Por José Ignacio Pérez Infante | La estrategia empresarial
dirigida a la reducción de costes laborales de los empresarios, provoca una
nueva paradoja, la de la flexibilidad salarial.
nuevatribuna.es
| José Ignacio Pérez Infante | Economistas Frente a la Crisis | 01 Octubre 2013 - 20:08 h.
La crisis económica en España comienza a
percibirse nítidamente a partir del segundo trimestre de 2008, cuando se inicia
un proceso de recesión económica, con tasas de variación intertrimestrales
negativas de los datos desestacionalizados y corregidos del calendario
del PIB real o en volumen. Esta primera recesión se mantuvo hasta el cuarto
trimestre de 2009, ya que a partir del primer trimestre de 2010 y hasta el
primero de 2011 la tasa de variación intertrimestral del PIB pasó a ser
positiva, aunque sin superar nunca las dos décimas. A partir del segundo
trimestre de 2011 y, de momento, hasta el segundo trimestre de 2013 (el último
dato disponible de la Contabilidad Nacional de España) la economía española
vuelve a encontrarse en un estado de recesión económica, al situarse otra vez
las tasas de variación intertrimestrales del PIB en valores negativos.
Previsiblemente, aunque la economía deje de estar en una posición de recesión
económica, persistirá la crisis económica, puesto que se mantendrán, al menos,
durante un tiempo, tasas de crecimiento del PIB muy reducidas e incapaces de
crear empleo neto y de reducir sustancialmente la tasa de paro, máxime si no se
resuelven con urgencia otros muchos problemas que impiden una salida adecuada a
la situación económica actual, como los de capitalización y solvencia del
sistema bancario, la falta y encarecimiento de los crédito a las familias y las
empresas y la deuda exterior, principalmente privada.
Esta situación de crisis económica, que
dura ya más de cinco años, está provocando una fuerte destrucción de empleo y
un enorme aumento del paro. Según la Encuesta de Población Activa (EPA), la
disminución acumulada de la población ocupada, que se inicia en el cuarto
trimestre de 2007, asciende hasta el segundo trimestre de 2013 a más tres
millones setecientas mil personas (3.726.800) y el aumento de la población
parada (que comienza ya en el tercer trimestre de 2007) a casi cuatro millones
doscientas mil personas (4.185.600).
Una de las muchas consecuencias de esta
crisis económica y, en concreto, de los intensísimos procesos de destrucción de
empleo y de aumento del paro es la pérdida del poder de negociación de los
trabajadores y de sus representantes en el establecimiento de las condiciones
de trabajo en las empresas y, especialmente, de las salariales. Lo que va a
repercutir, como se demostrará a lo largo del artículo, primero, en una
acusada moderación de los aumentos salariales, después, en una disminución de
los salarios reales, lo que supondrá la pérdida del poder adquisitivo de los
trabajadores, y, más tarde, en una reducción de los salarios nominales o
monetarios, que intensificará la citada pérdida del poder adquisitivo.
Este debilitamiento de la capacidad de
negociación de los trabajadores y la evolución regresiva de los salarios va a
estar influída no sólo por la situación de crisis económica sino también por
las políticas arbitradas por los distintos gobiernos a lo largo de los más de
cinco años que dura ya la citada crisis. En concreto, la estrategia de
austeridad y de ajustes fiscales, iniciada por el Gobierno socialista en mayo
de 2010 y prolongada y notablemente acentuada por el Gobierno del PP desde el
principio de 2012, así como la durísima reforma laboral aprobada por ese
Gobierno en febrero de 2012, cuando apenas había transcurrido mes y medio desde
su toma de posesión, y que supuso un drástico cambio en el modelo de relaciones
laborales establecido en el Estatuto de los Trabajadores de 1980, en beneficio
del poder de negociación y de decisión de los empresarios y en perjuicio del
poder de negociación de los trabajadores y de los sindicatos.
