stocks desde la época de la guerra, los
imperialistas estadounidenses e ingleses trataban de infiltrarse en muchos
países del mundo y especialmente en los países de democracia popular. Los
imperialistas querían preparar un terreno más o menos apropiado con vistas a
emprender acciones futuras de mayor envergadura. Los yugoslavos se aprovecharon
bien de los regalos de la UNRRA, pero ésta a su vez logró ejercer su influencia
sobre los mecanismos estatales no bien consolidados del Estado yugoslavo recién
constituido.
El imperialismo estadounidense y toda la
reacción internacional apoyaron sin reservas al titoismo desde un primer
momento ya que vieron en él, la vía, la ideología y la política que conducían a
la degeneración de los países del campo socialista, a escindirlos y romper su
unidad con la Unión Soviética. La actividad del titismo coincidía enteramente
con el objetivo del imperialismo estadounidense de socavar el socialismo desde
dentro. Mas el titoismo serviría a la estrategia del imperialismo también para
paralizar las luchas de liberación y aislar del movimiento revolucionario a los
nuevos Estados que acababan de sacudirse el yugo colonial.
Desde un primer momento, los revisionistas
yugoslavos se opusieron a la teoría y la práctica del verdadero socialismo de
Lenin y Stalin en todas las cuestiones y en todos los campos. Tito y su grupo
ligaron Yugoslavia al mundo capitalista y asumieron la tarea de transformarlo
todo en este país. La política, la ideología, la organización estatal, la
organización de la economía, la organización del ejército, se implementó al
estilo de los Estados capitalistas occidentales. Se proponían transformar
Yugoslavia lo antes posible en un país burgués-capitalista. Las ideas de
Browder, que eran las del capitalismo estadounidense, encajaron en la
plataforma político-ideológica del titoismo.
En primer lugar, los titoistas revisaron
los principios fundamentales del marxismo-leninismo acerca del papel y la
misión del poder revolucionario y del partido comunista en la sociedad
socialista. Atacaron la tesis marxista sobre el papel dirigente del partido
comunista en todos los campos de la vida en el sistema de dictadura del
proletariado. Siguiendo el ejemplo de Browder en los Estados Unidos, los
titoistas liquidaron prácticamente el partido y no sólo por cambiarle de
nombre, al que calificaron de Liga de los Comunistas, sino por modificar sus objetivos,
sus funciones, la organización y el papel que este partido debía desempeñar en
la revolución y en la edificación del socialismo. Los titoistas transformaron
el partido en una asociación de educación y de propaganda. Despojaron al
Partido Comunista de Yugoslavia de su espíritu revolucionario y, de tacto,
llegaron al extremo de hacer desaparecer la influencia del partido, elevando
por encima de éste el papel del frente popular. Tito declaró:
«¿Tiene el Partido Comunista de Yugoslavia
otro programa además de él del Frente Popular? ¡No! El Partido Comunista no
tiene ningún otro programa. El programa del Frente Popular es el programa del
partido, también». (16) (Tito, Discurso en el IIº Congreso del frente popular,
1947)
En la cuestión cardinal del partido, el
factor de dirección en la revolución y en la construcción del socialismo, entre
el browderismo y el titoismo existe una comunidad de puntos de vista políticos,
ideológicos y organizativos. Dado que el titoismo, al igual que el browderismo,
es liquidacionista y antimarxista en el terreno decisivo del papel de
vanguardia del partido de la clase obrera en la revolución y en la edificación
del socialismo, lo es también en los demás terrenos.
La semejanza de los puntos de vista de los
titoistas con los de Browder aparece también en la actitud hacia la «democracia
estadounidense», la cual tomaron como modelo para edificar el sistema político
en Yugoslavia. El propio Kardelj ha admitido que este sistema:
«Podríamos decir que este sistema es más
similar a la organización del poder ejecutivo en los Estados Unidos que al de
la Europa Occidental». (17) (Edvard Kardelj, Direcciones del desarrollo del
sistema político socialista de autogestión, 1977)
Después de liquidar el partido y romper
con la Unión Soviética y los países de democracia popular, Yugoslavia se
debatió en un caos de actividades económicas y organizativas. Los tioistas
proclamaron la propiedad estatal como «social» y para ello y siempre bajo la
consigna anarcosindicalista: «las fábricas a los obreros», camuflaron las
relaciones capitalistas de producción y pusieron los destacamentos de la clase
obrera unos contra otros. A la colectivización de los pequeños productores que
se le denominó el «modelo ruso», opusieron el «modelo estadounidense» de la creación
de las granjas capitalistas y el fomento de las haciendas campesinas privadas.
Esta transformación en los terrenos
económico, político e ideológico traería aparejada, naturalmente, como de hecho
ocurrió, la transformación continua de la organización estatal, de la
organización del ejército, de la organización de la enseñanza y la cultura. En
los años 50 proclamaron el llamado «socialismo de autogestión», que fue
utilizado para disfrazar el régimen capitalista. Este «socialismo específico»,
según ellos, se construiría apoyándose, no en el Estado socialista, sino en los
productores directos. Diciendo basar sus tesis en la realidad de la sociedad
yugoslava, propugnaron sobre esta base irreal la extinción del Estado durante
el socialismo –que tampoco alcanzaron nunca–, negando la fundamental tesis
marxista leninista sobre la necesidad de la existencia de la dictadura del
proletariado durante todo el período que media entre el capitalismo y el
comunismo.
Para justificar su vía de traición y
tratando de engañar a la gente, los tiotistas se presentaron como «marxistas
creadores» que se oponían sólo al «stalinismo», pero que «admiraban y
aplicaban» no al marxismo-leninismo. Así, se confirmó una vez más que la
consigna del «desarrollo creador del marxismo» y de la lucha contra el
«dogmatismo» es la consigna preferida y común a toda variante del revisionismo.
Los Estados Unidos, Inglaterra, la
socialdemocracia europea, etc., dieron a la Yugoslavia titoista una múltiple
ayuda política, económica, militar y la mantuvieron en pie. La burguesía no se
oponía a que Yugoslavia conservara su apariencia socialista, incluso estaba
interesada en ello. Solamente que este tipo de «socialismo» debía diferir
fundamentalmente del socialismo previsto y edificado por Lenin y Stalin, al que
los revisionistas yugoslavos comenzaron a atacar, a calificarlo de «forma
inferior del socialismo», de «socialismo estatista», «burocrático» y
«antidemocrático». El «socialismo» yugoslavo debía ser una sociedad híbrida
capitalista-revisionista, pero esencialmente debía ser burgués-capitalista.
Debía ser un «caballo de Troya» para introducirse también en los demás países
socialistas, con el fin de alejarlos del camino del socialismo y ligarlos al
imperialismo.
Efectivamente, el titoismo pasó a ser el inspirador
de los elementos revisionistas y oportunistas en los países antaño socialistas.
Los revisionistas yugoslavos desplegaron en esos países una vasta actividad de
subversión y de zapa. Basta citar los acontecimientos de Hungría de 1956, en
los que los titoistas yugoslavos jugaron un papel muy activo para abrirle el
camino a la contrarrevolución y hacer pasar este país al campo del
imperialismo.
El lugar que ocupó el titoismo en la
estrategia general del imperialismo con vistas a minar desde dentro los países
socialistas, lo ha explicado clara y abiertamente el propio Tito en su conocido
discurso de Pula de 1956. Ya en aquel entonces declaró que el modelo yugoslavo
del «socialismo» no es válido únicamente para Yugoslavia, sino que también lo
debían seguir y aplicar los demás países socialistas.
También los conceptos y las teorías
titoistas sobre el desarrollo mundial y las relaciones internacionales se
acomodaron a la estrategia del imperialismo estadounidense. El principal
teórico del revisionismo yugoslavo, Edvard Kardelj, en su discurso de Oslo de
octubre de 1954, salió abiertamente en contra de la teoría de la revolución,
voceando las «nuevas» soluciones que habría encontrado el capitalismo.
Tergiversando la esencia del capitalismo monopolista de Estado, que acabada la
Segunda Guerra Mundial adquirió vastas proporciones en bastantes países
capitalistas, lo proclamó como un elemento del socialismo, al mismo tiempo que
calificaba la clásica democracia burguesa de «reguladora de las contradicciones
sociales en el sentido del reforzamiento gradual de los elementos socialistas».
Declaró que estaba en curso una «evolución gradual hacia el socialismo». Y
calificó este fenómeno de «hecho histórico» en una serie de Estados
capitalistas. Estos conceptos revisionistas, en esencia idénticos a los de
Browder, fueron incluidos en el programa de la Liga de los Comunistas de
Yugoslavia y se convirtieron en un instrumento de subversión ideológica y
política contra el movimiento revolucionario y libertador del proletariado y de
los pueblos.
Sobre esta base, los revisionistas
yugoslavos elaboraron sus teorías y prácticas del «no alineamiento», las cuales
iban en ayuda de la estrategia del imperialismo estadounidense para contener el
ímpetu de la lucha antiimperialista de los pueblos del llamado «tercer mundo»
para socavar sus esfuerzos en defensa de la libertad, la independencia y la
soberanía. Los titoistas les dicen a estos pueblos que sus aspiraciones podrán
alcanzarse aplicando la política del «no alineamiento», es decir, de la no
oposición al imperialismo. Según los titoistas la vía para el desarrollo de
estos países se debe buscar en la «colaboración activa», en la «cooperación
cada vez más amplia» con los imperialistas y con el gran capital mundial, en la
ayuda y los créditos que deben obtener de los países capitalistas
desarrollados.
El saber a dónde conduce el camino que
preconizan los revisionistas de Belgrado, se encarga de demostrarlo la propia
realidad de la actual Yugoslavia. Debido a su colaboración con el imperialismo
estadounidense, con el socialimperialismo soviético y los demás grandes Estados
capitalistas, a las cuantiosas ayudas y créditos que ha recibido de ellos,
Yugoslavia se ha transformado en un país dependiente del capitalismo mundial en
todos los terrenos, en un país con independencia y soberanía cercenadas.
La aparición en la escena mundial del
revisionismo jruschovista aportó una ayuda muy grande y muy deseada a la
estrategia del imperialismo estadounidense ya toda la lucha de la burguesía
internacional contra la revolución y el socialismo. La traición jruschovista
supuso para el socialismo y el movimiento revolucionario y de liberación de los
pueblos el golpe más duro y peligroso que hasta entonces habían conocido.
Convirtió el primer país socialista y el gran centro de la revolución mundial
en un país imperialista y en foco de la contrarrevolución. Las repercusiones de
esta traición a nivel nacional e internacional han sido verdaderamente
trágicas.
Sus consecuencias no sólo las han sufrido
y las sufren todavía los movimientos revolucionarios y de liberación de los
pueblos, sino que también hacen correr un gran riesgo a la paz y seguridad
internacionales.
Como corriente ideológica y política, el
jruschovismo no tiene gran diferencia con las otras corrientes del revisionismo
moderno. Es resultado de la misma presión externa e interna de la burguesía,
del mismo alejamiento de los principios del marxismo-leninismo, del mismo
objetivo de oponerse a la revolución y al socialismo y de salvaguardar y consolidar
el sistema capitalista.
Su diferencia concierne únicamente al
peligro que representan. El revisionismo jruschovista sigue siendo hasta ahora
el revisionismo más peligroso, más diabólico, más amenazador. Esto obedece a
dos razones: primero; porque se trata de un revisionismo enmascarado, que
conserva su apariencia socialista, y para engañar al pueblo y hacerlo caer en
sus trampas utiliza ampliamente la terminología marxista y, según el caso y la
necesidad, también las consignas revolucionarias. A través de esta demagogia
trata de levantar una densa niebla para que no se vea la actual realidad
capitalista de la Unión Soviética y, por encima de todo, ocultar sus fines
expansionistas, hacer caer en el error a los movimientos revolucionarios y de
liberación y convertirlos en instrumentos de su política, y segundo; y esto
reviste una gran importancia, el revisionismo jruschovista se ha convertido en
la ideología dominante en un Estado que representa una gran potencia
imperialista, lo que le da numerosos medios y posibilidades para maniobrar en
vastos terrenos y en grandes proporciones.
