domingo, 27 de octubre de 2013

MI PRÍNCIPE FELIPE

Aníbal Malvar
26 octubre 2013
Me han emocionado las palabras de ayer del Príncipe de Asturias entregando los premios Príncipe de Asturias. Tiene que ser difícil decir palabras cuando eres el que da el premio y también eres el premio. Los príncipes hacen a veces unas cabriolas que no parecen reales. De la realeza, entiéndase. Degradarse en premio, para un príncipe, es como si una física cuántica sin beca se degrada en gogó, y sale desnuda de la tarta en cualquier despedida de soltero para pagarse los estudios. Lo tenía que haber dicho Hamlet, pero Shakespeare olvidó escribirlo, así que lo arreglo yo: “Un príncipe no es un premio. Un príncipe es un castigo”.
El discurso del Príncipe de Asturias otorgando los Príncipe de Asturias es para emocionarse. No conozco a nadie que no lo porte ya para siempre en las diástoles de su corazón. Y en las sístoles. “No podemos permanecer indiferentes o inmóviles; debemos reaccionar”, gritó ayer el Príncipe al tendido. Y toda España aplaudió y lloró, como informan esta misma alborada todos los periódicos serios en sus más que diversas portadas.
No conozco en España a casi nadie que no haya llorado y aplaudido con el discurso del Príncipe, salvo algunos abertzales, que se limitaron a llorar sin aplaudir en señal de mediana protesta por no sé qué de los presos.
“No podemos permanecer indiferentes o inmóviles; debemos reaccionar”, nos arengó ayer el Príncipe.
Este Príncipe es un revolucionario.
Yo estoy totalmente de acuerdo con mi Príncipe. El pueblo español, y el pueblo europeo, permanecen indiferentes e inmóviles y no reaccionan. Hasta el punto de que ya incluso los príncipes se permiten el lujo de llamar a su pueblo a la reacción, sabiendo que el pueblo es manso y va a tragarse sus palabras sin rumiarlas.
Que el Príncipe de Asturias nos diga al pueblo que “no podemos permanecer indiferentes o inmóviles; debemos reaccionar”, es una vergüenza para el pueblo y una medalla para el Príncipe. Qué pena de pueblo, el que otorga medallas a sus tiranos y a sus príncipes. Pueblo indiferente, inmóvil y sin capacidad de reaccionar. No como el Príncipe.
“No podemos permanecer indiferentes o inmóviles; debemos reaccionar”.
¿Contra qué, Príncipe?
“No podemos permanecer indiferentes o inmóviles; debemos reaccionar”.
¿Contra quién, Príncipe?
“No podemos permanecer indiferentes o inmóviles; debemos reaccionar”.
¿Cómo, Príncipe?
Cuando insultan mi inteligencia me duele muy poco, porque apenas tengo. Pero que el sucesor del garante del franquismo me diga que “no podemos permanecer indiferentes o inmóviles; debemos reaccionar”, me parece un cachondeíto de ya cierta trascendencia.
Y que pase desapercibido me duele más.
Le exijo a mi Príncipe, ante quien inclino mi eterno vasallaje, la oportunidad de que me especifique contra qué, contra quién y cómo vamos a reaccionar. A revolucionar. ¿Empezamos por la monarquía? ¿O prefiere usted antes el divertimento de desmantelar lo poco que queda de democracia? ¿Le apetece un té? ¿O quizá siente más apetencia por sacar el ejército a la calle? “No podemos permanecer indiferentes o inmóviles; debemos reaccionar”. Lo ha dicho usted, mi Príncipe. Yo soy vasallo y me lo tomo todo al pie de la letra.






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