26 de octubre de 2013
Podemos
estar o no de acuerdo con la monarquía, pero parece ser coincidente el
pensamiento de la mayoría de los ciudadanos en considerar que la permanencia de
un Rey anciano y malhumorado, con las facultades físicas y mentales
visiblemente deterioradas por la edad y los avatares de una vida no muy
ejemplarizante, se han convertido en un lastre para un país con aspiraciones de
futuro. Aunque por el rumbo que llevan nuestros actuales gobernantes, los
recortes en progreso social y económico sólo nos conducen a un pasado lleno de
tinieblas, inseguridades, y patentes desigualdades.
No es entendible que en una situación como la actual, el partido en el
gobierno se empeñe en cerrar los ojos a la realidad, y pretenda posponer la
solución de un problema real y Real con el tradicional “no toca”. Y menos
admisible que el partido socialista, genéticamente republicano, esté empeñado
en perpetuar la monarquía, incompatible con un pensamiento de izquierdas y con
un sistema democrático moderno. Resulta un error afirmar que la monarquía está
legitimada por una Constitución aprobada en 1978, cuando su redacción estaba
condicionada por una coyuntura política y social muy concreta, como era la
transición de una dictadura a una democracia, y en aquélla intervino más de un
personaje marcado por el franquismo.
Lo cierto es que 35 años después, ya puede afirmarse que una mayoría de
españoles que superan los 18 años no votaron la Constitución, y tienen el
legítimo derecho a ser oídos para elegir su futuro; máxime cuando una opción
republicana no es baladí y está llamando a la puerta, como un intento viable de
regenerar y modernizar nuestro sistema democrático. Muchos coincidimos con Cayo
Lara en mantener que las solución no está en regular la figura del Príncipe, ni
en una abdicación, sino en preguntar a los ciudadanos si realmente quieren
seguir manteniendo una costosa familia real nada aleccionadora, inmersa en
sucesos de corrupción que van mucho más allá del “caso Urdangarín”, que se ha
convertido en el conejillo de indias para que otros a más alto nivel puedan
purgar así sus pecados.
Los ciudadanos no somos tontos, podemos callar, mirar para otro lado, o
pasar aparentemente de los problemas; pero nos enteramos de todo, y tarde o
temprano exigiremos explicaciones a quienes nos están engañando. La monarquía
se ha convertido en una institución obsoleta, inútil, desfasada, bajo sospecha
permanente, que nada soluciona y sí motiva continuas y ridículas situaciones,
que vistas desde fuera producen estupor. La reina campa por sus fueros, el rey
ya se ha convertido en un asiduo protagonista de las revistas del corazón y los
programas basura, la infanta Cristina está a punto de ser imputada por delitos
fiscales, la infanta Elena vive en otro mundo que no es el nuestro, y el
Príncipe Felipe se ha convertido en un eterno segundón sobrevalorado para que
algo se salve de la Familia Real.
Esto sólo tiene una solución, que es democrática y pasa por preguntar a
los ciudadanos qué futuro queremos para nuestro país. Negar la evidencia es un
nefasto ejercicio de ceguera mental, propio de seres inútiles e incompetentes,
como así pueden ser calificados la mayoría de nuestros actuales políticos, cuya
prioridad es mantenerse en sus lucrativos, y para algunos vitalicios, puestos
de trabajo. Y es que la poltrona se ha hecho para los mediocres, y nuestros
actuales dirigentes lo son.
Fernando
de Silva
Fuente: www.sinlavenia.com
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