De un lado, la política de ajustes
fiscales afecta directamente a los sueldos y salarios de los empleados
públicos, congelándolos e, incluso, disminuyéndolos, como ocurrió a mediados de
2010 y a finales de 2012. En este último caso eliminando la paga extraordinaria
de Navidad. Pero, además, esta política de ajustes fiscales, caracterizada por
fuertes aumentos de los impuestos y, sobre todo, por importantísimos recortes
del gasto público, principalmente social y en infraestructuras. Esta política
de austeridad incide muy negativamente, como consecuencia de la paradoja de la
austeridad o de la frugalidad, en la evolución del PIB, provocando el retorno a
una nueva recesión económica, con el agravamiento a partir del tercer trimestre
de 2011 de la destrucción del empleo, tanto privado como público, y del crecimiento
del paro, lo que representa una mayor debilidad de la capacidad negociadora de
los trabajadores de sus condiciones de trabajo y, en concreto, de sus salarios.
Y, por otro lado, la reforma laboral de
2012 también afecta al debilitamiento de la capacidad negociadora de los
trabajadores no sólo por la posibilidad establecida por la reforma de que los
empresarios decidan unilateralmente cambios en las condiciones de trabajo y
salariales, aunque hayan sido establecidas previamente por acuerdos (diferentes
de los convenios colectivos estatutarios) con los trabajadores de las empresas,
sino también por el deterioro de la negociación colectiva (convenios colectivos
estatutarios) que ha supuesto la reforma, al favorecer los descuelgues o
inaplicaciones de los convenios, al posibilitar la revisión de los convenios
vigentes y al suprimir la ultraactividad de los convenios (prórroga de los
convenios hasta que se firme uno nuevo) cuando haya transcurrido un año desde
la finalización de su vigencia. Asimismo, también afecta a la menor capacidad
negociadora de los trabajadores otro cambios que impone la reforma laboral de
2012, posiblemente, el más relevante de ellos sea el abaratamiento y la mayor
facilidad del despido.
Junto a todo ello, el planteamiento
insistente del Gobierno de la devaluación salarial, ya que, aunque se disfrace
de una devaluación interna que afectaría a todas las rentas y a los precios, en
una situación tan marcada de desigualdad en las relaciones de poder entre
empresarios y trabajadores ha concernido primordialmente, por no decir
exclusivamente, al retroceso de los salarios, ya que los precios están
aumentando y los excedentes empresariales no están disminuyendo o, al menos, no
en la misma medida que los salarios.
Ahora bien, esta estrategia empresarial,
dirigida a la reducción de los costes laborales de los empresarios, en muchas
ocasiones reflejada en el aumento de los márgenes empresariales más que en la
mejora de la competitividad de las empresas, provoca una nueva paradoja, la de
la flexibilidad salarial, ya que, si bien desde la perspectiva microeconómica,
de un empresario individual, puede favorecer la contratación de trabajadores y
el aumento de la producción, desde el punto de vista macroeconómico, para
el conjunto de la economía y de las empresas, esa estrategia provoca la
reducción del poder adquisitivo de los trabajadores y del consumo
privado, difícil de contrarrestar por otras variables de la demanda agregada,
incluyendo las exportaciones, como así está ocurriendo actualmente. Esta paradoja
de la flexibilidad salarial impide una evolución más positiva del PIB, con la
consiguiente persistencia de la pérdida de empleos y la agudización del
debilitamiento de la capacidad negociadora de los trabajadores. Todo ello
supone una nueva vuelta de tuerca y una mayor facilidad para la estrategia de
la devaluación salarial.
Comenzando con la evolución del aumento
del salario pactado en los convenios colectivos, éste se modera notablemente en
los dos primeros años de crisis, al pasar del 4,2% en 2007 al 3,6a% en 2008 y
al 2,2% en 2009, estabilizándose en los dos años siguientes, 2010 y 2011, al
situarse el incremento salarial pactado en el 2,2% en el primer año y en el
2,3% en el segundo, y volver a retroceder el ritmo de crecimiento hasta el 1,3%
en 2012 y el 0,6% en 2013 (estas dos últimas tasas con los datos de los
convenios registrados hasta el 31 de agosto de 2013).