El jruschovismo y las otras corrientes
revisionistas se identifican en su objetivo de liquidar el partido comunista y
transformarlo en una fuerza política al servicio de la burguesía. Caso concreto
es el de la Unión Soviética, donde fue liquidado el Partido Comunista de Lenin
y Stalin. Cierto que no se le cambió el nombre al partido, como ocurrió en
Yugoslavia, sin embargo ese partido fue despojado de su esencia y su espíritu
revolucionarios. Cambió el papel del Partido Comunista de la Unión Soviética, y
su trabajo para robustecer la ideología marxista-leninista fue suplantado por
la deformación de la teoría marxista-leninista, valiéndose de diversas
máscaras, de fraseología huera, de demagogia. El organismo político del partido
se transformó, al igual que el ejército, la policía y los demás órganos de la
dictadura de la nueva burguesía, en un organismo para reprimir a las masas, sin
mencionar el hecho de su transformación en vehículo de la ideología y la
política de opresión y explotación. El Partido Comunista de la Unión Soviética
se degradó, perdió su fuerza y se convirtió en «partido de todo el pueblo», es
decir, ya no era el partido de vanguardia de la clase obrera que lleva adelante
la revolución y edifica el socialismo, sino el partido de la nueva burguesía
revisionista, que hace degenerar el socialismo y promueve la restauración del
capitalismo.
Al igual que Browder, Tito, Togliatti y
otros que predicaron la transformación de sus partidos en asociaciones, ligas,
partidos de masas, supuestamente para ajustarse a los nuevos cambios sociales
que se habían operado como consecuencia del desarrollo del capitalismo, al
crecimiento de la clase obrera y de su influencia política e ideológica, etc.,
Jruschov también como ellos justificó el cambio del carácter del partido para
adaptarse supuestamente a las situaciones creadas en la Unión Soviética, donde
habría concluido la edificación del socialismo y se habría iniciado la
construcción del comunismo. Según Jruschov, la composición del partido, su
estructuración, su papel y su lugar en la sociedad y en el Estado debían
cambiar en concordancia con esta «época nueva».
Cuando Jruschov comenzó a preconizar estas
tesis, no sólo el comunismo no había comenzado a edificarse en la Unión
Soviética, sino la misma construcción del socialismo no había terminado
completamente. Cierto que las clases explotadoras habían desaparecido como
clases, más sus vestigios, incluso físicos, y con mayor motivo ideológicos,
todavía existían. La Segunda Guerra Mundial había obstaculizado la vasta
emancipación de las relaciones de producción, y las fuerzas productivas, que
constituyen la base necesaria e indispensable para ello, habían sido gravemente
afectadas. La ideología marxista-leninista era la ideología dominante, pero no
puede decirse que las viejas ideologías habían sido erradicadas enteramente de
la conciencia de las masas. La Unión Soviética había ganado la guerra contra el
fascismo, pero una guerra por otros medios y no menos peligrosa se había
desatado en su contra. El imperialismo, con el estadounidense a la cabeza,
había declarado la «guerra fría» al comunismo y de nuevo todas las flechas
venenosas del capitalismo mundial estaban dirigidas ante todo contra la Unión
Soviética. Sobre el Estado soviético y la gente de este país se venía
ejerciendo una gran presión, a fin de infundirles el temor a la guerra,
reprimir su ímpetu revolucionario, contener su espíritu internacionalista y de
oposición al imperialismo.
Frente a estas presiones del interior y
del exterior, Jruschov se rindió y capituló. Comenzó a presentar la situación
de color de rosa, con el objetivo de disimular sus ilusiones pacifistas. Sus
tesis sobre la «edificación del comunismo», la «finalización de la lucha de
clases», el «triunfo definitivo del socialismo» parecían como innovadoras, pero
en realidad eran reaccionarias. Tendían a ocultar una nueva realidad en
gestación, el surgimiento y desarrollo de la nueva capa burguesa y sus
pretensiones de instaurar su poder en la Unión Soviética.
La línea y el programa que Jruschov
presentó ante el XXº Congreso del PCUS, no sólo constituían la línea de la
restauración del capitalismo en la Unión Soviética, sino también una línea de
zapa de la revolución, de sumisión de los pueblos al imperialismo, de la clase
obrera a la burguesía.
Los jruschovistas preconizaron que en la
etapa actual, la principal vía de transición al socialismo era la vía pacífica.
Recomendaron a los partidos comunistas que siguieran la política de
reconciliación de clases, de colaboración con la socialdemocracia y otras
fuerzas políticas de la burguesía. Esta vía coadyuvaba a la consecución de los
objetivos por los que el imperialismo y el capital venían luchando desde hacía
tiempo y utilizando todos los medios, desde por las armas a la subversión
ideológica. Dicho informe abrió vastos caminos al reformismo burgués y dio al
capital la posibilidad de maniobrar en las difíciles situaciones económicas,
políticas y militares que se le crearon después de la Segunda Guerra Mundial.
Esto explica toda esa gran publicidad que la burguesía dedicó por todas partes
al XXº Congreso del PCUS, llamando a Jruschov el «hombre de la paz», el que
«comprende las situaciones», opuestamente a Stalin que era partidario de la
«ortodoxia comunista», de la «irreconciliabilidad» con el mundo capitalista»,
etc.
Con sus prédicas sobre la vía pacífica al
socialismo, los jruschovistas pretendían que los comunistas y los
revolucionarios del mundo no se preparasen ni llevaran a efecto la revolución,
sino que toda su actividad la redujesen a la propaganda, los debates y las
maniobras electoreras, a las manifestaciones sindicales y las reivindicaciones
inmediatas.
Esta era la vía típicamente
socialdemócrata, combatida con tanto ardor por Lenin y desbaratada por la
Revolución de Octubre. Los puntos de vista jruschovistas, que habían sido
extraídos del arsenal de los cabecillas de la II Internacional suscitaban
peligrosas ilusiones y desacreditaba la propia idea de la revolución. No preparaban
a la clase obrera y demás masas trabajadoras a permanecer vigilantes y oponerse
a la violencia burguesa; sino a resignarse ante ésta y sometérsele. Esto lo
confirmaron igualmente los acontecimientos de Indonesia, Chile, etc., donde los
comunistas y los pueblos pagaron muy caro las ilusiones revisionistas sobre la
vía pacífica al socialismo.
No menos beneficiosa al imperialismo y la
burguesía, y perjudicial a la revolución, era la otra tesis del XXº Congreso
del PCUS, la de la «coexistencia pacífica» que los jruschovistas pretendieron
imponer a todo el movimiento comunista, extendiéndola hasta las relaciones
entre las clases, entre los pueblos y sus opresores imperialistas. Al
plantearse el problema en los términos «o coexistencia pacífica, o guerra
destructora», los pueblos y el proletariado mundial, según los jruschovistas,
no tenían otra alternativa que doblar el espinazo, renunciar a la lucha de
clases, a la revolución y a todo acto «que pudiera enojar» al imperialismo y
provocar el estallido de la guerra.
