Por
Mohamed Haidour | Un estado con sindicatos maniatados o con sindicatos
perseguidos, no es un estado democrático, no es un estado libre, no es un
estado de derecho.
nuevatribuna.es | Mohamed Haidour | 30
Octubre 2013 - 18:58 h.
Foto: Prudencio Morales
El grado de
libertad y de democracia de un país se mide también por la independencia y la
fortaleza de sus organizaciones sindicales
La
ofensiva sin cuartel orquestada por la derechona y sus voceros mediáticos
contra el movimiento sindical pretende dejarle fuera de juego, para, agazapados
tras la crisis, proseguir con su embestida reaccionaria a la conquista de sus
objetivos estratégicos: vaciar de contenido los logros laborales y acabar con
los derechos históricos conquistados tras largos años de lucha y padecimientos,
teñidos con la sangre y el sudor de los trabajadores.
Sería
ingenuo pensar que dicha ofensiva no ha hecho o no está haciendo mella en las
clases populares. Cómo no va a hacer mella cuando son ellos los que sufren más
directa e intensamente los efectos de la crisis. Lo que llama la
atención, lo que es difícil de digerir, es la existencia de sectores que se
autodefinen próximos a los movimientos sociales, incluso los más próximos, que
pregonan ser la vanguardia de la lucha contra las agresiones a los trabajadores
y los mejores defensores de sus conquistas políticas y sociales, y caen a pie
juntillas en la trampa de desviar la atención, de equivocarse de enemigo,
dirigiendo sus ataques hacia los sindicatos en vez de hacerlo contra los
verdaderos causantes de la crisis y los que hoy perpetran, a su sombra, la
mayor agresión desde la época de la dictadura franquista contra los derechos de
los ciudadanos y sus legítimos representantes.
Cuando
hace más de veinte años salí de Marruecos para buscarme la vida, tenía como
referencia a una organización sindical de este país, tenía un lugar a donde
acudir para encontrar apoyo y orientación sindical para afrontar los retos que
supone buscar un trabajo digno y con derechos en un país ajeno, en el que la
precariedad y la explotación laboral eran el pan de cada día para los recién
llegados y para muchos trabajadores autóctonos.
Esa
referencia, que supera la barrera de las fronteras geográficas y culturales,
arraigada en la actividad desarrollada por los sindicatos, no sólo en su papel
de contrapoder ante la administración y los empresarios, sino también en la
continuidad de una trayectoria enraizada en la lucha por la libertad, la
democracia y la justicia. Bases en las que se sustentó la lucha por la
igualdad, contra el racismo y la xenofobia, dando con ello más sentido, más
motivos para que las organizaciones sindicales mayoritarias de este país
fueran y sigan siendo un referente de primer orden en la protección de los
derechos de los más vulnerables y los más necesitados.
Es
muy importante que esto quede claro y subrayado para los unos y los otros tal
cómo quedó patente en un reciente
artículo de Juan Torres, y sobre todo en el libro
de Antonio Baylos titulado: ¿Para qué sirve un sindicato?
El
sindicalismo se ha conjugado con la libertad política fundamental en todas las
constituciones democráticas y ha sido reconocido como uno de los derechos
universales más notables en los tratados internacionales y en la Declaración
Universal de Derechos Humanos. El sindicato no sólo defiende y representa a los
trabajadores como individuos sino como clase social. Esta crisis económica es
un episodio más de esa lucha de clases donde los empresarios y, sobre todo, el
capital financiero, así como algunos gobiernos cómplices buscan cotas de mayor
poder político y económico a costa y contra los trabajadores, pretendiendo para
ello resquebrajar, separar, a los trabajadores de sus organizaciones
sindicales.
No
es ninguna novedad la desafección y la animadversión hacía los sindicatos
y los partidos políticos particularmente de izquierdas, pero somos los
trabajadores los primeros en reconocer que el sindicalismo tiene la obligación
de auto renovarse y regenerarse ante nuevas realidades económicas, políticas y
sociales. Las carencias en las respuestas que se proponen hoy desde el
sindicalismo son evidentes. Esta constatación requiere necesariamente una
autocrítica real, profunda, que propicie un análisis de la situación política,
social y económica más ajustado a la realidad, que plantee en primer plano las
necesidades de las clases populares y que conduzca a adecuar los instrumentos
disponibles para salvaguardar los derechos de los trabajadores y más aun, para
salvaguardar el sindicalismo, y a los propios sindicatos, para
afianzarlos en la tarea de velar por las conquistas sociales y consolidarlos
como elemento de transformación y de contrapeso a los otros poderes que
apuestan por la injusticia y la desigualdad.
La
embestida contra los sindicatos es directamente proporcional al grado de
democracia real que existe en cada país. Existen muchísimos lugares donde la
dedicación a las tareas sindicales es todavía sinónimo de persecución, de
cárcel y de aniquilación física.
En
los países llamados desarrollados esa embestida de los sectores dominantes, se
traduce en orquestar las sospechas, intrigar y esparcir la mierda procurando
manchar a todos los sectores progresistas y engañar a la opinión pública,
generalizando y confundiendo algunas conductas individuales condenables, con el
meritorio y loable papel que las organizaciones sindicales han jugado y siguen
jugando, no sólo en favor de los trabajadores sino en tanto que valederos y
garantes del propio sistema democrático.
Las
dictaduras no permiten sindicatos que no sean prolongación de sus propias
estructuras de opresión, que no formen parte de sus instrumentos de poder. El
grado de libertad y de democracia de un país se mide también por la
independencia y la fortaleza de sus organizaciones sindicales. Un estado
con sindicatos maniatados o con sindicatos perseguidos, no es un estado
democrático, no es un estado libre, no es un estado de derecho.
Fuente: http://www.nuevatribuna.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario