nuevatribuna.es | 29 Octubre 2013 - 12:43 h.
La política
que sigue el Partido Popular en el gobierno, tiene alarmantes parecidos con los
principios que sustentaban a la «La Santa Alianza»; tratado firmado por los
reyes de Austria, Rusia y Prusia en 1815, al que posteriormente se sumaron Inglaterra,
Francia y España. En el Congreso de Verona (1822), se dio el mandato a Francia
para invadir España, acabar con el trienio liberal e instaurar el absolutismo
de Fernando VII por la gracia de dios.
Situémonos: España, principios del siglo XIX, tras la guerra de la independencia contra Napoleón. Una constitución calentita y un rey sin escrúpulos, mentiroso y traidor, con ideas absolutistas. Vende España a Francia, que la invade con los llamados «cien mil hijos de san Luis» —que no eran tantos ni hijos del tal santo—, y derrotan al liberalismo gobernante, restauran el absolutismo, dando paso a la llamada «Década ominosa». Todo avalado por la «Santa Alianza», en defensa del cristianismo.
Ya en 1814, en Madrid, 69 diputados, habían firmado el llamado «Manifiesto de los Persas», por el que se solicitaba a Fernando VII el retorno al Antiguo Régimen y la abolición de la legislación de las Cortes de Cádiz. Los firmantes comparaban el liberalismo imperante, con la Revolución Francesa. Los liberales de ayer, no propugnaban los mismos preceptos que los de hoy hacen. Aquellos eran progresistas y estos conservadores; unos defensores de las libertades, derechos y participación y estos del código penal y la eliminación del estado de bienestar.
El Congreso de Verona (1822) fue la clave para el triunfo del absolutismo, como el de Sevilla (2012) para la consolidación de la política absoluta de Rajoy. En el primero, deciden la reinstauración del absolutismo en España, reclamada por el mismo rey. En el segundo, bajo el lema de «Comprometidos con España», se diseña un plan para retornar al pasado: centralismo y nacionalcatolicismo, cercanos al autoritarismo y caridad cristiana, frente a la solidaridad social y el bienestar. Aquellos masacraron a los liberales de entones; estos —son otros tiempos— encumbran al neoliberalismo. Del humanismo, al capitalismo inhumano. De la ilustración a la caverna Wert.
El congreso del PP rechazó, por abrumadora mayoría, suprimir la palabra «cristiano» en la definición del partido: «El PP está inspirado en los valores del humanismo cristiano», como la Santa alianza defendió. Unos con guerras abiertas, otros obligando a estudiar religión en las escuelas; todos al dictado Vaticano.
La Santa Alianza condenó la política llevada a cabo durante el trienio liberal, como a cualquier régimen de esas características, comprometiéndose a suprimir la libertad de prensa en Europa, por «perjudicar a los príncipes». Declaraba el convencimiento de que el sistema de gobierno representativo «es tan incompatible con el principio monárquico, como la soberanía del pueblo es opuesta al principio del derecho divino». Se comprometían a emplear todos sus medios y unir todos sus esfuerzos para «destruir el sistema de gobierno representativo en cualquier Estado de Europa».
Como ahora, la iglesia jugó un papel determinante. Si durante la guerra de la independencia utilizaron todas sus armas —los púlpitos— para soliviantar al pueblo contra el francés, en la nueva invasión francesa —la de los cien mil—, todo fueron alabanzas. Hoy también el gobierno está entregado a la iglesia. Les ha entregado la enseñanza, la reforma de la ley del aborto, no les ha recortado ayudas económicas y todo son facilidades para difundir su mensaje. De nuevo la iglesia ha adquirido el protagonismo que tuvo durante el franquismo, muy alejado todo de un Estado no confesional. La contrapartida: la gloria en el cielo y aquí los privilegios.
Los populares en Sevilla, señalaban que los españoles «han comprobado que el temor que querían inducir los socialistas hacia el PP, como una amenaza a la protección social y el estado del bienestar era radicalmente infundado». Según ellos, los ciudadanos consideran que las políticas sociales, la garantía de las pensiones, la protección al desempleo y la defensa de los grandes servicios públicos «no son patrimonio de la izquierda y están bien gestionados por el Partido Popular». Ya conocemos los resultados: mentira tras mentira y todo al contrario de lo declarado. Mentiras para subir al trono utilizó Fernando VII cuando usaba paletot.
En la «Década ominosa» tuvo lugar una gran represión contra los liberales. Muchos emigraron para evitar la muerte. No es el caso de Rafael de Riego, ejecutado en la plaza de la Cebada de Madrid, o el de Mariana Pineda, a garrote en Granada. El Borbón más infame, gobernó con una «camarilla», eliminó el Consejo de Estado y la libertad de prensa, estableciendo una estricta censura; se confeccionó un reaccionario plan de estudios universitarios, por el ministro de Gracia y Justicia, y fueron sofocados los intentos de insurrección liberal, como el de Torrijos, también fusilado.
Rajoy cuenta con el apoyo de la Troika —la Santa Alianza de hoy—, la misma iglesia, la banca y las clases sociales más reaccionarias, como entonces el vil Fernando. Los seguidores del PP, aplauden las reformas regresivas, como se aplaudió la instauración de la Inquisición. Rajoy reduce las políticas educativas y universitarias y controla como nunca la televisión pública, apostando por la ignorancia y eliminando el bienestar.
Mientras el rey jugaba al billar, Rajoy no puede levantarse de su poltrona (en las viñetas de Peridis) y mientras tanto, en ambas épocas, la corrupción y el trapicheo dominan la vida pública. Si ayer sufrieron persecución los liberales, hoy criminalizan las protestas sociales de los indignados. Hoy como ayer o casi.
Fuente: http://www.nuevatribuna.es/
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