Los puntos de vista jruschovistas sobre la
«coexistencia pacífica», que se enlazaban estrechamente con los relativos al
«cambio de naturaleza del imperialismo», se ajustaban de hecho a las prédicas
de Browder de que el capitalismo y el imperialismo estadounidense se han
convertido en un factor de progreso para el mundo de posguerra. Embelleciendo
al imperialismo estadounidense y creando una falsa imagen de él, se relajaba la
vigilancia de los pueblos frente a la política hegemonista y expansionista de
los Estados Unidos y se saboteaban sus luchas de liberación y
antiimperialistas. La «coexistencia pacífica» jruschovista, no sólo como
ideología, sino también como línea política práctica, incitaba a los pueblos y
en particular a los nuevos Estados de Asia, África y América Latina, etc, a
apagar los «focos de guerra», a buscar su acercamiento y conciliación con el
imperialismo, a aprovechar la «colaboración internacional» para «desarrollar en
paz» su economía, etc. Esta línea, con otras expresiones, términos y fórmulas
era la línea que recomendaba Browder al afirmar que los ricos Estados Unidos en
las condiciones de la «coexistencia pacífica» entre los Estados Unidos y la
Unión Soviética, podía ayudar a todo el mundo a restablecerse y progresar. Era
la línea difundida y aplicada en Yugoslavia por Tito, que había abierto las
puertas del país a las ayudas, los créditos y los capitales estadounidense. Era
el deseo de Mao Zedong y de los otros dirigentes maoístas de edificar China con
las ayudas estadounidenses, cosa que hasta ese momento les había sido imposible
debido a las circunstancias y los diversos acontecimientos pero que décadas
después reintrodujeron. Pero, al igual que los titoistas, y ahora los maoístas,
tampoco la Unión Soviética podía evitar las ayudas estadounidense y de los
otros países occidentales, era la desembocadura normal de su política
oportunista y su incomprensión de las leyes para la construcción del
socialismo. La integración de la Unión Soviética y de los otros países
revisionistas, atados a ella, en la economía mundial capitalista ha adquirido
vastas proporciones. Estos países se alinean entre los mayores importadores de
capital occidental. Sus deudas, por lo menos las que se han hecho públicas, se
calculan en decenas de miles de millones de dólares. En algunas ocasiones y a
causa de las coyunturas creadas, como ahora con los acontecimientos en
Afganistán, este proceso aminora su marcha, pero nunca se detiene. Los
intereses capitalistas de ambas partes son tan inmensos que, en situaciones
particulares, se sobreponen a todas las fricciones, las rivalidades y los
choques.
Los revisionistas soviéticos utilizaron la
tesis de la «coexistencia pacífica» no sólo para justificar su política de
concesiones al imperialismo estadounidense y de compromisos con él. Esta línea
les ha servido y les sirve también de máscara para encubrir la política
expansionista del socialimperialismo soviético, para relajar la vigilancia y la
resistencia de los pueblos frente a los planes imperialistas y hegemonistas de
los dirigentes revisionistas soviéticos. La tesis sobre la «coexistencia
pacífica», era un llamamiento que los revisionistas soviéticos hacían a los
imperialistas estadounidenses para repartirse y dominar conjuntamente el mundo.
La línea revisionista jruschovista allanó
el camino al imperialismo y a la reacción para aprovecharse de las situaciones
y desatar una ofensiva general contra el comunismo. En particular esta nueva
campaña contra la revolución y el socialismo fue coadyuvada por los ataques y las
calumnias de los revisionistas jruschovistas contra Stalin y su obra.
La guerra contra Stalin fue emprendida por
los revisionistas jruschovistas para justificar el curso antimarxista que
tomaron tanto dentro como fuera del país. No podían renegar de la dictadura del
proletariado y transformar la Unión Soviética en Estado burgués capitalista, ni
tampoco realizar regateos con el imperialismo, sin renegar de la obra de
Stalin. Por esta razón la campaña de guerra contra Stalin se llevó a cabo bajo
acusaciones extraídas del arsenal de la propaganda imperialista y trotskista,
que presentaba el pasado de la Unión Soviética como un período de «represalias
en masa» y el sistema socialista como «represión de la democracia», como
«dictadura a estilo Iván el Terrible», etc.
Pero, a pesar de los ataques y calumnias
de los imperialistas, de los revisionistas y demás enemigos de la revolución,
el nombre y la obra de Stalin son y seguirán siendo inmortales. Stalin fue un
gran revolucionario, un eminente teórico que se coloca al lado de Marx, Engels
y Lenin.
La vida ha confirmado y confirma a diario
la justeza de los análisis y de las posiciones del Partido del Trabajo de
Albania hacia el revisionismo jruschovista. En la Unión Soviética fue destruido
el socialismo y se restauró el capitalismo. Mientras que en la arena
internacional, las posiciones y los actos de la dirección soviética pusieron
cada vez más al descubierto el carácter socialimperialista de la Unión
Soviética, su ideología reaccionaria de gran potencia. De esta forma, el
revisionismo jruschovista se convirtió no sólo en ideología de la restauración
del capitalismo y del sabotaje de la revolución y de la lucha de liberación de
los pueblos, sino también en ideología de la agresión socialimperialista.
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