Esta ligera moderación del crecimiento
salarial de 2008, máxime si se tiene en cuenta un retroceso de la inflación a
finales del año (medida por la variación interanual del IPC de diciembre)
del 4,2% en 2007 al 1,4% en 2008, se puede explicar, además de por la inercia
de la negociación colectiva que provoca que muchos convenios colectivos se
habían firmado en años anteriores de notable crecimiento económico y a la
vigencia, como en los años anteriores desde 2002, de un Acuerdo Interconfeferal
de Negociación Colectiva, firmado por UGT y CCOO, por parte sindical, y por
CEOE y CEPYME, por parte empresarial, que fijaba como criterio salarial el
objetivo de la inflación, el 2%, superior, como se acaba de señalar, a la
inflación final del año, por otras razones. Entre estas razones, destacan dos:
la primera, que, pese al fuerte descenso del empleo de la construcción que se
inicia a finales de 2007, el empleo de la industria no comienza a disminuir
hasta la primavera de 2008 y el de los servicios hasta finales del año, y la
segunda razón, que a lo largo de ese primer año de crisis, sobre todo en la
primera mitad, las expectativas económicas de los agentes sociales, en parte
por la razón anterior, no se habían todavía adecuado al empeoramiento intenso y
prolongado de la actividad económica y el empleo que tendría lugar
posteriormente. Sin embargo, en relación con 2009, año en el que no está vigente
ningún acuerdo interconfederal de negociación colectiva (como venía ocurriendo
desde 2002), el agravamiento de la situación económica, añadido al nuevo
descenso de la inflación (del 1,4% al 0,8% al final del año), intensifica la
moderación del crecimiento salarial; aunque la conclusión de la primera
recesión económica a finales de 2009 y el repunte de la inflación en 2010 (el
3% a finales del año) justificaría que se mantuviera el ritmo del crecimiento
salarial pactado en ese año y el siguiente, incluso aumentando ligeramente en
2011.
Pero la segunda recesión económica
iniciada a mediados de 2011 y mantenida a lo largo de 2012 y, por ahora,
el primer semestre de 2013, a lo que hay que agregar los efectos de la política
de ajuste fiscal iniciada en 2010 y la reforma laboral aprobada a principios de
2012, así como la estrategia de devaluación salarial que se acentúa desde el
comienzo del Gobierno del PP, provoca una nueva y más intensa moderación del
crecimiento salarial pactado en los convenios colectivos. A lo que no son
ajenos los restrictivos criterios salariales fijados por los dos Acuerdos
Interconfederales de Empleo y Negociación Colectiva, firmados el primero en
2010 y el segundo en 2012, los dos de vigencia trienal; criterios que son
especialmente limitativos en el caso de los fijados en el segundo acuerdo para
el período 2012-2014.
Si, en vez, de los salarios pactados en
la negociación colectiva, se consideran los salarios brutos percibidos por los
trabajadores (sin deducir de la aportación de los trabajadores a la
Seguridad Social ni de las deducciones del IRPF), medidos por el coste
salarial por trabajador de la Encuesta Trimestral de Coste Laboral (que excluye
a los trabajadores agrarios, los empleados del hogar y los funcionarios no
adscritos a la Seguridad Social), la tendencia a la moderación del crecimiento
salarial es aún más intensa que la de los salarios pactados en los convenios
colectivos, con la excepción de lo que ocurre en el primer año de la crisis,
2008. En efecto, el aumento del coste salarial por trabajador, que fue el
4% en 2007, se acentúa en 2008 hasta el 5,1%, pero se modera notablemente
a partir de entonces hasta el 3,2% en 2009, el 0,9% en 2010 y el 1% en 2011,
para disminuir el 0,6% en 2012 y el 1,2% en el primer semestre de 2013. Este
descenso salarial en el período más reciente es más evidente todavía si se
consideran los datos de las variaciones interanuales de los tres últimos
trimestres disponibles: en el cuarto trimestre de 2012 la variación es el
-3,6%, como consecuencia de la supresión de la paga extraordinaria de Navidad a
los empleados públicos, y en el primer y segundo trimestre de 2013, el -1,8% y
el -0.6%, respectivamente, debido al descenso salarial que ya se produce con
nitidez en este último año en el sector privado.
El repunte del salario bruto por
trabajador en 2008 se produce, además de por los motivos ya apuntados
anteriormente (criterios salariales fijados en el Acuerdo Interconfederal para
la Negociación Colectiva superiores a la inflación, inercia de la negociación
colectiva, situación económica y del empleo a principios del año no tan
desfavorable como después y mantenimiento por parte de los agentes sociales de
unas expectativas económicas no demasiado negativas), a otro dos motivos. El
primero, el impacto positivo sobre el salario medio (aumentándolo) del efecto
composición del empleo (calculado en 0,9 puntos) derivado del descenso de la
tasa de temporalidad (porcentaje de asalariados con contrato temporal), del
31,7% en 2007 al 29,3% en 2008 (datos de media anual), ya que el salario de los
trabajadores temporales, cuyo empleo disminuyó en 2008 en 423.900 personas, es
en torno a una tercera parte inferior al de los trabajadores indefinidos, cuyo
empleo aumentó, a pesar de la crisis, en ese año en 347.600 personas. Y el
segundo, porque 1,1 puntos porcentuales del aumento del salario bruto percibido
por trabajador en 2008 se debe al aumento pagado en ese año pero derivado de la
aplicación retroactiva de las cláusulas de garantía o salvaguarda salarial del año
anterior, 2007, en el que la desviación de la inflación al final del año,
medida por la variación interanual del IPC de diciembre, 4,2%, superó en 2,2
puntos porcentuales al objetivo inicial de la inflación del 2%. Si se corrige
el incremento del coste salarial por trabajador de 2008, el 5,1%, por estos dos
motivos, el efecto composición del empleo y la aplicación de las cláusulas de
garantía salarial del año anterior (0,9+1,1), el incremento salarial de ese año
se reduciría en dos puntos porcentuales, hasta el 3,1%, inferior al 4% que se
produjo en 2007, aunque todavía muy superior al 1,4% de inflación al final del
año.
Ya a partir de 2009, año en el que el
impacto positivo del efecto composición del empleo ascendió a 1,3 puntos
porcentuales, como consecuencia del importante descenso que todavía se produce
en la tasa de temporalidad del año, del 29,3% al 25,4%, otra serie de factores
relacionados con la crisis económica y la pérdida del poder de negociación de
los trabajadores inciden negativamente sobre los salarios (reduciéndolos) y
contrarresta parcial o totalmente el citado efecto positivo del efecto
composición, que, por otra parte, es cada vez menor al producirse también
importantes retrocesos del empleo indefinido, llegando incluso a provocar el descenso
de los salarios nominales a partir de 2012. Entre estos factores, además
de la moderación de los salarios pactados en los convenios colectivos,
siguiendo, como ya se ha señalado, los criterios salariales fijados en los dos
Acuerdos Interconfederales para el Empleo y la Negociación Colectiva, mucho más
restrictivos los del segundo, figuran la reducción o eliminación de las horas
extraordinarias, la disminución o desaparición de algunos complementos
salariales, como los vinculados a los beneficios o ventas de las empresas, y
los descuelgues salariales por inaplicación de los pactado en el convenio
colectivo o los descensos salariales decididos unilateralmente por los
empresarios, propiciados estos dos últimos factores por la reforma laboral de
2012.
Este proceso de devaluación salarial que
empieza a producirse a mediados de 2009 y que supone incluso, como ya se ha
explicado, un descenso del salario nominal o monetario desde finales de 2012,
va a significar una disminución de los salarios reales, que provocará una
importante pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores con la
correspondiente consecuencia negativa sobre el consumo privado y el PIB, ya que
los empresarios no aumentan la producción al disminuir los costes laborales si
la demanda agregada retrocede, lo que está ocurriendo en la actualidad, sin que
la disminución de la demanda interna se compense por el aumento de las
exportaciones. Así, el salario bruto real, que se obtiene deflactando el
salario bruto monetario por el incremento medio del IPC, disminuye en dos
puntos porcentuales en 2010, en 1,4 puntos en 2011, en 3,4 puntos en 2012 y en
3,3 puntos en el primer semestre de 2013, lo que significa una pérdida
acumulada del poder adquisitivo de los trabajadores en tres años y medio de
10,1 puntos porcentuales, situación explicada, como se ha intentado demostrar a
lo largo del artículo, por el fortísimo decaimiento de la capacidad negociadora
de los trabajadores.
Si a esa pérdida del poder adquisitivo
de los trabajadores se añade el descenso del empleo y el aumento del paro
prácticamente continuo desde finales de 2007, que, a su vez, serían unos de los
factores explicativos principales de la fragilidad de la capacidad negociadora
de los trabajadores, el desolador panorama existente actualmente en la sociedad
española supone un angustioso empeoramiento de la situación de la clase
trabajadora española. Máxime si se tiene en cuenta que, según la EPA, en torno
a dos millones y medio de personas llevan paradas al menos dos años.
Fuente: http://www.nuevatribuna.es/
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